El Congreso suaviza en la versión final de la ley las restricciones sobre los derivados y sobre la inversión en fondos de alto riesgo y de capital riesgo
ANTONIO CAÑO / EL PAÍS
Barack Obama llegó ayer a Toronto a participar en las cumbres del G-8 y el G-20 con un importante as en la manga. Poco antes de su salida de Washington, el Congreso alcanzó un acuerdo definitivo para aprobar la mayor reforma financiera que se ha conocido desde la Gran Depresión, un verdadero rediseño de Wall Street que limita la impunidad de los bancos y le da a los ciudadanos más control y poder. Con el ánimo de atacar las causas de la reciente crisis económica, EE UU pone orden así en su sector financiero y, de esa forma, envía un mensaje tranquilizador al resto del mundo.
"Las nuevas reglas serán un modelo de salvaguarda que puede proteger a todas las naciones", declaró Obama tras conocer el histórico compromiso conseguido después de más de 20 horas de una ininterrumpida sesión de trabajo que resume el esfuerzo titánico que se ha requerido para llegar hasta aquí. Congresistas, miembros del Gobierno y lobbystas de los bancos concluyeron poco antes de la seis de la mañana una épica batalla que comenzó hace un año y en la que han entrado en juego enormes intereses políticos y económicos. Nunca antes las entidades financieras habían hecho un esfuerzo semejante en la defensa de su causa. Nunca antes una Administración había llegado tan lejos en su enfrentamiento con Wall Street. El público, todavía herido por los efectos de la crisis, ha asistido a esta guerra con pasión y complacencia.
¿Quién la ha ganado finalmente? ¿Es esta reforma la que se necesitaba o solo la única posible? Obama dijo que el texto que surge de la conferencia de conciliación -el trámite legislativo en el que se funden las leyes diferentes anteriormente aprobadas por el Senado y la Cámara de Representantes- recoge el 90% de sus propuestas iniciales. "Es una ley dura, más dura de lo que todo el mundo predijo y, francamente, más dura de lo que yo mismo esperaba", dijo el presidente del comité de Asuntos Financieros de la Cámara, Barney Frank.
Frank no es un personaje predispuesto a las componendas. Miembro del ala izquierda del Partido Demócrata, ha impulsado tercamente desde el primer día la versión más drástica de la reforma. Con justicia, la nueva ley, que la próxima semana debe de ser votada otra vez por los plenos de ambas Cámaras, llevará su nombre y el de su homólogo en el Senado, Christopher Dodd, que es quien ha llevado el mayor peso a la hora de encontrar soluciones intermedias en los asuntos más difíciles.
En términos generales, esta legislación pretende reducir riesgos, aumentar la vigilancia de las transacciones financieras más opacas y proteger a los ciudadanos de las aventuras emprendidas por las firmas de inversión. Para ello se aumentan los poderes de las autoridades reguladoras y se crean nuevos instrumentos de control.
Como vara de medir la contundencia de la reforma se han tomado en la recta final de la negociación dos puntos de la ley: la llamada regla Volcker y el mercado de derivados. El primer aspecto, que se conoce con el nombre del antiguo presidente de la Reserva Federal y actual asesor económico de Obama, Paul Volcker, alude a la propuesta de la Casa Blanca de prohibir por completo a los bancos invertir su propio capital, no el de sus clientes, en operaciones especulativas, fondos de alto riesgo o firmas de capital riesgo. Este fue una de los principales blancos de los ataques de los bancos, que obtienen una parte significativa de sus beneficios por este medio. El acuerdo al que se ha llegado no prohíbe por completo esa actividad, pero la limita al 3% de su capital reconocido por los reguladores y por una cantidad que no sobrepase tampoco el 3% del fondo en el que se pretenda invertir.
La otra gran pugna que se mantuvo hasta el último minuto fue sobre los derivados. La senadora Blanche Lincoln pretendía impedir la participación de los bancos en el mercado de ese complejo producto, que permite inversiones sobre resultados potenciales, con gran riesgo, alta rentabilidad y nula productividad. La ley pactada ayer, que por primera vez regula ese mercado hasta ahora anárquico, obliga a los bancos que quieren acceder a los derivados a crear entidades paralelas con capitalización separada y aprobación de los reguladores.
Se crea, en suma, un nuevo sistema, cuya verdadera repercusión se comprobará dentro de algún tiempo pero que, al menos, refleja una voluntad universal de frenar los abusos. La Bolsa de Nueva York, tímidamente a la baja poco después del mediodía, parecía también alerta y cautamente a la espera de los nuevos tiempos.
Los puntos clave
- Derivados. Los bancos deben escindir en filiales capitalizadas sus operaciones sobre ciertos derivados, aunque pueden mantener las de cobertura del riesgo propio. Aumenta el control sobre las operaciones fuera de mercado, que deberán realizarse a través de mercados organizados.
- Regla Volcker. Se limitan las operaciones especulativas por cuenta propia. Los bancos sólo podrán invertir el 3% de sus recursos propios en fondos de alto riesgo o de capital riesgo y no podrán aportar más del 3% de cada fondo. Además, estos fondos deberán estar registrados ante el supervisor.
- Rescates. Se crea un proceso de liquidación ordenada de firmas financieras. Los bancos deberán crear reservas de capital.
- Supervisión. Se refuerza la protección de los consumidores con una nueva oficina que supervisará las hipotecas y tarjetas de crédito (cuyas comisiones se reducirán). El texto final deja fuera de esa supervisión a los préstamos para compra de coches. Habrá un nuevo consejo de supervisores federales.
ANTONIO CAÑO / EL PAÍS
Barack Obama llegó ayer a Toronto a participar en las cumbres del G-8 y el G-20 con un importante as en la manga. Poco antes de su salida de Washington, el Congreso alcanzó un acuerdo definitivo para aprobar la mayor reforma financiera que se ha conocido desde la Gran Depresión, un verdadero rediseño de Wall Street que limita la impunidad de los bancos y le da a los ciudadanos más control y poder. Con el ánimo de atacar las causas de la reciente crisis económica, EE UU pone orden así en su sector financiero y, de esa forma, envía un mensaje tranquilizador al resto del mundo.
"Las nuevas reglas serán un modelo de salvaguarda que puede proteger a todas las naciones", declaró Obama tras conocer el histórico compromiso conseguido después de más de 20 horas de una ininterrumpida sesión de trabajo que resume el esfuerzo titánico que se ha requerido para llegar hasta aquí. Congresistas, miembros del Gobierno y lobbystas de los bancos concluyeron poco antes de la seis de la mañana una épica batalla que comenzó hace un año y en la que han entrado en juego enormes intereses políticos y económicos. Nunca antes las entidades financieras habían hecho un esfuerzo semejante en la defensa de su causa. Nunca antes una Administración había llegado tan lejos en su enfrentamiento con Wall Street. El público, todavía herido por los efectos de la crisis, ha asistido a esta guerra con pasión y complacencia.
¿Quién la ha ganado finalmente? ¿Es esta reforma la que se necesitaba o solo la única posible? Obama dijo que el texto que surge de la conferencia de conciliación -el trámite legislativo en el que se funden las leyes diferentes anteriormente aprobadas por el Senado y la Cámara de Representantes- recoge el 90% de sus propuestas iniciales. "Es una ley dura, más dura de lo que todo el mundo predijo y, francamente, más dura de lo que yo mismo esperaba", dijo el presidente del comité de Asuntos Financieros de la Cámara, Barney Frank.
Frank no es un personaje predispuesto a las componendas. Miembro del ala izquierda del Partido Demócrata, ha impulsado tercamente desde el primer día la versión más drástica de la reforma. Con justicia, la nueva ley, que la próxima semana debe de ser votada otra vez por los plenos de ambas Cámaras, llevará su nombre y el de su homólogo en el Senado, Christopher Dodd, que es quien ha llevado el mayor peso a la hora de encontrar soluciones intermedias en los asuntos más difíciles.
En términos generales, esta legislación pretende reducir riesgos, aumentar la vigilancia de las transacciones financieras más opacas y proteger a los ciudadanos de las aventuras emprendidas por las firmas de inversión. Para ello se aumentan los poderes de las autoridades reguladoras y se crean nuevos instrumentos de control.
Como vara de medir la contundencia de la reforma se han tomado en la recta final de la negociación dos puntos de la ley: la llamada regla Volcker y el mercado de derivados. El primer aspecto, que se conoce con el nombre del antiguo presidente de la Reserva Federal y actual asesor económico de Obama, Paul Volcker, alude a la propuesta de la Casa Blanca de prohibir por completo a los bancos invertir su propio capital, no el de sus clientes, en operaciones especulativas, fondos de alto riesgo o firmas de capital riesgo. Este fue una de los principales blancos de los ataques de los bancos, que obtienen una parte significativa de sus beneficios por este medio. El acuerdo al que se ha llegado no prohíbe por completo esa actividad, pero la limita al 3% de su capital reconocido por los reguladores y por una cantidad que no sobrepase tampoco el 3% del fondo en el que se pretenda invertir.
La otra gran pugna que se mantuvo hasta el último minuto fue sobre los derivados. La senadora Blanche Lincoln pretendía impedir la participación de los bancos en el mercado de ese complejo producto, que permite inversiones sobre resultados potenciales, con gran riesgo, alta rentabilidad y nula productividad. La ley pactada ayer, que por primera vez regula ese mercado hasta ahora anárquico, obliga a los bancos que quieren acceder a los derivados a crear entidades paralelas con capitalización separada y aprobación de los reguladores.
Se crea, en suma, un nuevo sistema, cuya verdadera repercusión se comprobará dentro de algún tiempo pero que, al menos, refleja una voluntad universal de frenar los abusos. La Bolsa de Nueva York, tímidamente a la baja poco después del mediodía, parecía también alerta y cautamente a la espera de los nuevos tiempos.
Los puntos clave
- Derivados. Los bancos deben escindir en filiales capitalizadas sus operaciones sobre ciertos derivados, aunque pueden mantener las de cobertura del riesgo propio. Aumenta el control sobre las operaciones fuera de mercado, que deberán realizarse a través de mercados organizados.
- Regla Volcker. Se limitan las operaciones especulativas por cuenta propia. Los bancos sólo podrán invertir el 3% de sus recursos propios en fondos de alto riesgo o de capital riesgo y no podrán aportar más del 3% de cada fondo. Además, estos fondos deberán estar registrados ante el supervisor.
- Rescates. Se crea un proceso de liquidación ordenada de firmas financieras. Los bancos deberán crear reservas de capital.
- Supervisión. Se refuerza la protección de los consumidores con una nueva oficina que supervisará las hipotecas y tarjetas de crédito (cuyas comisiones se reducirán). El texto final deja fuera de esa supervisión a los préstamos para compra de coches. Habrá un nuevo consejo de supervisores federales.
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