JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
Ensimismados por nuestros problemas como europeos periféricos fuertemente endeudados y como españoles crecientemente empobrecidos, no nos fijamos de modo suficiente en las transformaciones que se están produciendo a nuestro alrededor y que conviene subrayar. La primera de ellas, que el planeta sale poco a poco de una Gran Recesión muy larga y profunda, pero que no es infinita.
A distintos ritmos, con diferentes bríos y desequilibrios sin resolver, las diferentes zonas del mundo vuelven al crecimiento. Lo que sucede es que Europa es uno de los eslabones más débiles de este arranque de ciclo y ello nos ciega y nos transmite una incertidumbre añadida. Lo acaba de subrayar el Banco Mundial en el reciente informe Perspectivas económicas mundiales para 2011. De él se desprenden al menos tres tendencias. La primera es la debilidad de la recuperación: las economías mundiales en su conjunto crecerán menos este año que el anterior (el 3,3% del PIB frente al 3,9%), debido sobre todo a la retirada de los estímulos keynesianos que han sido la panacea para pasar de la depresión y el estancamiento al aumento de la producción y los servicios; cuando las medidas públicas de apoyo desaparecen emerge en toda su desnudez la debilidad de la inversión privada. Durante parte de 2007, 2008 y 2009 se sufrió una recesión tremenda, que fue paliada por los planes estatales de estímulo; limitados estos y agotado el margen de maniobra de muchos Gobiernos, proseguirá un tiempo la zona del crecimiento débil y en picos de sierra.
La segunda tendencia se observa al desagregar los porcentajes totales: las economías avanzadas crecen por debajo de la media y son los países en desarrollo los que aportarán casi la mitad del crecimiento mundial. En 2010, la zona de Asia Oriental y el Pacífico creció al 9,3% y encabezó la recuperación mundial. En general, los emergentes están creciendo a un ritmo cuatro veces superior a los países más avanzados. La tercera tendencia es la división europea entre los países del centro y los de la periferia; los primeros, tipo Alemania, empiezan a adquirir la velocidad de crucero mientras que los últimos aún se encuentran bajo el shock del endeudamiento público y privado. Lo sucedido la primera semana del año (Bolsas de valores al alza, mercados de deuda relajados, recuperación del euro...) no se puede considerar definitivo.
Las dos grandes incógnitas que se ciernen sobre la economía mundial son las siguientes: si no continúa existiendo el riesgo de una salida de la crisis en forma de "W", de modo que pueda haber una recaída basada en los problemas sin arreglar o en otros que aparecen en el horizonte (la inflación de materias primas); la segunda, las huellas a largo plazo que deja la Gran Recesión y que solo se corregirán a largo plazo (desempleo masivo, empobrecimiento de las clases medias, ausencia de impulso en la lucha contra el cambio climático, endeudamiento...). El economista jefe del Banco Mundial, al presentar el informe, declaró: "Los persistentes problemas del sector financiero de algunos países desarrollados continúan siendo una amenaza para el crecimiento y requieren medidas urgentes". Es decir, que la Gran Recesión comenzó con las dificultades provocadas por las hipotecas de alto riesgo y los productos tóxicos que se empaquetaban, se revendían y se sacaban del balance, y puede avanzar con los mismos asuntos, de los que desconocemos su dimensión real.
Entre esos países desarrollados que tienen problemas financieros sin resolver está España. No era incierto que su sistema financiero era al principio de la crisis uno de los más potentes y mejor regulados, pero la prolongación de la burbuja inmobiliaria lo ha debilitado y vuelto más vulnerable. Completar la reestructuración bancaria, clarificar la auténtica situación de bancos y cajas de ahorros, inyectar más dinero público para reforzar su capital, nuevos test de esfuerzo, e información individualizada sobre el riesgo y exposición inmobiliaria (como la pasada semana hizo Banesto al presentar sus resultados del año pasado) son las exigencias precisas para reducir la incertidumbre y devolver la credibilidad perdida. Cumplir los objetivos de déficit público y poner en marcha las reformas estructurales pendientes (energética, pensiones, laboral...) son condiciones necesarias, pero no suficientes. La prioridad, mil y pico días después del inicio de los problemas, sigue siendo la financiera.
Ensimismados por nuestros problemas como europeos periféricos fuertemente endeudados y como españoles crecientemente empobrecidos, no nos fijamos de modo suficiente en las transformaciones que se están produciendo a nuestro alrededor y que conviene subrayar. La primera de ellas, que el planeta sale poco a poco de una Gran Recesión muy larga y profunda, pero que no es infinita.
A distintos ritmos, con diferentes bríos y desequilibrios sin resolver, las diferentes zonas del mundo vuelven al crecimiento. Lo que sucede es que Europa es uno de los eslabones más débiles de este arranque de ciclo y ello nos ciega y nos transmite una incertidumbre añadida. Lo acaba de subrayar el Banco Mundial en el reciente informe Perspectivas económicas mundiales para 2011. De él se desprenden al menos tres tendencias. La primera es la debilidad de la recuperación: las economías mundiales en su conjunto crecerán menos este año que el anterior (el 3,3% del PIB frente al 3,9%), debido sobre todo a la retirada de los estímulos keynesianos que han sido la panacea para pasar de la depresión y el estancamiento al aumento de la producción y los servicios; cuando las medidas públicas de apoyo desaparecen emerge en toda su desnudez la debilidad de la inversión privada. Durante parte de 2007, 2008 y 2009 se sufrió una recesión tremenda, que fue paliada por los planes estatales de estímulo; limitados estos y agotado el margen de maniobra de muchos Gobiernos, proseguirá un tiempo la zona del crecimiento débil y en picos de sierra.
La segunda tendencia se observa al desagregar los porcentajes totales: las economías avanzadas crecen por debajo de la media y son los países en desarrollo los que aportarán casi la mitad del crecimiento mundial. En 2010, la zona de Asia Oriental y el Pacífico creció al 9,3% y encabezó la recuperación mundial. En general, los emergentes están creciendo a un ritmo cuatro veces superior a los países más avanzados. La tercera tendencia es la división europea entre los países del centro y los de la periferia; los primeros, tipo Alemania, empiezan a adquirir la velocidad de crucero mientras que los últimos aún se encuentran bajo el shock del endeudamiento público y privado. Lo sucedido la primera semana del año (Bolsas de valores al alza, mercados de deuda relajados, recuperación del euro...) no se puede considerar definitivo.
Las dos grandes incógnitas que se ciernen sobre la economía mundial son las siguientes: si no continúa existiendo el riesgo de una salida de la crisis en forma de "W", de modo que pueda haber una recaída basada en los problemas sin arreglar o en otros que aparecen en el horizonte (la inflación de materias primas); la segunda, las huellas a largo plazo que deja la Gran Recesión y que solo se corregirán a largo plazo (desempleo masivo, empobrecimiento de las clases medias, ausencia de impulso en la lucha contra el cambio climático, endeudamiento...). El economista jefe del Banco Mundial, al presentar el informe, declaró: "Los persistentes problemas del sector financiero de algunos países desarrollados continúan siendo una amenaza para el crecimiento y requieren medidas urgentes". Es decir, que la Gran Recesión comenzó con las dificultades provocadas por las hipotecas de alto riesgo y los productos tóxicos que se empaquetaban, se revendían y se sacaban del balance, y puede avanzar con los mismos asuntos, de los que desconocemos su dimensión real.
Entre esos países desarrollados que tienen problemas financieros sin resolver está España. No era incierto que su sistema financiero era al principio de la crisis uno de los más potentes y mejor regulados, pero la prolongación de la burbuja inmobiliaria lo ha debilitado y vuelto más vulnerable. Completar la reestructuración bancaria, clarificar la auténtica situación de bancos y cajas de ahorros, inyectar más dinero público para reforzar su capital, nuevos test de esfuerzo, e información individualizada sobre el riesgo y exposición inmobiliaria (como la pasada semana hizo Banesto al presentar sus resultados del año pasado) son las exigencias precisas para reducir la incertidumbre y devolver la credibilidad perdida. Cumplir los objetivos de déficit público y poner en marcha las reformas estructurales pendientes (energética, pensiones, laboral...) son condiciones necesarias, pero no suficientes. La prioridad, mil y pico días después del inicio de los problemas, sigue siendo la financiera.
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