Carlos Márquez Padilla / El Universal
Crea fama y échate a dormir. La realidad suele desmentir este dicho. No hace mucho, en la década de los 90, México era objeto de elogios por haber suscrito el TLC, haber operado un exitoso programa de privatizaciones y de apertura comercial, haber accedido a la OCDE y logrado la transición a la democracia. Una década más tarde, poco quedaba de esos aplausos. En algún momento perdimos el rumbo.
Hoy en día, México y Brasil gozan de percepciones opuestas en los medios de comunicación y entre los inversionistas extranjeros. Brasil se percibe como un país pujante y con liderazgo, que llega a acuerdos y toma decisiones. Que no se ancla en el pasado ni tiene miedo al futuro. No sorprende que 66% de su población considere que su país está progresando.
Para México dominan los titulares de estancamiento económico, desacuerdo político, parálisis en la toma de decisiones, inseguridad y violencia. Un país capaz de sacrificar el futuro por preservar su pasado. Tampoco sorprende que solamente el 14% de los mexicanos considere que su país esté progresando. Pero, ¿tienen fundamento estas percepciones? y ¿qué tan útil resulta comparar a Brasil y México? Conviene un paréntesis de realidad y una reflexión de futuro más informada.
La realidad
México aún tiene un PIB per cápita que supera al de Brasil en casi una tercera parte; las exportaciones mexicanas representan 58% de las exportaciones manufactureras de América Latina, las de Brasil sólo el 24%; el riesgo país e inflación están por debajo de las brasileñas. Además, las disparidades, regionales y de ingreso son más acentuadas entre brasileños que entre mexicanos; el porcentaje de su población que vive con menos de un dólar es mayor que la de México; la infraestructura brasileña tiene serios rezagos y el número de homicidios dolosos es de casi el doble que el de México. Pero, los defectos de los demás no son las propias virtudes.
Con todo, Brasil ha acortado su distancia con México gracias al crecimiento económico de los últimos años.
La reflexión
Ante sus éxitos recientes, es tentador querer emular a Brasil, pero cuidado con lo que se puede y se debe imitar. Las economías de los dos países son estructuralmente diferentes y las comparaciones no del todo útiles.
La brasileña es una economía mucho más cerrada. En 2007, el comercio exterior representaba el 55% del PIB en México, en Brasil sólo alcanzaba el 22%. México es exportador manufacturero y Brasil depende fundamentalmente de su mercado interno y la exportación de productos básicos o commodities (62% de sus exportaciones). México colinda con el país más rico del mundo, Brasil es el centro del Cono Sur. Esto explica que la economía brasileña, impulsada por una China en expansión y demandante de commodities, saliera con gran rapidez de la crisis, mientras que México sufriera una caída más marcada y una recuperación más lenta.
¿Ser Brasil? Si las economías y condiciones de ambos países son diferentes, las políticas para promover el crecimiento también deberían serlo. Los grandes casos de éxito (Irlanda, España, los Tigres Asiáticos o más recientemente China) han seguido caminos distintos. Lo que la historia enseña es que no hay una receta única que funcione.
Esto no significa que no haya lecciones que aprender. Brasil ha tenido aciertos importantes. Ha sabido reconocer que la cooperación entre sector público y privado tiene dividendos para ambos. Las empresas brasileñas han perdido el miedo a ser públicas. De 2009 a la fecha, 37 empresas brasileñas salieron a cotizar en bolsa, en México sólo dos. Han creado empresas ejemplares, como son Petrobras y Embraer. Han robustecido su capacidad tributaria: pasaron de recaudar 26% a 32% del PIB en 16 años. Y, particularmente pertinente en estos tiempos en los que se discute la reforma política en México, el presidente brasileño tiene instrumentos para actuar con gran celeridad y asumir el costo político: decretos de urgencia y medidas provisionales. De 2001 a la fecha, 91% de estas últimas se han convertido en ley.
De lo que sí podemos estar seguros, es que para crecer se requiere afrontar los obstáculos que hoy lo impiden. En medio de la reflexión brasileña me quedo con tres medidas urgentes. La profundización del sector financiero para que las empresas accedan a más recursos; la promoción de la productividad mediante inversión —en innovación e infraestructura—; y finalmente, el impulso, mediante políticas que favorezcan la competencia, a sectores donde México (y no otros países como Brasil) posee ventajas comparativas.
Economista
Crea fama y échate a dormir. La realidad suele desmentir este dicho. No hace mucho, en la década de los 90, México era objeto de elogios por haber suscrito el TLC, haber operado un exitoso programa de privatizaciones y de apertura comercial, haber accedido a la OCDE y logrado la transición a la democracia. Una década más tarde, poco quedaba de esos aplausos. En algún momento perdimos el rumbo.
Hoy en día, México y Brasil gozan de percepciones opuestas en los medios de comunicación y entre los inversionistas extranjeros. Brasil se percibe como un país pujante y con liderazgo, que llega a acuerdos y toma decisiones. Que no se ancla en el pasado ni tiene miedo al futuro. No sorprende que 66% de su población considere que su país está progresando.
Para México dominan los titulares de estancamiento económico, desacuerdo político, parálisis en la toma de decisiones, inseguridad y violencia. Un país capaz de sacrificar el futuro por preservar su pasado. Tampoco sorprende que solamente el 14% de los mexicanos considere que su país esté progresando. Pero, ¿tienen fundamento estas percepciones? y ¿qué tan útil resulta comparar a Brasil y México? Conviene un paréntesis de realidad y una reflexión de futuro más informada.
La realidad
México aún tiene un PIB per cápita que supera al de Brasil en casi una tercera parte; las exportaciones mexicanas representan 58% de las exportaciones manufactureras de América Latina, las de Brasil sólo el 24%; el riesgo país e inflación están por debajo de las brasileñas. Además, las disparidades, regionales y de ingreso son más acentuadas entre brasileños que entre mexicanos; el porcentaje de su población que vive con menos de un dólar es mayor que la de México; la infraestructura brasileña tiene serios rezagos y el número de homicidios dolosos es de casi el doble que el de México. Pero, los defectos de los demás no son las propias virtudes.
Con todo, Brasil ha acortado su distancia con México gracias al crecimiento económico de los últimos años.
La reflexión
Ante sus éxitos recientes, es tentador querer emular a Brasil, pero cuidado con lo que se puede y se debe imitar. Las economías de los dos países son estructuralmente diferentes y las comparaciones no del todo útiles.
La brasileña es una economía mucho más cerrada. En 2007, el comercio exterior representaba el 55% del PIB en México, en Brasil sólo alcanzaba el 22%. México es exportador manufacturero y Brasil depende fundamentalmente de su mercado interno y la exportación de productos básicos o commodities (62% de sus exportaciones). México colinda con el país más rico del mundo, Brasil es el centro del Cono Sur. Esto explica que la economía brasileña, impulsada por una China en expansión y demandante de commodities, saliera con gran rapidez de la crisis, mientras que México sufriera una caída más marcada y una recuperación más lenta.
¿Ser Brasil? Si las economías y condiciones de ambos países son diferentes, las políticas para promover el crecimiento también deberían serlo. Los grandes casos de éxito (Irlanda, España, los Tigres Asiáticos o más recientemente China) han seguido caminos distintos. Lo que la historia enseña es que no hay una receta única que funcione.
Esto no significa que no haya lecciones que aprender. Brasil ha tenido aciertos importantes. Ha sabido reconocer que la cooperación entre sector público y privado tiene dividendos para ambos. Las empresas brasileñas han perdido el miedo a ser públicas. De 2009 a la fecha, 37 empresas brasileñas salieron a cotizar en bolsa, en México sólo dos. Han creado empresas ejemplares, como son Petrobras y Embraer. Han robustecido su capacidad tributaria: pasaron de recaudar 26% a 32% del PIB en 16 años. Y, particularmente pertinente en estos tiempos en los que se discute la reforma política en México, el presidente brasileño tiene instrumentos para actuar con gran celeridad y asumir el costo político: decretos de urgencia y medidas provisionales. De 2001 a la fecha, 91% de estas últimas se han convertido en ley.
De lo que sí podemos estar seguros, es que para crecer se requiere afrontar los obstáculos que hoy lo impiden. En medio de la reflexión brasileña me quedo con tres medidas urgentes. La profundización del sector financiero para que las empresas accedan a más recursos; la promoción de la productividad mediante inversión —en innovación e infraestructura—; y finalmente, el impulso, mediante políticas que favorezcan la competencia, a sectores donde México (y no otros países como Brasil) posee ventajas comparativas.
Economista
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