David Ibarra /El Universal
El orden económico internacional sustituto del acuerdo de Bretton Woods cobra fuerza a inicios de los 70 y provoca en México el reemplazo del proteccionismo por la estrategia de mercados abiertos. Éste dio lugar a errores en la adaptación de las políticas industriales que aún no se subsanan. La cuestión no sólo es importante en sí misma, sino por las repercusiones de la crisis global de 2008 que obligará a instrumentar ajustes al paradigma de la globalización y forzar una serie de acomodos.
Nuestra defectuosa incorporación del orden económico internacional partió de creer que, sin política industrial, con libertad de mercados y sin instituciones estatales desarrollistas, se lograría el crecimiento. Con base en esto, se desmanteló el proteccionismo directo y las instituciones desarrollistas hasta validar erróneamente la idea de que la mejor política industrial es la ausencia de ésta. La apertura externa, sin programas de reconversión productiva, acrecentó las importaciones a la par de destruir empresas nacionales. El TLCAN impulsó las exportaciones de maquilas y coincidió con el ascenso de los precios del petróleo, de las remesas y de la inversión externa. Del otro lado, se adoptaron políticas comerciales pasivas y se celebraron TLC que lejos de fortalecer la balanza de pagos, sirvieron para dilapidar los flujos de divisas. Peor aún, se hizo descansar la competitividad empresarial externa en la importación de insumos, en la depreciación de los salarios, en los bajos impuestos.
A la falta de estrategia industrial se sumó la ausencia de una política macroeconómica de apoyo. Banxico para bajar la inflación y financiar los déficit estructurales de pagos, procuró revaluar el tipo de cambio y sostener tasas de interés superiores a las de los mercados externos. Ambos caminos quitan competitividad artificial a los productores y exportadores nacionales. De otro lado, la inversión pública creadora indispensable de economías externas, cayó estrepitosamente siendo compensada a medias por la inversión privada.
Como resultado de tales errores, las tasas de crecimiento y la de las manufacturas se abaten del 6.0% y del 7.5% real entre 1950 y 1982 a menos del 3% de 1990 a 2008. La estructura productiva se rezaga, así como su capacidad de llevar el bienestar a la población. En el terreno social, el ingreso sigue concentrado, los salarios reales se abaten, las familias de los trabajadores informales son cerca del 50% de la fuerza de trabajo, mientras la pobreza aqueja a 50% de la población. El mercado laboral se deteriora aún más por el hecho de que la emigración de cerca de 400 mil personas cada año quedará afectada por la contracción de la economía de EU.
Luego, la debacle mundial añade exigencias a la casi inexistente política industrial del país. Las repercusiones de la crisis y de su lenta recuperación dañan las perspectivas del comercio mundial y los frutos de las estrategias exportadoras. Según el FMI, el volumen del intercambio mundial cayó 12% en 2009, cuya recuperación en los supuestos más optimistas tomará por lo menos dos años. Corregir los desequilibrios internos y externos de EU o Europa presagian un periodo de lento crecimiento del comercio universal y de intensificación de la competencia oligopólica prevaleciente. Más de dos tercios de los países miembros del G-20 han adoptado medidas proteccionistas, las negociaciones de la Ronda de Doha están estancadas y la banca comercial del mundo apenas concede préstamos a los productores, ocupada en corregir sus propias finanzas. Los déficit en las balanzas de pagos de países como México tenderán a elevarse, tan pronto se inicie alguna recuperación económica, mientras el financiamiento se tornará escaso y caro. Las oportunidades de competir se cierran o se tornan más difíciles. La concurrencia a base de mano de obra barata, parece diluirse ante las ventajas de los países asiáticos que ahora se extienden a productos de mayor y mayor intensidad tecnológica.
Por tanto, la política industrial debiera volcarse por lo pronto a incrementar la productividad y la capacidad innovativa de empresas, y a instrumentar políticas eficientes de sustitución de compras externas. Sin duda, reviste prioridad a impulsar y negociar acuerdos con empresas extranjeras para asegurar participación ascendente, más equitativa, en las redes transnacionales del valor agregado. En el mismo sentido, cabría apuntalar el crecimiento de las pocas empresas transnacionales mexicanas en sectores tan importantes como las telecomunicaciones o los energéticos.
Sin haberse industrializado a cabalidad, el país comienza a terciarizarse, como ocurre en algunos países del primer mundo ubicados en una etapa distinta de desarrollo. El aporte de las manufacturas al producto (18%-19%) se estanca o desciende desde 1990. La estrategia industrial olvidó que el factor determinante de la prosperidad se asocia al avance de las manufacturas, donde la productividad e innovación son mayores, tienden a elevarse con prontitud y son la vía de alcanzar a las economías avanzadas.
Hasta ahora, la ortodoxia económica no ha auspiciado procesos de transformación productiva, con oferta de empleos en el sector moderno de la producción, con mejora sustantiva en la calidad de nuestra inserción en la economía mundial. Recuperar el crecimiento, subsanar la crisis, corregir los presionantes desequilibrios sociales, exigen imprimir directrices distintas a la conducción económica del país, singularmente en torno a la industrialización. El primer paso consistiría en aceptar que sin la orientación del Estado el mercado seguirá siendo deficiente. Por tanto, se impone impulsar una política industrial más decidida, recuperar, concentrar, los instrumentos de acción del Estado y de las empresas privadas en torno a un número limitado de objetivos seleccionados.
Analista político
El orden económico internacional sustituto del acuerdo de Bretton Woods cobra fuerza a inicios de los 70 y provoca en México el reemplazo del proteccionismo por la estrategia de mercados abiertos. Éste dio lugar a errores en la adaptación de las políticas industriales que aún no se subsanan. La cuestión no sólo es importante en sí misma, sino por las repercusiones de la crisis global de 2008 que obligará a instrumentar ajustes al paradigma de la globalización y forzar una serie de acomodos.
Nuestra defectuosa incorporación del orden económico internacional partió de creer que, sin política industrial, con libertad de mercados y sin instituciones estatales desarrollistas, se lograría el crecimiento. Con base en esto, se desmanteló el proteccionismo directo y las instituciones desarrollistas hasta validar erróneamente la idea de que la mejor política industrial es la ausencia de ésta. La apertura externa, sin programas de reconversión productiva, acrecentó las importaciones a la par de destruir empresas nacionales. El TLCAN impulsó las exportaciones de maquilas y coincidió con el ascenso de los precios del petróleo, de las remesas y de la inversión externa. Del otro lado, se adoptaron políticas comerciales pasivas y se celebraron TLC que lejos de fortalecer la balanza de pagos, sirvieron para dilapidar los flujos de divisas. Peor aún, se hizo descansar la competitividad empresarial externa en la importación de insumos, en la depreciación de los salarios, en los bajos impuestos.
A la falta de estrategia industrial se sumó la ausencia de una política macroeconómica de apoyo. Banxico para bajar la inflación y financiar los déficit estructurales de pagos, procuró revaluar el tipo de cambio y sostener tasas de interés superiores a las de los mercados externos. Ambos caminos quitan competitividad artificial a los productores y exportadores nacionales. De otro lado, la inversión pública creadora indispensable de economías externas, cayó estrepitosamente siendo compensada a medias por la inversión privada.
Como resultado de tales errores, las tasas de crecimiento y la de las manufacturas se abaten del 6.0% y del 7.5% real entre 1950 y 1982 a menos del 3% de 1990 a 2008. La estructura productiva se rezaga, así como su capacidad de llevar el bienestar a la población. En el terreno social, el ingreso sigue concentrado, los salarios reales se abaten, las familias de los trabajadores informales son cerca del 50% de la fuerza de trabajo, mientras la pobreza aqueja a 50% de la población. El mercado laboral se deteriora aún más por el hecho de que la emigración de cerca de 400 mil personas cada año quedará afectada por la contracción de la economía de EU.
Luego, la debacle mundial añade exigencias a la casi inexistente política industrial del país. Las repercusiones de la crisis y de su lenta recuperación dañan las perspectivas del comercio mundial y los frutos de las estrategias exportadoras. Según el FMI, el volumen del intercambio mundial cayó 12% en 2009, cuya recuperación en los supuestos más optimistas tomará por lo menos dos años. Corregir los desequilibrios internos y externos de EU o Europa presagian un periodo de lento crecimiento del comercio universal y de intensificación de la competencia oligopólica prevaleciente. Más de dos tercios de los países miembros del G-20 han adoptado medidas proteccionistas, las negociaciones de la Ronda de Doha están estancadas y la banca comercial del mundo apenas concede préstamos a los productores, ocupada en corregir sus propias finanzas. Los déficit en las balanzas de pagos de países como México tenderán a elevarse, tan pronto se inicie alguna recuperación económica, mientras el financiamiento se tornará escaso y caro. Las oportunidades de competir se cierran o se tornan más difíciles. La concurrencia a base de mano de obra barata, parece diluirse ante las ventajas de los países asiáticos que ahora se extienden a productos de mayor y mayor intensidad tecnológica.
Por tanto, la política industrial debiera volcarse por lo pronto a incrementar la productividad y la capacidad innovativa de empresas, y a instrumentar políticas eficientes de sustitución de compras externas. Sin duda, reviste prioridad a impulsar y negociar acuerdos con empresas extranjeras para asegurar participación ascendente, más equitativa, en las redes transnacionales del valor agregado. En el mismo sentido, cabría apuntalar el crecimiento de las pocas empresas transnacionales mexicanas en sectores tan importantes como las telecomunicaciones o los energéticos.
Sin haberse industrializado a cabalidad, el país comienza a terciarizarse, como ocurre en algunos países del primer mundo ubicados en una etapa distinta de desarrollo. El aporte de las manufacturas al producto (18%-19%) se estanca o desciende desde 1990. La estrategia industrial olvidó que el factor determinante de la prosperidad se asocia al avance de las manufacturas, donde la productividad e innovación son mayores, tienden a elevarse con prontitud y son la vía de alcanzar a las economías avanzadas.
Hasta ahora, la ortodoxia económica no ha auspiciado procesos de transformación productiva, con oferta de empleos en el sector moderno de la producción, con mejora sustantiva en la calidad de nuestra inserción en la economía mundial. Recuperar el crecimiento, subsanar la crisis, corregir los presionantes desequilibrios sociales, exigen imprimir directrices distintas a la conducción económica del país, singularmente en torno a la industrialización. El primer paso consistiría en aceptar que sin la orientación del Estado el mercado seguirá siendo deficiente. Por tanto, se impone impulsar una política industrial más decidida, recuperar, concentrar, los instrumentos de acción del Estado y de las empresas privadas en torno a un número limitado de objetivos seleccionados.
Analista político
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