viernes, 6 de agosto de 2010

TODOS SOMOS WALL STREET

Irma Eréndira Sandoval / El Universal
Ni la reforma financiera de Obama presentada con grandilocuencia como "la mayor desde la Gran Depresión", ni la calderonista, copia de mala calidad que el 28 de julio decretara la creación de un Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero (CESF), constituyen esfuerzos reguladores verdaderos o afrentas auténticas a los poderes fácticos.
Los defensores de la reforma de EU, impulsada por los senadores Christopher Dodd y Barney Frank, aplauden que la ley obligue a los bancos a mantener más capital en sus reservas para reducir sus niveles de apalancamiento. Celebran también que centralice y limite la comercialización de los famosos derivados y que, a partir de ahora, permita al gobierno intervenir en las empresas financieras arruinadas, tal como ha ocurrido con los bancos. La reforma también crea dos nuevas oficinas gubernamentales: un consejo de reguladores federales y una agencia de protección a los usuarios de la banca.
Pero estas importantes innovaciones se quedan cortas a la hora de detener las prácticas especulativas que generaron el reciente desastre financiero y dejan incólume el verdadero poderío de los bancos: la estructura oligopólica que permite la existencia de vastos conglomerados financieros. Los cabilderos de Wall Street invirtieron 600 millones de dólares en una campaña de edulcoración de la propuesta inicial. Su triunfo principal se refleja en haber dejado intacta esta exagerada obesidad financiera y en la sujeción de las nuevas agencias reguladoras a los intereses del capital financiero. El consejo de reguladores federales lo encabezará el secretario del Tesoro y la oficina de protección a los usuarios de la banca dependerá de la Reserva Federal. Así, la nueva arquitectura institucional se nutrirá de los burócratas de siempre a quienes la reciente crisis bancaria pasó frente a ellos sin que hicieran nada.
No es por ello gratuito que Obama declaró que “en el fondo, estas reformas buscan no sólo lo mejor para el país, sino lo mejor para el sector financiero” (The New York Times, 22/07/2010), lo cual quedó también resumido en su “todos somos Wall Street”: “Al final no hay línea divisoria entre Wall Street y Main Street (los financieros y los ciudadanos), caemos o prosperamos juntos, como una sola nación". Al parecer el presidente de EU no tiene interés en confrontarse con los patrocinadores de sus próximas batallas electorales.
Imitando de forma burda los esfuerzos reformistas de Obama, los burócratas financieros mexicanos ya se aprestan a impulsar una “regulación a la mexicana” a través del CESF, antidemocráticamente decretado en días pasados por Calderón. Esta instancia pretende articular y blindar la política financiera del gobierno federal. Será presidida por el secretario de Hacienda y se conformará de instituciones que no precisamente gozan del mayor prestigio o confianza entre los ciudadanos: la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas, la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro y el Instituto para la Protección del Ahorro Bancario.
Los mismos integrantes de la alta burocracia financiera no se han puesto de acuerdo en lo que realmente se busca con este nuevo invento. Por ejemplo, el secretario de Hacienda simultáneamente enfatiza que el CESF se inscribe en el esfuerzo gubernamental por "reforzar nuestro marco de regulación y supervisión frente a amenazas inherentes a los sistemas financieros modernos" y también clarifica que "esta iniciativa de ningún modo supone una regulación adicional a las instituciones financieras que pueda incidir en su eficiencia".
¿En qué quedamos, señor secretario? ¿Sí o no a la regulación? Todo parece indicar que, más que reencauzar el desarrollo nacional, lo que el gobierno busca es quedar bien con los de fuera y simular un activismo estatal inexistente con los de dentro.
Ni la reforma de Obama ni la ocurrencia de Calderón atacan el problema de raíz. Les ha faltado voluntad política para frenar de tajo la desmedida acumulación de capital y los riesgos asociados que se anidan en la médula misma de la estructura del sistema financiero. La prevalencia del capital financiero y la especulación sobre el capital productivo y el crecimiento condena a millones de trabajadores al desempleo, la pobreza y la exclusión social. Frente al "todos somos Wall Street" de Obama y a la indolencia e inmovilidad calderonista, la esperanza está en el desarrollo de propuestas de auténtica regulación desde una perspectiva democratizadora.
Coordinadora del Laboratorio de Documentación y Análisis de la Corrupción y la Transparencia de la UNAM.

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