Juan Laborda / ElEconomista.es
La economía española, al igual que gran parte de los países occidentales, presenta unos niveles de endeudamiento privado insostenibles (a cierre de 2009 364% del PIB al que hay que añadir el 62% de la deuda pública). Dicho endeudamiento se apoyaba y retroalimentaba a través de un crecimiento de la riqueza, especialmente inmobiliaria, muy por encima del crecimiento del PIB.
He aquí el primero de los serios problemas a los que se enfrentaba la economía y que la mayoría de economistas fue incapaz de percibir su impacto: la riqueza neta de una economía respecto al PIB es constante en el medio y largo plazo, es decir, si la riqueza neta creció muy por encima del PIB, dicho ratio (riqueza neta/PIB) revertirá a la media vía una fuerte caída del precio de los activos financieros e inmobiliarios. Es lo que está ocurriendo.
Pero además, cuando el precio del colateral cae, los niveles de endeudamiento en torno a ese colateral o activo son insostenibles, y el balance de las familias, empresas, y entidades financieras presenta problemas de solvencia. He aquí el segundo de los problemas: la inestabilidad financiera, y la inutilidad de los balances o de las cuentas de resultados para detectar problemas de sobre endeudamiento.
Como consecuencia del descenso del colateral, y los elevados niveles de endeudamiento, las familias disminuyen el consumo y recuperan ahorro, las empresas no financieras no invierten, destruyen capital ya instalado, y despiden a trabajadores. En este contexto, tras períodos de extrema laxitud y propensión al riesgo, las entidades financieras cortan el grifo del crédito, cuando más falta hace, especialmente en un contexto de incremento de la mora, y tratan de recapitalizarse en un período de mayor aversión al riesgo y cierre de mercado de capitales.
Impulso del gasto público
En este escenario, el gasto público como motor de la economía es vital, especialmente el gasto en infraestructuras que presente tres cualidades fundamentales: incrementaría el PIB potencial futuro de la economía, aumentaría el crecimiento económico actual, y compensaría parte de la destrucción de empleo de un sector privado en desapalancamiento.
Desde un punto de vista contable, se debería permitir computar como gasto público sólo la amortización del gasto en infraestructuras, lo que se conoce como método alemán. Al igual que la ortodoxia económica no ha entendido la naturaleza endógena de la actual crisis económica sistémica, tampoco comprende el papel del Estado y del gasto público. Según la ortodoxia dominante las crisis económicas, y la existencia de ciclos económicos, son consecuencia de shocks exógenos inevitables, y por lo tanto minimizan el papel del Estado.
Sin embargo la teoría de ciclos demuestra lo contrario, éstos son endógenos, asociados al comportamiento intrínseco del capitalismo, y que por lo tanto deben ser suavizados y humanizados por un mayor papel supervisor del Estado.
En este contexto, mientras que la ortodoxia dominante considera que el gato público es ineficiente (por cierto, ¿es posible una mayor ineficiencia que el comportamiento de bancos comerciales, bancos de inversión, cajas de ahorro, empresas inmobiliarias, y familias en los últimos 10 años?), y que el aumento del déficit público vía gasto no genera actividad, ya que los agentes económicos racionalmente ahorrarán para pagar los mayores impuestos futuros. Además el incremento del gasto público aumenta los tipos de interés por el efecto expulsión que ejerce sobre la inversión privada.
De nuevo la evidencia empírica invalida tales argumentos: por un lado, los tipos de interés dependen básicamente del tipo de referencia fijado por el banco central (véase experiencia japonesa para entenderlo: deuda pública por encima del 200% del PIB, y tipos de interés del 0%), y, por otro, vía demanda efectiva, el gasto público tiene un impacto favorable sobre los beneficios de las empresas.
Es indudable que el aumento exponencial del déficit público y deuda pública no es sostenible. Sin embargo, la mejora del déficit no debe hacerse a través de un descenso del gasto en infraestructuras, sino vía un mayor incremento de ingresos, es decir, aumentando impuestos.
Las sociedades occidentales más endeudadas son aquellas donde se ha producido un descenso de impuestos más impúdico y vergonzante bajo el criterio de que menos impuestos generan más actividad y bienestar.
Las bajadas de impuestos sólo han servido para hinchar más la burbuja o inflación de activos a nivel global, sin generar actividad adicional en la economía real, contribuyendo a aumentarmás la brecha entre los grupos de mayor y menor renta, es decir, entre ricos y pobres. Basta ya de hipocresías, busquemos un menor déficit público, manteniendo e incrementando el gasto en infraestructuras, y aumentando los impuestos, especialmente los de capital.
Juan Laborda, profesor del IEB.
La economía española, al igual que gran parte de los países occidentales, presenta unos niveles de endeudamiento privado insostenibles (a cierre de 2009 364% del PIB al que hay que añadir el 62% de la deuda pública). Dicho endeudamiento se apoyaba y retroalimentaba a través de un crecimiento de la riqueza, especialmente inmobiliaria, muy por encima del crecimiento del PIB.
He aquí el primero de los serios problemas a los que se enfrentaba la economía y que la mayoría de economistas fue incapaz de percibir su impacto: la riqueza neta de una economía respecto al PIB es constante en el medio y largo plazo, es decir, si la riqueza neta creció muy por encima del PIB, dicho ratio (riqueza neta/PIB) revertirá a la media vía una fuerte caída del precio de los activos financieros e inmobiliarios. Es lo que está ocurriendo.
Pero además, cuando el precio del colateral cae, los niveles de endeudamiento en torno a ese colateral o activo son insostenibles, y el balance de las familias, empresas, y entidades financieras presenta problemas de solvencia. He aquí el segundo de los problemas: la inestabilidad financiera, y la inutilidad de los balances o de las cuentas de resultados para detectar problemas de sobre endeudamiento.
Como consecuencia del descenso del colateral, y los elevados niveles de endeudamiento, las familias disminuyen el consumo y recuperan ahorro, las empresas no financieras no invierten, destruyen capital ya instalado, y despiden a trabajadores. En este contexto, tras períodos de extrema laxitud y propensión al riesgo, las entidades financieras cortan el grifo del crédito, cuando más falta hace, especialmente en un contexto de incremento de la mora, y tratan de recapitalizarse en un período de mayor aversión al riesgo y cierre de mercado de capitales.
Impulso del gasto público
En este escenario, el gasto público como motor de la economía es vital, especialmente el gasto en infraestructuras que presente tres cualidades fundamentales: incrementaría el PIB potencial futuro de la economía, aumentaría el crecimiento económico actual, y compensaría parte de la destrucción de empleo de un sector privado en desapalancamiento.
Desde un punto de vista contable, se debería permitir computar como gasto público sólo la amortización del gasto en infraestructuras, lo que se conoce como método alemán. Al igual que la ortodoxia económica no ha entendido la naturaleza endógena de la actual crisis económica sistémica, tampoco comprende el papel del Estado y del gasto público. Según la ortodoxia dominante las crisis económicas, y la existencia de ciclos económicos, son consecuencia de shocks exógenos inevitables, y por lo tanto minimizan el papel del Estado.
Sin embargo la teoría de ciclos demuestra lo contrario, éstos son endógenos, asociados al comportamiento intrínseco del capitalismo, y que por lo tanto deben ser suavizados y humanizados por un mayor papel supervisor del Estado.
En este contexto, mientras que la ortodoxia dominante considera que el gato público es ineficiente (por cierto, ¿es posible una mayor ineficiencia que el comportamiento de bancos comerciales, bancos de inversión, cajas de ahorro, empresas inmobiliarias, y familias en los últimos 10 años?), y que el aumento del déficit público vía gasto no genera actividad, ya que los agentes económicos racionalmente ahorrarán para pagar los mayores impuestos futuros. Además el incremento del gasto público aumenta los tipos de interés por el efecto expulsión que ejerce sobre la inversión privada.
De nuevo la evidencia empírica invalida tales argumentos: por un lado, los tipos de interés dependen básicamente del tipo de referencia fijado por el banco central (véase experiencia japonesa para entenderlo: deuda pública por encima del 200% del PIB, y tipos de interés del 0%), y, por otro, vía demanda efectiva, el gasto público tiene un impacto favorable sobre los beneficios de las empresas.
Es indudable que el aumento exponencial del déficit público y deuda pública no es sostenible. Sin embargo, la mejora del déficit no debe hacerse a través de un descenso del gasto en infraestructuras, sino vía un mayor incremento de ingresos, es decir, aumentando impuestos.
Las sociedades occidentales más endeudadas son aquellas donde se ha producido un descenso de impuestos más impúdico y vergonzante bajo el criterio de que menos impuestos generan más actividad y bienestar.
Las bajadas de impuestos sólo han servido para hinchar más la burbuja o inflación de activos a nivel global, sin generar actividad adicional en la economía real, contribuyendo a aumentarmás la brecha entre los grupos de mayor y menor renta, es decir, entre ricos y pobres. Basta ya de hipocresías, busquemos un menor déficit público, manteniendo e incrementando el gasto en infraestructuras, y aumentando los impuestos, especialmente los de capital.
Juan Laborda, profesor del IEB.
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