Alberto Aziz Nassif / El Universal
Lo que hizo Felipe Calderón el pasado 20 de mayo, en la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos, fue presentar una síntesis de lo que han sido sus cuatro años de gobierno. Las paradojas de la vida muestran que ese discurso no lo ha podido pronunciar en el Congreso de la Unión en México, porque los informes de gobierno ya sólo se mandan por escrito. Sin duda, leer ese texto fue el acto central de su visita a Estados Unidos y contiene los argumentos más importantes con los que se ha gobernado en estos años.
Durante 34 minutos se presentaron los temas de la relación bilateral, en 27 ocasiones hubo aplausos y en más de 12 veces los aplausos se hicieron de pie. Hubo cuatro grandes partes y se expusieron en la siguiente secuencia: el combate a las drogas, la seguridad y el flujo de armas; las reformas estructurales, la recuperación de la crisis y la migración y la condena a la ley de Arizona. Cada tema estuvo vinculado por el estribillo de que México se moderniza.
La parte que despertó mayor polémica fue la petición de Calderón a los congresistas para que vuelvan a establecer el control de armas, que fue derogado en 2004. Las evidencias mostradas fueron: en tres años se han decomisado 75 mil armas, de las cuales 80% llegan de Estados Unidos. La reacción fue inmediata y tuvo un carácter bipartidista: mientras los demócratas aplaudieron, los republicanos permanecieron sentados y condenaron la supuesta “intromisión” de Calderón. El otro reclamo que les pegó a los republicanos fue el rechazo a la racista ley de Arizona. En el tema del combate al narcotráfico el discurso presumió un panorama muy positivo, una visión que se comparte poco en México, y no sólo porque se trate de un problema de percepción, como dice Calderón, sino porque no se ve el supuesto debilitamiento de las bandas del crimen, ni tampoco la reconstrucción de las instituciones de seguridad y de las policías; tampoco se ven resultados muy específicos en lo que se refiere a las reformas del sistema judicial y las acciones en contra de las adicciones en los jóvenes no se notan. En suma, los aplausos de los congresistas en Estados Unidos no se replicarían en México. Lo importante es saber qué pasará con la estrategia, porque si nos atenemos a las declaraciones presidenciales en Estados Unidos todo indica que en lo que falta del sexenio habrá más de lo mismo.
Cuando contrastamos el panorama de las reformas que se presumieron como los grandes cambios de los primeros años del sexenio calderonista: pensiones, fiscal, Pemex y la construcción de infraestructura (esta última no es propiamente una reforma) con las perspectivas de las inciertas reformas en un futuro cercano, el resultado es poco alentador. La reforma de pensiones deja un panorama incierto para las nuevas generaciones, el tema fiscal no ha dejado de ser problema abierto, y lo logrado con Pemex no alcanza para tener una nueva estrategia energética. Las reformas al régimen político, a los medios y las telecomunicaciones, para no mencionar el reaccionario proyecto laboral del panismo, están atrapadas en una compleja trama de intereses, a la que se suma una débil coalición de gobierno, la falta de liderazgo y la cercanía de la próxima sucesión presidencial, que hablan de un clima poco reformador.
La salida de la crisis económica y el rebote de la recuperación de los primeros meses de este año le sirvieron al Presidente para afirmar que su plan de políticas anticíclicas ha funcionado. Se cumple el supuesto de que México, con la crisis, no haría un replanteamiento más profundo de su modelo de desarrollo, sino que simplemente esperaría la recuperación de Estados Unidos para volver a reactivar la economía. Tal cual sucedió. Junto a esto, Calderón presumió su política social, el programa Oportunidades, las inversiones en educación y salud, pero la verdad es que con este modelo se confirma la exclusión, no se logran crear los empleos necesarios, no se fortalece el mercado interno y la informalidad crece de forma imparable, lo cual conduce, entre otras cosas, a un creciente flujo migratorio. Habría que mirar más a Brasil y a lo que ha hecho Lula en los últimos ocho años, para entender cómo México está a años luz de dar un giro profundo hacia un modelo de desarrollo incluyente e integrador.
Calderón se queda con los aplausos, pero la realidad es que Obama le dijo que no tiene los votos para una reforma migratoria, y el asesor del Consejo de Seguridad Nacional, Dan Restrepo, declaró que no se contempla ningún proyecto de regulación de armas. Así que sólo quedan los aplausos del vecino…
Investigador del CIESAS
Lo que hizo Felipe Calderón el pasado 20 de mayo, en la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos, fue presentar una síntesis de lo que han sido sus cuatro años de gobierno. Las paradojas de la vida muestran que ese discurso no lo ha podido pronunciar en el Congreso de la Unión en México, porque los informes de gobierno ya sólo se mandan por escrito. Sin duda, leer ese texto fue el acto central de su visita a Estados Unidos y contiene los argumentos más importantes con los que se ha gobernado en estos años.
Durante 34 minutos se presentaron los temas de la relación bilateral, en 27 ocasiones hubo aplausos y en más de 12 veces los aplausos se hicieron de pie. Hubo cuatro grandes partes y se expusieron en la siguiente secuencia: el combate a las drogas, la seguridad y el flujo de armas; las reformas estructurales, la recuperación de la crisis y la migración y la condena a la ley de Arizona. Cada tema estuvo vinculado por el estribillo de que México se moderniza.
La parte que despertó mayor polémica fue la petición de Calderón a los congresistas para que vuelvan a establecer el control de armas, que fue derogado en 2004. Las evidencias mostradas fueron: en tres años se han decomisado 75 mil armas, de las cuales 80% llegan de Estados Unidos. La reacción fue inmediata y tuvo un carácter bipartidista: mientras los demócratas aplaudieron, los republicanos permanecieron sentados y condenaron la supuesta “intromisión” de Calderón. El otro reclamo que les pegó a los republicanos fue el rechazo a la racista ley de Arizona. En el tema del combate al narcotráfico el discurso presumió un panorama muy positivo, una visión que se comparte poco en México, y no sólo porque se trate de un problema de percepción, como dice Calderón, sino porque no se ve el supuesto debilitamiento de las bandas del crimen, ni tampoco la reconstrucción de las instituciones de seguridad y de las policías; tampoco se ven resultados muy específicos en lo que se refiere a las reformas del sistema judicial y las acciones en contra de las adicciones en los jóvenes no se notan. En suma, los aplausos de los congresistas en Estados Unidos no se replicarían en México. Lo importante es saber qué pasará con la estrategia, porque si nos atenemos a las declaraciones presidenciales en Estados Unidos todo indica que en lo que falta del sexenio habrá más de lo mismo.
Cuando contrastamos el panorama de las reformas que se presumieron como los grandes cambios de los primeros años del sexenio calderonista: pensiones, fiscal, Pemex y la construcción de infraestructura (esta última no es propiamente una reforma) con las perspectivas de las inciertas reformas en un futuro cercano, el resultado es poco alentador. La reforma de pensiones deja un panorama incierto para las nuevas generaciones, el tema fiscal no ha dejado de ser problema abierto, y lo logrado con Pemex no alcanza para tener una nueva estrategia energética. Las reformas al régimen político, a los medios y las telecomunicaciones, para no mencionar el reaccionario proyecto laboral del panismo, están atrapadas en una compleja trama de intereses, a la que se suma una débil coalición de gobierno, la falta de liderazgo y la cercanía de la próxima sucesión presidencial, que hablan de un clima poco reformador.
La salida de la crisis económica y el rebote de la recuperación de los primeros meses de este año le sirvieron al Presidente para afirmar que su plan de políticas anticíclicas ha funcionado. Se cumple el supuesto de que México, con la crisis, no haría un replanteamiento más profundo de su modelo de desarrollo, sino que simplemente esperaría la recuperación de Estados Unidos para volver a reactivar la economía. Tal cual sucedió. Junto a esto, Calderón presumió su política social, el programa Oportunidades, las inversiones en educación y salud, pero la verdad es que con este modelo se confirma la exclusión, no se logran crear los empleos necesarios, no se fortalece el mercado interno y la informalidad crece de forma imparable, lo cual conduce, entre otras cosas, a un creciente flujo migratorio. Habría que mirar más a Brasil y a lo que ha hecho Lula en los últimos ocho años, para entender cómo México está a años luz de dar un giro profundo hacia un modelo de desarrollo incluyente e integrador.
Calderón se queda con los aplausos, pero la realidad es que Obama le dijo que no tiene los votos para una reforma migratoria, y el asesor del Consejo de Seguridad Nacional, Dan Restrepo, declaró que no se contempla ningún proyecto de regulación de armas. Así que sólo quedan los aplausos del vecino…
Investigador del CIESAS
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