Tintero económico
Alejandro Villagómez El Universal
“…También la economía entró en una grave crisis coyuntural, que vino a sumarse a las debilidades estructurales, como su dependencia del exterior, las disparidades regionales y sectoriales, y la concentración de los beneficios en muy pocas personas. Sucedió que…hubo una crisis internacional que provocó la reducción de las exportaciones mexicanas… Para colmo, los préstamos bancarios se restringieron. Por lo tanto, sin mercado ni insumos ni créditos, los industriales disminuyeron su producción, lo que los obligó a hacer reducciones salariales o recortes de personal, tanto de empleados como de obreros…
En resumen, la crisis económica golpeó los dos escenarios, industrial y rural, y afectó a todas las clases sociales. Más aún, el declive de la actividad económica afectó los ingresos del gobierno, pues disminuyeron los cobros por….derechos de exportación y los impuestos que se aplicaban…El gobierno…respondió con dos estrategias a la reducción de sus ingresos: congeló los salarios y las nuevas contrataciones de burócratas y buscó aumentar algunos impuestos, medida que resultó, como era previsible, muy impopular. Para colmo, dado que la crisis económica tenía carácter internacional, regresaron al país muchos braceros que perdieron sus empleos en Estados Unidos, pero como la situación económica nacional no permitía integrarlos al mundo laboral mexicano, vinieron a aumentar las presiones sociales y políticas que planteaban los desempleados del país…”
Este texto no está tomado de algún periódico o revista de circulación reciente, sino que lo he reproducido de un magnífico e interesante texto del historiador Javier Garciadiego, El Porfiriato (1876 – 1911), que forma parte del libro Historia de México, FCE, recientemente publicado a propósito de estos festejos. Estos párrafos, que edité para eliminar nombres, fechas y algunos datos relevantes a la época, narran la situación económica del país a unos meses del Centenario de la Independencia, en 1910.
Son sorprendentes las similitudes en la descripción de ese entorno económico con los tiempos recientes, a cien años. Con algunos cambios y precisiones, algunos menores (ojo, yo sólo eliminé algunas frases y no agregué nada), Javier estaría perfectamente realizando una crónica de la situación económica del país a poco tiempo de celebrar los segundos cien años de nuestra Independencia.
Es cierto, el México del 2010 no es el mismo al de 1910 y hay que reconocer las transformaciones importantes que ha sufrido su estructura económica. Pero esto no excluye el deber moral y académico de reconocer también, de manera crítica, aquellos elementos que parecieran acercarnos más a 1910. En estos cien años, nuestro crecimiento y desarrollo han sido muy disparejos. En el agregado baste comparar los años de crecimiento sostenido durante la fase del desarrollo estabilizador en los sesentas con la década pérdida de los ochentas, cuando el crecimiento promedio fue nulo. Pero estas divergencias se acentúan a nivel sectorial y regional. En el México actual coexisten zonas de alto desarrollo como el DF o Nuevo León, con regiones que mantienen un atraso sorprendente en Oaxaca o Chiapas, lo que sugiere la persistencia de la polarización.
Sin embargo, si el objetivo último del avance económico en una sociedad es lograr una mejoría sostenida de los niveles de bienestar de su población, en el sentido más amplio, entonces éste elemento puede ser un buen criterio para valorar lo que ha sucedido en los últimos cien años. Considerando la ya célebre frase “la Revolución nos ha hecho justicia”, después de estos cien años los resultados son muy desiguales. Se estiman actualmente 106 millones de mexicanos, de los cuales más de 50 millones son reconocidos oficialmente como pobres. Pero para aquellos que se encuentran en pobreza extrema, la distancia relativa entre las condiciones existentes en 1910 y las actuales no es sustancial, y hablo en términos relativos considerando cien años de distancia. En este caso es claro que la revolución les ha quedado a deber. Pero si volteamos al otro extremo, nos encontramos con que estos millones de mexicanos pobres coexisten con un reducido grupo, algunos de los cuales son miembros distinguidos del “listado Forbes”, para quienes los frutos del progreso en estos últimos cien años han sido más que abundantes. Para ponerlo de otra forma en un comparativo acotado geográficamente: la coexistencia de la modernidad ejemplificada por Sta. Fe y el lacerante rezago y marginación aún existente en Chalco.
No me importa la creencia política, ideológica o el paradigma económico que se defienda. Esto que describo son simplemente hechos conocidos por todos. Es una realidad que vivimos todos los mexicanos, los de arriba y los de abajo, y es una realidad que debe ser considerada seriamente en el análisis y evaluación de los resultados en los últimos cien años. La historia es muy útil para recordarnos esto, sobre todo aquella crítica y objetiva, por lo que hay que conocerla y repasarla con mucho cuidado. Pero más importante es voltear para el otro lado, y pensar y decidir qué queremos para los próximos cien años.
“…También la economía entró en una grave crisis coyuntural, que vino a sumarse a las debilidades estructurales, como su dependencia del exterior, las disparidades regionales y sectoriales, y la concentración de los beneficios en muy pocas personas. Sucedió que…hubo una crisis internacional que provocó la reducción de las exportaciones mexicanas… Para colmo, los préstamos bancarios se restringieron. Por lo tanto, sin mercado ni insumos ni créditos, los industriales disminuyeron su producción, lo que los obligó a hacer reducciones salariales o recortes de personal, tanto de empleados como de obreros…
En resumen, la crisis económica golpeó los dos escenarios, industrial y rural, y afectó a todas las clases sociales. Más aún, el declive de la actividad económica afectó los ingresos del gobierno, pues disminuyeron los cobros por….derechos de exportación y los impuestos que se aplicaban…El gobierno…respondió con dos estrategias a la reducción de sus ingresos: congeló los salarios y las nuevas contrataciones de burócratas y buscó aumentar algunos impuestos, medida que resultó, como era previsible, muy impopular. Para colmo, dado que la crisis económica tenía carácter internacional, regresaron al país muchos braceros que perdieron sus empleos en Estados Unidos, pero como la situación económica nacional no permitía integrarlos al mundo laboral mexicano, vinieron a aumentar las presiones sociales y políticas que planteaban los desempleados del país…”
Este texto no está tomado de algún periódico o revista de circulación reciente, sino que lo he reproducido de un magnífico e interesante texto del historiador Javier Garciadiego, El Porfiriato (1876 – 1911), que forma parte del libro Historia de México, FCE, recientemente publicado a propósito de estos festejos. Estos párrafos, que edité para eliminar nombres, fechas y algunos datos relevantes a la época, narran la situación económica del país a unos meses del Centenario de la Independencia, en 1910.
Son sorprendentes las similitudes en la descripción de ese entorno económico con los tiempos recientes, a cien años. Con algunos cambios y precisiones, algunos menores (ojo, yo sólo eliminé algunas frases y no agregué nada), Javier estaría perfectamente realizando una crónica de la situación económica del país a poco tiempo de celebrar los segundos cien años de nuestra Independencia.
Es cierto, el México del 2010 no es el mismo al de 1910 y hay que reconocer las transformaciones importantes que ha sufrido su estructura económica. Pero esto no excluye el deber moral y académico de reconocer también, de manera crítica, aquellos elementos que parecieran acercarnos más a 1910. En estos cien años, nuestro crecimiento y desarrollo han sido muy disparejos. En el agregado baste comparar los años de crecimiento sostenido durante la fase del desarrollo estabilizador en los sesentas con la década pérdida de los ochentas, cuando el crecimiento promedio fue nulo. Pero estas divergencias se acentúan a nivel sectorial y regional. En el México actual coexisten zonas de alto desarrollo como el DF o Nuevo León, con regiones que mantienen un atraso sorprendente en Oaxaca o Chiapas, lo que sugiere la persistencia de la polarización.
Sin embargo, si el objetivo último del avance económico en una sociedad es lograr una mejoría sostenida de los niveles de bienestar de su población, en el sentido más amplio, entonces éste elemento puede ser un buen criterio para valorar lo que ha sucedido en los últimos cien años. Considerando la ya célebre frase “la Revolución nos ha hecho justicia”, después de estos cien años los resultados son muy desiguales. Se estiman actualmente 106 millones de mexicanos, de los cuales más de 50 millones son reconocidos oficialmente como pobres. Pero para aquellos que se encuentran en pobreza extrema, la distancia relativa entre las condiciones existentes en 1910 y las actuales no es sustancial, y hablo en términos relativos considerando cien años de distancia. En este caso es claro que la revolución les ha quedado a deber. Pero si volteamos al otro extremo, nos encontramos con que estos millones de mexicanos pobres coexisten con un reducido grupo, algunos de los cuales son miembros distinguidos del “listado Forbes”, para quienes los frutos del progreso en estos últimos cien años han sido más que abundantes. Para ponerlo de otra forma en un comparativo acotado geográficamente: la coexistencia de la modernidad ejemplificada por Sta. Fe y el lacerante rezago y marginación aún existente en Chalco.
No me importa la creencia política, ideológica o el paradigma económico que se defienda. Esto que describo son simplemente hechos conocidos por todos. Es una realidad que vivimos todos los mexicanos, los de arriba y los de abajo, y es una realidad que debe ser considerada seriamente en el análisis y evaluación de los resultados en los últimos cien años. La historia es muy útil para recordarnos esto, sobre todo aquella crítica y objetiva, por lo que hay que conocerla y repasarla con mucho cuidado. Pero más importante es voltear para el otro lado, y pensar y decidir qué queremos para los próximos cien años.
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