viernes, 9 de abril de 2010

PANORAMA DESDE EL PUENTE

Lorenzo B. de Quirós / Eleconomista.es
Si uno se cree las previsiones de los organismos económicos internacionales, la Gran Recesión ha quedado atrás y el mundo a trancas y barrancas volverá a crecer. El debate se centra en si la recuperación será en V, es decir, rápida e intensa; en U, lenta y débil o, como sugieren los pesimistas, en W, esto es, una frágil reactivación seguida de una recaída.
Las previsiones de los economistas tienen más de arte que de ciencia, pero si bien es una cuestión de suerte acertar con precisión la evolución de la economía global, sí es posible intuir cuál será su posible comportamiento a la vista del tipo de crisis que se ha experimentado y de las medidas aplicadas para combatirla.
La buena noticia es que el desplome de los mecanismos de pagos ha sido contenido, de momento... La mala, que la ingente acumulación de deuda por parte de los gobiernos corre el serio peligro de desencadenar una ola de nuevas crisis financieras en un horizonte temporal no muy lejano.
La Gran Recesión ha sido un banco de pruebas para mostrar la potencia de la política monetaria, su capacidad de impedir una reedición de la Gran Depresión. Con sus aciertos y con sus errores ha conjurado el derrumbe del mecanismo de pagos y, en la práctica, ha sido el factor esencial de la reactivación momentánea de la economía mundial. Sin embargo, esa actuación se ha visto acompañada por una estrategia fiscal y presupuestaria hiper expansiva en la mayoría de los estados, sobre todo, en EEUU.
La mezcolanza de ambas políticas constituye una grave amenaza para la consolidación de los brotes verdes de la economía internacional, para su estabilización. En realidad, sienta las bases de un posible retroceso hacia la recesión si no produce una urgente vuelta a la ortodoxia macroeconómica.
Adiós a los estímulos fiscales
A diferencia de lo que se cree y se proclama, una pronta retirada de los estímulos monetarios y fiscales es una condición fundamental para dejar atrás el fantasma de la Gran Recesión. La mayoría de los bancos centrales de los países de la OCDE no sólo han aumentado de manera brutal sus balances para suministrar liquidez y/o capital al sistema financiero, sino que lo han hecho de manera directa. El aumento de la cantidad de dinero en circulación es justificable o, mejor, tiene justificación si el motivo es evitar el hundimiento del sistema bancario, pero no lo es si esa medida se transforma en un instrumento para soportar los derroches presupuestarios del Gobierno.
Ese tipo de cooperación es lo que la petición y concesión de autonomía a la banca central ha intentado siempre evitar.
Un régimen monetario no inflacionario tiene serias dificultades para sobrevivir en presencia de un déficit público elevado y permanente. Es improbable, por no decir imposible, que el primero sobreviva si el segundo no se corrige aunque la monetización de la deuda esté prohibida por los estatutos del banco emisor. La presión sobre él para que financie el endeudamiento puede ser irresistible, sobre todo, en períodos de crisis.
Por otra parte, si las expectativas de que eso es probable se consolidan, también lo harán las perspectivas de que la inflación mantendrá su carrera alcista. Esta situación conduce a un dilema explosivo.
O bien la financiación monetaria del agujero presupuestario lleva a disparar el nivel general de precios, lo que conducirá a unos tipos de interés más altos, o bien el mantenimiento de un endeudamiento estratosférico exigirá unos niveles de impuestos incompatibles con el crecimiento de la economía.
Programas de estabilización
La puesta en marcha de programas de estabilización destinados a recortar los abultados niveles de deuda/déficit creados durante la Gran Recesión no sólo no supondría un freno a la recuperación de las economías, sino que tendría efectos expansivos en el corto plazo siempre y cuando se centrasen en el recorte del gasto estructural: empleo y salarios públicos, las transferencias y las partidas del Estado del Bienestar.
Por añadidura, el impacto estimulante sobre la actividad de las restricciones presupuestarias es mayor cuando se acomete en los malos tiempos, es decir, en períodos de un rápido ascenso del ratio deuda/PIB. Esta tesis se ve apoyada por una amplia evidencia. Su fundamentación teórica es que consolidaciones fiscales como las apuntadas tienen un potente efecto riqueza si los recortes de gasto se perciben como duraderos. En este caso, los consumidores y las empresas anticipan un aumento de su renta permanente, de sus flujos de ingresos futuros ya que no se verán forzados a soportar una carga tributaria mayor para financiar el agujero de las cuentas públicas.
En este contexto, ceteris paribus, el gasto privado tenderá a reactivarse con mayor vigor. Al mismo tiempo, las contracciones fiscales tienen un impacto bajista sobre los tipos de interés. Si el volumen de deuda pública presenta una trayectoria alcista, los inversores nacionales e internacionales demandan una prima de riesgo (precio) más alta y pueden llegar a cortar el crédito a la economía demandante de él si no perciben que esa deriva se invierta.
Un déficit/deuda crecientes plantean incertidumbre sobre su sostenibilidad, sobre la solvencia del país que los genera, lo que encarece su financiación e incluso puede conducir a un severo recorte de la misma. Del mismo modo, la disminución del gasto y del déficit reduce las necesidades de recurso por parte del Estado y los libera para que las familias y las compañías los gasten y los inviertan. En un entorno de restricción crediticia derivado de una crisis financiera y de una recesión, el impacto estimulante de las políticas presupuestarias restrictivas es muy poderoso.
No al intervencionismo
En conclusión, la superación definitiva de la Gran Recesión exige restaurar la disciplina fiscal y monetaria, mantener los mercados abiertos a la competencia interna y externa y no sucumbir a la tentación intervencionista que no lograría eliminar la emergencia de riesgos sistémicos y sin embargo establecería una pesada losa sobre el crecimiento de la economía.
No hace falta inundar las economías y los sistemas financieros de miles de trabas, sino diseñar un aparato regulatorio-supervisor pequeño y eficiente, sometido a reglas y procedimientos claros y previsibles cuya misión básica ha de ser la creación de incentivos que incrementen la responsabilidad de los agentes económicos en lugar de fomentar la irresponsabilidad y el establecimiento de un entorno legal e institucional que promueva la transparencia y prevenga, y en su caso castigue, los abusos y el fraude.
La crisis iniciada en 2007 no fue un "Fallo del Mercado", sino un "Fallo del Estado", y prácticamente todas las responsabilidades asignadas al mercado fueron consecuencias directas de los estímulos y distorsiones proporcionados por malas políticas económicas y por pésimas, que no insuficientes, regulaciones.
Lorenzo B. de Quirós, miembro del consejo editorial de elEconomista.

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