Jorge Camil / La Jornada
Las recientes declaraciones de Hillary Clinton, que le valieron críticas de tirios y troyanos dentro y fuera de Estados Unidos, no son un tema nuevo. El 25 de enero de 2008, cuando la guerra contra el crimen organizado comenzaba apenas a tomar fuerza, Time publicó un reportaje titulado “La narcoinsurgencia mexicana”. En él se comentaban los alarmantes niveles de violencia, y se describía a los sicarios arrestados en los operativos del gobierno como “soldados de un Estado enemigo”; la publicación los narra erguidos frente a los medios, con chalecos antibalas y posando detrás de los arsenales confiscados; filas interminables de armas cuidadosamente ordenadas, para mostrar que sus propietarios formaban parte de unidades militares: rifles de alto poder, pistolas, lanzagranadas y chalecos antibalas. Hoy el gobierno, que los ha caracterizado en cierto modo como fuerzas de oposición, se duele de las declaraciones de Hillary. Felipe Calderón las consideró “descuidadas y poco serias”.
No obstante, un alto funcionario de la DEA advirtió desde 2008 que la guerra había tomado un curso totalmente diferente: “ahora se trata de matanzas indiscriminadas, para advertirle al gobierno que no interfiera y mostrar quién tiene el control”. Time describió la formación de Los Zetas como una unidad paramilitar entrenada en el manejo de armamento sofisticado y equipos de comunicaciones: una estrategia que pronto sería imitada por el cártel de Sinaloa, confirmando la tesis de que se había desatado una narcoinsurgencia contra el Estado mexicano. Tres años y 28 mil muertos después, además de la inesperada aparición de coches bomba, el reto al gobierno mexicano continúa fortaleciéndose. Por eso Hillary expresó en el Foreign Affairs Council lo que todos sabemos: que “los cárteles mexicanos constituyen una insurgencia con poder para retar al gobierno en amplios espacios de su propio territorio”.
Y aunque en Univisión y CNN Calderón se vanaglorió de que Obama y el subsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, hubiesen intentado matizar las declaraciones de Hillary, asegurando que México no es la Colombia de los 80, y que gozamos de un gobierno estable y democrático, la realidad es que un día después el gobierno de Estados Unidos ordenó la salida inmediata de las familias de funcionarios consulares en las zonas de conflicto.
Alejandro Poiré, secretario del Consejo de Seguridad Nacional, y la canciller Patricia Espinosa defendieron, como era su deber, la tesis de que México no es un “Estado fallido” (el verdadero fantasma escondido tras las declaraciones de Hillary), aunque el propio Calderón haya reconocido en un par de ocasiones (la primera en Madrid en 2008) que el narco “había comenzado a oponer su propia fuerza a la fuerza del Estado, a oponer su propia ley a la ley del Estado, e incluso a recaudar impuestos contra la recaudación oficial”. Perdón, señor Presidente: si ese fenómeno no es el embrión de un “Estado fallido”, ni tampoco evidencia flagrante de una fuerza insurgente, ¿qué es?
Estoy en desacuerdo total con las “aclaraciones diplomáticas” del subsecretario Valenzuela: “de lo que estamos hablando es de una escalada de violencia por las organizaciones criminales: no de una insurgencia” (¿recuerda al cómico que imitaba al vocero de Fox y salía en televisión “aclararando” los disparates presidenciales?: “lo que Chente quiso decir…”) En todas partes se cuecen habas, sólo que Hillary es demasiado inteligente y bien informada para decir disparates (estoy seguro de que ella misma ordenó la salida de los familiares de funcionarios consulares en las zonas de riesgo, ¿o deberíamos hablar de “zonas de insurgencia?”).
“Lo de México –aclaró Valenzuela– no es una insurrección de un grupo militarizado (…) que está intentando tomar el Estado por razones políticas”. La frase contiene tres juicios de valor equivocados: si el embate contra el gobierno mexicano no es una “insurrección”, ¿cómo podríamos calificarlo? Y si cárteles armados con poder de fuego superior al del Ejército no son “grupos militarizados”, ¿qué son? Valenzuela también se equivoca en lo concerniente a la ausencia de motivos políticos. Los cárteles van más allá de una simple “toma del poder”: ¡están creando un Estado paralelo!
Hace cinco meses publiqué en La Jornada (16/04/10) un artículo titulado precisamente así: “El narco, un Estado paralelo”. Ahí reconocí que el narco se prepara: “armado hasta los dientes y apoyado por ex militares, asesores legales y financieros, conocimiento de los mercados, y con decenas de millones de dólares que ingresan a sus arcas diariamente (…) los capos parecen preparados para dar la batalla final”. Reconocí que lo sucedido hasta hoy eran meros escarceos, y que los cárteles solamente miden el poder de fuego, el calibre de las armas, la estrategia, la organización y la resolución de combatir de las fuerzas armadas.
En 1913 el periodista estadunidense John Reed publicó México insurgente, su famoso reportaje sobre los orígenes de la Revolución Mexicana. Parece que 100 años después pudiésemos estar a punto de repetir la historia.
Las recientes declaraciones de Hillary Clinton, que le valieron críticas de tirios y troyanos dentro y fuera de Estados Unidos, no son un tema nuevo. El 25 de enero de 2008, cuando la guerra contra el crimen organizado comenzaba apenas a tomar fuerza, Time publicó un reportaje titulado “La narcoinsurgencia mexicana”. En él se comentaban los alarmantes niveles de violencia, y se describía a los sicarios arrestados en los operativos del gobierno como “soldados de un Estado enemigo”; la publicación los narra erguidos frente a los medios, con chalecos antibalas y posando detrás de los arsenales confiscados; filas interminables de armas cuidadosamente ordenadas, para mostrar que sus propietarios formaban parte de unidades militares: rifles de alto poder, pistolas, lanzagranadas y chalecos antibalas. Hoy el gobierno, que los ha caracterizado en cierto modo como fuerzas de oposición, se duele de las declaraciones de Hillary. Felipe Calderón las consideró “descuidadas y poco serias”.
No obstante, un alto funcionario de la DEA advirtió desde 2008 que la guerra había tomado un curso totalmente diferente: “ahora se trata de matanzas indiscriminadas, para advertirle al gobierno que no interfiera y mostrar quién tiene el control”. Time describió la formación de Los Zetas como una unidad paramilitar entrenada en el manejo de armamento sofisticado y equipos de comunicaciones: una estrategia que pronto sería imitada por el cártel de Sinaloa, confirmando la tesis de que se había desatado una narcoinsurgencia contra el Estado mexicano. Tres años y 28 mil muertos después, además de la inesperada aparición de coches bomba, el reto al gobierno mexicano continúa fortaleciéndose. Por eso Hillary expresó en el Foreign Affairs Council lo que todos sabemos: que “los cárteles mexicanos constituyen una insurgencia con poder para retar al gobierno en amplios espacios de su propio territorio”.
Y aunque en Univisión y CNN Calderón se vanaglorió de que Obama y el subsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, hubiesen intentado matizar las declaraciones de Hillary, asegurando que México no es la Colombia de los 80, y que gozamos de un gobierno estable y democrático, la realidad es que un día después el gobierno de Estados Unidos ordenó la salida inmediata de las familias de funcionarios consulares en las zonas de conflicto.
Alejandro Poiré, secretario del Consejo de Seguridad Nacional, y la canciller Patricia Espinosa defendieron, como era su deber, la tesis de que México no es un “Estado fallido” (el verdadero fantasma escondido tras las declaraciones de Hillary), aunque el propio Calderón haya reconocido en un par de ocasiones (la primera en Madrid en 2008) que el narco “había comenzado a oponer su propia fuerza a la fuerza del Estado, a oponer su propia ley a la ley del Estado, e incluso a recaudar impuestos contra la recaudación oficial”. Perdón, señor Presidente: si ese fenómeno no es el embrión de un “Estado fallido”, ni tampoco evidencia flagrante de una fuerza insurgente, ¿qué es?
Estoy en desacuerdo total con las “aclaraciones diplomáticas” del subsecretario Valenzuela: “de lo que estamos hablando es de una escalada de violencia por las organizaciones criminales: no de una insurgencia” (¿recuerda al cómico que imitaba al vocero de Fox y salía en televisión “aclararando” los disparates presidenciales?: “lo que Chente quiso decir…”) En todas partes se cuecen habas, sólo que Hillary es demasiado inteligente y bien informada para decir disparates (estoy seguro de que ella misma ordenó la salida de los familiares de funcionarios consulares en las zonas de riesgo, ¿o deberíamos hablar de “zonas de insurgencia?”).
“Lo de México –aclaró Valenzuela– no es una insurrección de un grupo militarizado (…) que está intentando tomar el Estado por razones políticas”. La frase contiene tres juicios de valor equivocados: si el embate contra el gobierno mexicano no es una “insurrección”, ¿cómo podríamos calificarlo? Y si cárteles armados con poder de fuego superior al del Ejército no son “grupos militarizados”, ¿qué son? Valenzuela también se equivoca en lo concerniente a la ausencia de motivos políticos. Los cárteles van más allá de una simple “toma del poder”: ¡están creando un Estado paralelo!
Hace cinco meses publiqué en La Jornada (16/04/10) un artículo titulado precisamente así: “El narco, un Estado paralelo”. Ahí reconocí que el narco se prepara: “armado hasta los dientes y apoyado por ex militares, asesores legales y financieros, conocimiento de los mercados, y con decenas de millones de dólares que ingresan a sus arcas diariamente (…) los capos parecen preparados para dar la batalla final”. Reconocí que lo sucedido hasta hoy eran meros escarceos, y que los cárteles solamente miden el poder de fuego, el calibre de las armas, la estrategia, la organización y la resolución de combatir de las fuerzas armadas.
En 1913 el periodista estadunidense John Reed publicó México insurgente, su famoso reportaje sobre los orígenes de la Revolución Mexicana. Parece que 100 años después pudiésemos estar a punto de repetir la historia.
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