Rolando Cordera Campos / La Jornada
Ahora que según los banqueros instalados en México nos sobran dólares, tal vez llegó la hora de insistir en que lo que nos falta es crecimiento económico y empleo, y que esta carencia no tiene justificación económica alguna. Si a esto añadimos las cifras de la reserva internacional de que da cuenta el Banco de México, podríamos incluso decir que atrás quedó, por lo pronto, la fatídica maldición que ha acompañado a nuestro desarrollo, resumida en el desequilibrio externo.
¿Será verdad tanta belleza? No, si atendemos a los actos de heroísmo financiero a que se ha dado en estos días el secretario de Hacienda, seguramente como astuta puesta en escena de la inminente presentación del proyecto de presupuesto de egresos de la Federación ante el pleno de la Cámara de Diputados. Para el responsable de las finanzas públicas nacionales, lo que está por delante es un sendero estrecho de austeridad fiscal que se vería agravada si la audaz iniciativa priísta de reducir la tasa del IVA prospera. El panorama así, queda lejos de lo que la abundancia de dólares parecía prometer.
No obstante las varias señales provenientes del exterior y debidamente incorporadas a sus conjeturas y proyecciones por los analistas del sector privado, en el sentido de que enfrentamos un alentamiento de la recuperación americana, que no se verá compensada por otras dinámicas, el Vaticano hacendario no toma nota e insiste en su lema de sangre, sudor y lágrimas, pero sin Churchill ni invasión nazi a la vista. Un estancamiento estabilizador redivivo pero sin auge exportador. Más de lo mismo pero peor.
La política económica es la única política a la que no se le asesta el adjetivo de “pública”. O bien se acepta que esta práctica del Estado debe quedar encerrada en las bóvedas de Banxico o los comederos de Hacienda, en una tácita resignación ante sus inextricables arcanos, o de plano se reconoce, sin admitirlo del todo, que en este campo la democracia tiene poco o nada qué hacer: como dijera Stiglitz en su prefacio a La gran transformación, de Karl Polanyi, lo que se les da a las naciones emergentes con la izquierda (la democracia), se les quita con la derecha con las autonomías y encapsulamientos de los bancos centrales, con su “metas de inflación” y demás divertimentos monetaristas. En nuestro caso, no fue suficiente con esa autonomía y, con los bárbaros populistas a las puertas de palacio, se inventó lo de la “responsabilidad hacendaria”, traducida como “déficit cero” en una ley cuyo mandato sólo ha servido para sumir al país en la más brutal recesión económica de su historia moderna.
Para 2011 la política debería cambiar, y empezar este cambio por el presupuesto y las políticas financieras que lo acompañan. El gasto debe aumentar en términos reales y privilegiar la educación superior, la investigación científica y tecnológica, la infraestructura y, desde luego, la salud, cuyos servicios e infraestructura deben expandirse y no contenerse en aras del Seguro Popular, como parece sugerirlo el secretario de Salud (La Jornada, 02/09/10). Y junto a esto, es indispensable recuperar para el país y su Estado la banca de desarrollo, ponerla a trabajar en proyectos productivos de rehabilitación de capacidades y creación de nuevas, poniendo especial atención a las pequeñas y medianas empresas donde se crea el grueso del empleo y se sostienen, siempre precariamente, importantes camadas de las clases medias.
La política monetaria y financiera debe adquirir una mínima congruencia con estos propósitos anticíclicos y de crecimiento y no permitir sobrevaluaciones cambiarias nocivas a las exportaciones, el crecimiento económico general y la creación de empleos.
Para gastar más desde el Estado hay espacio fiscal y asignaturas recaudatorias que cubrir sin poner en peligro ningún sacrosanto equilibrio. Un déficit mayor que el acostumbrado por los abogados de Hacienda es factible, y un impuesto mínimo a las transacciones financieras no asustaría a nadie y daría buenos ingresos adicionales. Un ejercicio sensato, ahora que la sensatez quiere volverse política de Estado, según el secretario de Marina, en materia de progresividad del impuesto sobre la renta de las personas físicas introduciría algunos signos de solidaridad social que redundaría en el reforzamiento de la convocatoria a quedarse y dar la lucha en el país a que se abocaran en estos días terribles nuestros dos grandes capitanes del capital, Lorenzo Zambrano y Carlos Slim.
De poner en estos términos la discusión constitucional sobre la política económica para 2011, podría avanzarse en la configuración de un nuevo curso de desarrollo que tuviera como derrotero maestro la construcción progresiva de un auténtico estado de bienestar que contribuyera a dejar atrás la circunstancia de desprotección integral y salvaje que hoy define a México. Puede y tiene que cambiarse el ritmo y el rumbo, y entrar en una ruta de “gradualismo acelerado” que sin precipitaciones, pero sin pausas, nos aleje del abismo de terror y barbarie que se vive en el norte de México y se anuncia para todos, en el sur, el Golfo o el Pacífico.
De esto y más se habla en el Memorándum de política económica para el 2011 presentado el martes pasado en la UNAM por quienes el año anterior exhortamos a actuar pronto y con firmeza contra la crisis y a abrir un nuevo curso de desarrollo. Esta es una cordial invitación a leerlo y discutirlo. Si se coronara esta discusión con la creación por el Congreso de un consejo económico y social, la política económica empezaría a ser pública y la democracia a dejar de ser la invitada molesta (www.nuevocursodedesarrollo.unam.mx).
Ahora que según los banqueros instalados en México nos sobran dólares, tal vez llegó la hora de insistir en que lo que nos falta es crecimiento económico y empleo, y que esta carencia no tiene justificación económica alguna. Si a esto añadimos las cifras de la reserva internacional de que da cuenta el Banco de México, podríamos incluso decir que atrás quedó, por lo pronto, la fatídica maldición que ha acompañado a nuestro desarrollo, resumida en el desequilibrio externo.
¿Será verdad tanta belleza? No, si atendemos a los actos de heroísmo financiero a que se ha dado en estos días el secretario de Hacienda, seguramente como astuta puesta en escena de la inminente presentación del proyecto de presupuesto de egresos de la Federación ante el pleno de la Cámara de Diputados. Para el responsable de las finanzas públicas nacionales, lo que está por delante es un sendero estrecho de austeridad fiscal que se vería agravada si la audaz iniciativa priísta de reducir la tasa del IVA prospera. El panorama así, queda lejos de lo que la abundancia de dólares parecía prometer.
No obstante las varias señales provenientes del exterior y debidamente incorporadas a sus conjeturas y proyecciones por los analistas del sector privado, en el sentido de que enfrentamos un alentamiento de la recuperación americana, que no se verá compensada por otras dinámicas, el Vaticano hacendario no toma nota e insiste en su lema de sangre, sudor y lágrimas, pero sin Churchill ni invasión nazi a la vista. Un estancamiento estabilizador redivivo pero sin auge exportador. Más de lo mismo pero peor.
La política económica es la única política a la que no se le asesta el adjetivo de “pública”. O bien se acepta que esta práctica del Estado debe quedar encerrada en las bóvedas de Banxico o los comederos de Hacienda, en una tácita resignación ante sus inextricables arcanos, o de plano se reconoce, sin admitirlo del todo, que en este campo la democracia tiene poco o nada qué hacer: como dijera Stiglitz en su prefacio a La gran transformación, de Karl Polanyi, lo que se les da a las naciones emergentes con la izquierda (la democracia), se les quita con la derecha con las autonomías y encapsulamientos de los bancos centrales, con su “metas de inflación” y demás divertimentos monetaristas. En nuestro caso, no fue suficiente con esa autonomía y, con los bárbaros populistas a las puertas de palacio, se inventó lo de la “responsabilidad hacendaria”, traducida como “déficit cero” en una ley cuyo mandato sólo ha servido para sumir al país en la más brutal recesión económica de su historia moderna.
Para 2011 la política debería cambiar, y empezar este cambio por el presupuesto y las políticas financieras que lo acompañan. El gasto debe aumentar en términos reales y privilegiar la educación superior, la investigación científica y tecnológica, la infraestructura y, desde luego, la salud, cuyos servicios e infraestructura deben expandirse y no contenerse en aras del Seguro Popular, como parece sugerirlo el secretario de Salud (La Jornada, 02/09/10). Y junto a esto, es indispensable recuperar para el país y su Estado la banca de desarrollo, ponerla a trabajar en proyectos productivos de rehabilitación de capacidades y creación de nuevas, poniendo especial atención a las pequeñas y medianas empresas donde se crea el grueso del empleo y se sostienen, siempre precariamente, importantes camadas de las clases medias.
La política monetaria y financiera debe adquirir una mínima congruencia con estos propósitos anticíclicos y de crecimiento y no permitir sobrevaluaciones cambiarias nocivas a las exportaciones, el crecimiento económico general y la creación de empleos.
Para gastar más desde el Estado hay espacio fiscal y asignaturas recaudatorias que cubrir sin poner en peligro ningún sacrosanto equilibrio. Un déficit mayor que el acostumbrado por los abogados de Hacienda es factible, y un impuesto mínimo a las transacciones financieras no asustaría a nadie y daría buenos ingresos adicionales. Un ejercicio sensato, ahora que la sensatez quiere volverse política de Estado, según el secretario de Marina, en materia de progresividad del impuesto sobre la renta de las personas físicas introduciría algunos signos de solidaridad social que redundaría en el reforzamiento de la convocatoria a quedarse y dar la lucha en el país a que se abocaran en estos días terribles nuestros dos grandes capitanes del capital, Lorenzo Zambrano y Carlos Slim.
De poner en estos términos la discusión constitucional sobre la política económica para 2011, podría avanzarse en la configuración de un nuevo curso de desarrollo que tuviera como derrotero maestro la construcción progresiva de un auténtico estado de bienestar que contribuyera a dejar atrás la circunstancia de desprotección integral y salvaje que hoy define a México. Puede y tiene que cambiarse el ritmo y el rumbo, y entrar en una ruta de “gradualismo acelerado” que sin precipitaciones, pero sin pausas, nos aleje del abismo de terror y barbarie que se vive en el norte de México y se anuncia para todos, en el sur, el Golfo o el Pacífico.
De esto y más se habla en el Memorándum de política económica para el 2011 presentado el martes pasado en la UNAM por quienes el año anterior exhortamos a actuar pronto y con firmeza contra la crisis y a abrir un nuevo curso de desarrollo. Esta es una cordial invitación a leerlo y discutirlo. Si se coronara esta discusión con la creación por el Congreso de un consejo económico y social, la política económica empezaría a ser pública y la democracia a dejar de ser la invitada molesta (www.nuevocursodedesarrollo.unam.mx).
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