lunes, 8 de febrero de 2010

ENTRE LA DEUDA Y EL DESEMPLEO

Enrique Campos Suárez
Estados Unidos continúa defendiendo su grado de inversión. Sostenido en un dólar fuerte, el gobierno de aquella nación busca bajar impuestos y endeudarse.
Estados Unidos descansa sobre el poder del dólar para poder impulsar su recuperación económica desde una situación fiscal endeble. A diferencia de economías, como la española o la griega, EU tiene el monopolio de un producto altamente demandado en todo el planeta: su moneda.
No hay paradoja más beneficiosa para EU que ser el creador de la Gran Recesión, desde su sistema financiero, y tener como resultado un mundo de inversionistas que huyen de otros mercados para refugiarse en los papeles del Tesoro.
Datos como los problemas fiscales de los países europeos, más la persistencia de altas tasas de desempleo y lo dispar de los signos de recuperación, hacen creer a muchos en la posibilidad de una recaída mundial. Con el componente adicional de que no habría la capacidad de reacción gubernamental, por el alto costo ya pagado por el rescate inicial.
Las firmas calificadoras, especialmente Moody’s, han expresado su preocupación por algo que parecería descartado por principio: que los problemas deficitarios de la economía estadounidense le pudieran costar su máxima calificación crediticia.
El punto de partida para comparar lo que se tiene que hacer es EU. La “AAA” que se ostenta como calificación crediticia más alta en el planeta está inspirada en esa economía que ha sido capaz de regenerarse bajo cualquier tipo de presión.
Pero ahora surgen dudas sobre esa fortaleza, y las dudas generan miedos.
Sigue la desconfianza y se cierra el círculo vicioso con la corrida. Timothy Geithner, secretario del Tesoro, no deja de repetir que es imposible pensar que su país podría perder el máximo grado de inversión. Pero, entonces, es urgente que empiecen a generarse señales que respalden esos dichos.
El gobierno de Barack Obama enfrenta para el presupuesto de este año un déficit fiscal estimado en 1.6 trillones de dólares. A la par que propone más recortes de impuestos. Contra un plan de austeridad que tendría que mostrar resultados pronto para ser creíble.
Pero al riesgo fiscal, que hoy sin duda suena como un problema mucho más europeo, se le tienen que sumar las evidencias de una recuperación económica sostenida, una que alcance a los ciudadanos, para que den paso a uno de los fenómenos económicos más fascinantes: el de la confianza.
El dato de la baja en la tasa del desempleo ayuda mucho a elevar ese ánimo.
Aunque tenga una lectura diferente.
En primer lugar, se siguen perdiendo empleos. Claro, fueron 20,000 plazas menos en enero pasado, contra las casi 700,000 que se perdían mensualmente durante algunos meses del año pasado.
El problema de la baja de la tasa del desempleo de 10 a 9.7% es que detrás hay gente que claudicó en la búsqueda de empleo. Vamos, no son menos desempleados, son menos ciudadanos los que hoy lo buscan. Muchos perdieron la confianza.
Es un momento clave de la recuperación económica de Estados Unidos.
Porque, si bien ya no hay bajas en los principales indicadores, este nivel de estancamiento combinado con los temores de una crisis fiscal mundial hacen de éste un nuevo punto de partida.
La primera piedra
El hecho: otra vez subieron de precio las gasolinas.
Las posibilidades: entender desde los círculos políticos que resulta inevitable ajustar los precios de estos energéticos y que resulta mejor hacerlo de una manera dosificada a lo largo del año.
O bien, iniciar este lunes un nuevo escándalo por el enésimo gasolinazo del gobierno federal.
Las consecuencias de uno y otro son muy diferentes. En el primer caso hay, evidentemente, una nueva presión en los costos de producción, aunque sea mínimo.
En el segundo caso, en el de optar por hacer un escándalo político del tema, puede implicar que haya presiones psicológicas adicionales en los precios. O sea, un porcentaje por el aumento a litro de la Magna, y otro porcentaje mayor como para “curarse en salud”.
Durante todo el 2008, el gobierno federal aplicó aumentos constantes en los precios de los combustibles. Incluso por arriba de la inflación estimada.
El error vino al año siguiente, cuando en uno de esos arranques populistas congeló los precios de las gasolinas y otros bienes y servicios.
Por eso es que ahora sufre tanto el gobierno federal para que todo mundo se acostumbre a los incrementos. ¡Quién les manda!
Fuente: EL Economista

No hay comentarios:

Publicar un comentario