Alfredo Jalife-Rahme / La Jornada
Antecedentes: David Ignatius, analista con poderosos vínculos en el Olimpo de Washington, en forma sutil adelantó que la cuarta cumbre del G-20 de Toronto (Canadá), delinearía un G-2 bipolar geoeconómico que no se atreve a pronunciar su nombre: EU de nuevo conduce la política económica global, con China emergiendo como un socio poderoso” (The Daily Star, 25/6/10).
Ignatius revela que un canal importante de contacto de Obama con China ha sido Henry Kissinger –quien estableció al inicio de la década de 1970 las relaciones diplomáticas con Pekín durante el mandato de Nixon– para quien colaboró su correligionario Tim Geithner, hoy secretario del Tesoro.
No existe mucha diferencia entre las dos visiones de los geoestrategas Zbigniew Brzezinski, íntimo de Obama, y Kissinger –mucho más realista que los alucinógenos neoconservadores straussianos– sobre la edificación de un G-2, expresado por cada uno en su peculiar retórica.
Ignatius comenta que EU, mediante los oficios de Kissinger, “desea que China sea un socio para edificar la configuración global económica y de seguridad para la próxima década (¡supersic!). Esta es una ganga (¡supersic!) que la desconfiada Pekín puede estar finalmente dispuesta a realizar”.
¿Dónde quedaría, entonces, Rusia en este nuevo arreglo subterráneo que parece repetitivo del que implementaron Nixon-Kissinger con Mao Tse Tung contra la URSS durante los setenta?
Más allá de las cerebrales interpretaciones que aflorarán al respecto, lo cierto es que entre la tercera y cuarta cumbres del G-20, respectivamente en Pittsburg y Toronto, la eurozona parece haber sido sacada del presunto juego dual entre EU y China.
Hechos: el mundo no es tan simplonamente lineal cuando una de tantas pruebas de fuego del subrepticio G-2, presuntamente en construcción, pasa por la flexibilización –es decir, la revaluación– de la divisa china yuan/renminbi.
La Casa Blanca parece apostar más en un arreglo bipolar con China que con el restante de 18 miembros del acéfalo y disfuncional G-20 (ver Bajo la Lupa, 27/6/10) que exhibió profundas fracturas entre EU y Europa continental (encabezada por Alemania).
Más allá de las miríficas interpretaciones de Ignatius sobre un virtual G-2, el presidente chino, Hu Jintao, diluyó el vino de las cavas estadunidenses al alertar los fuertes nubarrones de la supuesta “recuperación global” que, a su juicio, “no estaba firmemente establecida, es desequilibrada (sic) y todavía confronta muchas incertidumbres”, tales como “la propagación de la crisis de la deuda soberana, las drásticas fluctuaciones en las tasas de cambio de las divisas del mundo y la volatilidad persistente en los mercados internacionales” (Xinhua, 28/6/10). Es decir, en prácticamente lo esencial de la insoluble multicrisis.
China no desea abordar en público el tema de la flotación del yuan/renminbi que ha sido festejada ditirámbicamente por EU y Gran Bretañña.
Sea lo que fuere de un arreglo del virtual G-2, más que del G-20, sobre la flexibilización furtiva de la divisa china, Hu no quitó el dedo del renglón del rol del dólar como divisa mundial de reserva, cuyo país emisor debe ser motivo de una mayor “supervisión de sus políticas macroeconómicas” por el G-20 cuando la tenencia de reservas por más de 2 millones de millones (trillones, en anglosajón) de dólares por el banco central de China se ha vuelto un insomnio intratable.
En forma sarcástica The Financial Times (28/6/10), vocero del neoliberalismo global, divulga que Hu se ha ganado una invitación a cenar con Obama en la Casa Blanca.
Manifestación pacifista durante la cumbre del G-20, el domingo pasado en TorontoFoto Ap
Alan Beattie y Chris Giles, de The Financial Times (27/6/10), sintetizaron que el G-20 se puso de acuerdo sobre una semántica que “permite proclamar a todos que la estrategia de reducir sus déficit había ganado, pero que es probable que haga poca diferencia en la práctica”. El G-20 se comprometió a seguir “planes de consolidación fiscal que no afecten al crecimiento, mediante la disminución de sus déficit hasta 2013 y la estabilización de la proporción de la deuda sobre el PIB hasta 2016” (con excepción de Japón, que se puede dar el lujo de financiar su deuda endémica desde su mercado doméstico).
En paralelo al G20 se escenificó en el mismo Toronto un foro del B-20 que aglutinó a los 40 principales empresarios del mundo, quienes acordaron tres puntos principales que reflejan el hiperradicalismo neoliberal que aún no se entera de su deceso global: 1. La reanudación de la ronda mercantil de Doha; 2. la consolidación fiscal, y 3. la supervisión bancaria de las reformas por el Comité de Basilea.
Con sus egoístas medidas tripartitas –que eludieron (como era de esperarse) el gravamen global bancario exigido por los ciudadanos del mundo–, el B-20 pretende que los corderos del mundo sigan siendo vigilados por las manadas de lobos de la “bancocracia” y/o bancocentrismo neoliberales .
Alemania podrá triturar a Inglaterra en el Mundial de Futbol, pero en las finanzas globales la City descolgó una victoria más sobre Francfort.
A Angela Merkel –la canciller alemana, quien peca de ingenuidad celestial cuando se encuentra inmersa en los avernos que controla la banca israelí-anglosajona– le dieron atole con el dedo y salió feliz para comentar que había prevalecido el punto de vista de Europa continental (léase: de Alemania y Francia). En realidad, la cuarta cumbre del G-20 en Toronto exhibió la fractura cosmogónica entre la eurozona, racionalmente más reguladora, y la dupla anglosajona, parasitariamente más desregulada.
En todo momento EU no cesó de mostrar su espada de Damócles: la dependencia de las exportaciones del resto del mundo a su todavía mayor consumo global.
El primer ministro de India, Manmohan Singh, quien detenta un doctorado en economía, alertó que “las políticas contradictorias, si son seguidas por varios países industrializados en forma simultanea, pueden provocar una recesión de doble hundimiento (double-dip recession)”.
Guido Mantega, ministro de Finanzas de Brasil, fustigó el objetivo de recorte de los déficit como “drástico” y muy “veloz”.
Como se nota, del lado del BRIC no existe mucho entusiasmo público.
El comentarista político Andrei Fedyashin, de la agencia rusa RIA Novosti (28/6/10), considera que “el mayor desafío” discutido en la cumbre del G-20 versó sobre “la deuda gubernamental y sus temas asociados –déficit presupuestales insostenibles y la necesidad de incremento de impuestos, así como recortes en programas sociales, pensiones y salarios”.
Fedyashin equiparó la deuda a la adicción alcohólica y señaló que en arameo (nota: el idioma del Nazareno) “deuda” y “pecado” son sinónimos. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que el mundo capitalista occidental cesó de ser cristiano para extraviarse en el peor paganismo hipermaterialista.
Basado en los datos de McKinsey Global Institute, Fedyashin exulta que Rusia exhibe en el seno del G-20 la menor proporción de deuda sobre el PIB: 71 por ciento. Ni quien se lo agradezca a Rusia.
¿Qué pasará con aquellos países que infrinjan los objetivos y la cronología del recorte de los déficit y su deuda? Nada.
Antecedentes: David Ignatius, analista con poderosos vínculos en el Olimpo de Washington, en forma sutil adelantó que la cuarta cumbre del G-20 de Toronto (Canadá), delinearía un G-2 bipolar geoeconómico que no se atreve a pronunciar su nombre: EU de nuevo conduce la política económica global, con China emergiendo como un socio poderoso” (The Daily Star, 25/6/10).
Ignatius revela que un canal importante de contacto de Obama con China ha sido Henry Kissinger –quien estableció al inicio de la década de 1970 las relaciones diplomáticas con Pekín durante el mandato de Nixon– para quien colaboró su correligionario Tim Geithner, hoy secretario del Tesoro.
No existe mucha diferencia entre las dos visiones de los geoestrategas Zbigniew Brzezinski, íntimo de Obama, y Kissinger –mucho más realista que los alucinógenos neoconservadores straussianos– sobre la edificación de un G-2, expresado por cada uno en su peculiar retórica.
Ignatius comenta que EU, mediante los oficios de Kissinger, “desea que China sea un socio para edificar la configuración global económica y de seguridad para la próxima década (¡supersic!). Esta es una ganga (¡supersic!) que la desconfiada Pekín puede estar finalmente dispuesta a realizar”.
¿Dónde quedaría, entonces, Rusia en este nuevo arreglo subterráneo que parece repetitivo del que implementaron Nixon-Kissinger con Mao Tse Tung contra la URSS durante los setenta?
Más allá de las cerebrales interpretaciones que aflorarán al respecto, lo cierto es que entre la tercera y cuarta cumbres del G-20, respectivamente en Pittsburg y Toronto, la eurozona parece haber sido sacada del presunto juego dual entre EU y China.
Hechos: el mundo no es tan simplonamente lineal cuando una de tantas pruebas de fuego del subrepticio G-2, presuntamente en construcción, pasa por la flexibilización –es decir, la revaluación– de la divisa china yuan/renminbi.
La Casa Blanca parece apostar más en un arreglo bipolar con China que con el restante de 18 miembros del acéfalo y disfuncional G-20 (ver Bajo la Lupa, 27/6/10) que exhibió profundas fracturas entre EU y Europa continental (encabezada por Alemania).
Más allá de las miríficas interpretaciones de Ignatius sobre un virtual G-2, el presidente chino, Hu Jintao, diluyó el vino de las cavas estadunidenses al alertar los fuertes nubarrones de la supuesta “recuperación global” que, a su juicio, “no estaba firmemente establecida, es desequilibrada (sic) y todavía confronta muchas incertidumbres”, tales como “la propagación de la crisis de la deuda soberana, las drásticas fluctuaciones en las tasas de cambio de las divisas del mundo y la volatilidad persistente en los mercados internacionales” (Xinhua, 28/6/10). Es decir, en prácticamente lo esencial de la insoluble multicrisis.
China no desea abordar en público el tema de la flotación del yuan/renminbi que ha sido festejada ditirámbicamente por EU y Gran Bretañña.
Sea lo que fuere de un arreglo del virtual G-2, más que del G-20, sobre la flexibilización furtiva de la divisa china, Hu no quitó el dedo del renglón del rol del dólar como divisa mundial de reserva, cuyo país emisor debe ser motivo de una mayor “supervisión de sus políticas macroeconómicas” por el G-20 cuando la tenencia de reservas por más de 2 millones de millones (trillones, en anglosajón) de dólares por el banco central de China se ha vuelto un insomnio intratable.
En forma sarcástica The Financial Times (28/6/10), vocero del neoliberalismo global, divulga que Hu se ha ganado una invitación a cenar con Obama en la Casa Blanca.
Manifestación pacifista durante la cumbre del G-20, el domingo pasado en TorontoFoto Ap
Alan Beattie y Chris Giles, de The Financial Times (27/6/10), sintetizaron que el G-20 se puso de acuerdo sobre una semántica que “permite proclamar a todos que la estrategia de reducir sus déficit había ganado, pero que es probable que haga poca diferencia en la práctica”. El G-20 se comprometió a seguir “planes de consolidación fiscal que no afecten al crecimiento, mediante la disminución de sus déficit hasta 2013 y la estabilización de la proporción de la deuda sobre el PIB hasta 2016” (con excepción de Japón, que se puede dar el lujo de financiar su deuda endémica desde su mercado doméstico).
En paralelo al G20 se escenificó en el mismo Toronto un foro del B-20 que aglutinó a los 40 principales empresarios del mundo, quienes acordaron tres puntos principales que reflejan el hiperradicalismo neoliberal que aún no se entera de su deceso global: 1. La reanudación de la ronda mercantil de Doha; 2. la consolidación fiscal, y 3. la supervisión bancaria de las reformas por el Comité de Basilea.
Con sus egoístas medidas tripartitas –que eludieron (como era de esperarse) el gravamen global bancario exigido por los ciudadanos del mundo–, el B-20 pretende que los corderos del mundo sigan siendo vigilados por las manadas de lobos de la “bancocracia” y/o bancocentrismo neoliberales .
Alemania podrá triturar a Inglaterra en el Mundial de Futbol, pero en las finanzas globales la City descolgó una victoria más sobre Francfort.
A Angela Merkel –la canciller alemana, quien peca de ingenuidad celestial cuando se encuentra inmersa en los avernos que controla la banca israelí-anglosajona– le dieron atole con el dedo y salió feliz para comentar que había prevalecido el punto de vista de Europa continental (léase: de Alemania y Francia). En realidad, la cuarta cumbre del G-20 en Toronto exhibió la fractura cosmogónica entre la eurozona, racionalmente más reguladora, y la dupla anglosajona, parasitariamente más desregulada.
En todo momento EU no cesó de mostrar su espada de Damócles: la dependencia de las exportaciones del resto del mundo a su todavía mayor consumo global.
El primer ministro de India, Manmohan Singh, quien detenta un doctorado en economía, alertó que “las políticas contradictorias, si son seguidas por varios países industrializados en forma simultanea, pueden provocar una recesión de doble hundimiento (double-dip recession)”.
Guido Mantega, ministro de Finanzas de Brasil, fustigó el objetivo de recorte de los déficit como “drástico” y muy “veloz”.
Como se nota, del lado del BRIC no existe mucho entusiasmo público.
El comentarista político Andrei Fedyashin, de la agencia rusa RIA Novosti (28/6/10), considera que “el mayor desafío” discutido en la cumbre del G-20 versó sobre “la deuda gubernamental y sus temas asociados –déficit presupuestales insostenibles y la necesidad de incremento de impuestos, así como recortes en programas sociales, pensiones y salarios”.
Fedyashin equiparó la deuda a la adicción alcohólica y señaló que en arameo (nota: el idioma del Nazareno) “deuda” y “pecado” son sinónimos. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que el mundo capitalista occidental cesó de ser cristiano para extraviarse en el peor paganismo hipermaterialista.
Basado en los datos de McKinsey Global Institute, Fedyashin exulta que Rusia exhibe en el seno del G-20 la menor proporción de deuda sobre el PIB: 71 por ciento. Ni quien se lo agradezca a Rusia.
¿Qué pasará con aquellos países que infrinjan los objetivos y la cronología del recorte de los déficit y su deuda? Nada.
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