Mal no sólo en ingresos, sino en propiedad de la tierra y acceso a estudios superiores: BM
Será difícil lograr un cambio sin afectar el sistema económico, asevera Marcelo Giugale
Cuestiona que las políticas sociales asistan sólo a los más pobres y abandonen a la clase media
Roberto González Amador / Periódico La Jornada
América Latina tiene un “largo camino” por recorrer para superar la desigualdad, terreno en el que presenta el peor rostro de todo el planeta. “La desigualdad en la región no sólo está mal en cuanto a la distribución del ingreso, sino también en renglones como la propiedad de la tierra y las posibilidades de acceso de la población a estudios superiores”, afirma Marcelo Giugale, director de política económica y programas de reducción de pobreza del Banco Mundial
“El cambio de la desigualdad en la región va a tomar mucho tiempo, va a tomar generaciones, va a ser difícil lograrlo sin afectar el sistema económico”, sostuvo en una entrevista con La Jornada.
La crisis económica de 2009 interrumpió seis años consecutivos de crecimiento económico en América Latina. Un informe del Banco Mundial publicado en abril pasado reportó que 60 millones de latinoamericanos dejaron la pobreza entre 2002 y 2008. Y en 2009, según ese documento, entre nueve y 10 millones de habitantes de la región volvieron a la pobreza.
“Después de la crisis económica de 2009, la política social en la región va a ser muy diferente”, explica Giugale, quien visitó esta ciudad para asistir a una reunión del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas. “La crisis enseñó muchas cosas con relación a la política social”, dice.
En la región 13 países tienen programas de transferencias de efectivo a personas pobres, en un esquema similar al Oportunidades de México.
“Siempre nos enfocamos en el valor de la transferencia, pensamos en condicionarla a que el beneficiario llevara a sus hijos al colegio o al médico. Ambas cosas eran importantes, pero no las más importantes. El valor más importante de esos programas fue establecer un mecanismo de transferir recursos de manera directa a personas que a veces no tienen siquiera una dirección postal. Esta relación directa entre el beneficiario y el Estado es importante, porque durante la crisis con un programa de computadora se aumentó la transferencia y se amortiguó el impacto de perder el empleo. Es una gran diferencia respecto de crisis pasadas, cuando se disparaban subsidios que eran un despilfarro de recursos.”
Una carencia de la política social en la región mostrada por la crisis, añade, es que en los países existen pocos mecanismos para asistir a la clase media. “Ahora en la región somos mejores para ayudar a la gente a salir de la pobreza, pero una vez que cruza esa línea básicamente tenemos poco con qué asistirlos. Esta es una asignatura pendiente.
“Y destaco otra experiencia de esta crisis. Estábamos demasiado preocupados por la igualdad y mucho menos por la equidad. Igualdad quiere decir el mismo premio para todos. La equidad significa que todos tienen las mismas oportunidades. Cuando se habla de igualdad los sistemas políticos se parten. La izquierda dice sí y la derecha dice no. Hasta esta crisis no teníamos un mecanismo para orientar la política social hacia la equidad, esto es, hacia la igualdad de oportunidades. Teníamos políticas redistributivas, políticas que sirven a la igualdad. Hoy en la región se tiene una manera de asistir a la clase media que tiene que ver más que ver con la equidad que con la igualdad.”
–¿De qué manera estas experiencias dejadas por la crisis se pueden llevar al terreno de la política social?
–Ya se empieza a hablar de la necesidad de un seguro de desempleo, de pensiones no contributivas para ancianos pobres y de reforma laboral. Latinoamérica era muy reticente a ese tema por el poder de los sindicatos; la crisis empujó y mucho. Esta discusión nos va a dar un empujón adicional en la lucha contra la informalidad, que no sea más la idea de dar crédito barato a la empresa chiquitita, que era el primer instinto de la política pública latinoamericana, sino hacer que la pequeña empresa crezca. Que no necesariamente haya más microempresas, sino que las que existen se desarrollen y eso va a llevar a más formalidad. Está el tema de la incorporación de la mujer a la fuerza laboral. Se logró mucho, pero una vez que fueron incorporadas nos olvidamos de acciones para que progresaran en sus empleos.
–Sobre la reforma laboral. Como sabe, hay una discusión ahora en México. ¿Cuáles son los temas que deberían incluirse en esta discusión?
–Puedo hablar de la experiencia que hemos visto en la región en conjunto. En México todavía no tenemos mucha experiencia. Cuando el debate comienza por el tema de la llamada flexibilización laboral, que los sindicatos traducen en el derecho a echarme con menos compensación, cuando eso es todo lo que se discute, las cosas se paralizan muy rápido. Sin embargo, cuando se mira como un paquete y se habla de flexibilizar algún tipo de empleo, por ejemplo el de jóvenes, para que las empresas puedan invertir en entrenarlos y si no funcionan cambiarlos; o cuando se ofrece alguna seguridad para la transición de un empleo a otro, es decir, cuando se pone esto en un marco de créditos y débitos, donde todo mundo da un poco y gana un poco, parece que la cosa progresa más.
–¿Cree que es necesario dar un enfoque diferente al que han tenido en la última década los programas contra la pobreza en América Latina?
–En los meses previos a la crisis en Brasil se empezó a hablar de cómo ayudar a la gente que recibía transferencias a graduarse. Querían ligar la condicionalidad del programa a la iniciativa empresarial personal, ayudar a la gente a convertirse en microempresario, por lo menos a los que quisieran. Había una percepción de que hay que ayudar a la gente a que evolucione, que no se quede paralizada donde está. Esa discusión se detiene porque en medio de la crisis nadie quiere hablar de ese tipo de cosas. No me sorprendería que a medida que se recupere la economía se vuelva a hablar.
–Relacionado con la pobreza está el tema de la mala distribución de la riqueza en la región y los rezagos en inclusión y equidad. ¿Espera que haya avances en estos temas?
Oportunidad a nuevas generaciones
–Hay que decirlo: todavía tenemos la más alta desigualdad de ingreso del planeta. Realmente empezamos de una posición tan regresiva, esto es, nuestra desigualdad era tan grande, que aun cuando hemos progresado todavía somos los peores del planeta. Y esto no solamente es cierto para el ingreso, sino también para la tenencia de activos, como la tierra; o para los logros educativos: quién va a la universidad y quién no va. Eso esconde, y a veces nubla, la realidad de que de a poco la desigualdad comienza a caer. Muy de a poco.
“Detrás de la desigualdad hay una restructura social, se están creando clases medias, así que eso va a tomar tiempo pero empieza a caer. La esperanza, sin embargo, está en que el cambio no sea solamente por la distribución entre adultos hoy, sino por redistribución entre generaciones. Ahí es donde está el tema de la oportunidad para nuevas generaciones.
“El cambio de la desigualdad va a tomar mucho tiempo y va a tener que ocurrir a través de generaciones. Es muy difícil lograr grandes cambios dentro de la misma generación sin afectar al sistema económico porque lo que se necesita es una redistribución enorme que puede atentar contra la propiedad privada y la inversión. Se tiene que hacer muy de a poco, en el sistema impositivo, muy consensuado y usando cada peso para dispararle al que más lo necesita.”
Será difícil lograr un cambio sin afectar el sistema económico, asevera Marcelo Giugale
Cuestiona que las políticas sociales asistan sólo a los más pobres y abandonen a la clase media
Roberto González Amador / Periódico La Jornada
América Latina tiene un “largo camino” por recorrer para superar la desigualdad, terreno en el que presenta el peor rostro de todo el planeta. “La desigualdad en la región no sólo está mal en cuanto a la distribución del ingreso, sino también en renglones como la propiedad de la tierra y las posibilidades de acceso de la población a estudios superiores”, afirma Marcelo Giugale, director de política económica y programas de reducción de pobreza del Banco Mundial
“El cambio de la desigualdad en la región va a tomar mucho tiempo, va a tomar generaciones, va a ser difícil lograrlo sin afectar el sistema económico”, sostuvo en una entrevista con La Jornada.
La crisis económica de 2009 interrumpió seis años consecutivos de crecimiento económico en América Latina. Un informe del Banco Mundial publicado en abril pasado reportó que 60 millones de latinoamericanos dejaron la pobreza entre 2002 y 2008. Y en 2009, según ese documento, entre nueve y 10 millones de habitantes de la región volvieron a la pobreza.
“Después de la crisis económica de 2009, la política social en la región va a ser muy diferente”, explica Giugale, quien visitó esta ciudad para asistir a una reunión del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas. “La crisis enseñó muchas cosas con relación a la política social”, dice.
En la región 13 países tienen programas de transferencias de efectivo a personas pobres, en un esquema similar al Oportunidades de México.
“Siempre nos enfocamos en el valor de la transferencia, pensamos en condicionarla a que el beneficiario llevara a sus hijos al colegio o al médico. Ambas cosas eran importantes, pero no las más importantes. El valor más importante de esos programas fue establecer un mecanismo de transferir recursos de manera directa a personas que a veces no tienen siquiera una dirección postal. Esta relación directa entre el beneficiario y el Estado es importante, porque durante la crisis con un programa de computadora se aumentó la transferencia y se amortiguó el impacto de perder el empleo. Es una gran diferencia respecto de crisis pasadas, cuando se disparaban subsidios que eran un despilfarro de recursos.”
Una carencia de la política social en la región mostrada por la crisis, añade, es que en los países existen pocos mecanismos para asistir a la clase media. “Ahora en la región somos mejores para ayudar a la gente a salir de la pobreza, pero una vez que cruza esa línea básicamente tenemos poco con qué asistirlos. Esta es una asignatura pendiente.
“Y destaco otra experiencia de esta crisis. Estábamos demasiado preocupados por la igualdad y mucho menos por la equidad. Igualdad quiere decir el mismo premio para todos. La equidad significa que todos tienen las mismas oportunidades. Cuando se habla de igualdad los sistemas políticos se parten. La izquierda dice sí y la derecha dice no. Hasta esta crisis no teníamos un mecanismo para orientar la política social hacia la equidad, esto es, hacia la igualdad de oportunidades. Teníamos políticas redistributivas, políticas que sirven a la igualdad. Hoy en la región se tiene una manera de asistir a la clase media que tiene que ver más que ver con la equidad que con la igualdad.”
–¿De qué manera estas experiencias dejadas por la crisis se pueden llevar al terreno de la política social?
–Ya se empieza a hablar de la necesidad de un seguro de desempleo, de pensiones no contributivas para ancianos pobres y de reforma laboral. Latinoamérica era muy reticente a ese tema por el poder de los sindicatos; la crisis empujó y mucho. Esta discusión nos va a dar un empujón adicional en la lucha contra la informalidad, que no sea más la idea de dar crédito barato a la empresa chiquitita, que era el primer instinto de la política pública latinoamericana, sino hacer que la pequeña empresa crezca. Que no necesariamente haya más microempresas, sino que las que existen se desarrollen y eso va a llevar a más formalidad. Está el tema de la incorporación de la mujer a la fuerza laboral. Se logró mucho, pero una vez que fueron incorporadas nos olvidamos de acciones para que progresaran en sus empleos.
–Sobre la reforma laboral. Como sabe, hay una discusión ahora en México. ¿Cuáles son los temas que deberían incluirse en esta discusión?
–Puedo hablar de la experiencia que hemos visto en la región en conjunto. En México todavía no tenemos mucha experiencia. Cuando el debate comienza por el tema de la llamada flexibilización laboral, que los sindicatos traducen en el derecho a echarme con menos compensación, cuando eso es todo lo que se discute, las cosas se paralizan muy rápido. Sin embargo, cuando se mira como un paquete y se habla de flexibilizar algún tipo de empleo, por ejemplo el de jóvenes, para que las empresas puedan invertir en entrenarlos y si no funcionan cambiarlos; o cuando se ofrece alguna seguridad para la transición de un empleo a otro, es decir, cuando se pone esto en un marco de créditos y débitos, donde todo mundo da un poco y gana un poco, parece que la cosa progresa más.
–¿Cree que es necesario dar un enfoque diferente al que han tenido en la última década los programas contra la pobreza en América Latina?
–En los meses previos a la crisis en Brasil se empezó a hablar de cómo ayudar a la gente que recibía transferencias a graduarse. Querían ligar la condicionalidad del programa a la iniciativa empresarial personal, ayudar a la gente a convertirse en microempresario, por lo menos a los que quisieran. Había una percepción de que hay que ayudar a la gente a que evolucione, que no se quede paralizada donde está. Esa discusión se detiene porque en medio de la crisis nadie quiere hablar de ese tipo de cosas. No me sorprendería que a medida que se recupere la economía se vuelva a hablar.
–Relacionado con la pobreza está el tema de la mala distribución de la riqueza en la región y los rezagos en inclusión y equidad. ¿Espera que haya avances en estos temas?
Oportunidad a nuevas generaciones
–Hay que decirlo: todavía tenemos la más alta desigualdad de ingreso del planeta. Realmente empezamos de una posición tan regresiva, esto es, nuestra desigualdad era tan grande, que aun cuando hemos progresado todavía somos los peores del planeta. Y esto no solamente es cierto para el ingreso, sino también para la tenencia de activos, como la tierra; o para los logros educativos: quién va a la universidad y quién no va. Eso esconde, y a veces nubla, la realidad de que de a poco la desigualdad comienza a caer. Muy de a poco.
“Detrás de la desigualdad hay una restructura social, se están creando clases medias, así que eso va a tomar tiempo pero empieza a caer. La esperanza, sin embargo, está en que el cambio no sea solamente por la distribución entre adultos hoy, sino por redistribución entre generaciones. Ahí es donde está el tema de la oportunidad para nuevas generaciones.
“El cambio de la desigualdad va a tomar mucho tiempo y va a tener que ocurrir a través de generaciones. Es muy difícil lograr grandes cambios dentro de la misma generación sin afectar al sistema económico porque lo que se necesita es una redistribución enorme que puede atentar contra la propiedad privada y la inversión. Se tiene que hacer muy de a poco, en el sistema impositivo, muy consensuado y usando cada peso para dispararle al que más lo necesita.”
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