José Blanco / la Jornada
No será fácil explicar cada uno de los disturbios que crecientemente están apareciendo en todos los continentes. Puede ser así porque los analistas políticos no tendrán la posibilidad de elaborar sus explicaciones, dada la velocidad con que empiezan a sucederse. Quizá sea un trabajo futuro de historiadores. Cada disturbio tiene sus especificidades, pero no muchos se sorprenderán si cuando las explicaciones lleguen, nos topemos con un buen cúmulo de causas comunes. Está claro, por lo pronto, que hace mucho tiempo que grandes masas están hasta la madre con la política y con la economía, y parece que ha llegado la hora de que empiecen a expresarse, tal como lo estamos viendo.
En un mar pletórico de injusticias sin medida, dominado por algunos miles de corruptos que sin escrúpulo alguno medran insaciablemente a costa del género humano, no es sorprendente que hayamos inaugurado una era de disturbios que, por ahora, para David Cameron, se trata "pura y simplemente de criminalidad y que debía ser afrontada y derrotada".
Supongo que la hipótesis plausible más general que podemos formular es que enormes segmentos de la sociedades del presente no están muy felices, aunque sea uno de los mayores deseos de quienes ejercen la hegemonía en el mundo. Las clases y grupos dominantes han montado en todas partes el mayor aparato de entretenimiento de la historia, pero no parece suficiente: cada día salen al mercado un número creciente de estúpidos gadgets; la televisión monta en todas partes las bobadas más espantosas que intentan vender como regocijo; los gritos estrafalarios de quienes quieren llevar el espectáculo de los deportes al paroxismo, pueblan todas las pantallas televisivas; los juegos con las bellas (principalmente) y con el sexo, en toda clase de PDA o teléfonos "inteligentes", se reproducen como hongos; los games para computadora se cuentan por miles y miles; el cine de efectos espectaculares domina absolutamente las pantallas cinematográficas. Para las masas, la antiquísima receta de pan y circo a todas horas, aunque esta vez el pan sea escaso. Sean atrapadas y estupidizadas las mentes de todos para que el mundo se vuelva incuestionable.
Inútil. El inmenso mundo del entretenimiento no llega a millones de parias del planeta. Y quienes son bombardeados por él son precisamente los que están provocando los disturbios. En Chile –como en Brasil–, alrededor de 70 por ciento de la educación superior es privada; pero esta división no importa: la educación es a crédito, estudie el niño, el adolescente, el joven, donde estudie, al final le será pasada su cuenta. No hay chileno sin deudas educativas: ¿qué extraño que los jóvenes chilenos estén creando disturbios de tal magnitud, no es cierto? Y que además los apoye cerca de 80 por ciento de la sociedad: raro en verdad.
La indignación de los españoles es un asunto de irracionalidad y temperamento ¿no sabía usted? Los disturbios que han protagonizado los italianos y los griegos ¿será un asunto delincuencial como los de los ingleses?
Los gobernantes parecen decirse a sí mismos, mientras averiguamos, cumplamos con la ley, faltaba más, esto es un asunto de policía: reprimir es la acción porque no pueden ni saben cómo poner orden en la política y en la economía. Los disturbios organizados no hace tanto por los franceses, y los que parece que ahí vienen es seguro que será también asunto de delincuentes.
Miles de millones miran por la televisión el inverosímil nivel de consumo de los ricos de los países ricos, cuyas arcas no deben ser tocadas por la crisis; pero los siervos de la gleba del presente tienen sólo derecho a ver tales fastos, como en el medievo, y cargar con la crisis. ¿Creerán los ricos que los siervos están seguros que las abismales diferencias pertenecen al orden natural? ¿Tendrán los ricos una explicación o acaso ni se preguntan por ese ruido que allá afuera perturba su sosegada opulencia?
¿Quién puede entender a las sociedades musulmanas? ¿Qué no se cansan? ¿Será posible que estén inconformes por alguna razón racionalmente aceptable? Después de hacer hace siglos un aporte monumental a la cultura occidental ¿lo que les corresponde ahora es recibir bombas y padecer en promedio uno de los más altos índices de analfabetismo?
Si las esferas políticas de las sociedades del mundo no actúan corrigiendo drásticamente la ruta al averno al que llevan a las mayorías, serán éstas las que actuarán; acaso están empezando.
La crisis actual simplemente no tiene solución. No la tiene porque banqueros, agencias de calificación y gobiernos, sólo conocen una receta y están profundamente persuadidos de que preciso aumentar una y otra vez las tóxicas dosis financieras que hemos visto desde 2007. Saben los gobiernos en qué consisten los fraudes, desfalcos, malversaciones que por años y años vienen cometiendo banqueros y agencias calificadoras de riesgos; pero frente a la rapiña y las maquinaciones financieras para el robo vil, sólo han actuado como cómplices (haga usted las excepciones que le consten). Empiezan, entonces, a no ser tan extraños los disturbios.
Los disturbios son, por supuesto, la ley de la selva. Pero la selva ya estaba ahí, pérfida creación de la política y la economía que conformaron las clases dominantes. El orden en la selva había sido mantenido con el pan, el circo y la fuerza bruta. Ahora esos instrumentos desafinan, se destruyen, pierden eficacia. Los disturbios deberán terminar por otros caminos.
No será fácil explicar cada uno de los disturbios que crecientemente están apareciendo en todos los continentes. Puede ser así porque los analistas políticos no tendrán la posibilidad de elaborar sus explicaciones, dada la velocidad con que empiezan a sucederse. Quizá sea un trabajo futuro de historiadores. Cada disturbio tiene sus especificidades, pero no muchos se sorprenderán si cuando las explicaciones lleguen, nos topemos con un buen cúmulo de causas comunes. Está claro, por lo pronto, que hace mucho tiempo que grandes masas están hasta la madre con la política y con la economía, y parece que ha llegado la hora de que empiecen a expresarse, tal como lo estamos viendo.
En un mar pletórico de injusticias sin medida, dominado por algunos miles de corruptos que sin escrúpulo alguno medran insaciablemente a costa del género humano, no es sorprendente que hayamos inaugurado una era de disturbios que, por ahora, para David Cameron, se trata "pura y simplemente de criminalidad y que debía ser afrontada y derrotada".
Supongo que la hipótesis plausible más general que podemos formular es que enormes segmentos de la sociedades del presente no están muy felices, aunque sea uno de los mayores deseos de quienes ejercen la hegemonía en el mundo. Las clases y grupos dominantes han montado en todas partes el mayor aparato de entretenimiento de la historia, pero no parece suficiente: cada día salen al mercado un número creciente de estúpidos gadgets; la televisión monta en todas partes las bobadas más espantosas que intentan vender como regocijo; los gritos estrafalarios de quienes quieren llevar el espectáculo de los deportes al paroxismo, pueblan todas las pantallas televisivas; los juegos con las bellas (principalmente) y con el sexo, en toda clase de PDA o teléfonos "inteligentes", se reproducen como hongos; los games para computadora se cuentan por miles y miles; el cine de efectos espectaculares domina absolutamente las pantallas cinematográficas. Para las masas, la antiquísima receta de pan y circo a todas horas, aunque esta vez el pan sea escaso. Sean atrapadas y estupidizadas las mentes de todos para que el mundo se vuelva incuestionable.
Inútil. El inmenso mundo del entretenimiento no llega a millones de parias del planeta. Y quienes son bombardeados por él son precisamente los que están provocando los disturbios. En Chile –como en Brasil–, alrededor de 70 por ciento de la educación superior es privada; pero esta división no importa: la educación es a crédito, estudie el niño, el adolescente, el joven, donde estudie, al final le será pasada su cuenta. No hay chileno sin deudas educativas: ¿qué extraño que los jóvenes chilenos estén creando disturbios de tal magnitud, no es cierto? Y que además los apoye cerca de 80 por ciento de la sociedad: raro en verdad.
La indignación de los españoles es un asunto de irracionalidad y temperamento ¿no sabía usted? Los disturbios que han protagonizado los italianos y los griegos ¿será un asunto delincuencial como los de los ingleses?
Los gobernantes parecen decirse a sí mismos, mientras averiguamos, cumplamos con la ley, faltaba más, esto es un asunto de policía: reprimir es la acción porque no pueden ni saben cómo poner orden en la política y en la economía. Los disturbios organizados no hace tanto por los franceses, y los que parece que ahí vienen es seguro que será también asunto de delincuentes.
Miles de millones miran por la televisión el inverosímil nivel de consumo de los ricos de los países ricos, cuyas arcas no deben ser tocadas por la crisis; pero los siervos de la gleba del presente tienen sólo derecho a ver tales fastos, como en el medievo, y cargar con la crisis. ¿Creerán los ricos que los siervos están seguros que las abismales diferencias pertenecen al orden natural? ¿Tendrán los ricos una explicación o acaso ni se preguntan por ese ruido que allá afuera perturba su sosegada opulencia?
¿Quién puede entender a las sociedades musulmanas? ¿Qué no se cansan? ¿Será posible que estén inconformes por alguna razón racionalmente aceptable? Después de hacer hace siglos un aporte monumental a la cultura occidental ¿lo que les corresponde ahora es recibir bombas y padecer en promedio uno de los más altos índices de analfabetismo?
Si las esferas políticas de las sociedades del mundo no actúan corrigiendo drásticamente la ruta al averno al que llevan a las mayorías, serán éstas las que actuarán; acaso están empezando.
La crisis actual simplemente no tiene solución. No la tiene porque banqueros, agencias de calificación y gobiernos, sólo conocen una receta y están profundamente persuadidos de que preciso aumentar una y otra vez las tóxicas dosis financieras que hemos visto desde 2007. Saben los gobiernos en qué consisten los fraudes, desfalcos, malversaciones que por años y años vienen cometiendo banqueros y agencias calificadoras de riesgos; pero frente a la rapiña y las maquinaciones financieras para el robo vil, sólo han actuado como cómplices (haga usted las excepciones que le consten). Empiezan, entonces, a no ser tan extraños los disturbios.
Los disturbios son, por supuesto, la ley de la selva. Pero la selva ya estaba ahí, pérfida creación de la política y la economía que conformaron las clases dominantes. El orden en la selva había sido mantenido con el pan, el circo y la fuerza bruta. Ahora esos instrumentos desafinan, se destruyen, pierden eficacia. Los disturbios deberán terminar por otros caminos.
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