Antonio Navalón / El Un iversal
A los presidentes los elegimos algunos y los sufren todos. Al final, en la silla del águila, encarnan el rostro del país, nos guste o no.
Felipe Calderón pasará a la historia no sólo por la falsa guerra contra el narco —ahora rebautizada como lucha por la seguridad— o la tragedia de la guardería ABC, sino por ser el Presidente más comprensivo y cuate de sus colaboradores, aunque sean su principal enemigo.
Para sostener lo que digo basta hacer un repaso de las últimas semanas.
Su política de comunicación es tan desastrosa que logró que un simple viaje a Sudáfrica para apoyar el debut de la Selección se convirtiera en incomprensible e impopular. Si no era suficiente, la vida siguió mientras el Presidente gritaba ¡México, México!, en Johannesburgo, y los hechos tozudos evidenciaron la grave inseguridad: fue el día con más muertos del sexenio (77 asesinados el 11 de junio), el cierre de escuelas por temor en Nayarit y un nuevo récord de 23 mil muertos…
Entonces, tras el cuestionado viaje a Sudáfrica, a los encargados del discurso presidencial no se les ocurrió otra forma para demostrar que su mundo es distinto al nuestro, que publicar un incomprensible y carísimo desplegado —dirigido, es verdad, al círculo rojo que no necesita explicaciones— que terminó como remedo de proclama imposible de entender. Luego, además, hicieron que Calderón ampliara y repitiera su mensaje fracasado en cadena nacional.
El tema de la seguridad es fundamental, pero pretender ser más listos que la realidad, les hizo colocar a Calderón en una posición desairada. Si el mensaje se hubiera alejado de los reflectores y hubiera surgido desde un trabajo parlamentario con alegatos bien construidos, sería rescatable. Pero no. Eligieron un “no miren la cifra récord de muertos, ni el secuestro público privado más famoso, ni la descoordinación ni el peligro del ridículo en que quedó la Sedena con ese dictamen de la CNDH”.
Quienes rodean al Presidente —salvo excepciones que no son sus compañeros históricos— parecen conjugarse para volverlo incomprensible y trabajar en su contra. Especialmente esos amigos que desde dentro están destruyendo su sexenio, contribuyen a que cada día la figura y política presidencial sea menos comprensible, más acomplejada y fracasada.
La situación del país, frente al voluntarismo, exige coordinación. Ningún país puede tener éxito si el único guerrero, economista, abogado y todo, es el Presidente. México necesita que la gravísima seguridad no se maneje en Los Pinos o Sedena. Gobernación debería al menos hacer el intento.
Mientras, nosotros, los que no acudimos a agencias de imagen que nos cambien la percepción de la vida, vemos cómo la cascada de violencia y preocupación es además alimentada por los complejos y la incompetencia del equipo que —se supone— debería sostener al Presidente.
A los presidentes los elegimos algunos y los sufren todos. Al final, en la silla del águila, encarnan el rostro del país, nos guste o no.
Felipe Calderón pasará a la historia no sólo por la falsa guerra contra el narco —ahora rebautizada como lucha por la seguridad— o la tragedia de la guardería ABC, sino por ser el Presidente más comprensivo y cuate de sus colaboradores, aunque sean su principal enemigo.
Para sostener lo que digo basta hacer un repaso de las últimas semanas.
Su política de comunicación es tan desastrosa que logró que un simple viaje a Sudáfrica para apoyar el debut de la Selección se convirtiera en incomprensible e impopular. Si no era suficiente, la vida siguió mientras el Presidente gritaba ¡México, México!, en Johannesburgo, y los hechos tozudos evidenciaron la grave inseguridad: fue el día con más muertos del sexenio (77 asesinados el 11 de junio), el cierre de escuelas por temor en Nayarit y un nuevo récord de 23 mil muertos…
Entonces, tras el cuestionado viaje a Sudáfrica, a los encargados del discurso presidencial no se les ocurrió otra forma para demostrar que su mundo es distinto al nuestro, que publicar un incomprensible y carísimo desplegado —dirigido, es verdad, al círculo rojo que no necesita explicaciones— que terminó como remedo de proclama imposible de entender. Luego, además, hicieron que Calderón ampliara y repitiera su mensaje fracasado en cadena nacional.
El tema de la seguridad es fundamental, pero pretender ser más listos que la realidad, les hizo colocar a Calderón en una posición desairada. Si el mensaje se hubiera alejado de los reflectores y hubiera surgido desde un trabajo parlamentario con alegatos bien construidos, sería rescatable. Pero no. Eligieron un “no miren la cifra récord de muertos, ni el secuestro público privado más famoso, ni la descoordinación ni el peligro del ridículo en que quedó la Sedena con ese dictamen de la CNDH”.
Quienes rodean al Presidente —salvo excepciones que no son sus compañeros históricos— parecen conjugarse para volverlo incomprensible y trabajar en su contra. Especialmente esos amigos que desde dentro están destruyendo su sexenio, contribuyen a que cada día la figura y política presidencial sea menos comprensible, más acomplejada y fracasada.
La situación del país, frente al voluntarismo, exige coordinación. Ningún país puede tener éxito si el único guerrero, economista, abogado y todo, es el Presidente. México necesita que la gravísima seguridad no se maneje en Los Pinos o Sedena. Gobernación debería al menos hacer el intento.
Mientras, nosotros, los que no acudimos a agencias de imagen que nos cambien la percepción de la vida, vemos cómo la cascada de violencia y preocupación es además alimentada por los complejos y la incompetencia del equipo que —se supone— debería sostener al Presidente.
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