Alberto Aziz Nassif / El Universal
Sin duda el mes de julio fue importante. Las elecciones locales marcaron el fin de una etapa y el inicio de otra. Durante las semanas anteriores se modificaron expectativas, se definieron fuerzas, el escenario electoral dejó resultados divididos para todos los partidos, se ajustó el gabinete y se iniciaron de forma explícita las carreras para la sucesión presidencial. En términos del calendario sexenal, hemos entrado a la fase final de este gobierno, vamos a los dos últimos años, que se anuncian muy complicados.
Cuando se ve el mes de julio de conjunto se puede apreciar en toda su complejidad la vida política del país. Durante estos días hubo prácticamente de todo, resultados electorales inesperados que ninguna encuesta previa atinó con exactitud; un reacomodo del voto ciudadano y un balance positivo en el experimento de las alianzas entre izquierdas y derechas, que lograron detener la maquinaria priísta y derrotarla en tres casos. Al mismo tiempo, en ningún momento disminuyó el clima de violencia, se contabilizan 935 ejecuciones en el mes, y 6,776 muertes violentas en el año (EL UNIVERSAL, 2/VIII/2010). Cada día se ve un panorama más desolador, un aumento de la violencia, manifestaciones que hace poco era impensables, no sólo las matanzas que parecen volverse rutinarias, sino la explosión de coches-bomba, que presentan imágenes similares entre Bagdad y Ciudad Juárez. El secuestro de periodistas y la ejecución de capos importantes. En suma, un clima de violencia que cada día crece y que no se sabe cuándo empezará a disminuir.
El gobierno de Calderón hizo nuevos ajustes en su gabinete. Se supone que con este equipo enfrentará la fase final del sexenio. Este tiempo requiere cuidar al menos dos frentes: uno es el de la gobernabilidad, que implica el arte de hacer viable una sucesión presidencial dentro de los marcos legales y cuidar que las tensiones y los enfrentamientos no rebasen la dinámica política. Se trata de un proceso complicado sobre todo por el clima de violencia. El asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas puso en jaque la relación entre el Ejecutivo y el partido tricolor, y colocó al proceso electoral en una situación delicada. Este tipo de acciones pueden aparecer agravadas en los próximos dos años, y seguramente se producirán amenazas institucionales. El otro de los frentes que habrá que cuidar en los próximos meses será nuevamente el de la economía. El anuncio de una nueva etapa recesiva o la desaceleración en el crecimiento de EU volverá a afectar la recuperación en México y alejarán los pronósticos optimistas que se hicieron hace unos meses.
Ante la interrogante de qué quiere hacer Calderón en sus dos últimos años, más bien hay que preguntarse: ¿qué puede hacer? Hay varias posibilidades: puede terminar el sexenio con sus mismas obsesiones y estrategias en materia de seguridad, puede dedicarse a construir los espacios para que su partido pueda dar la pelea en el 2012, puede hacer otra vez el planteamiento sobre la necesidad de hacer algunas reformas en el contexto de su próximo Informe de gobierno. Lo más probable es que el gobierno de Calderón siga con el discurso sobre los mismos temas de seguridad y la necesidad de reformas, pero, en realidad, lo más importante será la estrategia electoral para el 2012, lo cual tensionará la relación entre Ejecutivo y Legislativo. Finalmente, puede dedicarse a administrar el desastre del país, sin generar ninguna expectativa.
Es previsible que el PRI concentre sus esfuerzos en definir su estrategia para la sucesión presidencial, lo cual implicará que el nivel de colaboración y acuerdo con el presidente será escaso. Por su parte, la izquierda tendrá que resolver primero el dilema interno de una candidatura única, lo cual se ve, cuando menos, muy complicado.
La experiencia del sexenio pasado nos muestra que en los últimos dos años se incrementó el nivel de confrontación entre los actores políticos. No estamos en 2004, cuando se inició una pugna por el poder que llevó al país a una polarización severa; sin embargo, ahora las condiciones de certeza institucional son mucho más precarias y la estabilidad más incierta. El momento actual es más difícil que su equivalente hace seis años. Por ejemplo, si hace un año Felipe Calderón, después de perder las elecciones intermedias, pudo abrir una fugaz expectativa reformadora, ahora hay que reconocer que cualquier posibilidad de transformación legislativa entra al terreno de la incertidumbre que marcan los tiempos y las necesidades de los partidos frente a la sucesión presidencial.
Investigador del CIESAS
Sin duda el mes de julio fue importante. Las elecciones locales marcaron el fin de una etapa y el inicio de otra. Durante las semanas anteriores se modificaron expectativas, se definieron fuerzas, el escenario electoral dejó resultados divididos para todos los partidos, se ajustó el gabinete y se iniciaron de forma explícita las carreras para la sucesión presidencial. En términos del calendario sexenal, hemos entrado a la fase final de este gobierno, vamos a los dos últimos años, que se anuncian muy complicados.
Cuando se ve el mes de julio de conjunto se puede apreciar en toda su complejidad la vida política del país. Durante estos días hubo prácticamente de todo, resultados electorales inesperados que ninguna encuesta previa atinó con exactitud; un reacomodo del voto ciudadano y un balance positivo en el experimento de las alianzas entre izquierdas y derechas, que lograron detener la maquinaria priísta y derrotarla en tres casos. Al mismo tiempo, en ningún momento disminuyó el clima de violencia, se contabilizan 935 ejecuciones en el mes, y 6,776 muertes violentas en el año (EL UNIVERSAL, 2/VIII/2010). Cada día se ve un panorama más desolador, un aumento de la violencia, manifestaciones que hace poco era impensables, no sólo las matanzas que parecen volverse rutinarias, sino la explosión de coches-bomba, que presentan imágenes similares entre Bagdad y Ciudad Juárez. El secuestro de periodistas y la ejecución de capos importantes. En suma, un clima de violencia que cada día crece y que no se sabe cuándo empezará a disminuir.
El gobierno de Calderón hizo nuevos ajustes en su gabinete. Se supone que con este equipo enfrentará la fase final del sexenio. Este tiempo requiere cuidar al menos dos frentes: uno es el de la gobernabilidad, que implica el arte de hacer viable una sucesión presidencial dentro de los marcos legales y cuidar que las tensiones y los enfrentamientos no rebasen la dinámica política. Se trata de un proceso complicado sobre todo por el clima de violencia. El asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas puso en jaque la relación entre el Ejecutivo y el partido tricolor, y colocó al proceso electoral en una situación delicada. Este tipo de acciones pueden aparecer agravadas en los próximos dos años, y seguramente se producirán amenazas institucionales. El otro de los frentes que habrá que cuidar en los próximos meses será nuevamente el de la economía. El anuncio de una nueva etapa recesiva o la desaceleración en el crecimiento de EU volverá a afectar la recuperación en México y alejarán los pronósticos optimistas que se hicieron hace unos meses.
Ante la interrogante de qué quiere hacer Calderón en sus dos últimos años, más bien hay que preguntarse: ¿qué puede hacer? Hay varias posibilidades: puede terminar el sexenio con sus mismas obsesiones y estrategias en materia de seguridad, puede dedicarse a construir los espacios para que su partido pueda dar la pelea en el 2012, puede hacer otra vez el planteamiento sobre la necesidad de hacer algunas reformas en el contexto de su próximo Informe de gobierno. Lo más probable es que el gobierno de Calderón siga con el discurso sobre los mismos temas de seguridad y la necesidad de reformas, pero, en realidad, lo más importante será la estrategia electoral para el 2012, lo cual tensionará la relación entre Ejecutivo y Legislativo. Finalmente, puede dedicarse a administrar el desastre del país, sin generar ninguna expectativa.
Es previsible que el PRI concentre sus esfuerzos en definir su estrategia para la sucesión presidencial, lo cual implicará que el nivel de colaboración y acuerdo con el presidente será escaso. Por su parte, la izquierda tendrá que resolver primero el dilema interno de una candidatura única, lo cual se ve, cuando menos, muy complicado.
La experiencia del sexenio pasado nos muestra que en los últimos dos años se incrementó el nivel de confrontación entre los actores políticos. No estamos en 2004, cuando se inició una pugna por el poder que llevó al país a una polarización severa; sin embargo, ahora las condiciones de certeza institucional son mucho más precarias y la estabilidad más incierta. El momento actual es más difícil que su equivalente hace seis años. Por ejemplo, si hace un año Felipe Calderón, después de perder las elecciones intermedias, pudo abrir una fugaz expectativa reformadora, ahora hay que reconocer que cualquier posibilidad de transformación legislativa entra al terreno de la incertidumbre que marcan los tiempos y las necesidades de los partidos frente a la sucesión presidencial.
Investigador del CIESAS
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