Emilio Rabasa Gamboa / El Universal
Para la inmensa mayoría de los mexicanos, vivir en medio de una crisis económica ha llegado a ser algo cotidiano. Quien tenga memoria hacia atrás de 1976 recordará que el término “crisis” no era un vocablo tan frecuentemente usado en el discurso político y financiero. A partir de esa fecha, y en cada sexenio, su uso se hizo recurrente.
La crisis económica, cuyos efectos todavía padecemos, tuvo, tanto en Estados Unidos como en México, un origen claramente identificable en la desconfianza. Tras el desplome del mercado hipotecario en Estados Unidos, los capitales especulativos perdieron credibilidad y se desinflaron rápidamente, algo que ya habían predicho expertos como Joseph Stiglitz, quien, además de ser premio Nobel de Economía y trabajar para el Banco Mundial, descalificaran tanto Carstens como Cordero, recomendándole “se ponga a leer un poquito más de México” (EL UNIVERSAL, 19-XI-2009). Por mi parte les recomendaría a ambos que leyeran el último libro de Stiglitz, Caída libre, de Editorial Taurus, 2010, sin coma de desperdicio, para que entiendan lo que pasó y por qué pasó lo que pasó.
En forma breve, a una crisis hipotecaria siguió una financiera, ambas, consecuencia de la desregulación que materializaron tanto Greenspan en el FMI, como Rubin en el Tesoro estadounidense. La estrategia desreguladora generó el marco perfecto para crecer mediante acumulación de deuda que fomentaba el consumo, la peor forma de crecimiento, hasta que la burbuja estalló —como bien explica Stiglitz— arrasando con todo: bancos, intermediarios, hipotecarias, inmobiliarias, calificadoras, inversionistas y, por supuesto, los consumidores. La desconfianza se había generalizado, incluso más allá del ámbito de las finanzas para inundar la arena política, con lo que el inmaculado mercado tuvo que pedir al gobierno, cuya intervención siempre había detestado que lo salvara, y así fue. El desdeño y el desprecio convertido en súplica.
Dejando aparte los anuncios triunfalistas de que “ahora sí” tocamos fondo y que la economía empezará a repuntar, veamos qué nos dicen algunas prospectivas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) al respecto.
En su informe World Economic Situation and Prospects 2010, el equipo de especialistas del organismo revisa el impacto de la crisis económica mundial en los indicadores macro. Según dicho informe, la recuperación económica comenzará a finales de 2010 y principios de 2011, y el empleo crecerá muy lentamente. La panorámica es poco alentadora a corto y mediano plazos, pues aún en las economías desarrolladas, el consumo y la demanda también disminuyen a causa de la falta de empleo, y su reversión no se dará de la noche a la mañana, afectando con ello a las economías subdesarrolladas y dependientes.
Según la ONU, la inflación se mantendrá baja, lo que quiere decir, en parte, que las políticas económicas (en especial de los bancos centrales de cada país) seguirán privilegiando la estabilidad de las variables macroeconómicas, tal como se ha hecho en México las últimas dos décadas. Muy bien, sólo que al igual que antes de la crisis, sigue sin haber el crecimiento que el país requiere para absorber la mano de obra que debe soportar todo tipo de humillaciones y vejaciones, como la de la Ley de Arizona, para encontrar el empleo del otro lado de la frontera norte, que en su patria no tiene.
La crisis del 2008 comenzó como una crisis de confianza y así ha continuado. Como prueba de ello, para el INEGI, el índice de confianza del consumidor registra una pérdida de 30% desde el final del sexenio pasado hasta mayo del 2010. Esto impacta directamente el ciclo económico al disminuir el consumo y, desde luego, en el crecimiento y en los bolsillos de todos.
De acuerdo con la ONU, las expectativas de crecimiento en el Producto Mundial Bruto para el 2010 cayeron 2.2%, quedando muy por debajo del potencial mundial para generar más bienes y servicios. Esto es también una muestra de que, efectivamente, la confianza no se ha recuperado.
La historia nos ha enseñado que las crisis económicas van de la mano con las crisis de confianza. No merecemos un fin de sexenio con crisis económica. Sin embargo, si no existe confianza en el que vende, en el que presta, en el que compra, en el que toma prestado y en el que regula, difícilmente lograremos revertir los efectos del retroceso económico en el que vivimos. Menuda paradoja: ¿cómo recuperar la confianza?
Investigador del IIJ de la UNAM
Para la inmensa mayoría de los mexicanos, vivir en medio de una crisis económica ha llegado a ser algo cotidiano. Quien tenga memoria hacia atrás de 1976 recordará que el término “crisis” no era un vocablo tan frecuentemente usado en el discurso político y financiero. A partir de esa fecha, y en cada sexenio, su uso se hizo recurrente.
La crisis económica, cuyos efectos todavía padecemos, tuvo, tanto en Estados Unidos como en México, un origen claramente identificable en la desconfianza. Tras el desplome del mercado hipotecario en Estados Unidos, los capitales especulativos perdieron credibilidad y se desinflaron rápidamente, algo que ya habían predicho expertos como Joseph Stiglitz, quien, además de ser premio Nobel de Economía y trabajar para el Banco Mundial, descalificaran tanto Carstens como Cordero, recomendándole “se ponga a leer un poquito más de México” (EL UNIVERSAL, 19-XI-2009). Por mi parte les recomendaría a ambos que leyeran el último libro de Stiglitz, Caída libre, de Editorial Taurus, 2010, sin coma de desperdicio, para que entiendan lo que pasó y por qué pasó lo que pasó.
En forma breve, a una crisis hipotecaria siguió una financiera, ambas, consecuencia de la desregulación que materializaron tanto Greenspan en el FMI, como Rubin en el Tesoro estadounidense. La estrategia desreguladora generó el marco perfecto para crecer mediante acumulación de deuda que fomentaba el consumo, la peor forma de crecimiento, hasta que la burbuja estalló —como bien explica Stiglitz— arrasando con todo: bancos, intermediarios, hipotecarias, inmobiliarias, calificadoras, inversionistas y, por supuesto, los consumidores. La desconfianza se había generalizado, incluso más allá del ámbito de las finanzas para inundar la arena política, con lo que el inmaculado mercado tuvo que pedir al gobierno, cuya intervención siempre había detestado que lo salvara, y así fue. El desdeño y el desprecio convertido en súplica.
Dejando aparte los anuncios triunfalistas de que “ahora sí” tocamos fondo y que la economía empezará a repuntar, veamos qué nos dicen algunas prospectivas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) al respecto.
En su informe World Economic Situation and Prospects 2010, el equipo de especialistas del organismo revisa el impacto de la crisis económica mundial en los indicadores macro. Según dicho informe, la recuperación económica comenzará a finales de 2010 y principios de 2011, y el empleo crecerá muy lentamente. La panorámica es poco alentadora a corto y mediano plazos, pues aún en las economías desarrolladas, el consumo y la demanda también disminuyen a causa de la falta de empleo, y su reversión no se dará de la noche a la mañana, afectando con ello a las economías subdesarrolladas y dependientes.
Según la ONU, la inflación se mantendrá baja, lo que quiere decir, en parte, que las políticas económicas (en especial de los bancos centrales de cada país) seguirán privilegiando la estabilidad de las variables macroeconómicas, tal como se ha hecho en México las últimas dos décadas. Muy bien, sólo que al igual que antes de la crisis, sigue sin haber el crecimiento que el país requiere para absorber la mano de obra que debe soportar todo tipo de humillaciones y vejaciones, como la de la Ley de Arizona, para encontrar el empleo del otro lado de la frontera norte, que en su patria no tiene.
La crisis del 2008 comenzó como una crisis de confianza y así ha continuado. Como prueba de ello, para el INEGI, el índice de confianza del consumidor registra una pérdida de 30% desde el final del sexenio pasado hasta mayo del 2010. Esto impacta directamente el ciclo económico al disminuir el consumo y, desde luego, en el crecimiento y en los bolsillos de todos.
De acuerdo con la ONU, las expectativas de crecimiento en el Producto Mundial Bruto para el 2010 cayeron 2.2%, quedando muy por debajo del potencial mundial para generar más bienes y servicios. Esto es también una muestra de que, efectivamente, la confianza no se ha recuperado.
La historia nos ha enseñado que las crisis económicas van de la mano con las crisis de confianza. No merecemos un fin de sexenio con crisis económica. Sin embargo, si no existe confianza en el que vende, en el que presta, en el que compra, en el que toma prestado y en el que regula, difícilmente lograremos revertir los efectos del retroceso económico en el que vivimos. Menuda paradoja: ¿cómo recuperar la confianza?
Investigador del IIJ de la UNAM
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