José Fernández Santillán /El Universal
Sin duda uno de los hechos más notables del proceso de transformación de México en los últimos 30 años es el ascenso de la pluralidad política. A mi parecer el punto de arranque se encuentra en la reforma política de 1977 cuando Jesús Reyes Heroles tuvo la virtud de entender que el país necesitaba superar el sistema hegemónico mediante el reconocimiento de la diversidad política existente. El Ancien Régime se sustentó en la sobrerrepresentación de la mayoría y en la subrrepresentación de las minorías en el Congreso de la Unión. Las adecuaciones que se han venido haciendo desde entonces han tratado de corregir esa disparidad, si bien no todo el mundo está de acuerdo.
No es casualidad que en las discusiones más recientes sobre la reforma política el punto nodal se localice en la conveniencia de construir, y bajo qué modalidad, mayorías estables. En este debate han intervenido, entre otros, Leo Zuckerman (Excelsior), Jesús Silva Herzog Márquez (Reforma), Adrián Lajous (Nexos en línea) y José Córdoba Montoya (Reforma). Las posiciones se han dividido entre quienes, como Zuckerman y Córdoba, abogan por dar un premio de mayoría al partido que haya obtenido más escaños aunque éste no haya alcanzado el 50% más uno de los votos. La prioridad, según esta argumentación, es que el Presidente cuente con el respaldo del Congreso para llevar a cabo su plan de gobierno. Por otro lado, están analistas como Silva Herzog y Lajous, quienes opinan que se debe mantener la proporcionalidad para que pueda haber una negociación entre los partidos y así se forme una mayoría nacida de la pluralidad.
El debate en curso recuerda aquella frase escrita por Herbert Spencer en su libro El hombre contra el Estado: “La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes; la gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos”. Este autor teme tanto a la tiranía de una persona como a la tiranía de la mayoría; es decir, se declara en contra la autocracia confesional así como contra la democracia mal entendida. Ésta, en su opinión, sólo ponía atención en la mayoría dejando fuera a las minorías; una democracia digna de tal nombre, por el contrario, toma en consideración tanto a la mayoría como a las minorías para poder gobernar.
El argumento de Spencer se enlaza con lo dicho por Hans Kelsen en su obra Teoría general del derecho y el Estado: “Todo el procedimiento parlamentario se orienta al logro de una solución intermedia entre intereses opuestos, de una resultante de las fuerzas antagónicas”. Para él el parlamento debe ser “el espejo de la nación” en el que se refleje lo variopinto de la sociedad y las tendencias ideológicas.
Aplicando estas consideraciones a México, podemos decir que quienes favorecen el premio de mayoría dan la impresión de actuar, consciente o inconscientemente, a favor de la restauración del antiguo sistema excluyente y verticalista, en tanto que quienes simpatizan con la proporcionalidad se acercan de mejor manera al ideal democrático de la inclusión y la horizontalidad. Coincido con Silva Herzog cuando escribe: “La necesaria negociación sigue siendo en un país como México una vacuna fundamental para impedir la arbitrariedad”.
El dilema radica en aceptar o no el pluralismo en términos institucionales, en superar o no la gran superstición política del presidencialismo excluyente y el mayoriteo.
Profesor de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México
Sin duda uno de los hechos más notables del proceso de transformación de México en los últimos 30 años es el ascenso de la pluralidad política. A mi parecer el punto de arranque se encuentra en la reforma política de 1977 cuando Jesús Reyes Heroles tuvo la virtud de entender que el país necesitaba superar el sistema hegemónico mediante el reconocimiento de la diversidad política existente. El Ancien Régime se sustentó en la sobrerrepresentación de la mayoría y en la subrrepresentación de las minorías en el Congreso de la Unión. Las adecuaciones que se han venido haciendo desde entonces han tratado de corregir esa disparidad, si bien no todo el mundo está de acuerdo.
No es casualidad que en las discusiones más recientes sobre la reforma política el punto nodal se localice en la conveniencia de construir, y bajo qué modalidad, mayorías estables. En este debate han intervenido, entre otros, Leo Zuckerman (Excelsior), Jesús Silva Herzog Márquez (Reforma), Adrián Lajous (Nexos en línea) y José Córdoba Montoya (Reforma). Las posiciones se han dividido entre quienes, como Zuckerman y Córdoba, abogan por dar un premio de mayoría al partido que haya obtenido más escaños aunque éste no haya alcanzado el 50% más uno de los votos. La prioridad, según esta argumentación, es que el Presidente cuente con el respaldo del Congreso para llevar a cabo su plan de gobierno. Por otro lado, están analistas como Silva Herzog y Lajous, quienes opinan que se debe mantener la proporcionalidad para que pueda haber una negociación entre los partidos y así se forme una mayoría nacida de la pluralidad.
El debate en curso recuerda aquella frase escrita por Herbert Spencer en su libro El hombre contra el Estado: “La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes; la gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos”. Este autor teme tanto a la tiranía de una persona como a la tiranía de la mayoría; es decir, se declara en contra la autocracia confesional así como contra la democracia mal entendida. Ésta, en su opinión, sólo ponía atención en la mayoría dejando fuera a las minorías; una democracia digna de tal nombre, por el contrario, toma en consideración tanto a la mayoría como a las minorías para poder gobernar.
El argumento de Spencer se enlaza con lo dicho por Hans Kelsen en su obra Teoría general del derecho y el Estado: “Todo el procedimiento parlamentario se orienta al logro de una solución intermedia entre intereses opuestos, de una resultante de las fuerzas antagónicas”. Para él el parlamento debe ser “el espejo de la nación” en el que se refleje lo variopinto de la sociedad y las tendencias ideológicas.
Aplicando estas consideraciones a México, podemos decir que quienes favorecen el premio de mayoría dan la impresión de actuar, consciente o inconscientemente, a favor de la restauración del antiguo sistema excluyente y verticalista, en tanto que quienes simpatizan con la proporcionalidad se acercan de mejor manera al ideal democrático de la inclusión y la horizontalidad. Coincido con Silva Herzog cuando escribe: “La necesaria negociación sigue siendo en un país como México una vacuna fundamental para impedir la arbitrariedad”.
El dilema radica en aceptar o no el pluralismo en términos institucionales, en superar o no la gran superstición política del presidencialismo excluyente y el mayoriteo.
Profesor de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México
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