Porfirio Muñoz Ledo / El Universal
Se le llamó Consenso de Washington a la coincidencia de posiciones entre el gobierno estadounidense y los organismos monetarios y financieros internacionales sobre los nuevos lineamientos de la economía internacional a mediados de los ochenta. Tal fue la plataforma sobre la que se construyó el proceso contemporáneo de globalización y el pentagrama que orquestó el ciclo neoliberal.
Ese consenso está enterrado entre los escombros de la crisis financiera pero no hay otro capaz de sustituirlo. Las salidas que se buscan podrían apenas reanimar el crecimiento del producto pero no buscan atacar en sus raíces los problemas generados por el libertinaje de los actores económicos, que a su vez se originó en una concentración monumental del ingreso y en el debilitamiento de la capacidad regulatoria del Estado.
La elección de Obama y su discurso renovador trajeron un aire fresco, portador de enfoques críticos en torno al proceso abusivo de acumulación y promesas de cambio político y social. No obstante, las estructuras de poder permanecen intactas y quienes operan las soluciones de emergencia son los mismos que operaron el desastre. La situación se asemeja —según un clásico— a la historia del banco de sangre que fue encargado a un vampiro para administrarlo.
La contradicción entre lo que se necesita y lo que se puede es la desesperante realidad cotidiana en la capital de EU, a donde hemos llegado un grupo compacto de legisladores mexicanos para revitalizar las relaciones parlamentarias entre nuestros países. Fin de semana particularmente intenso, ya que el domingo será votada la reforma de salud, en la que el Presidente juega cartas fundamentales, y se desplegará la megamarcha de las comunidades “hispánicas”, a la que hemos sido invitados los representantes de la izquierda.
De modo inesperado y a instancias del Ejecutivo, los senadores Graham y Schumer (republicano y demócrata, respectivamente) sometieron un proyecto de reforma migratoria que —sin contener ninguna “enchilada completa”— representa indudables avances. Sus posibilidades de adopción son escasas en el corto plazo y hay quienes consideran un error táctico la oportunidad de su presentación, ya que en caso de ser rechazada tardaría varios años en replantearse.
Los pesimistas estiman que en virtud de la alta tasa de desempleo (10%) la opinión pública será fácilmente manipulable por quienes vuelven a entonar la canción de que “las chambas vuelan”, los “incrementalistas” opinan que, a pesar de que los cambios sean magros, puede iniciarse una nueva fase de la batalla. Los políticos profesionales tendrán cartas que barajar a favor o en contra de los latinos en la próxima contienda electoral.
Para México la coyuntura es compleja, ya que el gobierno insiste en reforzar el “Plan Mérida” sin aceptar que la estrategia es equivocada y que la militarización del país es ya genéricamente criticada de este lado de la frontera, aunque las autoridades tampoco planteen un proyecto distinto, que implicaría una contribución seria para controlar el lavado de dinero, la reducción sustantiva de la venta de armas y la legalización simultánea y gradual del consumo de drogas.
Hay dificultad en reconocer que el Tratado de Libre Comercio fue el instrumento privilegiado del consenso que hoy se ha esfumado, por lo que estamos obligados a encontrar bases diferentes a la relación bilateral y métodos regionales para combatir los problemas. Ello exige que el Congreso mexicano sea un actor independiente y plural en las negociaciones, como lo es el de EU. Ellos buscan soluciones bipartidistas, que sirvan para el largo plazo. Nosotros debiéramos encontrar acuerdos entre las tres grandes vertientes de la vida política nacional.
La estabilidad del país y la legitimidad de las instituciones requieren que la visión de la izquierda —victoriosa en las urnas en 1988 y en el 2006— sea integrada con sus componentes innovadores a un proyecto viable de futuro.
Se le llamó Consenso de Washington a la coincidencia de posiciones entre el gobierno estadounidense y los organismos monetarios y financieros internacionales sobre los nuevos lineamientos de la economía internacional a mediados de los ochenta. Tal fue la plataforma sobre la que se construyó el proceso contemporáneo de globalización y el pentagrama que orquestó el ciclo neoliberal.
Ese consenso está enterrado entre los escombros de la crisis financiera pero no hay otro capaz de sustituirlo. Las salidas que se buscan podrían apenas reanimar el crecimiento del producto pero no buscan atacar en sus raíces los problemas generados por el libertinaje de los actores económicos, que a su vez se originó en una concentración monumental del ingreso y en el debilitamiento de la capacidad regulatoria del Estado.
La elección de Obama y su discurso renovador trajeron un aire fresco, portador de enfoques críticos en torno al proceso abusivo de acumulación y promesas de cambio político y social. No obstante, las estructuras de poder permanecen intactas y quienes operan las soluciones de emergencia son los mismos que operaron el desastre. La situación se asemeja —según un clásico— a la historia del banco de sangre que fue encargado a un vampiro para administrarlo.
La contradicción entre lo que se necesita y lo que se puede es la desesperante realidad cotidiana en la capital de EU, a donde hemos llegado un grupo compacto de legisladores mexicanos para revitalizar las relaciones parlamentarias entre nuestros países. Fin de semana particularmente intenso, ya que el domingo será votada la reforma de salud, en la que el Presidente juega cartas fundamentales, y se desplegará la megamarcha de las comunidades “hispánicas”, a la que hemos sido invitados los representantes de la izquierda.
De modo inesperado y a instancias del Ejecutivo, los senadores Graham y Schumer (republicano y demócrata, respectivamente) sometieron un proyecto de reforma migratoria que —sin contener ninguna “enchilada completa”— representa indudables avances. Sus posibilidades de adopción son escasas en el corto plazo y hay quienes consideran un error táctico la oportunidad de su presentación, ya que en caso de ser rechazada tardaría varios años en replantearse.
Los pesimistas estiman que en virtud de la alta tasa de desempleo (10%) la opinión pública será fácilmente manipulable por quienes vuelven a entonar la canción de que “las chambas vuelan”, los “incrementalistas” opinan que, a pesar de que los cambios sean magros, puede iniciarse una nueva fase de la batalla. Los políticos profesionales tendrán cartas que barajar a favor o en contra de los latinos en la próxima contienda electoral.
Para México la coyuntura es compleja, ya que el gobierno insiste en reforzar el “Plan Mérida” sin aceptar que la estrategia es equivocada y que la militarización del país es ya genéricamente criticada de este lado de la frontera, aunque las autoridades tampoco planteen un proyecto distinto, que implicaría una contribución seria para controlar el lavado de dinero, la reducción sustantiva de la venta de armas y la legalización simultánea y gradual del consumo de drogas.
Hay dificultad en reconocer que el Tratado de Libre Comercio fue el instrumento privilegiado del consenso que hoy se ha esfumado, por lo que estamos obligados a encontrar bases diferentes a la relación bilateral y métodos regionales para combatir los problemas. Ello exige que el Congreso mexicano sea un actor independiente y plural en las negociaciones, como lo es el de EU. Ellos buscan soluciones bipartidistas, que sirvan para el largo plazo. Nosotros debiéramos encontrar acuerdos entre las tres grandes vertientes de la vida política nacional.
La estabilidad del país y la legitimidad de las instituciones requieren que la visión de la izquierda —victoriosa en las urnas en 1988 y en el 2006— sea integrada con sus componentes innovadores a un proyecto viable de futuro.
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