Daniel Gros / elEcomomista.es
Hay
consenso en Europa acerca de que sólo la mutualización de la deuda puede
resolver la crisis del euro. Se cita a menudo los primeros años de EEUU, cuando
Alexander Hamilton, secretario del Tesoro de George Washington, logró que el
nuevo Gobierno federal asumiera las deudas de guerra revolucionaria de los estados
americanos.
Un
vistazo más atento revela que dicha experiencia no es útil ni alentadora para
los eurobonos. En primer lugar, asumir deuda estatal existente a escala federal
no es lo mismo que permitir que Estados individuales emitan bonos con
responsabilidad "conjunta y solidaria" y garantizados por todos los
países. Hamilton no tuvo que preocuparse del riesgo moral porque el Gobierno
federal no garantizó la deuda nueva en la que incurrieron los estados.
En
segundo lugar, raras veces se menciona que la deuda federal de EEUU en aquella
época (unos cuarenta millones dólares) era muy superior a la de los estados
(cerca de 18 millones). Por esa razón, asumir la deuda de los estados no fue
crucial para el éxito de la estabilización financiera de posguerra en el nuevo
país. Al contrario, era un corolario natural del hecho de que la mayor
parte de la deuda se había contraído en la lucha por una causa común.
Además,
las fuentes más eficientes de ingresos del Ejecutivo por aquellas fechas eran
los aranceles e impuestos recaudados en las fronteras. Incluso desde el punto
de vista de la eficiencia, tenía sentido que el Gobierno federal asumiera la
deuda pública.
El
reconocimiento federal de las deudas de guerra de los estados también era
ventajosa en términos de desarrollo económico: una vez los estados no tuvieran
deuda, no necesitarían recurrir a los impuestos directos, que podrían haber
impedido el desarrollo del mercado interno. De hecho, cuando el Ejecutivo
federal asumió esa deuda (una cantidad reducida del total), los ingresos
estatales cayeron entre el 80 y el 90%. Los estados fueron fiscalmente
irrelevantes un tiempo.
Por
último, la clave del éxito de la estabilización financiera fue una
reestructuración profunda. Hamilton calculaba que el Gobierno federal podía
obtener ingresos suficientes para abonar un interés del 4% sobre el total de la
deuda, muy por debajo del 6% de las obligaciones existentes.
A los
titulares de bonos estatales y federales se les ofreció un paquete de bonos a
más largo plazo, con un interés del 3 y el 6% (y un periodo de gracia de diez
años). El paquete se diseñó para que el coste medio del reconocimiento de la
deuda fuera del 4%. En términos modernos, el valor presente neto de la deuda
total (federal y estatal) se redujo a cerca de la mitad, si aplicamos el
rendimiento habitual de salida del 9%.
Más aún, los
largos plazos de vencimiento de los nuevos bonos federales hacían improbable
que hubiera que renegociarlos. Habría sido muy arriesgado exponer al
Ejecutivo federal a tal riesgo, dado que la operación se percibió al inicio y
con razón como de alto riesgo.
En los
primeros cinco años del país, el reconocimiento de la deuda engulló más del 80%
de los ingresos federales totales. El menor golpe podría haber quebrado al
Gobierno federal. Pero sucedió lo contrario: los ingresos federales se
triplicaron por la reconstrucción de posguerra y siguieron creciendo ayudados
por la neutralidad en las guerras mundiales.
La situación en Europa
En
cambio, las perspectivas de crecimiento en Europa son bastante sombrías, y el
pago de intereses, incluso para Grecia e Italia, es menos del 20% de los
ingresos totales. El problema real es refinanciar deuda en una economía
estancada. Por ejemplo, Italia tendrá pronto de un presupuesto
estructuralmente equilibrado, pero aún debe refinanciar deuda antigua.
Disipar
dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública en la Eurozona exigirá
también una reestructuración profunda. La crisis de la Eurozona podría resolverse con
toda seguridad si toda la deuda pública existente se convirtiese en eurobonos a
20 años con un rendimiento del 3% y un periodo de gracia de cinco años para el
servicio de la deuda. Es fácil anticipar los efectos que acarrearía en los
mercados financieros.
Más
interesante, vista la situación actual en la Eurozona, es lo que aconteció casi
medio siglo después de las medidas de Hamilton. En las décadas de 1830 y 1840,
varios estados habían sobreinvertido en la tecnología líder de la época: los
canales. Cuando el auge de la construcción de canales acabó, ocho estados y el
territorio de Florida (un 10 por ciento de la población total de EEUU en la
época) no pudieron pagar sus préstamos, casi todos británicos.
Los
banqueros británicos amenazaron con no volver a invertir en un pueblo tan poco
de fiar como el americano. Recordaban el precedente de Hamilton y probablemente
habían invertido creyendo que, si hacía falta, el Ejecutivo volvería a rescatar
a los estados.
Sin
embargo, y pese a las amenazas de los acreedores extranjeros, el Gobierno
federal no acudió al rescate. La solicitud no prosperó por la imposibilidad de
reunir una mayoría simple de los estados (representados por el Senado) y la
población (representada por la Cámara de Representantes) según el proceso
normal de toma de decisiones (el método comunitario, en jerga de la Unión
Europea).
Los
impagos resultaron caros. La década de 1840 fue un periodo de crecimiento
lento, y las continuas presiones de los acreedores extranjeros obligaron a la
mayoría de los deudores oficiales a retomar los pagos pasado un tiempo. El
impago no fue una salida fácil, y todos los estados de EEUU (con la excepción
de Vermont) han adoptado desde entonces enmiendas de equilibrio presupuestario
en sus constituciones para reforzar su credibilidad. ¿Están los miembros de la
UE dispuestos a tomar medidas así?
Daniel
Gros es director del Centro de Estudios Políticos Europeos
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