León Bendesky / La Jornada
En un aspecto hay acuerdo entre las autoridades monetarias de México y Estados Unidos: las condiciones económicas y financieras son aún muy inciertas. A pesar de la necesidad de generar algún tipo de confianza en las acciones de los gobiernos, enfrente está la resistencia del otrora infalible mercado para sostener una recuperación digna de tal nombre.
Pero en verdad aquí sí sabemos que el desempeño de la economía depende esencialmente del ritmo y el contenido de la recuperación estadunidense. Esa circunstancia es clave para evaluar la evolución de la actividad económica nacional y definir medidas de otro corte para las políticas públicas. México destaca en este sentido por el menor espacio de maniobra que tiene hoy y los límites estructurales que muestra ya el patrón de integración norteamericano.
La expansión que jalaba el producto mexicano por la vía de las exportaciones no será suficiente, a pesar de que hoy ese rubro sigue teniendo peso, luego de haberse desplomado el año pasado. Habrá que adaptarse a un escenario de lento crecimiento.
Esa adaptación no puede ser pasiva. Pero otra forma de gestión económica parece fuera del esquema de pensamiento vigente en los círculos oficiales, sea el gobierno o los centros de poder privados. No hay cambio de esquema que les parezca posible. Ese es otro pesado lastre.
El Banco de México (BdeM) presentó el Informe trimestral de la inflación abril-junio de 2010 e insistió en las condiciones de la estabilidad de los precios. La inflación en el primer semestre del año fue de 1.39 por ciento y medida en términos anuales (de junio 2009 al mismo mes de este año) fue de 3.69 por ciento. De cada peso que tenemos se pierde un valor de 3.7 centavos; eso ocurre en una situación en que los ingresos no crecen de manera suficiente.
La Reserva Federal también reportó la gestión de su política monetaria ante el Congreso, práctica que ciertamente debería adoptarse aquí también y que encuadraría de manera política la autonomía que tiene el BdeM. El banco central estadunidense define sus medidas en un entorno de crecimiento de los precios a una tasa anual de 1.01 por ciento (la inflación la mide el Departamento del Trabajo).
A pesar de esta condición de estabilidad de los precios, el producto en Estados Unidos (que mide el Departamento de Comercio) creció en el segundo trimestre 2.4 por ciento, por debajo de la tasa de 3.7 por ciento de los primeros tres meses del año.
Es más, la revisión de los datos del crecimiento indica que durante la recesión de 2009 el producto cayó 4.1 por ciento y no 3.7 como se había anunciado de manera preliminar. Sobre esa base más reducida, no hay que olvidar que las cifras actuales están medidas sobre una base muy baja, esa economía ha crecido 3.2 por ciento en un año.
La recuperación estadunidense no esta todavía afianzada, así lo planteó Bernanke en su comparecencia de la semana pasada. Hay fuerte rezago en la creación de empleos y en el gasto de consumo de las familias que confrontan elevados niveles de endeudamiento. El sector de la construcción de viviendas sigue débil y la articulación del sistema financiero y sus estándares de solvencia aún están pendientes. La fuerza de los estímulos gubernamentales a la demanda se va agotando y la perspectiva actual es que el desenvolvimiento de la economía será lento en los próximos años (cuántos nadie puede decirlo).
En la reciente creación del Consejo de Estabilidad Financiera, por el presidente Felipe Calderón, se señalaron resultados optimistas del desempeño de la economía; ese ha sido el tenor en meses recientes. Otra vez no debe perderse de vista que las cifras que sirven de base para calcular las tasas de crecimiento de diversas variables económicas son muy bajas.
El caso es que esos resultados no parecen advertirse en la calle, es decir, entre quienes trabajan, quienes siguen desempleados y para los que los ingresos han disminuido. La estabilidad no es un fin, sino un medio para fortalecer las condiciones del crecimiento y la ocupación.
La estabilidad es relevante cuando el conjunto del sistema financiero se articula con la producción, la inversión y el gasto de consumo. Eso no está ocurriendo en la economía mexicana. De esa manera cabe preguntarse si tal Consejo para la Estabilidad Financiera agrega valor a las medidas de política económica del gobierno y a las funciones de las instituciones que lo conforman. Era de esperarse que la coordinación que fundamenta su creación se daba antes, y de no ser así algo anda mal.
En este entorno, la condición de lento crecimiento que se prevé en la economía de Estados Unidos sigue siendo el asunto clave para nosotros. Como se sabe, el aumento reciente registrado por el producto interno se ha sustentado en las exportaciones. Su límite estará en la dinámica del consumo en aquel país.
La promoción del crecimiento con un refuerzo del mercado interno no está en el centro de la política económica, y eso no va a ocurrir de un día para otro. Mientras, se debilitan los hilos que puedan crear una mayor cohesión de los sectores productivos con el empleo y el financiamiento.
En un aspecto hay acuerdo entre las autoridades monetarias de México y Estados Unidos: las condiciones económicas y financieras son aún muy inciertas. A pesar de la necesidad de generar algún tipo de confianza en las acciones de los gobiernos, enfrente está la resistencia del otrora infalible mercado para sostener una recuperación digna de tal nombre.
Pero en verdad aquí sí sabemos que el desempeño de la economía depende esencialmente del ritmo y el contenido de la recuperación estadunidense. Esa circunstancia es clave para evaluar la evolución de la actividad económica nacional y definir medidas de otro corte para las políticas públicas. México destaca en este sentido por el menor espacio de maniobra que tiene hoy y los límites estructurales que muestra ya el patrón de integración norteamericano.
La expansión que jalaba el producto mexicano por la vía de las exportaciones no será suficiente, a pesar de que hoy ese rubro sigue teniendo peso, luego de haberse desplomado el año pasado. Habrá que adaptarse a un escenario de lento crecimiento.
Esa adaptación no puede ser pasiva. Pero otra forma de gestión económica parece fuera del esquema de pensamiento vigente en los círculos oficiales, sea el gobierno o los centros de poder privados. No hay cambio de esquema que les parezca posible. Ese es otro pesado lastre.
El Banco de México (BdeM) presentó el Informe trimestral de la inflación abril-junio de 2010 e insistió en las condiciones de la estabilidad de los precios. La inflación en el primer semestre del año fue de 1.39 por ciento y medida en términos anuales (de junio 2009 al mismo mes de este año) fue de 3.69 por ciento. De cada peso que tenemos se pierde un valor de 3.7 centavos; eso ocurre en una situación en que los ingresos no crecen de manera suficiente.
La Reserva Federal también reportó la gestión de su política monetaria ante el Congreso, práctica que ciertamente debería adoptarse aquí también y que encuadraría de manera política la autonomía que tiene el BdeM. El banco central estadunidense define sus medidas en un entorno de crecimiento de los precios a una tasa anual de 1.01 por ciento (la inflación la mide el Departamento del Trabajo).
A pesar de esta condición de estabilidad de los precios, el producto en Estados Unidos (que mide el Departamento de Comercio) creció en el segundo trimestre 2.4 por ciento, por debajo de la tasa de 3.7 por ciento de los primeros tres meses del año.
Es más, la revisión de los datos del crecimiento indica que durante la recesión de 2009 el producto cayó 4.1 por ciento y no 3.7 como se había anunciado de manera preliminar. Sobre esa base más reducida, no hay que olvidar que las cifras actuales están medidas sobre una base muy baja, esa economía ha crecido 3.2 por ciento en un año.
La recuperación estadunidense no esta todavía afianzada, así lo planteó Bernanke en su comparecencia de la semana pasada. Hay fuerte rezago en la creación de empleos y en el gasto de consumo de las familias que confrontan elevados niveles de endeudamiento. El sector de la construcción de viviendas sigue débil y la articulación del sistema financiero y sus estándares de solvencia aún están pendientes. La fuerza de los estímulos gubernamentales a la demanda se va agotando y la perspectiva actual es que el desenvolvimiento de la economía será lento en los próximos años (cuántos nadie puede decirlo).
En la reciente creación del Consejo de Estabilidad Financiera, por el presidente Felipe Calderón, se señalaron resultados optimistas del desempeño de la economía; ese ha sido el tenor en meses recientes. Otra vez no debe perderse de vista que las cifras que sirven de base para calcular las tasas de crecimiento de diversas variables económicas son muy bajas.
El caso es que esos resultados no parecen advertirse en la calle, es decir, entre quienes trabajan, quienes siguen desempleados y para los que los ingresos han disminuido. La estabilidad no es un fin, sino un medio para fortalecer las condiciones del crecimiento y la ocupación.
La estabilidad es relevante cuando el conjunto del sistema financiero se articula con la producción, la inversión y el gasto de consumo. Eso no está ocurriendo en la economía mexicana. De esa manera cabe preguntarse si tal Consejo para la Estabilidad Financiera agrega valor a las medidas de política económica del gobierno y a las funciones de las instituciones que lo conforman. Era de esperarse que la coordinación que fundamenta su creación se daba antes, y de no ser así algo anda mal.
En este entorno, la condición de lento crecimiento que se prevé en la economía de Estados Unidos sigue siendo el asunto clave para nosotros. Como se sabe, el aumento reciente registrado por el producto interno se ha sustentado en las exportaciones. Su límite estará en la dinámica del consumo en aquel país.
La promoción del crecimiento con un refuerzo del mercado interno no está en el centro de la política económica, y eso no va a ocurrir de un día para otro. Mientras, se debilitan los hilos que puedan crear una mayor cohesión de los sectores productivos con el empleo y el financiamiento.
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