Por Jesús Alberto Cano Velez(*) / Excelsior
En la década de los 70’s del Siglo pasado, se dieron varias crisis económicas en América Latina y muy particularmente en México, por el manejo imprudente de las finanzas públicas y su financiamiento con emisión primaria del banco central. Éstas desembocaron en potentes presiones inflacionarias, frecuentes crisis cambiarias y fuertes distorsiones en la economía de México y de los principales países del Continente.
Posteriormente en los 80’s y 90’s, las políticas monetarias y fiscales, inspiradas en el famoso “Consenso de Washington”, dominaron el pensamiento económico de las autoridades, desde México hasta Tierra Del Fuego, con sus formulas restrictivas de la demanda agregada, recomendadas por el Fondo Monetario Internacional para reducir las presiones inflacionarias que se habían tornado endémicas en el Continente. Dichas fórmulas también promovían la ideología del libre mercado como único orientador del quehacer económico y el rechazo a la participación del Estado en la economía.
Condenaron la filosofía y actuaciones de los bancos de desarrollo y de los fideicomisos financieros de fomento mexicanos, promotores de la producción en los sectores más pobres y en los necesitados de apoyo para compensar los efectos negativos provenientes de competencias malsanas del exterior, frecuentemente por políticas proteccionistas de los países industrializados de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón. Esos instrumentos de desarrollo en su momento apoyaron a los sectores prioritarios, como el turístico, el agrícola y el industrial.
El esquema de pensamiento del “Consenso” dominó la política económica en los países de América Latina hasta los primeros años del Siglo XXI, y en México, hasta la fecha.
El rompimiento con dicho “Consenso” se inició con los cuestionamientos en lo social, por el crecimiento de la pobreza en los principales países de América del Sur, y concluyó --salvo en México-- con el inicio de la actual Crisis económica-financiera, de 2008.
La clara respuesta gubernamental de la nueva Administración en los EE.UU. y de sus aliados europeos y asiáticos, fue inyectar cantidades masivas de recursos en los sectores neurálgicos de sus economías, para impedir su paralización, ante la falta de respuesta de los mercados en crisis.
También actuaron, con políticas económicas anti-cíclicas, los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) para propiciar la continuidad en su crecimiento y convertirse, por el momento, en los únicos motores de la economía mundial.
La economía norteamericana probablemente está ahora fuera de peligro de una crisis sistémica, pero seguirá arrojando durante algunos años ritmos anémicos en sus signos económicos vitales. Lo mismo ocurrirá en la mayoría de los europeos occidentales y Japón. Las distorsiones en sus economías son graves y requerirán tiempo para sanear.
En cambio, en América Latina, todo apunta a que Brasil se convertirá en el motor de crecimiento de nuestro continente y que China y la India, para el 2030 habrán sobrepasado el tamaño y relevancia de la economía norteamericana.
En cambio, México, por su absoluta dependencia de los Estados Unidos, en su comercio internacional, flujos de inversión extranjera y demás relaciones económicas, sufrirá su anemia económica, por la lejanía de los nuevos motores del desarrollo mundial y por la falta de interés mostrada por las autoridades de acercarse a los gigantes del continente asiático, como lo han hecho casi todos nuestros vecinos.
Se hace urgente repensar la estrategia y política económica de México, desde el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica hasta la diversificación de nuestro comercio con el resto del mundo y de nuestros socios inversionistas. Asimismo, es vital ampliar los sectores modernos de la economía y promover, en el país, la investigación de nuevas tecnologías. Todas estas medidas pertenecen a las metas de mediano y largo plazo para nosotros.
Mientras tanto, debemos estar muy atentos al posible contagio por las turbulencias que pueden venir de Europa Occidental, donde los problemas de excesivo endeudamiento de Grecia, Portugal, España e Italia ponen en peligro la economía de la Comunidad Europea.
La próxima semana analizaremos las tormentas que se empiezan a formar en el viejo continente, y el reto que tienen que enfrentar los Estados Unidos y aliados europeos para revertir los efectos de la importantísima inyección de recursos para salvar la crisis. La historia aun no concluye; Los países industriales tienen instrumentos de defensa y los han sabido usar.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
En la década de los 70’s del Siglo pasado, se dieron varias crisis económicas en América Latina y muy particularmente en México, por el manejo imprudente de las finanzas públicas y su financiamiento con emisión primaria del banco central. Éstas desembocaron en potentes presiones inflacionarias, frecuentes crisis cambiarias y fuertes distorsiones en la economía de México y de los principales países del Continente.
Posteriormente en los 80’s y 90’s, las políticas monetarias y fiscales, inspiradas en el famoso “Consenso de Washington”, dominaron el pensamiento económico de las autoridades, desde México hasta Tierra Del Fuego, con sus formulas restrictivas de la demanda agregada, recomendadas por el Fondo Monetario Internacional para reducir las presiones inflacionarias que se habían tornado endémicas en el Continente. Dichas fórmulas también promovían la ideología del libre mercado como único orientador del quehacer económico y el rechazo a la participación del Estado en la economía.
Condenaron la filosofía y actuaciones de los bancos de desarrollo y de los fideicomisos financieros de fomento mexicanos, promotores de la producción en los sectores más pobres y en los necesitados de apoyo para compensar los efectos negativos provenientes de competencias malsanas del exterior, frecuentemente por políticas proteccionistas de los países industrializados de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón. Esos instrumentos de desarrollo en su momento apoyaron a los sectores prioritarios, como el turístico, el agrícola y el industrial.
El esquema de pensamiento del “Consenso” dominó la política económica en los países de América Latina hasta los primeros años del Siglo XXI, y en México, hasta la fecha.
El rompimiento con dicho “Consenso” se inició con los cuestionamientos en lo social, por el crecimiento de la pobreza en los principales países de América del Sur, y concluyó --salvo en México-- con el inicio de la actual Crisis económica-financiera, de 2008.
La clara respuesta gubernamental de la nueva Administración en los EE.UU. y de sus aliados europeos y asiáticos, fue inyectar cantidades masivas de recursos en los sectores neurálgicos de sus economías, para impedir su paralización, ante la falta de respuesta de los mercados en crisis.
También actuaron, con políticas económicas anti-cíclicas, los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) para propiciar la continuidad en su crecimiento y convertirse, por el momento, en los únicos motores de la economía mundial.
La economía norteamericana probablemente está ahora fuera de peligro de una crisis sistémica, pero seguirá arrojando durante algunos años ritmos anémicos en sus signos económicos vitales. Lo mismo ocurrirá en la mayoría de los europeos occidentales y Japón. Las distorsiones en sus economías son graves y requerirán tiempo para sanear.
En cambio, en América Latina, todo apunta a que Brasil se convertirá en el motor de crecimiento de nuestro continente y que China y la India, para el 2030 habrán sobrepasado el tamaño y relevancia de la economía norteamericana.
En cambio, México, por su absoluta dependencia de los Estados Unidos, en su comercio internacional, flujos de inversión extranjera y demás relaciones económicas, sufrirá su anemia económica, por la lejanía de los nuevos motores del desarrollo mundial y por la falta de interés mostrada por las autoridades de acercarse a los gigantes del continente asiático, como lo han hecho casi todos nuestros vecinos.
Se hace urgente repensar la estrategia y política económica de México, desde el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica hasta la diversificación de nuestro comercio con el resto del mundo y de nuestros socios inversionistas. Asimismo, es vital ampliar los sectores modernos de la economía y promover, en el país, la investigación de nuevas tecnologías. Todas estas medidas pertenecen a las metas de mediano y largo plazo para nosotros.
Mientras tanto, debemos estar muy atentos al posible contagio por las turbulencias que pueden venir de Europa Occidental, donde los problemas de excesivo endeudamiento de Grecia, Portugal, España e Italia ponen en peligro la economía de la Comunidad Europea.
La próxima semana analizaremos las tormentas que se empiezan a formar en el viejo continente, y el reto que tienen que enfrentar los Estados Unidos y aliados europeos para revertir los efectos de la importantísima inyección de recursos para salvar la crisis. La historia aun no concluye; Los países industriales tienen instrumentos de defensa y los han sabido usar.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
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