Los Estados Unidos, sobrecargados de expendios militares por su insistencia en abrir frentes de combate en cualquier lugar del mundo para proteger sus intereses geopolíticos o por su obsesión por promover su particular marca de democracia liberal, estiraron su capacidad económica más allá de límites reales. El resultado final es la incapacidad norteamericana de hacer frente a las deudas que anualmente se han acumulado hasta cifras astronómicas.
Lo que acabamos de presenciar en las últimas semanas fue el gran sainete que los políticos más recalcitrantes del Partido Republicano hicieron de la problemática fiscal y presupuestal de su país con el descarado propósito de debilitar al presidente Obama y frenar sus perspectivas de reelección, fue, sin quererlo, la prueba de cómo se ha reducido la fuerza económica de Estados Unidos desde la secuela de eventos que se han sucedido con la quiebra de las instituciones financieras a fines de 2009.
Finalmente el lunes pasado la crisis fue conjurada con una solución parchada de última hora que pudo ser aprobada por ambas cámaras del Congreso. Nadie piensa que se haya resuelto el peligro de que la tesorería norteamericana tenga que declarar su incapacidad para cubrir sus deudas.
La anunciada degradación de la calificación de las emisiones del Tesoro Norteamericano que las certificadoras como Moody o Standard & Poor están por aplicar rebajando del nivel AAA a sólo AA o aun a la categoría B, ocasionará un aumento de las primas de riesgo que encarecerá el rendimiento del papel oficial norteamericano y provocará que se desvíen flujos de inversión a otras emisiones y al oro y plata.
La colocación en el mercado financiero de nuestras emisiones podrá dificultarse. La comunidad que hasta ahora vio seguro el invertir en papeles emitidos por el gobierno norteamericano ahora busca alternativas. La baja en las cotizaciones de las bolsas de valores del mundo incluso la nuestra ya está a la vista.
El efecto impacta a los emisores oficiales o privados de México en cuanto busquen fondos en los mercados internacionales de dinero o de inversión. Afortunadamente el prestigio de nuestra economía está bien confirmado: ha habido recientes colocaciones exitosas nuestras.
Se esperan otros efectos en la economía mexicana distintos a los de tipo bursátil-financiero resultados del estrecho tinglado económico dentro del que compartimos con nuestro vecino al norte.
La reducción del ritmo de crecimiento de Estados Unidos que este año anda por 1.2% anual y su estancado desempleo ha hecho bajar sus índices de consumo y por ende sus importaciones siendo que México es su tercer proveedor. Nosotros destinamos el 80% de nuestras ventas al exterior a ese mercado.
Los quebrantos de la economía norteamericana tienen una raíz mucho más profunda que los simples problemas presupuestales. El eje del asunto se encuentra en un exceso de consumo no respaldado con la capacidad productiva real.
La política de control de inflación significa a su vez desestímulo de inversiones y por ende menos pujanza económica. Los reajustes que en Europa se intenta poner en práctica para salvar las economías de Grecia, Irlanda, Portugal o España son los que ahora toca aplicar en los Estados Unidos. Podemos esperar que se repitan en las ciudades norteamericanas las manifestaciones que se están dando en las plazas, parques y banquetas de Madrid, Barcelona o Roma.
Lo que está sucediendo en los Estados Unidos encierra una clara lección. La fuerza económica y financiera de un país no está en el nivel de consumo que haya alcanzado sino en la musculatura productora que lo respalda en el campo y la industria.
México será tan fuerte como su agricultura y su producción manufacturera cuya prosperidad es de la que depende la necesidad que tenga del sector servicios. Estamos aún en la etapa preindustrial de la maquila. Es necesario consolidar la producción de lo que consumimos para poder decir que hemos alcanzado madurez económica.
Los niveles de exportación que tenemos, son motivo de preocupación mientras estén integrados por insumos y componentes que traemos desde fuera. Podremos retomar el paso de las exportaciones una vez pasado el trance actual del quebranto económico norteamericano, pero la diversificación de nuestro comercio exterior seguirá siendo una meta que hay que alcanzar para estabilizar nuestra producción y generar mejores perspectivas de empleo que las actuales demasiado ceñidas a nuestra economía ensambladora.
La lección es clara.
Lo que acabamos de presenciar en las últimas semanas fue el gran sainete que los políticos más recalcitrantes del Partido Republicano hicieron de la problemática fiscal y presupuestal de su país con el descarado propósito de debilitar al presidente Obama y frenar sus perspectivas de reelección, fue, sin quererlo, la prueba de cómo se ha reducido la fuerza económica de Estados Unidos desde la secuela de eventos que se han sucedido con la quiebra de las instituciones financieras a fines de 2009.
Finalmente el lunes pasado la crisis fue conjurada con una solución parchada de última hora que pudo ser aprobada por ambas cámaras del Congreso. Nadie piensa que se haya resuelto el peligro de que la tesorería norteamericana tenga que declarar su incapacidad para cubrir sus deudas.
La anunciada degradación de la calificación de las emisiones del Tesoro Norteamericano que las certificadoras como Moody o Standard & Poor están por aplicar rebajando del nivel AAA a sólo AA o aun a la categoría B, ocasionará un aumento de las primas de riesgo que encarecerá el rendimiento del papel oficial norteamericano y provocará que se desvíen flujos de inversión a otras emisiones y al oro y plata.
La colocación en el mercado financiero de nuestras emisiones podrá dificultarse. La comunidad que hasta ahora vio seguro el invertir en papeles emitidos por el gobierno norteamericano ahora busca alternativas. La baja en las cotizaciones de las bolsas de valores del mundo incluso la nuestra ya está a la vista.
El efecto impacta a los emisores oficiales o privados de México en cuanto busquen fondos en los mercados internacionales de dinero o de inversión. Afortunadamente el prestigio de nuestra economía está bien confirmado: ha habido recientes colocaciones exitosas nuestras.
Se esperan otros efectos en la economía mexicana distintos a los de tipo bursátil-financiero resultados del estrecho tinglado económico dentro del que compartimos con nuestro vecino al norte.
La reducción del ritmo de crecimiento de Estados Unidos que este año anda por 1.2% anual y su estancado desempleo ha hecho bajar sus índices de consumo y por ende sus importaciones siendo que México es su tercer proveedor. Nosotros destinamos el 80% de nuestras ventas al exterior a ese mercado.
Los quebrantos de la economía norteamericana tienen una raíz mucho más profunda que los simples problemas presupuestales. El eje del asunto se encuentra en un exceso de consumo no respaldado con la capacidad productiva real.
La política de control de inflación significa a su vez desestímulo de inversiones y por ende menos pujanza económica. Los reajustes que en Europa se intenta poner en práctica para salvar las economías de Grecia, Irlanda, Portugal o España son los que ahora toca aplicar en los Estados Unidos. Podemos esperar que se repitan en las ciudades norteamericanas las manifestaciones que se están dando en las plazas, parques y banquetas de Madrid, Barcelona o Roma.
Lo que está sucediendo en los Estados Unidos encierra una clara lección. La fuerza económica y financiera de un país no está en el nivel de consumo que haya alcanzado sino en la musculatura productora que lo respalda en el campo y la industria.
México será tan fuerte como su agricultura y su producción manufacturera cuya prosperidad es de la que depende la necesidad que tenga del sector servicios. Estamos aún en la etapa preindustrial de la maquila. Es necesario consolidar la producción de lo que consumimos para poder decir que hemos alcanzado madurez económica.
Los niveles de exportación que tenemos, son motivo de preocupación mientras estén integrados por insumos y componentes que traemos desde fuera. Podremos retomar el paso de las exportaciones una vez pasado el trance actual del quebranto económico norteamericano, pero la diversificación de nuestro comercio exterior seguirá siendo una meta que hay que alcanzar para estabilizar nuestra producción y generar mejores perspectivas de empleo que las actuales demasiado ceñidas a nuestra economía ensambladora.
La lección es clara.
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