Me preocupa que nuestra élite gobernante permita que la caída del empleo continúe
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Empiezan a darme mala espina las perspectivas para los trabajadores estadounidenses, pero no por los motivos que se imaginan, o al menos no del todo.
Sí, el crecimiento está ralentizándose, y es probable que en los próximos meses el paro aumente en vez de caer. Eso es malo. Pero lo peor son las pruebas cada vez más numerosas de que a nuestra élite gobernante no le importa, que el nivel de precariedad económica en su día impensable está convirtiéndose en la nueva normalidad.
Y me preocupa que quienes ocupan el poder, en lugar de responsabilizarse de la creación de empleo, declaren en breve que el elevado desempleo es estructural, un elemento permanente del paisaje económico, y que, al condenar a gran cantidad de estadounidenses a un paro a largo plazo, conviertan esa excusa en una triste realidad.
No hace mucho, cualquiera que pronosticase que uno de cada seis trabajadores estadounidenses estaría pronto en el paro o subempleado, y que el parado medio llevaría sin trabajo 35 semanas, habría sido tachado de peregrinamente pesimista, en parte porque, si ocurriera algo parecido, los políticos moverían todos los hilos para generar empleo.
Pero ahora ha ocurrido, ¿y qué vemos?
En primer lugar, vemos al Congreso cruzado de brazos, y a republicanos y demócratas conservadores negándose a gastar nada para crear puestos de trabajo y poco dispuestos incluso a mitigar el sufrimiento de los parados.
Nos dicen que no podemos permitirnos ayudar a los desempleados, que debemos reducir el déficit presupuestario de inmediato o los vigilantes de bonos pondrán por las nubes los costes de los préstamos en EE UU. Algunos hemos intentado señalar que esos vigilantes de bonos son, que se sepa, producto de la imaginación de los halcones del déficit; lejos de huir de la deuda estadounidense, los inversores la han comprado con avidez, bajando los tipos de interés a niveles históricos. Pero los pájaros de mal agüero no se inmutan: luchar contra el déficit, insisten, debe tener prioridad sobre todo lo demás; es decir, todo excepto las rebajas fiscales para los ricos, que deben ampliarse, por muchos números rojos que generen.
La cuestión es que a gran parte del Congreso -lo bastante numerosa como para bloquear cualquier medida para crear empleo- le preocupa mucho los impuestos del 1% más rico de la población, pero muy poco la apremiante situación de los estadounidenses que no encuentran trabajo.
Y si el Congreso no actúa, ¿qué pasa con la Reserva Federal? Al fin y al cabo, se supone que esta persigue dos objetivos: el pleno empleo y la estabilidad de los precios, definida normalmente como un índice de inflación en torno al 2%. Puesto que el desempleo es muy elevado y la inflación está muy por debajo de su objetivo, cabría esperar que la Reserva tomara medidas agresivas para impulsar la economía, pero no lo está haciendo.
Es cierto que la Reserva ya ha pisado el acelerador a fondo en un aspecto: los tipos de interés a corto plazo, su herramienta política habitual, rondan el cero. Aun así, Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, nos ha asegurado que tiene otras opciones, como conservar valores con respaldo hipotecario y la promesa de mantener bajos los tipos a corto plazo. Y un amplio número de estudios indica que la Reserva podría dar un empujón a la economía comprometiéndose a mantener la inflación por encima del 2%.
Pero la Reserva no ha hecho nada de eso. Por el contrario, algunas autoridades están redefiniendo a la baja el éxito.
Por ejemplo, la semana pasada, Richard Fisher, presidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas, sostenía que el organismo no es responsable de la debilidad de la economía, que atribuía a la incertidumbre de las empresas respecto a las normativas futuras, una idea popular en círculos conservadores pero que choca de bruces con la realidad. Efectivamente, su manera de responder al hecho de que la Reserva no haya alcanzado una de sus dos metas principales ha sido quitar uno de los palos de la portería.
Luego quitó el otro palo, al establecer que el objetivo de la Reserva no es una inflación en torno al 2%, sino "mantener la inflación extremadamente baja y estable".
En resumen, todo va bien. Y yo presiento -al haber visto ya esta película en Japón- que cuando los precios empiecen a caer, si es que caen, cuando la inflación por debajo de su objetivo se convierta en deflación, algunas autoridades de la Reserva dirán que eso también está bien.
¿Adónde nos lleva este camino? Esto es lo que yo considero más probable: dentro de dos años, el desempleo será extremadamente elevado, muy posiblemente más que ahora. Pero, en lugar de responsabilizarse de resolver la situación, políticos y autoridades de la Reserva declararán que el alto desempleo es estructural y que está más allá de su control. Y, como decía, puede que con el tiempo estas excusas se conviertan en una profecía que acaba cumpliéndose, ya que los parados pierden sus cualificaciones y sus conexiones con la población activa y son más difíciles de contratar.
Me gustaría creer que la indignación ciudadana impedirá este desenlace. Pero, aunque los estadounidenses desde luego están enojados, su enfado no va dirigido a nadie en particular. Y por eso me preocupa que nuestra élite gobernante, a la cual no le interesan demasiado los parados, permita que la caída del empleo continúe. -
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2010 New York Times News Service. Traducción de News Clips.
Empiezan a darme mala espina las perspectivas para los trabajadores estadounidenses, pero no por los motivos que se imaginan, o al menos no del todo.
Sí, el crecimiento está ralentizándose, y es probable que en los próximos meses el paro aumente en vez de caer. Eso es malo. Pero lo peor son las pruebas cada vez más numerosas de que a nuestra élite gobernante no le importa, que el nivel de precariedad económica en su día impensable está convirtiéndose en la nueva normalidad.
Y me preocupa que quienes ocupan el poder, en lugar de responsabilizarse de la creación de empleo, declaren en breve que el elevado desempleo es estructural, un elemento permanente del paisaje económico, y que, al condenar a gran cantidad de estadounidenses a un paro a largo plazo, conviertan esa excusa en una triste realidad.
No hace mucho, cualquiera que pronosticase que uno de cada seis trabajadores estadounidenses estaría pronto en el paro o subempleado, y que el parado medio llevaría sin trabajo 35 semanas, habría sido tachado de peregrinamente pesimista, en parte porque, si ocurriera algo parecido, los políticos moverían todos los hilos para generar empleo.
Pero ahora ha ocurrido, ¿y qué vemos?
En primer lugar, vemos al Congreso cruzado de brazos, y a republicanos y demócratas conservadores negándose a gastar nada para crear puestos de trabajo y poco dispuestos incluso a mitigar el sufrimiento de los parados.
Nos dicen que no podemos permitirnos ayudar a los desempleados, que debemos reducir el déficit presupuestario de inmediato o los vigilantes de bonos pondrán por las nubes los costes de los préstamos en EE UU. Algunos hemos intentado señalar que esos vigilantes de bonos son, que se sepa, producto de la imaginación de los halcones del déficit; lejos de huir de la deuda estadounidense, los inversores la han comprado con avidez, bajando los tipos de interés a niveles históricos. Pero los pájaros de mal agüero no se inmutan: luchar contra el déficit, insisten, debe tener prioridad sobre todo lo demás; es decir, todo excepto las rebajas fiscales para los ricos, que deben ampliarse, por muchos números rojos que generen.
La cuestión es que a gran parte del Congreso -lo bastante numerosa como para bloquear cualquier medida para crear empleo- le preocupa mucho los impuestos del 1% más rico de la población, pero muy poco la apremiante situación de los estadounidenses que no encuentran trabajo.
Y si el Congreso no actúa, ¿qué pasa con la Reserva Federal? Al fin y al cabo, se supone que esta persigue dos objetivos: el pleno empleo y la estabilidad de los precios, definida normalmente como un índice de inflación en torno al 2%. Puesto que el desempleo es muy elevado y la inflación está muy por debajo de su objetivo, cabría esperar que la Reserva tomara medidas agresivas para impulsar la economía, pero no lo está haciendo.
Es cierto que la Reserva ya ha pisado el acelerador a fondo en un aspecto: los tipos de interés a corto plazo, su herramienta política habitual, rondan el cero. Aun así, Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, nos ha asegurado que tiene otras opciones, como conservar valores con respaldo hipotecario y la promesa de mantener bajos los tipos a corto plazo. Y un amplio número de estudios indica que la Reserva podría dar un empujón a la economía comprometiéndose a mantener la inflación por encima del 2%.
Pero la Reserva no ha hecho nada de eso. Por el contrario, algunas autoridades están redefiniendo a la baja el éxito.
Por ejemplo, la semana pasada, Richard Fisher, presidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas, sostenía que el organismo no es responsable de la debilidad de la economía, que atribuía a la incertidumbre de las empresas respecto a las normativas futuras, una idea popular en círculos conservadores pero que choca de bruces con la realidad. Efectivamente, su manera de responder al hecho de que la Reserva no haya alcanzado una de sus dos metas principales ha sido quitar uno de los palos de la portería.
Luego quitó el otro palo, al establecer que el objetivo de la Reserva no es una inflación en torno al 2%, sino "mantener la inflación extremadamente baja y estable".
En resumen, todo va bien. Y yo presiento -al haber visto ya esta película en Japón- que cuando los precios empiecen a caer, si es que caen, cuando la inflación por debajo de su objetivo se convierta en deflación, algunas autoridades de la Reserva dirán que eso también está bien.
¿Adónde nos lleva este camino? Esto es lo que yo considero más probable: dentro de dos años, el desempleo será extremadamente elevado, muy posiblemente más que ahora. Pero, en lugar de responsabilizarse de resolver la situación, políticos y autoridades de la Reserva declararán que el alto desempleo es estructural y que está más allá de su control. Y, como decía, puede que con el tiempo estas excusas se conviertan en una profecía que acaba cumpliéndose, ya que los parados pierden sus cualificaciones y sus conexiones con la población activa y son más difíciles de contratar.
Me gustaría creer que la indignación ciudadana impedirá este desenlace. Pero, aunque los estadounidenses desde luego están enojados, su enfado no va dirigido a nadie en particular. Y por eso me preocupa que nuestra élite gobernante, a la cual no le interesan demasiado los parados, permita que la caída del empleo continúe. -
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2010 New York Times News Service. Traducción de News Clips.
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