Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme / La Jornada
Si partimos de la base de que los derivados financieros representan el magno negocio controlado por las plazas de la City y Wall Street, extensivo al G-7, y que constituyen en su valor nocional entre 12 y 20 veces el PIB global, de acuerdo con datos del BIS (Bank of International Settlements, el banco central de los bancos centrales”), entonces va a ser sumamente difícil que la banca anglosajona admita de propia voluntad la “regulación” a su actividad esotérica y sin vigilancia gubernamental ni ciudadana.
El Índice Financiero Global, del Foro Económico de Davos, coloca a Estados Unidos y Gran Bretaña en los dos primeros lugares mundiales, seguidos por otros miembros del G-7 cuando, muy a lo lejos –más allá del sitial 30–, aparecen las emergentes potencias geoeoconómicas del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que son todavía enanos geofinancieros.
Expresado en forma virtual y brutal, se puede aducir que Estados Unidos y Gran Bretaña estarían dispuestos a ir a una guerra mundial, aunque suene exagerado, con tal de preservar el control de los derivados mediante los cuales, a nuestro humilde entender, se adueñan de las joyas geoestratégicas de los países valetudinarios desde el punto de vista financiero (que son la aplastante mayoría).
Esta situación no la ignora el BRIC que, a nuestro juicio, apuesta al derretimiento gradual de las estructuras financieras de Estados Unidos, que todavía demostraron su increíble vigor, en medio de la paradójica agonía del dólar-chatarra, con el desplome inesperado del euro.
Faltan por lo menos 10 años para que la suma y/o una de las monedas del BRIC y, sobre todo, el yuan chino, se ostente (n) como una divisa de reserva competitiva del dólar, que se encuentra todavía protegido –no por sus déficit y su impagable deuda– por dos cosas: sus bombas nucleares –al unísono de su poderío militar global pese a sus debacles en Irak y Afganistán– y, más que nada, que todavía no existe alternativa de divisa alguna en los mercados que pueda suplir al billete verde.
Se ha visto en las recientes tres cumbres mundiales del G-20 (una hibridación del G-7 en descenso y el BRIC en ascenso, sumados de nueve “agregados culturales”) que ni Gran Bretaña ni Estados Unidos están dispuestos a ceder el control de los derivados, lo cual volverá a suceder en su próxima cuarta cumbre en Toronto –como ha anunciado Chris Giles de The Financial Times (4/06/10), durante la reunión preparatoria de los ministros del G-20 en Busan (Corea del Sur).
Hasta aquí todo pareciera color de rosa para los derivados, los causales de la crisis financiera global –en especial, los CDO (collateralized debt obligations) y sus ominosos CDS (credit default swaps), estos últimos calculados en alrededor de 60 billones de dólares, es decir, el equivalente a todo el PIB global–, de no ser por la revuelta que ha provocado en algunos sectores ciudadanos (obviamente extrabancarios) de Estados Unidos –afectados por la crisis financiera que se convirtió en económica, energética y alimentaria (que llamamos multicrisis y que en realidad constituye un cambio de paradigma)–, que expresan su furia mediante el reclamo de una regulación de los derivados y que se ha plasmado en el movimiento Tea Party (que ha llegado hasta exigir la desaparición de la Reserva Federal) y que ha tomado mucha fuerza en vísperas de las cruciales elecciones legislativas de noviembre.
Inclusive, se pudiera aducir que en Gran Bretaña la nueva coalición contra natura de conservadores y liberales demócratas tiene como tarea primordial –en similitud a la legislatura que emerja en Estados Unidos– controlar los daños, mas que reformar, propiamente.
La reciente reforma financiera de Obama no se atrevió a ir tan lejos –como la reforma Glass-Steagal l de la época de Roosevelt– ni, mucho menos aún, tocar siquiera con el pétalo de una rosa a los derivados financieros, que siguen imperturbables tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña.
Pero todavía no hay que gritar victoria porque la mayoría de los países afectados por las apuestas de los CDS contra el euro han externado su molestia, como Alemania, que ha abolido la “venta en corto” (short-selling), lo cual puede ser imitado por Francia y otras entidades de la Unión Europea.
Der Spiegel On Line (12/06/10) resalta que “Alemania y Francia solicitan la prohibición de la especulación financiera” de “cierto tipo (sic)” de instrumentos financieros altamente desestabilizadores.
No se delimita si consideran a Gran Bretaña, lo cual es impensable, debido a ser la generadora matricial de los tóxicos instrumentos especulativos mediante los cuales controla globalmente las finanzas ajenas.
La solicitud de Alemania y Francia ha sido formulada a José Manuel Barroso, presidente portugués de la Comisión Europea –que ha brillado por su notable ausencia y que supuesta y técnicamente incumbe a Gran Bretaña–, y es específica a la abolición tanto de la “venta en corto” (short-selling) como a los CDS que apuestan contra la deuda soberana.
El portal alemán explaya que “la desnuda (sic) venta en corto involucra a inversionistas que especulan sobre los precios declinantes de instrumentos financieros que actualmente no poseen, mientras los desnudos (sic) CDS involucran el blindaje con una política de seguros sobre bonos que el inversionista tampoco posee”.
En paralelo y en forma osada, “Europa” (Nota: ¿con o sin Gran Bretaña?) pretende romper el monopolio de las descalificadas “calificadoras crediticias” de Estados Unidos (Der Spiegel, 6/09/10), lo que le ha valido una reprimenda geopolítica brutal del centro de pensamiento israelí-anglosajón Stratfor (3/06/10).
Aun en Estados Unidos no se ha escrito todo, ya que Robert Reich, ex secretario del Trabajo en la primera administración Clinton, en su feroz página web ha expresado su desagrado por la falta de regulación de los derivados, que exige contundentemente para rescatar a Estados Unidos de lo que considera su peor enemigo: el “super-capitalismo” bancario de Wall Street.
Por el momento parece que Estados Unidos y Gran Bretaña están dispuestos a regular mínimamente (en realidad, a controlar los daños) de los derivados que les ofrezcan todavía el mayor beneficio posible en medio del naufragio global.
El mínimo regulatorio será definido por la presión ciudadana a los dos lados del Atlántico y por las medidas que adopten con Alemania otros países europeos cuando el BRIC parece totalmente ausente del debate by the time being (seguramente todavía no salen del susto por el desplome inesperado del euro, que los tomó por sorpresa, como a todos).
Conclusión
Podemos proponer un axioma geopolítico sobre el futuro de los derivados financieros, cuya regulación se encuentra en correlación directa a la decadencia tanto de Estados Unidos (inevitable) como de Gran Bretaña (en curso) cuando el BRIC pueda imponer un nuevo sistema financiero multipolar que regule las operaciones de los derivados, en algo así como en una mezcla de las medidas que adopten Alemania y, sobre todo, China, que aún no ha expuesto su juego al respecto pero que es fácil imaginar.
Estamos hablando de un lapso máximo de 10 años, que ha iniciado su dinámica irreversible y que de microcontroles graduales a minicontroles acabará en la sumatoria de un gran control.
Alfredo Jalife-Rahme / La Jornada
Si partimos de la base de que los derivados financieros representan el magno negocio controlado por las plazas de la City y Wall Street, extensivo al G-7, y que constituyen en su valor nocional entre 12 y 20 veces el PIB global, de acuerdo con datos del BIS (Bank of International Settlements, el banco central de los bancos centrales”), entonces va a ser sumamente difícil que la banca anglosajona admita de propia voluntad la “regulación” a su actividad esotérica y sin vigilancia gubernamental ni ciudadana.
El Índice Financiero Global, del Foro Económico de Davos, coloca a Estados Unidos y Gran Bretaña en los dos primeros lugares mundiales, seguidos por otros miembros del G-7 cuando, muy a lo lejos –más allá del sitial 30–, aparecen las emergentes potencias geoeoconómicas del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que son todavía enanos geofinancieros.
Expresado en forma virtual y brutal, se puede aducir que Estados Unidos y Gran Bretaña estarían dispuestos a ir a una guerra mundial, aunque suene exagerado, con tal de preservar el control de los derivados mediante los cuales, a nuestro humilde entender, se adueñan de las joyas geoestratégicas de los países valetudinarios desde el punto de vista financiero (que son la aplastante mayoría).
Esta situación no la ignora el BRIC que, a nuestro juicio, apuesta al derretimiento gradual de las estructuras financieras de Estados Unidos, que todavía demostraron su increíble vigor, en medio de la paradójica agonía del dólar-chatarra, con el desplome inesperado del euro.
Faltan por lo menos 10 años para que la suma y/o una de las monedas del BRIC y, sobre todo, el yuan chino, se ostente (n) como una divisa de reserva competitiva del dólar, que se encuentra todavía protegido –no por sus déficit y su impagable deuda– por dos cosas: sus bombas nucleares –al unísono de su poderío militar global pese a sus debacles en Irak y Afganistán– y, más que nada, que todavía no existe alternativa de divisa alguna en los mercados que pueda suplir al billete verde.
Se ha visto en las recientes tres cumbres mundiales del G-20 (una hibridación del G-7 en descenso y el BRIC en ascenso, sumados de nueve “agregados culturales”) que ni Gran Bretaña ni Estados Unidos están dispuestos a ceder el control de los derivados, lo cual volverá a suceder en su próxima cuarta cumbre en Toronto –como ha anunciado Chris Giles de The Financial Times (4/06/10), durante la reunión preparatoria de los ministros del G-20 en Busan (Corea del Sur).
Hasta aquí todo pareciera color de rosa para los derivados, los causales de la crisis financiera global –en especial, los CDO (collateralized debt obligations) y sus ominosos CDS (credit default swaps), estos últimos calculados en alrededor de 60 billones de dólares, es decir, el equivalente a todo el PIB global–, de no ser por la revuelta que ha provocado en algunos sectores ciudadanos (obviamente extrabancarios) de Estados Unidos –afectados por la crisis financiera que se convirtió en económica, energética y alimentaria (que llamamos multicrisis y que en realidad constituye un cambio de paradigma)–, que expresan su furia mediante el reclamo de una regulación de los derivados y que se ha plasmado en el movimiento Tea Party (que ha llegado hasta exigir la desaparición de la Reserva Federal) y que ha tomado mucha fuerza en vísperas de las cruciales elecciones legislativas de noviembre.
Inclusive, se pudiera aducir que en Gran Bretaña la nueva coalición contra natura de conservadores y liberales demócratas tiene como tarea primordial –en similitud a la legislatura que emerja en Estados Unidos– controlar los daños, mas que reformar, propiamente.
La reciente reforma financiera de Obama no se atrevió a ir tan lejos –como la reforma Glass-Steagal l de la época de Roosevelt– ni, mucho menos aún, tocar siquiera con el pétalo de una rosa a los derivados financieros, que siguen imperturbables tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña.
Pero todavía no hay que gritar victoria porque la mayoría de los países afectados por las apuestas de los CDS contra el euro han externado su molestia, como Alemania, que ha abolido la “venta en corto” (short-selling), lo cual puede ser imitado por Francia y otras entidades de la Unión Europea.
Der Spiegel On Line (12/06/10) resalta que “Alemania y Francia solicitan la prohibición de la especulación financiera” de “cierto tipo (sic)” de instrumentos financieros altamente desestabilizadores.
No se delimita si consideran a Gran Bretaña, lo cual es impensable, debido a ser la generadora matricial de los tóxicos instrumentos especulativos mediante los cuales controla globalmente las finanzas ajenas.
La solicitud de Alemania y Francia ha sido formulada a José Manuel Barroso, presidente portugués de la Comisión Europea –que ha brillado por su notable ausencia y que supuesta y técnicamente incumbe a Gran Bretaña–, y es específica a la abolición tanto de la “venta en corto” (short-selling) como a los CDS que apuestan contra la deuda soberana.
El portal alemán explaya que “la desnuda (sic) venta en corto involucra a inversionistas que especulan sobre los precios declinantes de instrumentos financieros que actualmente no poseen, mientras los desnudos (sic) CDS involucran el blindaje con una política de seguros sobre bonos que el inversionista tampoco posee”.
En paralelo y en forma osada, “Europa” (Nota: ¿con o sin Gran Bretaña?) pretende romper el monopolio de las descalificadas “calificadoras crediticias” de Estados Unidos (Der Spiegel, 6/09/10), lo que le ha valido una reprimenda geopolítica brutal del centro de pensamiento israelí-anglosajón Stratfor (3/06/10).
Aun en Estados Unidos no se ha escrito todo, ya que Robert Reich, ex secretario del Trabajo en la primera administración Clinton, en su feroz página web ha expresado su desagrado por la falta de regulación de los derivados, que exige contundentemente para rescatar a Estados Unidos de lo que considera su peor enemigo: el “super-capitalismo” bancario de Wall Street.
Por el momento parece que Estados Unidos y Gran Bretaña están dispuestos a regular mínimamente (en realidad, a controlar los daños) de los derivados que les ofrezcan todavía el mayor beneficio posible en medio del naufragio global.
El mínimo regulatorio será definido por la presión ciudadana a los dos lados del Atlántico y por las medidas que adopten con Alemania otros países europeos cuando el BRIC parece totalmente ausente del debate by the time being (seguramente todavía no salen del susto por el desplome inesperado del euro, que los tomó por sorpresa, como a todos).
Conclusión
Podemos proponer un axioma geopolítico sobre el futuro de los derivados financieros, cuya regulación se encuentra en correlación directa a la decadencia tanto de Estados Unidos (inevitable) como de Gran Bretaña (en curso) cuando el BRIC pueda imponer un nuevo sistema financiero multipolar que regule las operaciones de los derivados, en algo así como en una mezcla de las medidas que adopten Alemania y, sobre todo, China, que aún no ha expuesto su juego al respecto pero que es fácil imaginar.
Estamos hablando de un lapso máximo de 10 años, que ha iniciado su dinámica irreversible y que de microcontroles graduales a minicontroles acabará en la sumatoria de un gran control.
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