Resultado de encuestas realizadas en las entidades con mayor narcoviolencia: experto del ITAM
El hampa es una “alternativa viable”, opina 60 por ciento de adolescentes de 13 estados
El gobierno ha fallado en aplicar planes preventivos: Buscaglia
Además de la pobreza, influyen las disfunciones de personalidad, como sociopatía o el entorno social difícil, señala Ostrosky Solís
Gustavo Castillo García / Periódico La Jornada
Alrededor de 60 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 17 años que habitan en las zonas de mayor violencia generada por el narcotráfico –en 13 entidades federativas– consideran “que los capos y los grupos criminales son una alternativa de vida viable y tentadora”, refieren encuestas hechas en los últimos dos años, afirmó Edgardo Buscaglia, especialista en derecho del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).
En tanto, la doctora Feggy Ostrosky Solís, directora del Laboratorio de Neurosicología y Sicofisiología de la Facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que disfunciones de personalidad, como las sociopatías; entorno social difícil, que incluye clima de violencia; carencia de afecto y falta de oportunidades son factores que inciden para que algunos adolescentes se conviertan en integrantes del crimen organizado.
Ambos académicos coincidieron en que la pobreza no es el único factor que provoca que cada día más jóvenes se sumen a grupos criminales, ni “los narcocorridos ni el sólo hecho de querer ser narcotraficante, porque hay cuestiones neurosicológicas que también inciden”, dijo Ostrosky.
Para Buscaglia, “mientras el gobierno federal no construya una red a escala nacional con las asociaciones civiles para apoyar a estos jóvenes, poco se va frenar el flujo hacia la delincuencia organizada”.
El especialista en temas de crimen organizado, derecho y lavado de dinero explicó que “en 13 entidades federativas recorridas en los últimos 24 meses, hemos visto que en las zonas rojas, es decir, donde hay mayor nivel de violencia, los menores de entre 12 y 17 años, especialmente hombres, normalmente consideran que los capos y los grupos criminales son una alternativa de vida viable y tentadora.
“En la medida en que el gobierno federal y la sociedad civil no formen una red para concientizarlos sobre las diferentes alternativas de vida viables en la economía legal, estos jóvenes seguirán deslizándose como hormigas hacia el narcomenudeo y hacia los grupos criminales.
“Sus figuras llegan a ser personajes como El Chapo Guzmán, El Mayo Zambada y los capos del Golfo y de Los Zetas, a lo que se suma la falta de alternativas de vida para esos adolescentes en zonas con altos niveles de pobreza, sin educación, servicios de salud ni empleos formales, con ausencia de infraestructura social.
“Todo ello genera la percepción de que la única alternativa de vida viable es la del dinero fácil, la criminalidad, lo que es una tragedia, porque México está quemando generaciones en esta orgía de violencia y corrupción.
“Estos jóvenes se deslizan como hormigas a las áreas operativas de los grupos criminales, al narcomenudeo y el pandillerismo, porque normalmente provienen de ámbitos disfuncionales, ya sea familiares, educativos, económicos o laborales, y el gobierno federal no está coordinando un programa nacional de prevención; espera hasta que explota la situación, como en Ciudad Juárez, para reaccionar.
“El gobierno ha fallado en la neutralización del crimen organizado. La experiencia en Palermo y Sicilia, Italia, así como en Medellín, Cali y Bogotá, Colombia, establece que cuando el gobierno empieza a abordar estos temas por medio de la formación de redes de apoyo a jóvenes en situaciones de disfuncionalidad social o familiar, en los vecindarios, en las escuelas, se frena el flujo de éstos a los grupos criminales, y eso afecta negativamente a la base operativa de los cárteles, porque ellos dependen en gran medida de todo este flujo operativo que les alimenta el tráfico de drogas, el contrabando, la piratería, la prostitución”.
Se enrolan niños y niñas
El experto del ITAM puntualizó que “en la medida en que tengas esta disfuncionalidad en Sinaloa, Chiapas, Chihuahua, Sonora, Durango, Baja California, Guerrero, Tamaulipas y otras entidades donde existen grandes zonas rojas, y no se brinden alternativas de vida a estos jóvenes, se va tener un flujo cada vez mayor de niños y niñas que terminan trabajando para pandillas y, eventual- mente, para grupos criminales”.
Ante el aumento de jóvenes que participan en la delincuencia organizada como sicarios y los perfiles criminológicos que presentan, La Jornada entrevistó a Feggy Ostrosky Solís, especialista en el tema. Señaló que, “en general, quien llega a ser sicario tiene como rasgos: ser una persona que no tiene ideal ni causa, a quien lo único que le interesa es su narcisismo, su afán de dominio y disfrutar de gran poder, con nula empatía hacia sus víctimas.
“La empatía es la capacidad de sentir el sufrimiento de los otros, y como especie estamos programados para tenerla desde que nacemos; sin embargo, para los sicarios matar es un trabajo.
“A mí me impresionó un recluso que era de los que cortaban las cabezas de los rivales de una banda. Le daba pena no saber leer, pero hablaba con orgullo de las decapitaciones que realizaba. Para ellos, eso les da poder absoluto sobre los otros y sus vidas. En general, son sujetos con personalidades débiles, que quieren sentirse temibles”, concluyó Ostrosky.
El hampa es una “alternativa viable”, opina 60 por ciento de adolescentes de 13 estados
El gobierno ha fallado en aplicar planes preventivos: Buscaglia
Además de la pobreza, influyen las disfunciones de personalidad, como sociopatía o el entorno social difícil, señala Ostrosky Solís
Gustavo Castillo García / Periódico La Jornada
Alrededor de 60 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 17 años que habitan en las zonas de mayor violencia generada por el narcotráfico –en 13 entidades federativas– consideran “que los capos y los grupos criminales son una alternativa de vida viable y tentadora”, refieren encuestas hechas en los últimos dos años, afirmó Edgardo Buscaglia, especialista en derecho del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).
En tanto, la doctora Feggy Ostrosky Solís, directora del Laboratorio de Neurosicología y Sicofisiología de la Facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que disfunciones de personalidad, como las sociopatías; entorno social difícil, que incluye clima de violencia; carencia de afecto y falta de oportunidades son factores que inciden para que algunos adolescentes se conviertan en integrantes del crimen organizado.
Ambos académicos coincidieron en que la pobreza no es el único factor que provoca que cada día más jóvenes se sumen a grupos criminales, ni “los narcocorridos ni el sólo hecho de querer ser narcotraficante, porque hay cuestiones neurosicológicas que también inciden”, dijo Ostrosky.
Para Buscaglia, “mientras el gobierno federal no construya una red a escala nacional con las asociaciones civiles para apoyar a estos jóvenes, poco se va frenar el flujo hacia la delincuencia organizada”.
El especialista en temas de crimen organizado, derecho y lavado de dinero explicó que “en 13 entidades federativas recorridas en los últimos 24 meses, hemos visto que en las zonas rojas, es decir, donde hay mayor nivel de violencia, los menores de entre 12 y 17 años, especialmente hombres, normalmente consideran que los capos y los grupos criminales son una alternativa de vida viable y tentadora.
“En la medida en que el gobierno federal y la sociedad civil no formen una red para concientizarlos sobre las diferentes alternativas de vida viables en la economía legal, estos jóvenes seguirán deslizándose como hormigas hacia el narcomenudeo y hacia los grupos criminales.
“Sus figuras llegan a ser personajes como El Chapo Guzmán, El Mayo Zambada y los capos del Golfo y de Los Zetas, a lo que se suma la falta de alternativas de vida para esos adolescentes en zonas con altos niveles de pobreza, sin educación, servicios de salud ni empleos formales, con ausencia de infraestructura social.
“Todo ello genera la percepción de que la única alternativa de vida viable es la del dinero fácil, la criminalidad, lo que es una tragedia, porque México está quemando generaciones en esta orgía de violencia y corrupción.
“Estos jóvenes se deslizan como hormigas a las áreas operativas de los grupos criminales, al narcomenudeo y el pandillerismo, porque normalmente provienen de ámbitos disfuncionales, ya sea familiares, educativos, económicos o laborales, y el gobierno federal no está coordinando un programa nacional de prevención; espera hasta que explota la situación, como en Ciudad Juárez, para reaccionar.
“El gobierno ha fallado en la neutralización del crimen organizado. La experiencia en Palermo y Sicilia, Italia, así como en Medellín, Cali y Bogotá, Colombia, establece que cuando el gobierno empieza a abordar estos temas por medio de la formación de redes de apoyo a jóvenes en situaciones de disfuncionalidad social o familiar, en los vecindarios, en las escuelas, se frena el flujo de éstos a los grupos criminales, y eso afecta negativamente a la base operativa de los cárteles, porque ellos dependen en gran medida de todo este flujo operativo que les alimenta el tráfico de drogas, el contrabando, la piratería, la prostitución”.
Se enrolan niños y niñas
El experto del ITAM puntualizó que “en la medida en que tengas esta disfuncionalidad en Sinaloa, Chiapas, Chihuahua, Sonora, Durango, Baja California, Guerrero, Tamaulipas y otras entidades donde existen grandes zonas rojas, y no se brinden alternativas de vida a estos jóvenes, se va tener un flujo cada vez mayor de niños y niñas que terminan trabajando para pandillas y, eventual- mente, para grupos criminales”.
Ante el aumento de jóvenes que participan en la delincuencia organizada como sicarios y los perfiles criminológicos que presentan, La Jornada entrevistó a Feggy Ostrosky Solís, especialista en el tema. Señaló que, “en general, quien llega a ser sicario tiene como rasgos: ser una persona que no tiene ideal ni causa, a quien lo único que le interesa es su narcisismo, su afán de dominio y disfrutar de gran poder, con nula empatía hacia sus víctimas.
“La empatía es la capacidad de sentir el sufrimiento de los otros, y como especie estamos programados para tenerla desde que nacemos; sin embargo, para los sicarios matar es un trabajo.
“A mí me impresionó un recluso que era de los que cortaban las cabezas de los rivales de una banda. Le daba pena no saber leer, pero hablaba con orgullo de las decapitaciones que realizaba. Para ellos, eso les da poder absoluto sobre los otros y sus vidas. En general, son sujetos con personalidades débiles, que quieren sentirse temibles”, concluyó Ostrosky.
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