Alejandro Nadal / La Jornada
La oposición a las reformas del sistema financiero en el Congreso estadunidense es una cortina de humo. Su objetivo es evitar que se discutan los verdaderos cambios de fondo al sistema de intermediación financiera. El meollo del asunto es la transformación que debe operarse en el espacio monetario, y no sólo el de algunos cambios para evitar abusos” del capital financiero.
La Cámara de Representantes ha aprobado ya un paquete de reformas cuyo principal componente es la llamada “regla Volcker”, que restringiría fuertemente la posibilidad de realizar operaciones por cuenta propia para los bancos. Pero eso no es lo más importante en la explicación de la debacle financiera.
En el Senado, el proyecto de ley que el lunes sufrió un revés (temporal) busca introducir reformas en materia de protección para el usuario de servicios financieros y establece un comité de vigilancia supuestamente más robusto. El sistema regulatorio sobre bancos sería reorganizado para colmar lagunas, etc.
Todo eso suena poco convincente. Para empezar, el régimen regulatorio del sistema financiero está demasiado comprometido en las condiciones actuales. Está basado en el principio de las puertas rotatorias: hoy en Wall Street, mañana en la comisión reguladora de Wall Street, regresando pasado mañana a Wall Street. Algo huele mal aquí.
Pero más allá de ese detalle, las grandes limitaciones de las reformas propuestas están en dos niveles. Primero, no hay nada que se acerque a una real y profunda transformación para eliminar el comportamiento depredador del capital financiero. Ninguno de los derivados financieros que originaron esta debacle está siendo eliminado o prohibido. Ni siquiera se restablece la ley Glass-Steagall, que consagra la separación entre banca comercial y banca de inversión (especulativa).
Segundo, el tema que se evita con mayor cuidado en toda la discusión sobre las reformas al sistema bancario es el régimen de reserva fraccionaria. Bajo esta modalidad los bancos sólo están obligados a mantener disponible una fracción de los depósitos, pudiendo prestar el resto. Por supuesto, los bancos siguen estando obligados a restituir la totalidad de los depósitos, pero al sólo estar obligados a mantener a la vista una parte de esos pasivos, los bancos pueden embarcarse en una actividad de creación monetaria sumamente importante y lucrativa. Esto es lo que explica por qué la oferta monetaria es mucho más amplia que la base monetaria integrada por la moneda legal emitida por el banco central.
Las autoridades que regulan el sistema bancario imponen los niveles de reservas que debe mantener un banco y regulan el nivel de apalancamiento que está permitido (capital social versus endeudamiento). El objetivo es mantener cierta regulación sobre la oferta monetaria, así como impedir sobresaltos y pánicos (corridas sobre un banco). El banco central viene a cubrir la retaguardia con su función de prestamista de última instancia. Pero la creación monetaria es endógena y responde a la demanda de préstamos, mientras que la tasa de interés es exógena y no tiene nada que ver con un supuesto equilibrio en el mítico mercado de “fondos prestables” tan criticado en la obra de Keynes.
El punto central aquí es que en un mundo de moneda fiduciaria (no respaldada con oro o algún otro referente “real”) el sistema de reserva fraccionaria transfiere a los bancos privados la capacidad de creación monetaria y el cobro de un interés sobre los préstamos de esa moneda surgida del vacío. Este sueño dorado de un capitalista es la contrapartida de la apropiación del espacio monetario, un bien común, por parte de una casta súper privilegiada.
¿Cómo es posible que el espacio de la creación monetaria sea entregado a la actividad privada? Esto es extraordinario. No tiene ninguna justificación técnica, y no se explica más que como un resabio de un pasado lleno de casas comerciales y dinastías financieras que se apoderaron de emprendimientos de orfebres hace siglos.
La rentabilidad de un banco por esta apropiación del espacio monetario común es algo insólito. Su contraparte es el endeudamiento de la sociedad. Si nos detenemos a pensarlo, queda claro que si existe un entorno común que bajo ningún motivo debe ser objeto de apropiación privada, esa es la dimensión monetaria.
Para eliminar los maleficios de ese sistema de reserva fraccionaria hay quien propone elevar el nivel de reservas al 100 por ciento. Ahí hay toda una discusión interesante sobre los defectos y virtudes (técnicas) de tal medida. De todos modos, esa recomendación produce urticaria terminal en los seguidores del credo neoliberal y de la teoría macroeconómica estándar, porque conduce necesariamente a modificar el papel de la intermediación financiera en el capitalismo. Claro, el siguiente paso es el control público, sobre todo el espacio monetario. Ya sólo falta cuestionar la racionalidad del capital y empezar a pensar en sistemas económicos que no reproduzcan sus defectos.
La oposición a las reformas del sistema financiero en el Congreso estadunidense es una cortina de humo. Su objetivo es evitar que se discutan los verdaderos cambios de fondo al sistema de intermediación financiera. El meollo del asunto es la transformación que debe operarse en el espacio monetario, y no sólo el de algunos cambios para evitar abusos” del capital financiero.
La Cámara de Representantes ha aprobado ya un paquete de reformas cuyo principal componente es la llamada “regla Volcker”, que restringiría fuertemente la posibilidad de realizar operaciones por cuenta propia para los bancos. Pero eso no es lo más importante en la explicación de la debacle financiera.
En el Senado, el proyecto de ley que el lunes sufrió un revés (temporal) busca introducir reformas en materia de protección para el usuario de servicios financieros y establece un comité de vigilancia supuestamente más robusto. El sistema regulatorio sobre bancos sería reorganizado para colmar lagunas, etc.
Todo eso suena poco convincente. Para empezar, el régimen regulatorio del sistema financiero está demasiado comprometido en las condiciones actuales. Está basado en el principio de las puertas rotatorias: hoy en Wall Street, mañana en la comisión reguladora de Wall Street, regresando pasado mañana a Wall Street. Algo huele mal aquí.
Pero más allá de ese detalle, las grandes limitaciones de las reformas propuestas están en dos niveles. Primero, no hay nada que se acerque a una real y profunda transformación para eliminar el comportamiento depredador del capital financiero. Ninguno de los derivados financieros que originaron esta debacle está siendo eliminado o prohibido. Ni siquiera se restablece la ley Glass-Steagall, que consagra la separación entre banca comercial y banca de inversión (especulativa).
Segundo, el tema que se evita con mayor cuidado en toda la discusión sobre las reformas al sistema bancario es el régimen de reserva fraccionaria. Bajo esta modalidad los bancos sólo están obligados a mantener disponible una fracción de los depósitos, pudiendo prestar el resto. Por supuesto, los bancos siguen estando obligados a restituir la totalidad de los depósitos, pero al sólo estar obligados a mantener a la vista una parte de esos pasivos, los bancos pueden embarcarse en una actividad de creación monetaria sumamente importante y lucrativa. Esto es lo que explica por qué la oferta monetaria es mucho más amplia que la base monetaria integrada por la moneda legal emitida por el banco central.
Las autoridades que regulan el sistema bancario imponen los niveles de reservas que debe mantener un banco y regulan el nivel de apalancamiento que está permitido (capital social versus endeudamiento). El objetivo es mantener cierta regulación sobre la oferta monetaria, así como impedir sobresaltos y pánicos (corridas sobre un banco). El banco central viene a cubrir la retaguardia con su función de prestamista de última instancia. Pero la creación monetaria es endógena y responde a la demanda de préstamos, mientras que la tasa de interés es exógena y no tiene nada que ver con un supuesto equilibrio en el mítico mercado de “fondos prestables” tan criticado en la obra de Keynes.
El punto central aquí es que en un mundo de moneda fiduciaria (no respaldada con oro o algún otro referente “real”) el sistema de reserva fraccionaria transfiere a los bancos privados la capacidad de creación monetaria y el cobro de un interés sobre los préstamos de esa moneda surgida del vacío. Este sueño dorado de un capitalista es la contrapartida de la apropiación del espacio monetario, un bien común, por parte de una casta súper privilegiada.
¿Cómo es posible que el espacio de la creación monetaria sea entregado a la actividad privada? Esto es extraordinario. No tiene ninguna justificación técnica, y no se explica más que como un resabio de un pasado lleno de casas comerciales y dinastías financieras que se apoderaron de emprendimientos de orfebres hace siglos.
La rentabilidad de un banco por esta apropiación del espacio monetario común es algo insólito. Su contraparte es el endeudamiento de la sociedad. Si nos detenemos a pensarlo, queda claro que si existe un entorno común que bajo ningún motivo debe ser objeto de apropiación privada, esa es la dimensión monetaria.
Para eliminar los maleficios de ese sistema de reserva fraccionaria hay quien propone elevar el nivel de reservas al 100 por ciento. Ahí hay toda una discusión interesante sobre los defectos y virtudes (técnicas) de tal medida. De todos modos, esa recomendación produce urticaria terminal en los seguidores del credo neoliberal y de la teoría macroeconómica estándar, porque conduce necesariamente a modificar el papel de la intermediación financiera en el capitalismo. Claro, el siguiente paso es el control público, sobre todo el espacio monetario. Ya sólo falta cuestionar la racionalidad del capital y empezar a pensar en sistemas económicos que no reproduzcan sus defectos.
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