lunes, 29 de marzo de 2010

DEL HOYO A LA OLLA

León Bendesky / La Jornada
Del hoyo de una muy dura recesión el año pasado, las estimaciones oficiales se cuecen ya en la olla del crecimiento de la economía en 2010. El péndulo de las expectativas del gobierno va de vuelta a toda marcha.
Pero, aun en el mejor de los escenarios, que hoy pone hasta en 5 por ciento la expansión prevista en el año, no se alcanzará lo perdido; hay un efecto estadístico que sesga los cálculos pues la base de la que se parte es más baja y no se crearán las condiciones para que se siga creciendo al ritmo necesario hacia delante y apenas recuperar todo lo perdido.
Este caldo no se sabe bien de qué está hecho, qué condimentos tiene y menos aún qué sabor tendrá.
Todo este nuevo arrebato por el crecimiento esperado para el final del año no tiene, sin embargo, una expresión que lo valide en las expectativas de la gente, ese discurso se ha alejado de la calle.
Aunque al parecer no son sólo los ciudadanos de a pie, esos que necesitan un empleo e ingresos para pagar las necesidades diarias, o bien, los que tienen una empresa pequeña y la ven tambalearse o de plano ya la cerraron, los que no le entienden al gobierno y al banco central y mantienen otras perspectivas.
También los bancos, sobre todo los más grandes, parecen no compartir plenamente las perspectivas del crecimiento esperado o, cuando menos, juegan sus cartas de manera distinta. No responden como se esperaría, según las tácticas del gobierno, a las pautas de las políticas monetarias y fiscales que se aplican. Tienen otra serie de estímulos.
Cuando menos así se desprende de unas recientes declaraciones del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, hechas ante estudiantes del Tecnológico de Monterrey en aquella ciudad.
Propuso ahí que los bancos están en condiciones de prestar más a las empresas, pues tienen una adecuada base de capital. Dijo que “la banca está en condiciones de dar créditos al sector productivo”, y no sólo eso, sino que aventuró que esa “acción por sí sola permitiría que la economía creciera 1 por ciento, es decir, que en lugar de 4 por ciento, el PIB puede aumentar a 5 por ciento si la banca aprovechara las oportunidades de dar crédito”.
Pues entonces quiere decir, de plano, que los ejecutivos, sobre todo los trabajan para los bancos extranjeros no entienden su negocio. Aunque de eso hay poca evidencia, pues en México generan una parte significativa de las ganancias globales de sus matrices y no sólo eso, sino que las mandan para allá para solventar los problemas que enfrentan ya sea en Estados Unidos o en España.
Ese ya es un asunto que amerita alguna discusión y aclaración de la junta de gobierno del banco central, cuya función no es convertirse en asesor de inversiones de los bancos. Su deber es hacer la política monetaria como marca la ley.
Pero hay más. ¿De dónde saca el gobernador Carstens una estimación tan precisa sobre la relación entre el crédito bancario y el crecimiento del producto en esta economía? Y, además, lo presenta así ante un grupo de estudiantes.
Veamos tan sólo una apreciación diferente. Elizabeth Duke, miembro de la junta de gobierno de la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, señaló en un texto titulado Una visión macroeconómica del crédito (marzo de 2009) que: “Es extremadamente difícil identificar la importancia relativa sobre los flujos de crédito de una reducción de la demanda derivada de una débil actividad económica, o de una reducción de la oferta debido a que los prestamistas… limitan la concesión de créditos”.
De otro modo y según la señora Duke: “Mientras las consideraciones de la demanda pueden ciertamente resultar en una caída de los flujos de crédito, una reducción de la oferta de créditos (o sea, por parte de los bancos), provocada por presiones derivadas de su balance (cosa que descarta el gobernador Carstens) o de la renuencia a prestar a clientes menos confiables, puede provocar los mismos resultados”.
Los bancos no prestan porque no quieren aumentar sus riesgos en un entorno que ven muy incierto. Y es que no necesitan hacerlo si la mayor parte de su cartera la colocan en Cetes, es decir, en deuda pública garantizada por el gobierno y reciben aparte los intereses de los pagarés del IPAB, que es una fuente constante de ingresos para ellos y un costo bárbaro para el fisco. Pero seguramente no comprenden las ventajas del negocio en México que fue tan bien armado por el gobierno de Ernesto Zedillo en el mismo Banco de México y en Hacienda.
El gobernador Carstens llevó sus certezas más allá y dijo que “no se requiere ninguna reforma estructural para crecer uno por ciento más”. Esto confirma la idea de que las políticas económicas nacionales son intachables y que los problemas vienen de fuera por los excesos cometidos por los bancos con los instrumentos llamados derivados y basados en las hipotecas de mala calidad, modelo que explotó en septiembre de 2008.
Mientras tanto, el crédito a las empresas, al consumo y a la vivienda sigue cayendo, la economía ya no creció en enero como se esperaba. Pero las certezas siguen firmes, así como las expectativas de un crecimiento que sólo puede ser frágil y que no alcanzará a la mayor parte de la gente.

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