miércoles, 2 de junio de 2010

LA BURBUJA INMOBILIARIA DE CHINA ES MÁS GRANDE Y DESTRUCTIVA QUE LAS DE OCCIDENTE

Los problemas del mercado inmobiliario en China son más profundos y potencialmente destructivos de los que había en la industria en Estados Unidos antes de que estallara la crisis financiera, ya que existe una combinación de descontento social y burbuja potencial, según Li Daokui, consejero del Banco Central de China, el PBOC.
Daokui, profesor de la Universidad de Tsinghua y miembro del comité de política monetaria de la institución, ha asegurado que las recientes medidas adoptadas por el ejecutivo para enfriar el mercado inmobiliario necesitan enmarcarse en un plan a largo plazo para conseguir que los elevados precios de las viviendas estén bajo control, informa el Financial Times.
Además, considera que a pesar de los esfuerzos realizados por las autoridades, aún hay síntomas de recalentamiento en la economía, y recomienda pequeños repuntes en los tipos de interés.
"El problema del ladrillo en China es en realidad muchísimo más fundamental, mucho mayor que el que había en EEUU y Reino Unido antes de la crisis financiera. Es más que un peligro de burbuja", apunta este experto.
Más impuestos inmobiliarios
Las palabras del profesor llegan después de que el lunes el Consejo de Estado anunciara que ha dado luz verde a un plan para reformar la recaudación tributaria del sector, la indicación más clara de que el Gobierno va a imponer por primera vez en su historia un impuesto anual en algunas viviendas residenciales para tratar de frenar la escalada de precios.
Según Daokui, los elevados costes de los inmuebles pueden obstaculizar el crecimiento, al frenar la urbanización del país. Pero el desenfreno de los precios también es muy negativo, y puede tener un costo político importante, ya que excluye a muchos ciudadanos de la industria inmobiliaria, sobre todo a muchos jóvenes.
"Cuando los precios suben, mucha gente, sobre todo gente joven, se pone muy nerviosa. Es una cuestión social también", recalca Daokui.
Fuente: elEconomista.es

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