LORENZO MEYER / REFORMA
AGENDA CIUDADANA
"No es este el mejor tiempo para ser optimista, pero sería peor si el pesimismo nos ganara la partida"
Lorenzo Meyer
A Pregunta Clara, Respuesta Ambigua. ¿Dónde estamos y hacia dónde vamos los mexicanos? Las preguntas son vitales, pues las posibilidades de cumplir las aspiraciones de millones dependen de la contestación que se les dé. ¿Las políticas actuales son aceptables? ¿Para quién? Y si hay que modificarlas ¿En qué sentido y cómo?
Las grandes preguntas suelen formularse con relativa claridad, pero no sus respuestas. El futuro como incógnita puede producir desazón, miedo incluso. En tiempos normales, la preocupación por el destino colectivo es asunto de pocos, pero en etapas críticas hasta los indiferentes llegan a preguntarse: ¿Dónde está el trabajo que permita una vida digna? ¿De qué manera escapa uno al cerco de la inseguridad? ¿Cómo se sale adelante en un entorno con muy pocas oportunidades?
Para entender la coyuntura mexicana hay que comprender primero el gran problema del sistema mundial en que nuestro país está inscrito. Especialmente hay que entender a Estados Unidos, el motor de nuestra economía actual.
Cuando la Guerra Fría llegó a su fin con la derrota soviética y el triunfo de Occidente en 1989, desde lo más profundo del vencedor -Estados Unidos convertido en superpotencia- brotó una ola de euforia y optimismo. El ala conservadora de la política norteamericana encabezada por los presidentes Ronald Reagan y George H. W. Bush, supuso que el futuro les pertenecía. Esa visión optimista la plasmó Francis Fukuyama en su célebre El fin de la historia y el último hombre que apareció entonces. Ahí, la victoria norteamericana fue interpretada como la victoria final de dos temas alrededor de los cuales había girado la historia norteamericana: el capitalismo y la democracia liberal. Se supuso que el futuro de la humanidad sería una serie de variaciones sobre esos dos ejes. Tres años antes, otro historiador norteamericano, Doug Weade, había acuñado el concepto de "conservadurismo compasivo" para caracterizar la esencia de la política social que seguirían unos Estados Unidos que habían triunfado rotundamente sobre el "socialismo real": la desigualdad que causara el dominio de las fuerzas del mercado sería amortiguada con elementos de protección para los menos favorecidos, aunque esas acciones serían más el resultado de la acción generosa de la beneficencia privada que una obligación del Estado, (Christian Herald, junio 1986).
El optimismo de ese "pensamiento único" -fuera de la ecclesia neoliberal no había salvación- no duró. "El fin de la historia" finalizó como resultado de la decisión de Washington de convertir por la fuerza a su visión del mundo al Medio Oriente. El enorme gasto de la aventura imperial norteamericana en Irak y en Afganistán contribuyó a minar las bases de una economía norteamericana que el último dirigente conservador -George Bush hijo- endeudó de manera escandalosa bajo el supuesto que Estados Unidos podía gastar a manos llenas en sus empresas imperiales sin tener que elevar los ingresos públicos mediante aumentos impositivos (hasta ahora, las guerras en Irak y Afganistán han costado a Estados Unidos más de 1.2 millones de millones de dólares [las cifras, siempre en aumento, están en el sitio del National Priorities Project]).
En sus artículos en The New York Times de los últimos años, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha insistido hasta el cansancio que fue justamente el haber soltado toda la rienda al libre mercado -una decisión política- lo que llevó a los espectaculares abusos de los "ingenieros financieros" que, a su vez, desembocaron en la "burbuja inmobiliaria" norteamericana que, al estallar, produjo la crisis de 2008, que de inmediato arrastró a una buena parte del planeta. Esta crisis, aunada a la que aquejaba ya a la Unión Europea, dejó una lección que los conservadores norteamericanos aún se rehúsan a reconocer -que el mercado debe ser regulado por el Estado en nombre del interés de la mayoría- e insisten en buscar una fórmula para hacer frente a una deuda pública y privada que equivale ya al 296% de su PIB anual, (The Economist, 24 de agosto, 2010). La fórmula consiste en no aumentar impuestos a los super ricos -el multimillonario Warren Buffet admite con culpa que en 2010 él pagó en impuestos apenas el 17.4% de los 40,136,459 dólares que logró como ganancias, (The New York Times, 14 de agosto)- sino en recortar el gasto público, incluyendo las ayudas sociales y no emprendiendo nuevas obras públicas a pesar de tener en 2011 a 13.9 millones de desempleados.
México, cuya economía está absolutamente vinculada a la norteamericana, es una víctima colateral inevitable de esa política económica diseñada en Washington por y para beneficio de los pocos en detrimento de los muchos.
. El proceso electoral que se avecina, el de 2012, es una gran interrogante. El cambio de sistema político que arrancó con grandes bríos en nuestro país hace casi tres lustros, ha terminado en un sitio muy distinto del imaginado en 1997, cuando el voto le arrancó el control de la Cámara de Diputados a la presidencia autoritaria. No se supuso entonces que íbamos a estar enfrascados en una guerra interna sin solución contra el narcotráfico y que sólo año pasado causó 11,553 muertes. Tampoco, que el sistema económico nacional seguiría dominado por los monopolios creados en la época priista ni que México sería impotente para enfrentar el castigo de las fallas del sistema internacional, al punto de tener tasas reales de crecimiento negativas en 2001, 2002 y 2009 e insignificantes en 2003 y 2008.
Y qué decir del panorama que tienen frente a ellos los jóvenes, cuando el Inegi descubre en sus encuestas que el 28% de aquellos que tienen entre 14 y 29 no tuvo trabajo a lo largo del último año o que el 86% de los que sí lo tuvieron no contó con vacaciones pagadas, aguinaldo o reparto de utilidades (Reforma, 12 de agosto) ¿Para esto sirve ese fenómeno histórico irrepetible, el "bono demográfico", es decir, el que México tenga hoy la mayor proporción en su historia de población en edad de trabajar, pero que una parte no pueda hacerlo?
Se sabía que acceder a la democracia política no significaba necesariamente que la pobreza disminuiría, pero es una tragedia que hoy, al concluir el primer decenio del siglo XXI, el 80% de los mexicanos esté afectado por algún tipo de pobreza, que la brecha económica entre el norte y el sur del país disminuya no por que el sur se enriquece sino porque el norte se empobrece, (Coneval, 2011).
Desde luego que al despuntar el cambio político entre 1997 y 2000 se supuso que, por fin, la nueva clase política enfrentaría las causas de la corrupción pública, sometería a revisión al Fobaproa, enfrentaría la negra historia de las "guerras sucias" contra los disidentes del pasado y, desde luego, no se repetirían las escandalosas historia de corrupción del priismo. Sin embargo, el Fobaproa no se depuró, los represores del pasado, a diferencia de lo sucedido en otros países latinoamericanos, quedaron sin castigo.
Gobernadores sátrapas como Mario Marín o Ulises Ruiz hicieron en la "democracia" lo mismo o peor de lo que sus contrapartes habían hecho bajo el autoritarismo. Por lo que relata Ana Lilia Pérez en Camisas azules, manos negras: el saqueo de Pemex desde Los Pinos, (Grijalbo, 2010), la corrupción pública persiste no sólo en los enclaves priistas -la mayoría de los estados- sino también en las zonas colonizadas por los panistas. Y la forma como se lleva la labor de gobierno del día a día en algunas delegaciones de la capital del país controladas por el PRD no se distingue, en materia de (falta de) probidad, dedicación y eficiencia, de aquélla del pasado. El lustre de las instituciones insignia de la democracia política -IFE y TEPJF- simplemente se ha perdido porque los partidos rebajaron a su altura instituciones que, para cumplir su papel, deberían tener una calidad superior.
Son estos los tiempos de un duro círculo vicioso. La degradación de nuestra democracia -responsabilidad de la clase política mexicana- tiene lugar precisamente cuando la calidad del entorno internacional también se degrada. Ambos fenómenos se refuerzan. Por tanto, la cita de México con las urnas en 2012 va a ser dramática, pues hay mucho en juego y las condiciones son desfavorables. Se debe y se puede intentar romper el círculo vicioso, pero nadie sabe cómo reaccionará la ciudadanía mexicana al desafío. A menos que se recurra al pensamiento mágico, la popularidad del precandidato del PRI que registran las encuestas no permite ser muy optimista, pero tampoco se puede tirar la toalla. ¡Vaya tiempos!
AGENDA CIUDADANA
"No es este el mejor tiempo para ser optimista, pero sería peor si el pesimismo nos ganara la partida"
Lorenzo Meyer
A Pregunta Clara, Respuesta Ambigua. ¿Dónde estamos y hacia dónde vamos los mexicanos? Las preguntas son vitales, pues las posibilidades de cumplir las aspiraciones de millones dependen de la contestación que se les dé. ¿Las políticas actuales son aceptables? ¿Para quién? Y si hay que modificarlas ¿En qué sentido y cómo?
Las grandes preguntas suelen formularse con relativa claridad, pero no sus respuestas. El futuro como incógnita puede producir desazón, miedo incluso. En tiempos normales, la preocupación por el destino colectivo es asunto de pocos, pero en etapas críticas hasta los indiferentes llegan a preguntarse: ¿Dónde está el trabajo que permita una vida digna? ¿De qué manera escapa uno al cerco de la inseguridad? ¿Cómo se sale adelante en un entorno con muy pocas oportunidades?
Para entender la coyuntura mexicana hay que comprender primero el gran problema del sistema mundial en que nuestro país está inscrito. Especialmente hay que entender a Estados Unidos, el motor de nuestra economía actual.
Cuando la Guerra Fría llegó a su fin con la derrota soviética y el triunfo de Occidente en 1989, desde lo más profundo del vencedor -Estados Unidos convertido en superpotencia- brotó una ola de euforia y optimismo. El ala conservadora de la política norteamericana encabezada por los presidentes Ronald Reagan y George H. W. Bush, supuso que el futuro les pertenecía. Esa visión optimista la plasmó Francis Fukuyama en su célebre El fin de la historia y el último hombre que apareció entonces. Ahí, la victoria norteamericana fue interpretada como la victoria final de dos temas alrededor de los cuales había girado la historia norteamericana: el capitalismo y la democracia liberal. Se supuso que el futuro de la humanidad sería una serie de variaciones sobre esos dos ejes. Tres años antes, otro historiador norteamericano, Doug Weade, había acuñado el concepto de "conservadurismo compasivo" para caracterizar la esencia de la política social que seguirían unos Estados Unidos que habían triunfado rotundamente sobre el "socialismo real": la desigualdad que causara el dominio de las fuerzas del mercado sería amortiguada con elementos de protección para los menos favorecidos, aunque esas acciones serían más el resultado de la acción generosa de la beneficencia privada que una obligación del Estado, (Christian Herald, junio 1986).
El optimismo de ese "pensamiento único" -fuera de la ecclesia neoliberal no había salvación- no duró. "El fin de la historia" finalizó como resultado de la decisión de Washington de convertir por la fuerza a su visión del mundo al Medio Oriente. El enorme gasto de la aventura imperial norteamericana en Irak y en Afganistán contribuyó a minar las bases de una economía norteamericana que el último dirigente conservador -George Bush hijo- endeudó de manera escandalosa bajo el supuesto que Estados Unidos podía gastar a manos llenas en sus empresas imperiales sin tener que elevar los ingresos públicos mediante aumentos impositivos (hasta ahora, las guerras en Irak y Afganistán han costado a Estados Unidos más de 1.2 millones de millones de dólares [las cifras, siempre en aumento, están en el sitio del National Priorities Project]).
En sus artículos en The New York Times de los últimos años, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha insistido hasta el cansancio que fue justamente el haber soltado toda la rienda al libre mercado -una decisión política- lo que llevó a los espectaculares abusos de los "ingenieros financieros" que, a su vez, desembocaron en la "burbuja inmobiliaria" norteamericana que, al estallar, produjo la crisis de 2008, que de inmediato arrastró a una buena parte del planeta. Esta crisis, aunada a la que aquejaba ya a la Unión Europea, dejó una lección que los conservadores norteamericanos aún se rehúsan a reconocer -que el mercado debe ser regulado por el Estado en nombre del interés de la mayoría- e insisten en buscar una fórmula para hacer frente a una deuda pública y privada que equivale ya al 296% de su PIB anual, (The Economist, 24 de agosto, 2010). La fórmula consiste en no aumentar impuestos a los super ricos -el multimillonario Warren Buffet admite con culpa que en 2010 él pagó en impuestos apenas el 17.4% de los 40,136,459 dólares que logró como ganancias, (The New York Times, 14 de agosto)- sino en recortar el gasto público, incluyendo las ayudas sociales y no emprendiendo nuevas obras públicas a pesar de tener en 2011 a 13.9 millones de desempleados.
México, cuya economía está absolutamente vinculada a la norteamericana, es una víctima colateral inevitable de esa política económica diseñada en Washington por y para beneficio de los pocos en detrimento de los muchos.
. El proceso electoral que se avecina, el de 2012, es una gran interrogante. El cambio de sistema político que arrancó con grandes bríos en nuestro país hace casi tres lustros, ha terminado en un sitio muy distinto del imaginado en 1997, cuando el voto le arrancó el control de la Cámara de Diputados a la presidencia autoritaria. No se supuso entonces que íbamos a estar enfrascados en una guerra interna sin solución contra el narcotráfico y que sólo año pasado causó 11,553 muertes. Tampoco, que el sistema económico nacional seguiría dominado por los monopolios creados en la época priista ni que México sería impotente para enfrentar el castigo de las fallas del sistema internacional, al punto de tener tasas reales de crecimiento negativas en 2001, 2002 y 2009 e insignificantes en 2003 y 2008.
Y qué decir del panorama que tienen frente a ellos los jóvenes, cuando el Inegi descubre en sus encuestas que el 28% de aquellos que tienen entre 14 y 29 no tuvo trabajo a lo largo del último año o que el 86% de los que sí lo tuvieron no contó con vacaciones pagadas, aguinaldo o reparto de utilidades (Reforma, 12 de agosto) ¿Para esto sirve ese fenómeno histórico irrepetible, el "bono demográfico", es decir, el que México tenga hoy la mayor proporción en su historia de población en edad de trabajar, pero que una parte no pueda hacerlo?
Se sabía que acceder a la democracia política no significaba necesariamente que la pobreza disminuiría, pero es una tragedia que hoy, al concluir el primer decenio del siglo XXI, el 80% de los mexicanos esté afectado por algún tipo de pobreza, que la brecha económica entre el norte y el sur del país disminuya no por que el sur se enriquece sino porque el norte se empobrece, (Coneval, 2011).
Desde luego que al despuntar el cambio político entre 1997 y 2000 se supuso que, por fin, la nueva clase política enfrentaría las causas de la corrupción pública, sometería a revisión al Fobaproa, enfrentaría la negra historia de las "guerras sucias" contra los disidentes del pasado y, desde luego, no se repetirían las escandalosas historia de corrupción del priismo. Sin embargo, el Fobaproa no se depuró, los represores del pasado, a diferencia de lo sucedido en otros países latinoamericanos, quedaron sin castigo.
Gobernadores sátrapas como Mario Marín o Ulises Ruiz hicieron en la "democracia" lo mismo o peor de lo que sus contrapartes habían hecho bajo el autoritarismo. Por lo que relata Ana Lilia Pérez en Camisas azules, manos negras: el saqueo de Pemex desde Los Pinos, (Grijalbo, 2010), la corrupción pública persiste no sólo en los enclaves priistas -la mayoría de los estados- sino también en las zonas colonizadas por los panistas. Y la forma como se lleva la labor de gobierno del día a día en algunas delegaciones de la capital del país controladas por el PRD no se distingue, en materia de (falta de) probidad, dedicación y eficiencia, de aquélla del pasado. El lustre de las instituciones insignia de la democracia política -IFE y TEPJF- simplemente se ha perdido porque los partidos rebajaron a su altura instituciones que, para cumplir su papel, deberían tener una calidad superior.
Son estos los tiempos de un duro círculo vicioso. La degradación de nuestra democracia -responsabilidad de la clase política mexicana- tiene lugar precisamente cuando la calidad del entorno internacional también se degrada. Ambos fenómenos se refuerzan. Por tanto, la cita de México con las urnas en 2012 va a ser dramática, pues hay mucho en juego y las condiciones son desfavorables. Se debe y se puede intentar romper el círculo vicioso, pero nadie sabe cómo reaccionará la ciudadanía mexicana al desafío. A menos que se recurra al pensamiento mágico, la popularidad del precandidato del PRI que registran las encuestas no permite ser muy optimista, pero tampoco se puede tirar la toalla. ¡Vaya tiempos!
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