Mauricio Merino / El Universal
Con el comienzo del 2011 se abre ya la puerta franca a los líderes y candidatos que se disputarán la sucesión presidencial en año y medio. El guión del PRI se ha venido configurando con mucha antelación -aunque todavía conviene esperar los resultados y las consecuencias de las elecciones en el estado de México-, el del PRD depende casi por completo (para no variar) de las decisiones que tome Andrés Manuel López Obrador y el PAN se nubla entre la medianía y la incertidumbre de sus candidatos y la obstinación del Presidente. Nada para llamar a casa.
Si el año habrá de transcurrir sumido en una narración interminable de las posiciones y declaraciones de cada dirigente y de cada candidato real o potencial, entreveradas acaso por los datos que vayan arrojando los comicios que tendrán lugar este año y por las muchas y muy elocuentes interpretaciones editoriales de la prensa escrita y electrónica, nadie tendría que agraviarse si ve aumentar con creces el desencanto que genera nuestra democracia. Ese horizonte plagado de verdades acabadas y acusaciones mutuas emanadas de nuestros muy diversos próceres inmarcesibles da grima.
En cambio, sería mucho más deseable que nos interesáramos más -y más a fondo- en los problemas que afrontará cualquiera que gane el turno sexenal, en las decisiones que habría de ir preparando y en las soluciones que nos ofrecerá. Sería mejor que, en vez de debatir si Peña Nieto se caerá o no de su caballo para ser suplido por el senador Beltrones, o de seguir haciendo conjeturas sobre el daño que López Obrador le está causando a la candidatura de Marcelo Ebrard o de especular si será Lujambio o será Cordero quien se atreva finalmente a romper el cerco del control presidencial, nos ocupáramos más de los desafíos y los errores que están llevando al país a los últimos lugares de casi todos los recuentos. No nos engañemos más: el sexenio no está terminando bien y lo sensato no es hacer como si no pasara nada, como si viniera sin más otra rutina sucesoria con su lluvia de estrellas rutilantes.
Es probable que los partidos políticos despierten y busquen ofrecernos algo más que caras lindas y frases hechas. Pero desconfío cada vez más de su capacidad para formular diagnósticos y definir problemas serios, pues piensan y escriben en clave de combate: lo malo es siempre lo que hicieron los otros y lo rescatable lo que han ensayado sus gobiernos. Diseñan programas y políticas del mismo modo en que sus gobiernos escriben sus informes: con mucho maquillaje y poca memoria. Recuerdo la lectura de sus programas legislativos para la contienda del 2009 como una tortura que me impuse solo. Había algo rescatable, pero la navegación entre esos documentos fue muy dura.
Preferiría que fueran otros, incluyendo a este diario, quienes se propusieran construir escenarios compartidos de problemas y deliberación para situar en ellos a nuestros políticos y obtener así una ganancia doble: para ver cómo reaccionan ante esos problemas definidos claramente y, de paso, para informarlos a ellos mismos sobre lo que pasa en México más allá de sus círculos íntimos de lealtad y mando. Creo que es algo que podría construirse más o menos rápido, si fuera posible reunir a un buen grupo de académicos y periodistas con sentido democrático (como alguna vez propuso Enrique Krauze en momentos menos peligrosos). Pero este grupo no debería reunirse para decir lo que hay que hacer ni para suplir a los políticos (cosa imposible), sino para proponer los temas, ofrecer diagnósticos y definir problemas. Para hacer lo que cada quien sabe hacer mejor.
De hecho, ya hay algunos papeles relevantes en la mesa. Conozco dos y sé de la inminente existencia de un tercero: el primero fue el que produjo el Instituto de Estudios para la Transición Democrática -con Ricardo Becerra a la cabeza-, que propuso la equidad y el parlamentarismo como los dos ejes del debate necesario; el segundo, que han promovido y revisado Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, con mucho éxito. Y sé que José Luis Calva se ha propuesto delinear, desde la UNAM, una reflexión alternativa con un amplio grupo de investigadores. Y estoy seguro de que debe haber decenas más. Pero lo deseable sería que fueran menos y más a fondo. Con eso podríamos al menos imaginar que el nuevo año no se nos escurrirá otra vez entre las manos, entre discursos vacíos y justificaciones.
Como sea, siempre será mejor imaginar que el país puede ser mejor y hacer algo que asistir a este deterioro interminable. Es demasiado importante como para abandonarlo entre los partidos que gobiernan.
Profesor investigador del CIDE
Con el comienzo del 2011 se abre ya la puerta franca a los líderes y candidatos que se disputarán la sucesión presidencial en año y medio. El guión del PRI se ha venido configurando con mucha antelación -aunque todavía conviene esperar los resultados y las consecuencias de las elecciones en el estado de México-, el del PRD depende casi por completo (para no variar) de las decisiones que tome Andrés Manuel López Obrador y el PAN se nubla entre la medianía y la incertidumbre de sus candidatos y la obstinación del Presidente. Nada para llamar a casa.
Si el año habrá de transcurrir sumido en una narración interminable de las posiciones y declaraciones de cada dirigente y de cada candidato real o potencial, entreveradas acaso por los datos que vayan arrojando los comicios que tendrán lugar este año y por las muchas y muy elocuentes interpretaciones editoriales de la prensa escrita y electrónica, nadie tendría que agraviarse si ve aumentar con creces el desencanto que genera nuestra democracia. Ese horizonte plagado de verdades acabadas y acusaciones mutuas emanadas de nuestros muy diversos próceres inmarcesibles da grima.
En cambio, sería mucho más deseable que nos interesáramos más -y más a fondo- en los problemas que afrontará cualquiera que gane el turno sexenal, en las decisiones que habría de ir preparando y en las soluciones que nos ofrecerá. Sería mejor que, en vez de debatir si Peña Nieto se caerá o no de su caballo para ser suplido por el senador Beltrones, o de seguir haciendo conjeturas sobre el daño que López Obrador le está causando a la candidatura de Marcelo Ebrard o de especular si será Lujambio o será Cordero quien se atreva finalmente a romper el cerco del control presidencial, nos ocupáramos más de los desafíos y los errores que están llevando al país a los últimos lugares de casi todos los recuentos. No nos engañemos más: el sexenio no está terminando bien y lo sensato no es hacer como si no pasara nada, como si viniera sin más otra rutina sucesoria con su lluvia de estrellas rutilantes.
Es probable que los partidos políticos despierten y busquen ofrecernos algo más que caras lindas y frases hechas. Pero desconfío cada vez más de su capacidad para formular diagnósticos y definir problemas serios, pues piensan y escriben en clave de combate: lo malo es siempre lo que hicieron los otros y lo rescatable lo que han ensayado sus gobiernos. Diseñan programas y políticas del mismo modo en que sus gobiernos escriben sus informes: con mucho maquillaje y poca memoria. Recuerdo la lectura de sus programas legislativos para la contienda del 2009 como una tortura que me impuse solo. Había algo rescatable, pero la navegación entre esos documentos fue muy dura.
Preferiría que fueran otros, incluyendo a este diario, quienes se propusieran construir escenarios compartidos de problemas y deliberación para situar en ellos a nuestros políticos y obtener así una ganancia doble: para ver cómo reaccionan ante esos problemas definidos claramente y, de paso, para informarlos a ellos mismos sobre lo que pasa en México más allá de sus círculos íntimos de lealtad y mando. Creo que es algo que podría construirse más o menos rápido, si fuera posible reunir a un buen grupo de académicos y periodistas con sentido democrático (como alguna vez propuso Enrique Krauze en momentos menos peligrosos). Pero este grupo no debería reunirse para decir lo que hay que hacer ni para suplir a los políticos (cosa imposible), sino para proponer los temas, ofrecer diagnósticos y definir problemas. Para hacer lo que cada quien sabe hacer mejor.
De hecho, ya hay algunos papeles relevantes en la mesa. Conozco dos y sé de la inminente existencia de un tercero: el primero fue el que produjo el Instituto de Estudios para la Transición Democrática -con Ricardo Becerra a la cabeza-, que propuso la equidad y el parlamentarismo como los dos ejes del debate necesario; el segundo, que han promovido y revisado Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, con mucho éxito. Y sé que José Luis Calva se ha propuesto delinear, desde la UNAM, una reflexión alternativa con un amplio grupo de investigadores. Y estoy seguro de que debe haber decenas más. Pero lo deseable sería que fueran menos y más a fondo. Con eso podríamos al menos imaginar que el nuevo año no se nos escurrirá otra vez entre las manos, entre discursos vacíos y justificaciones.
Como sea, siempre será mejor imaginar que el país puede ser mejor y hacer algo que asistir a este deterioro interminable. Es demasiado importante como para abandonarlo entre los partidos que gobiernan.
Profesor investigador del CIDE
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