Jean Meyer / El Universal
En 1987 los expertos del Club de Roma juraban y perjuraban que la población mundial, en su catastrófico crecimiento, llegaría a 12 mil millones de personas para principios del siglo XXI y que México tendría 125 millones de habitantes. Creo que llegamos a 107 y leo que nuestro globo tendrá en 2012, 7 mil millones de habitantes y tal vez 9 mil en 2050; tal vez porque las predicciones en demografía son siempre bastante arriesgadas.
El reverendo Thomas Malthus, economista político inglés y pionero de la demografía, autor del famoso Ensayo sobre el principio de la población (1798), predecía a nuestros antepasados un futuro sombrío: la población crecía a un ritmo tal que no tardaría en alcanzar el límite de las posibilidades alimenticias. Se equivocó en el corto plazo, corto puesto que dos siglos no son nada en la historia de un homo sapiens viejo de 150,000 años, con una historia anterior de 1,500,000 años. La revolución industrial, inseparable de los progresos de la agricultura, permitió el crecimiento acelerado y sostenido de la población que nos ha llevado a la actual situación.
Ahora no faltan expertos que dicen que, equivocado en 1798 para los dos siglos siguientes, Malthus pronto tendrá razón; van a realizarse sus profecías de desgracias. “Somos demasiados”, afirman y “tener más de dos hijos es egoísta e irresponsable”, dice Paul Ehrlich, autor de La bomba poblacional. Según él, EU necesita “un presidente con agallas” que diga que no debe haber más de 140 millones de estadounidenses vivos a la vez. “Lo patriótico sería limitar el número de hijos a dos, lo que daría un promedio de 1.5”.
Él y sus colegas pronostican hambre, pobreza, guerras por el agua y la tierra, agroimperialismo, destrucción acelerada del medio ambiente y, finalmente, el Juicio Final que habremos sólo logrado posponer de 1850 a 2050: don Thomas Malthus tendría la razón y la razón toda.
Pierre Chaunu, historiador francés que acaba de morir a los 86 años, nunca compartió esas ideas. A una fecha tan temprana como 1964 anunciaba que las predicciones catastrofistas eran falsas, y cuando P.R. Ehrlich publicó su libro en 1968, Chaunu defendió la tesis opuesta en media docena de libros publicados entre 1970 y 1990. Hasta ahora las cifras le han dado la razón: la tasa de fecundidad ha bajado mucho más rápidamente que lo previsto (un 50%), tanto en los países ricos, como en países en vías de desarrollo, hasta en los países pobres, y no por la política demográfica de los gobiernos, sino por un fenómeno sociocultural complejo. Fue el caso en México que pasó de un número medio de siete niños por mujer a 2.7, entre 1950 y 1995. Tal descenso no estaba previsto y el resultado fue una tasa de crecimiento demográfico muy inferior a lo pronosticado. El fenómeno es planetario, con la sola excepción de una parte de África, y muchos países empiezan a temerle al “tsunami plateado”, es decir, al envejecimiento masivo de su población, cuando no, como en el caso de Rusia y Japón, a una disminución importante de la población.
Por razones diferentes, es muy difícil predecir lo que va a pasar en cada región, de modo que un gran punto de interrogación está encima de la curva de evolución de todas las poblaciones. Poco antes de morir, Chaunu decía una vez más que el problema no es la fecundidad, que ya se está frenando, según él por efecto de un mecanismo global y naturalmente biológico que no entendemos todavía; el problema es la mala distribución de los recursos y de la tecnología. No era “poblacionista” a ultranza, tampoco era indiferente a la destrucción del medio ambiente y de las otras formas de vida que nos acompañan. Llamaba a pensar de otra manera la globalización, las desigualdades, la pobreza y las políticas públicas nacionales y mundiales; a no imitar el siglo XX, cuyas políticas económicas, tanto las revolucionarias como las reformistas, fueron ante todo nacionales. Deseaba, esperaba una “Nueva Economía Política” que tomara una dimensión internacional global.
Efectivamente el reto es global. En 1974, Henry Kissinger declaraba en el primer congreso mundial de la alimentación, en Roma, que antes de 10 años ningún niño se iría a dormir con hambre… Hoy, en el mismo foro, nos dicen que mil millones de personas pasan hambre todavía. ¿Cómo hacer para que en 2050 esta tragedia haya tomado fin? El reto no es nuevo. ¿Podría la actual crisis económica, en su gravedad misma, llevarnos a salvar al mismo tiempo la humanidad y el planeta?
Profesor investigador del CIDE
En 1987 los expertos del Club de Roma juraban y perjuraban que la población mundial, en su catastrófico crecimiento, llegaría a 12 mil millones de personas para principios del siglo XXI y que México tendría 125 millones de habitantes. Creo que llegamos a 107 y leo que nuestro globo tendrá en 2012, 7 mil millones de habitantes y tal vez 9 mil en 2050; tal vez porque las predicciones en demografía son siempre bastante arriesgadas.
El reverendo Thomas Malthus, economista político inglés y pionero de la demografía, autor del famoso Ensayo sobre el principio de la población (1798), predecía a nuestros antepasados un futuro sombrío: la población crecía a un ritmo tal que no tardaría en alcanzar el límite de las posibilidades alimenticias. Se equivocó en el corto plazo, corto puesto que dos siglos no son nada en la historia de un homo sapiens viejo de 150,000 años, con una historia anterior de 1,500,000 años. La revolución industrial, inseparable de los progresos de la agricultura, permitió el crecimiento acelerado y sostenido de la población que nos ha llevado a la actual situación.
Ahora no faltan expertos que dicen que, equivocado en 1798 para los dos siglos siguientes, Malthus pronto tendrá razón; van a realizarse sus profecías de desgracias. “Somos demasiados”, afirman y “tener más de dos hijos es egoísta e irresponsable”, dice Paul Ehrlich, autor de La bomba poblacional. Según él, EU necesita “un presidente con agallas” que diga que no debe haber más de 140 millones de estadounidenses vivos a la vez. “Lo patriótico sería limitar el número de hijos a dos, lo que daría un promedio de 1.5”.
Él y sus colegas pronostican hambre, pobreza, guerras por el agua y la tierra, agroimperialismo, destrucción acelerada del medio ambiente y, finalmente, el Juicio Final que habremos sólo logrado posponer de 1850 a 2050: don Thomas Malthus tendría la razón y la razón toda.
Pierre Chaunu, historiador francés que acaba de morir a los 86 años, nunca compartió esas ideas. A una fecha tan temprana como 1964 anunciaba que las predicciones catastrofistas eran falsas, y cuando P.R. Ehrlich publicó su libro en 1968, Chaunu defendió la tesis opuesta en media docena de libros publicados entre 1970 y 1990. Hasta ahora las cifras le han dado la razón: la tasa de fecundidad ha bajado mucho más rápidamente que lo previsto (un 50%), tanto en los países ricos, como en países en vías de desarrollo, hasta en los países pobres, y no por la política demográfica de los gobiernos, sino por un fenómeno sociocultural complejo. Fue el caso en México que pasó de un número medio de siete niños por mujer a 2.7, entre 1950 y 1995. Tal descenso no estaba previsto y el resultado fue una tasa de crecimiento demográfico muy inferior a lo pronosticado. El fenómeno es planetario, con la sola excepción de una parte de África, y muchos países empiezan a temerle al “tsunami plateado”, es decir, al envejecimiento masivo de su población, cuando no, como en el caso de Rusia y Japón, a una disminución importante de la población.
Por razones diferentes, es muy difícil predecir lo que va a pasar en cada región, de modo que un gran punto de interrogación está encima de la curva de evolución de todas las poblaciones. Poco antes de morir, Chaunu decía una vez más que el problema no es la fecundidad, que ya se está frenando, según él por efecto de un mecanismo global y naturalmente biológico que no entendemos todavía; el problema es la mala distribución de los recursos y de la tecnología. No era “poblacionista” a ultranza, tampoco era indiferente a la destrucción del medio ambiente y de las otras formas de vida que nos acompañan. Llamaba a pensar de otra manera la globalización, las desigualdades, la pobreza y las políticas públicas nacionales y mundiales; a no imitar el siglo XX, cuyas políticas económicas, tanto las revolucionarias como las reformistas, fueron ante todo nacionales. Deseaba, esperaba una “Nueva Economía Política” que tomara una dimensión internacional global.
Efectivamente el reto es global. En 1974, Henry Kissinger declaraba en el primer congreso mundial de la alimentación, en Roma, que antes de 10 años ningún niño se iría a dormir con hambre… Hoy, en el mismo foro, nos dicen que mil millones de personas pasan hambre todavía. ¿Cómo hacer para que en 2050 esta tragedia haya tomado fin? El reto no es nuevo. ¿Podría la actual crisis económica, en su gravedad misma, llevarnos a salvar al mismo tiempo la humanidad y el planeta?
Profesor investigador del CIDE
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