José Antonio Rojas Nieto / La Jornada
Desde hace varios meses, principalmente en Estados Unidos y en Europa, pero también en América Latina –en México, sin duda– se ha re-abierto un debate sobre el ciclo económico estadunidense y su impacto en la economía mundial. En algunos casos –reitero el de México– no sólo se estudia ese impacto mundial sino –acaso con más preocupación– sus consecuencias, reflejos e implicaciones (esos términos, por cierto, también son objeto del debate), para diversas economías nacionales. ¿Por qué, por ejemplo, la retracción de nuestros vecinos ha implicado una retracción más severa en nuestro caso, que –para sólo citar cuatro ejemplos– en los casos brasileño, argentino o, incluso, francés o chino?
Un descenso brutal de casi 7 por ciento, apenas da señales leves de la dramática situación que vive la sociedad mexicana ante la caída de una economía entrelazada ya como ninguna, a la locomotora estadunidense. Hace unas semanas, aquí mismo señalé que –en Estados Unidos– autores como Duncan Foley, Fred Moseley, Anwar Shaihk, por ejemplo, se han distinguido en este análisis, en este debate. Pero allá mismo, uno puede encontrar en estos momentos no menos de 10 o 15 ensayos que lo retoman y lo profundizan. La Review of Radical Political Economics se distingue en ello.
En otras regiones del mundo autores como Gerard Duménil, Diego Guerrero, Michel Husson, Makoto Itoh, Dominique Levy, Costas Lapavitsas, Juan Pablo Painceira y Paulo L dos Santos –para sólo citar algunos– muestran una intensa vitalidad en esta discusión. Y proyectos como el de Research on Money and Finance de la Universidad de Londres, reúnen esfuerzos importantes de investigación en este terreno.
En México, José Valenzuela, Alejandro Valle, Etelberto Ortiz, Abelardo Mariña, Carlos Morera, entre otros, tienen libros y ensayos recientes en el marco de este debate. Tienen en común una tesis: el análisis del nivel y la tendencia de la rentabilidad general de la economía estadunidense es punto obligado para entender la marcha de la economía mundial. Pero también –en mayor o menor medida– la marcha de las economías nacionales. Y ya dentro de este terreno, el estudio cuidadoso –como señala José Valenzuela en su libro (La gran crisis del capital, trasfondo estructural e impacto en México, UAM, México 2009)– de los principales factores que inciden en la determinación de esta rentabilidad es obligado: 1) los del espacio de la producción, es decir, productividad laboral, intensidad y magnitud de la jornada de trabajo, niveles de empleo y salarial, por ejemplo; 2) los que inciden en las ventas, es decir, los factores de demanda, influidos por las condiciones del crédito a las empresas y las familias; 3) por eso, justamente, también los que giran en torno al financiamiento, como la disponibilidad y costo del endeudamiento; 4) finalmente, los que giran en torno a la posibilidad que determinadas empresas, esferas de la producción o, incluso, economías nacionales, puedan obtener beneficios extraordinarios merced a innovaciones tecnológicas no generalizadas, a condiciones especiales en la disponibilidad y producción recursos naturales imprescindibles como, por ejemplo, granos básicos, minerales o combustibles, o –finalmente– merced a controles monopólicos.
Una pregunta actual fundamental aparece en el debate. Surge de las estimaciones recientes de la rentabilidad económica estadunidense, de su tasa general de beneficio. Y es que la observación de esa tasa, calculada por la relación que guarda un valor agregado anual neto (sin salarios de la fuerza laboral productiva, ni la depreciación anual de los activos fijos), con un capital total anual (fijo del sector no residencial, más consumo intermedio anual más esos salarios productivos), muestra que aun antes de que decreciera la actividad económica estadunidense (primero a mediados de 2000 y después a finales del 2007), esa rentabilidad general de la economía ya estaba en descenso. Independientemente del nivel que estiman los diversos autores (explicado por sus cálculos específicos) pero de manera sorprendente, en casi todos los casos se considera que la rentabilidad general de la economía vecina empezó a descender luego de 1997. Luego de más de 15 años de ascenso continuo. Y en contra de lo que parecería lo más lógico (que con la crisis se deprimiera más su nivel), luego del año 2007 y merced a la severa retracción económica, empezó a recuperarse, aun antes de que se recuperara ya no digamos el empleo y el salario, sino –siquiera– el nivel de la producción industrial registrado a finales de 2007. A éste –se estima– en el mejor de los casos llegaremos a medidos de 2011, con menor empleo, menor salario real y procesos laborales más severos que los experimentados a finales de 2007. En buen romance, esto significa un retraso económico no menor a tres o cuatro años, según se vea. Y esto al hablar de Estados Unidos.
En México la situación es más delicada, pese a la demagogia oficial reciente. Lo veremos pronto. Muy pronto.
Desde hace varios meses, principalmente en Estados Unidos y en Europa, pero también en América Latina –en México, sin duda– se ha re-abierto un debate sobre el ciclo económico estadunidense y su impacto en la economía mundial. En algunos casos –reitero el de México– no sólo se estudia ese impacto mundial sino –acaso con más preocupación– sus consecuencias, reflejos e implicaciones (esos términos, por cierto, también son objeto del debate), para diversas economías nacionales. ¿Por qué, por ejemplo, la retracción de nuestros vecinos ha implicado una retracción más severa en nuestro caso, que –para sólo citar cuatro ejemplos– en los casos brasileño, argentino o, incluso, francés o chino?
Un descenso brutal de casi 7 por ciento, apenas da señales leves de la dramática situación que vive la sociedad mexicana ante la caída de una economía entrelazada ya como ninguna, a la locomotora estadunidense. Hace unas semanas, aquí mismo señalé que –en Estados Unidos– autores como Duncan Foley, Fred Moseley, Anwar Shaihk, por ejemplo, se han distinguido en este análisis, en este debate. Pero allá mismo, uno puede encontrar en estos momentos no menos de 10 o 15 ensayos que lo retoman y lo profundizan. La Review of Radical Political Economics se distingue en ello.
En otras regiones del mundo autores como Gerard Duménil, Diego Guerrero, Michel Husson, Makoto Itoh, Dominique Levy, Costas Lapavitsas, Juan Pablo Painceira y Paulo L dos Santos –para sólo citar algunos– muestran una intensa vitalidad en esta discusión. Y proyectos como el de Research on Money and Finance de la Universidad de Londres, reúnen esfuerzos importantes de investigación en este terreno.
En México, José Valenzuela, Alejandro Valle, Etelberto Ortiz, Abelardo Mariña, Carlos Morera, entre otros, tienen libros y ensayos recientes en el marco de este debate. Tienen en común una tesis: el análisis del nivel y la tendencia de la rentabilidad general de la economía estadunidense es punto obligado para entender la marcha de la economía mundial. Pero también –en mayor o menor medida– la marcha de las economías nacionales. Y ya dentro de este terreno, el estudio cuidadoso –como señala José Valenzuela en su libro (La gran crisis del capital, trasfondo estructural e impacto en México, UAM, México 2009)– de los principales factores que inciden en la determinación de esta rentabilidad es obligado: 1) los del espacio de la producción, es decir, productividad laboral, intensidad y magnitud de la jornada de trabajo, niveles de empleo y salarial, por ejemplo; 2) los que inciden en las ventas, es decir, los factores de demanda, influidos por las condiciones del crédito a las empresas y las familias; 3) por eso, justamente, también los que giran en torno al financiamiento, como la disponibilidad y costo del endeudamiento; 4) finalmente, los que giran en torno a la posibilidad que determinadas empresas, esferas de la producción o, incluso, economías nacionales, puedan obtener beneficios extraordinarios merced a innovaciones tecnológicas no generalizadas, a condiciones especiales en la disponibilidad y producción recursos naturales imprescindibles como, por ejemplo, granos básicos, minerales o combustibles, o –finalmente– merced a controles monopólicos.
Una pregunta actual fundamental aparece en el debate. Surge de las estimaciones recientes de la rentabilidad económica estadunidense, de su tasa general de beneficio. Y es que la observación de esa tasa, calculada por la relación que guarda un valor agregado anual neto (sin salarios de la fuerza laboral productiva, ni la depreciación anual de los activos fijos), con un capital total anual (fijo del sector no residencial, más consumo intermedio anual más esos salarios productivos), muestra que aun antes de que decreciera la actividad económica estadunidense (primero a mediados de 2000 y después a finales del 2007), esa rentabilidad general de la economía ya estaba en descenso. Independientemente del nivel que estiman los diversos autores (explicado por sus cálculos específicos) pero de manera sorprendente, en casi todos los casos se considera que la rentabilidad general de la economía vecina empezó a descender luego de 1997. Luego de más de 15 años de ascenso continuo. Y en contra de lo que parecería lo más lógico (que con la crisis se deprimiera más su nivel), luego del año 2007 y merced a la severa retracción económica, empezó a recuperarse, aun antes de que se recuperara ya no digamos el empleo y el salario, sino –siquiera– el nivel de la producción industrial registrado a finales de 2007. A éste –se estima– en el mejor de los casos llegaremos a medidos de 2011, con menor empleo, menor salario real y procesos laborales más severos que los experimentados a finales de 2007. En buen romance, esto significa un retraso económico no menor a tres o cuatro años, según se vea. Y esto al hablar de Estados Unidos.
En México la situación es más delicada, pese a la demagogia oficial reciente. Lo veremos pronto. Muy pronto.
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