Ahora es imposible negar lo evidente, que es que no estamos en camino hacia la recuperación
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Por si tenían alguna duda, el retroceso de más de 500 puntos en el índice Dow Jones y la caída de los tipos de interés a mínimos casi históricos lo confirman: la economía no se está recuperando y Washington ha estado preocupándose de lo que no debe.
No es solo que la amenaza de una recaída en la recesión se haya vuelto muy real. Ahora es imposible negar lo evidente, que es que no estamos en camino de la recuperación y que no lo hemos estado nunca.
Durante dos años, las autoridades de la Reserva Federal, las organizaciones internacionales y, lamento decirlo, el Gobierno de Barack Obama han insistido en que la economía empezaba a remontar. Cada percance se atribuía a factores temporales -¡son los griegos!, ¡es el tsunami!- que pronto desaparecerían. Y la atención política se desvió del empleo y el crecimiento al problema supuestamente urgente del déficit.
Pero la economía no remontaba. Sí, oficialmente, la recesión terminó hace dos años, y la economía inició de hecho una terrorífica caída en picado. Pero en ningún momento ha parecido el crecimiento ni remotamente suficiente teniendo en cuenta la profundidad de la caída inicial. En concreto, cuando el empleo retrocede tanto como lo hizo entre 2007 y 2009, se necesita crear muchos puestos de trabajo para recuperar el terreno perdido. Y eso no ha sucedido.
Piensen en un índice crucial, la relación empleo / población. En junio de 2007, en torno al 63% de los adultos tenía un puesto de trabajo. En junio de 2009, el final oficial de la recesión, esa cifra había descendido al 59,4%. Y en junio de 2011, dos años después de la supuesta recuperación, la cifra era el 58,2%.
Esto puede parecer estadística a secas, pero refleja una realidad verdaderamente espantosa. No solo hay un número ingente de estadounidenses en paro o subempleados, sino que por primera vez desde la Gran Depresión muchos trabajadores estadounidenses se enfrentan al panorama del paro de larga duración y quizá permanente. Entre otras cosas, el aumento del paro de larga duración reducirá la recaudación futura del Gobierno, de modo que ni siquiera estamos actuando razonablemente en un sentido estrictamente fiscal. Pero, lo que es más importante, se trata de una catástrofe humana.
¿Y por qué debería sorprendernos esta catástrofe? ¿De dónde se supone que iba a venir el crecimiento? Los consumidores, todavía agobiados por la deuda que contrajeron durante la burbuja inmobiliaria, no están para muchos gastos. Las empresas no ven una razón para crecer teniendo en cuenta la falta de demanda de los consumidores. Y gracias a esa obsesión con el déficit, el Gobierno, que podría y debería ayudar a la economía en momentos de necesidad, ha estado apretándose el cinturón.
Ahora tiene pinta de que las cosas están a punto de ponerse incluso peor. Entonces, ¿cuál es la respuesta?
Para poner fin a este desastre, muchos van a tener que reconocer, al menos en su fuero interno, que estaban equivocados y que necesitan cambiar sus prioridades, sin más dilación.
Lógicamente, algunos no van a cambiar. Los republicanos no van a dejar de vociferar por el déficit porque desde un principio no fueron sinceros: su machaconeo sobre el déficit no era más que una porra para atizar a sus adversarios políticos, como quedaba claro cada vez que se insinuaba cualquier subida de impuestos para los ricos. Y no van a renunciar a esa porra.
Pero el desastre político de los dos últimos años no ha sido únicamente consecuencia del obstruccionismo del Partido Republicano, que no habría sido tan eficaz si la élite política -incluyendo al menos a algunas figuras destacadas del Gobierno de Obama- no hubiera consentido que la reducción del déficit, y no la creación de empleo, fuera nuestra prioridad principal. Y tampoco debemos pasar por alto a Ben Bernanke y sus colegas: la Reserva Federal no ha hecho ni muchísimo menos todo lo que podría haber hecho, en parte porque estaba más preocupada por una inflación hipotética que por el desempleo real, y en parte porque se dejó intimidar por gente de la calaña de Ron Paul.
Bueno, ya es hora de que todo eso se acabe. Esas caídas en picado de los tipos de interés y de los precios de los valores nos dicen que a los mercados no les preocupa ni la solvencia ni la inflación de EE UU. Lo que les preocupa es su falta de crecimiento. Y tienen razón, aun cuando el secretario de prensa de la Casa Blanca decidiera, inexplicablemente, declarar el miércoles que no hay amenaza de una recesión doble.
A principios de esta semana se rumoreaba que el Gobierno de Obama se "pasaría" al empleo ahora que se ha elevado el techo de la deuda. Pero que yo sepa, lo que ese pase significaría es proponer algunas medidas sin importancia que serían más simbólicas que significativas. Y a estas alturas, esa clase de propuesta solo serviría para que el presidente Obama se pusiera en ridículo.
El hecho es que ya es hora -hace mucho que lo es- de ponerse serios sobre la verdadera crisis a la que se enfrenta la economía. La Reserva Federal tiene que dejar de poner excusas, y el presidente tiene que elaborar verdaderas propuestas para la creación de empleo. Y si los republicanos bloquean esas propuestas, tiene que hacer una campaña a lo Harry Truman contra el Partido Republicano, partidario de no hacer nada.
Esto podría funcionar o podría no funcionar. Pero ya sabemos lo que no funciona: la política económica de los últimos dos años, y los millones de estadounidenses que deberían tener trabajo, pero no lo tienen.
Paul Krugman es profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. © 2011 New York Times Service. Traducción de News Clips.
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Por si tenían alguna duda, el retroceso de más de 500 puntos en el índice Dow Jones y la caída de los tipos de interés a mínimos casi históricos lo confirman: la economía no se está recuperando y Washington ha estado preocupándose de lo que no debe.
No es solo que la amenaza de una recaída en la recesión se haya vuelto muy real. Ahora es imposible negar lo evidente, que es que no estamos en camino de la recuperación y que no lo hemos estado nunca.
Durante dos años, las autoridades de la Reserva Federal, las organizaciones internacionales y, lamento decirlo, el Gobierno de Barack Obama han insistido en que la economía empezaba a remontar. Cada percance se atribuía a factores temporales -¡son los griegos!, ¡es el tsunami!- que pronto desaparecerían. Y la atención política se desvió del empleo y el crecimiento al problema supuestamente urgente del déficit.
Pero la economía no remontaba. Sí, oficialmente, la recesión terminó hace dos años, y la economía inició de hecho una terrorífica caída en picado. Pero en ningún momento ha parecido el crecimiento ni remotamente suficiente teniendo en cuenta la profundidad de la caída inicial. En concreto, cuando el empleo retrocede tanto como lo hizo entre 2007 y 2009, se necesita crear muchos puestos de trabajo para recuperar el terreno perdido. Y eso no ha sucedido.
Piensen en un índice crucial, la relación empleo / población. En junio de 2007, en torno al 63% de los adultos tenía un puesto de trabajo. En junio de 2009, el final oficial de la recesión, esa cifra había descendido al 59,4%. Y en junio de 2011, dos años después de la supuesta recuperación, la cifra era el 58,2%.
Esto puede parecer estadística a secas, pero refleja una realidad verdaderamente espantosa. No solo hay un número ingente de estadounidenses en paro o subempleados, sino que por primera vez desde la Gran Depresión muchos trabajadores estadounidenses se enfrentan al panorama del paro de larga duración y quizá permanente. Entre otras cosas, el aumento del paro de larga duración reducirá la recaudación futura del Gobierno, de modo que ni siquiera estamos actuando razonablemente en un sentido estrictamente fiscal. Pero, lo que es más importante, se trata de una catástrofe humana.
¿Y por qué debería sorprendernos esta catástrofe? ¿De dónde se supone que iba a venir el crecimiento? Los consumidores, todavía agobiados por la deuda que contrajeron durante la burbuja inmobiliaria, no están para muchos gastos. Las empresas no ven una razón para crecer teniendo en cuenta la falta de demanda de los consumidores. Y gracias a esa obsesión con el déficit, el Gobierno, que podría y debería ayudar a la economía en momentos de necesidad, ha estado apretándose el cinturón.
Ahora tiene pinta de que las cosas están a punto de ponerse incluso peor. Entonces, ¿cuál es la respuesta?
Para poner fin a este desastre, muchos van a tener que reconocer, al menos en su fuero interno, que estaban equivocados y que necesitan cambiar sus prioridades, sin más dilación.
Lógicamente, algunos no van a cambiar. Los republicanos no van a dejar de vociferar por el déficit porque desde un principio no fueron sinceros: su machaconeo sobre el déficit no era más que una porra para atizar a sus adversarios políticos, como quedaba claro cada vez que se insinuaba cualquier subida de impuestos para los ricos. Y no van a renunciar a esa porra.
Pero el desastre político de los dos últimos años no ha sido únicamente consecuencia del obstruccionismo del Partido Republicano, que no habría sido tan eficaz si la élite política -incluyendo al menos a algunas figuras destacadas del Gobierno de Obama- no hubiera consentido que la reducción del déficit, y no la creación de empleo, fuera nuestra prioridad principal. Y tampoco debemos pasar por alto a Ben Bernanke y sus colegas: la Reserva Federal no ha hecho ni muchísimo menos todo lo que podría haber hecho, en parte porque estaba más preocupada por una inflación hipotética que por el desempleo real, y en parte porque se dejó intimidar por gente de la calaña de Ron Paul.
Bueno, ya es hora de que todo eso se acabe. Esas caídas en picado de los tipos de interés y de los precios de los valores nos dicen que a los mercados no les preocupa ni la solvencia ni la inflación de EE UU. Lo que les preocupa es su falta de crecimiento. Y tienen razón, aun cuando el secretario de prensa de la Casa Blanca decidiera, inexplicablemente, declarar el miércoles que no hay amenaza de una recesión doble.
A principios de esta semana se rumoreaba que el Gobierno de Obama se "pasaría" al empleo ahora que se ha elevado el techo de la deuda. Pero que yo sepa, lo que ese pase significaría es proponer algunas medidas sin importancia que serían más simbólicas que significativas. Y a estas alturas, esa clase de propuesta solo serviría para que el presidente Obama se pusiera en ridículo.
El hecho es que ya es hora -hace mucho que lo es- de ponerse serios sobre la verdadera crisis a la que se enfrenta la economía. La Reserva Federal tiene que dejar de poner excusas, y el presidente tiene que elaborar verdaderas propuestas para la creación de empleo. Y si los republicanos bloquean esas propuestas, tiene que hacer una campaña a lo Harry Truman contra el Partido Republicano, partidario de no hacer nada.
Esto podría funcionar o podría no funcionar. Pero ya sabemos lo que no funciona: la política económica de los últimos dos años, y los millones de estadounidenses que deberían tener trabajo, pero no lo tienen.
Paul Krugman es profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. © 2011 New York Times Service. Traducción de News Clips.
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