sábado, 6 de agosto de 2011

SER DE IZQUIERDA EN EL SIGLO XXI

Silvia Gómez Tagle / El Universal
En memoria de Gabriel Mario Santos Villarreal
La izquierda agotó la eficacia de la crítica al neoliberalismo a fines del siglo pasado, cuando no fue capaz de ofrecer opciones para el futuro, no sólo por el desprestigio de los regímenes socialistas en el mundo, sino por la burocratización y la ineficacia que mostraron sus organizaciones para enfrentar el desmantelamiento de las políticas sociales conquistadas a lo largo de 50 años de Estado benefactor. Aquí mismo, en México, la debacle del Partido Revolucionario Institucional inició precisamente durante la década de los 80, en el contexto de la imposición de políticas neoliberales sin que los sindicatos, las organizaciones campesinas, ni el propio partido desplegaran acción alguna de resistencia.
La izquierda hoy día pasa más por “humanizar el capitalismo”, tanto al interior del Estado-nación como en el plano internacional, que por instaurar el socialismo mediante la vía revolucionaria. Esto ha dejado a la democracia como única opción de cambio, hasta donde las dinámicas políticas de cada país lo permitan.
Pero si por izquierda se entiende una posición relativa que contrasta con la derecha, ésta no ha desaparecido. En la actualidad la diferencia radica en que para la izquierda la desigualdad no es un fenómeno que se pueda catalogar como un desarrollo natural de la historia, mientras que para la derecha la desigualdad es una condición inevitable del desarrollo capitalista y por lo tanto sólo es posible “mitigarla” con políticas “focalizadas”.
A diferencia de la derecha, la izquierda defiende la igualdad como un principio activo, que se alcanza a través de la promoción de acciones o el apoyo a las iniciativas que surgen para alcanzar una mayor igualdad mediante la solidaridad entre los pobres, los marginados, los desposeídos. Su acción debe tener como sustento la solidaridad entre grupos y actores sociales para vencer la diferencia entre “perdedores y ganadores”, y un ingrediente de “generosidad” con los otros, porque no sólo se trata de la defensa de los derechos propios, sino la defensa de los derechos de los “otros” aun cuando esa lucha no redunde en un beneficio propio. La izquierda también tiene que sustentar sus proyectos en principios de libertad, entendida como la oportunidad para que todos los seres humanos alcancen la “felicidad”. La justicia debe ser entendida como igualdad frente a la ley, la equidad que supone acciones afirmativas para dar oportunidades iguales a quienes son diferentes, y la dignidad entendida como el respeto de la persona en su capacidad de decisión individual y colectiva.
En el corto plazo las izquierdas en América Latina sólo pretenden encontrar opciones para rescatar el humanismo que estaba detrás del modelo de Estado benefactor, sin reproducir el alto costo del estatismo, la burocratización y la corrupción de las grandes corporaciones. Este modelo de Estado es democrático, respeta la libre empresa y la propiedad privada, pero desarrolla funciones reguladoras y articuladoras del mercado, no con el fin de combatir la globalización para dejar aislado al país, sino de lograr una inserción exitosa en ese mundo con interacciones comerciales, sociales y culturales cada vez más intensas e inmediatas.
La izquierda debería ser capaz de “establecer nuevos valores sociales y materiales” para desarrollar un modelo de civilización distinto al de la cultura occidental, que se ha impuesto desde hace varios siglos, porque este ha sido un esquema civilizatorio que ha desatado enormes energías culturales, pero también ha engendrado procesos muy destructivos de la naturaleza, de las culturas y de las personas.
Investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México


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