FEDERICO REYES HEROLES / REFORMA
¿De quién es la responsabilidad? De la falta de determinación de Obama para impulsar con enjundia las acciones ordenadoras. Del Tea Party por su intransigencia y dureza irresponsable que impidió un acuerdo con miras más altas. ¿Hasta dónde la fobia racial domina sus cabezas? ¿Hasta dónde están dispuestos a enterrar a Estados Unidos -y a buena parte del mundo- con tal de sacar al afroamericano de la Casa Blanca? O fue de Bush hijo, el ofuscado cowboy que gastó el dinero que no tenía en milicia para las guerras de Afganistán e Irak. ¿Y su Congreso, dónde andaba? No hay un solo responsable, hay varios muy evidentes. Pero ronda otra versión: Standard & Poor's procedió con arrogancia e irresponsablemente frente el mundo. Esa lectura subleva.
El mundo es hoy un poco más civilizado gracias a la información global. Esa información ha dado poder a los ciudadanos y a las sociedades frente a gobiernos herméticos e irresponsables de todos los signos. Detrás de la información global hay décadas de investigación. Pero lo más relevante es cómo las sociedades pueden apropiarse de ella. Información es poder. Ha sido un lento proceso de redefinición de la soberanía -todavía inacabado- que comenzó por vencer las resistencias nacionalistas posteriores a la Segunda Guerra. La globalidad informativa es, en buena medida, producto de Bretton Woods. El objetivo fue precisamente ordenar las finanzas internacionales en beneficio de todos. Las instituciones emanadas de ahí necesitan renovarse, pero no para regresar al oscurantismo previo. Más allá de obsoletos criterios de soberanía, la administración de lo público se ha convertido en una materia global. Cada país tiene todo el derecho de distribuir sus ingresos como le venga en gana. Pero nos encontramos en una economía global. El enorme intercambio comercial convierte al poder adquisitivo de las monedas en asunto de interés global. Saber cuánto ingresan y cuánto gastan es sólo el comienzo. El impacto ecológico también es de interés global al igual que los gastos en algo que amenaza a todos: el armamento. ¿Quién armó a Hussein a El Asad o a Mubarak? Por las mentiras de Grecia y por lo que ha ocurrido en el norte de África hoy nos recordamos la importancia de esa información ausente.
La transparencia global es una nueva coordenada civilizatoria. La oleada comenzó por los derechos humanos y se extendió a otras áreas. Todos estamos facultados y, en algún sentido, mandatados a saber qué está ocurriendo en Sudán, Libia, Túnez, Somalia o Estados Unidos. Si el mandato de conocimiento global hubiera estado vigente durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional, sea lo que sea, se hubiera enterado de los preparativos guerreros y de los horrores del Holocausto. Si durante la Guerra Fría hubiera habido criterios de transparencia global se habrían exhibido varias amenazas globales. Esa información es uno de los grandes avances civilizatorios del pasado siglo XX.
No es una labor acabada. Hay varias batallas muy sonadas: ¿hasta dónde Irán o Corea del Norte están involucrados en el armamentismo nuclear? ¿Cuál es el estado de los prisioneros de guerra en Guantánamo? Pero la comunidad internacional -gobiernos y organismos internacionales- no es ni tan activa ni tan curiosa como debiera. Los gobiernos son bastante inconsistentes en su actitud frente a la información global. De haber habido curiosidad sistemática, quizá se hubieran frenado algunos horrores como los de Serbia o los de Ruanda. Escuché ese reclamo a Kofi Annan. Cómo es posible que los infiernos del norte de África, Egipto, Siria y compañía, y de nuevo la masiva venta de armamentos de Europa a estos países, pasarán desapercibidos frente a las organismos internacionales. Ahí están las denuncias hechas por instituciones como Transparencia Internacional sobre los sobornos para la venta de armamento, asunto cada día más global.
Han sido ciudadanos con conciencia global los que han impulsado muchas de estas organizaciones, desde Amnesty International, a Greenpeace o WWF o Reporteros Sin Fronteras o Freedom House encargada de medir las libertades en el mundo. Que cada quién mida y denuncie lo que le interese, de los derechos humanos a las finanzas. Pero debe haber consistencia, no se vale exigir a Corea del Norte y descalificar a S&P's. Si algo hay que reclamar a las calificadoras es que no hicieran su trabajo en 2007 o que no advirtieran con firmeza sobre los riesgos de las deudas europeas. O quizá lo hicieron y los escépticos de la gobernanza global los culparon de arrogancia. Pero los raseros deben ser los mismos, en ecología, en derechos humanos o finanzas. Ahora fue Estados Unidos, la mayor potencia económica. S&P's prendió, quizá tardíamente, el foco rojo. Si Grecia provocó un gran sismo, imaginemos Estados Unidos. La alternativa es clara: más Serbias, Ruándas, Coreas o Grecias, horrores humanos y deudas impagables o un orden global sustentado en más y mejor información y ciudadanía global. No hay retorno.
¿De quién es la responsabilidad? De la falta de determinación de Obama para impulsar con enjundia las acciones ordenadoras. Del Tea Party por su intransigencia y dureza irresponsable que impidió un acuerdo con miras más altas. ¿Hasta dónde la fobia racial domina sus cabezas? ¿Hasta dónde están dispuestos a enterrar a Estados Unidos -y a buena parte del mundo- con tal de sacar al afroamericano de la Casa Blanca? O fue de Bush hijo, el ofuscado cowboy que gastó el dinero que no tenía en milicia para las guerras de Afganistán e Irak. ¿Y su Congreso, dónde andaba? No hay un solo responsable, hay varios muy evidentes. Pero ronda otra versión: Standard & Poor's procedió con arrogancia e irresponsablemente frente el mundo. Esa lectura subleva.
El mundo es hoy un poco más civilizado gracias a la información global. Esa información ha dado poder a los ciudadanos y a las sociedades frente a gobiernos herméticos e irresponsables de todos los signos. Detrás de la información global hay décadas de investigación. Pero lo más relevante es cómo las sociedades pueden apropiarse de ella. Información es poder. Ha sido un lento proceso de redefinición de la soberanía -todavía inacabado- que comenzó por vencer las resistencias nacionalistas posteriores a la Segunda Guerra. La globalidad informativa es, en buena medida, producto de Bretton Woods. El objetivo fue precisamente ordenar las finanzas internacionales en beneficio de todos. Las instituciones emanadas de ahí necesitan renovarse, pero no para regresar al oscurantismo previo. Más allá de obsoletos criterios de soberanía, la administración de lo público se ha convertido en una materia global. Cada país tiene todo el derecho de distribuir sus ingresos como le venga en gana. Pero nos encontramos en una economía global. El enorme intercambio comercial convierte al poder adquisitivo de las monedas en asunto de interés global. Saber cuánto ingresan y cuánto gastan es sólo el comienzo. El impacto ecológico también es de interés global al igual que los gastos en algo que amenaza a todos: el armamento. ¿Quién armó a Hussein a El Asad o a Mubarak? Por las mentiras de Grecia y por lo que ha ocurrido en el norte de África hoy nos recordamos la importancia de esa información ausente.
La transparencia global es una nueva coordenada civilizatoria. La oleada comenzó por los derechos humanos y se extendió a otras áreas. Todos estamos facultados y, en algún sentido, mandatados a saber qué está ocurriendo en Sudán, Libia, Túnez, Somalia o Estados Unidos. Si el mandato de conocimiento global hubiera estado vigente durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional, sea lo que sea, se hubiera enterado de los preparativos guerreros y de los horrores del Holocausto. Si durante la Guerra Fría hubiera habido criterios de transparencia global se habrían exhibido varias amenazas globales. Esa información es uno de los grandes avances civilizatorios del pasado siglo XX.
No es una labor acabada. Hay varias batallas muy sonadas: ¿hasta dónde Irán o Corea del Norte están involucrados en el armamentismo nuclear? ¿Cuál es el estado de los prisioneros de guerra en Guantánamo? Pero la comunidad internacional -gobiernos y organismos internacionales- no es ni tan activa ni tan curiosa como debiera. Los gobiernos son bastante inconsistentes en su actitud frente a la información global. De haber habido curiosidad sistemática, quizá se hubieran frenado algunos horrores como los de Serbia o los de Ruanda. Escuché ese reclamo a Kofi Annan. Cómo es posible que los infiernos del norte de África, Egipto, Siria y compañía, y de nuevo la masiva venta de armamentos de Europa a estos países, pasarán desapercibidos frente a las organismos internacionales. Ahí están las denuncias hechas por instituciones como Transparencia Internacional sobre los sobornos para la venta de armamento, asunto cada día más global.
Han sido ciudadanos con conciencia global los que han impulsado muchas de estas organizaciones, desde Amnesty International, a Greenpeace o WWF o Reporteros Sin Fronteras o Freedom House encargada de medir las libertades en el mundo. Que cada quién mida y denuncie lo que le interese, de los derechos humanos a las finanzas. Pero debe haber consistencia, no se vale exigir a Corea del Norte y descalificar a S&P's. Si algo hay que reclamar a las calificadoras es que no hicieran su trabajo en 2007 o que no advirtieran con firmeza sobre los riesgos de las deudas europeas. O quizá lo hicieron y los escépticos de la gobernanza global los culparon de arrogancia. Pero los raseros deben ser los mismos, en ecología, en derechos humanos o finanzas. Ahora fue Estados Unidos, la mayor potencia económica. S&P's prendió, quizá tardíamente, el foco rojo. Si Grecia provocó un gran sismo, imaginemos Estados Unidos. La alternativa es clara: más Serbias, Ruándas, Coreas o Grecias, horrores humanos y deudas impagables o un orden global sustentado en más y mejor información y ciudadanía global. No hay retorno.
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