lunes, 15 de agosto de 2011

VERANO CALIENTE

Gabriel Guerra Castellanos / El Universal
Yo no sé si fueron las rebeliones en el mundo árabe las que inspiraron los movimientos de protesta que poco a poco barren a Europa, pero desde las agresivas pero política y socialmente sustentadas manifestaciones en Grecia hasta las irracionalmente violentas de Inglaterra, pasando por las de los “indignados” españoles, algo está pasando que desafía a políticos, sociólogos y economistas por igual.
Las protestas en Grecia fueron, son y serán una expresión del descontento, temor e incertidumbre provocados por dos cosas: la debacle financiera y el colapso de un sistema de subsidios y seguridad social que era a todas luces insostenible y al mismo tiempo indispensable para el mantenimiento del statu quo. La crisis seguirá y empeorará, las protestas también y los problemas de fondo lo serán por mucho más tiempo.
El caso de España es más profundo y complejo. Si bien no existe una situación de colapso como la griega, las señales de alerta son inconfundibles por el desempleo y la parálisis del establishment. De esa indignación tomaron su nombre quienes salieron a las calles y a las plazas a expresar su repudio al sistema de manera pacífica, ordenada y sin afanes protagónicos.
En Inglaterra las cosas fueron bien distintas. En la primera semana de agosto, tras la muerte de un hombre a manos de la policía, los suburbios de Londres estallaron literalmente en llamas, causadas por grupos de individuos que, obscurecidos los rostros con pañoletas y pasamontañas, salieron a las calles a destruir, a quemar, a saquear lo que estaba a su alcance, mientras las fuerzas del orden miraban impotentes, rebasadas por la magnitud y de los desmanes, mal preparados para enfrentar este tipo de manifestación, caótica, desordenada, extremadamente móvil.
En los años 80 las calles inglesas ardieron, pero entonces sobraban causas y motivos. Las agresivas políticas de recortes impuestas por Margaret Thatcher y las tensiones raciales por la integración de las comunidades de inmigrantes llegados de naciones del Commonwealth eran como gasolina regada en espera de una chispa.
Esta vez no fue así. No hay elementos de fondo para pensar que los disturbios que sacudieron la flema británica hayan tenido un trasfondo ni racial ni de marginación social. Ahora que se conocen los rostros y los perfiles de los más de mil detenidos que abarrotaron las carceles londinenses nos topamos con maestros, profesionistas, jóvenes de clase media y alta, de todos colores y sabores, que sin distingo alguno salieron a la calle a golpear, romper, quemar y robar.
No fue solamente la policia inglesa la que fue puesta a prueba. El gobierno conservador/liberal encabezado por David Cameron tardó en reaccionar; las comunidades saqueadas no supieron si confiar más en la policía o en sí mismas; y los medios de comunicación, ansiosos por sacudirse el escándalo de las intervenciones telefónicas ilegales, brincaron ante la oportunidad de encontrar nuevos villanos y desviar la atención de ellos.
No hay pretexto alguno para la violencia indiscriminada, pero evidentemente algo está mal y podrido en el Reino Unido cuando miles de personas salen a las calles a destruir. No es nada más porque sí, y nadie parece estar haciendo las preguntas adecuadas en GB, pero sí culpan a la policía por ineficaz e incluso blandengue; a los vagos y pandilleros por violentos y nihilistas; al sistema de seguridad social por sobreprotector; a las redes sociales por facilitar las comunicaciones de los manifestantes...
El primer ministro David Cameron propuso ya analizar de que manera limitar el uso de Blackberries y redes sociales, después de que él mismo elogió su gran valor y utilidad en las movilizaciones en Medio Oriente. Y ante la pregunta de qué herramientas adicionales debía utilizar la policía para controlar los desmanes, más de una tercera parte de los encuestados dijo que el uso de armas de fuego era perfectamente aceptable.
Más allá del giro conservador y represivo que esos dos detalles nos muestran, bien harían los británicos en preguntarse qué es lo que hace que jóvenes actúen de esa manera.
Pero eso es muy complicado, es más fácil asignar culpas y reprimir que explorar los fantasmas y telarañas que empañan el alma de la nación.
Internacionalista



No hay comentarios:

Publicar un comentario