lunes, 22 de marzo de 2010

TRABAJO

León Bendesky/ La Jornada
La salida de la crisis no es tan evidente como algunos argumentan ya con mucha soltura. Esta idea no se puede sostener sólo en el comportamiento de los indicadores más directos –llamados de coyuntura– del desempeño económico que, en buena medida, indican un efecto de rebote luego de la fuerte caída del producto en 2009.
Según la Secretaría del Trabajo prácticamente se han recuperado ya los puestos de trabajo perdidos en 2009. Esta es una cuenta en verdad curiosa para considerar el estado del mercado laboral, puesto que ese año se incorporaron el mismo millón y fracción de nuevos entrantes de siempre y, además, incluye a quienes ya no emigraron o tuvieron que volver por la caída del empleo en Estados Unidos. O sea que el mercado no es el mismo, aunque las cuentas oficiales pretendan que así sea.
Esta es una etapa de regreso del nivel de la actividad económica, marcada por los altos índices de desempleo que deja detrás. En Estados Unidos se estima que este año en que habrá un crecimiento del producto, dicha tasa permanezca cercana a 10 por ciento, es decir, en el mismo nivel de 2009. En España el número de desempleados es enorme y no se reduce. La misma situación se advierte en muchos países de la Unión Europea y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Esto pone en entredicho el proceso de recuperación al que aspira la economía mundial luego de la crisis. Cómo y cuándo se recupera una economía y en qué condiciones lo hace, me parece que son preguntas indispensables para el análisis económico y el diseño de las políticas públicas.
En todo caso, sin una expansión efectiva del mercado laboral, toda recuperación será incompleta y frágil, y el posible origen de una recaída más fuerte en un par de años. En la base del proceso de producción está el trabajo y, también, en la creación de suficiente demanda efectiva para sostener la rentabilidad de las inversiones.
Cuando se disputa quién debe gastar, si el sector privado o el gobierno, se trata de las fuentes de financiamiento pero no se elude que alguien tiene que hacer el trabajo. En algunas condiciones, como ocurrió recientemente en Estados Unidos, ese trabajo que sirve de combustible a la economía podía importarse de México y Centroamérica y otras zonas o, de plano, comprarse en China o India. Ese esquema hoy no puede extenderse demasiado por las distorsiones creadas en esa economía y en su propio mercado laboral.
Los grandes planes de estímulo del gobierno de Obama no han tenido un impacto suficiente en la creación de empleo, y eso representa un profundo conflicto social que ya está sembrado y crece. Las políticas públicas se enfrentan a nuevas condiciones, pero no parecen capaces de adaptarse a ellas.
La Reserva Federal quería empezar a salirse del esquema de muy bajas tasas de interés que ha mantenido para no deprimir más la economía. No ha podido hacerlo al ritmo que esperaba. La política monetaria desde hace ya muchos años se ha fijado como meta principal el control de la inflación, lo que representa un efectivo medio de control en el proceso de fijación de los precios para las empresas y los trabajadores. Excepto para los jugadores con alto poder de mercado.
Lo mismo ocurre en México con las medidas que aplica el banco central. Se piensa que opera en un entorno de libre mercado, pero la política monetaria funciona en un espacio de poca competencia entre los más grandes jugadores en los sectores productivos, de servicios y de financiamiento. Esa especie de esquizofrenia entre las concepciones teóricas e ideológicas de una parte y la conformación efectiva de los mercados, que es donde se fijan los precios, está ya en ruinas, pero subsiste no sólo en el banco central sino en todos los ámbitos del gobierno.
Ahora le toca directamente el turno al mercado de trabajo. Es una buena oportunidad, mirada desde la perspectiva de quienes proponen y avalan los cambios a la ley laboral, para hacerlo. El poco crecimiento de la economía por más de 25 años, las crisis recurrentes y las condiciones que hoy prevalecen abren las puertas para la iniciativa de la Secretaría del Trabajo.
Es claro que las personas necesitan trabajar y que las empresas requieren quién trabaje y quién consuma lo que se produce, y pida préstamos y los pague. Pero también debería ser claro que esos intereses se contraponen en el terreno concreto del mercado. Entraña una pugna distributiva sobre lo que se produce y enfrenta las posiciones de las partes.
El trabajo no es sólo un asunto de remuneración, por más relevante que eso sea, también importan las condiciones en las que se labora y los derechos que corresponden a quienes trabajan y a quienes emplean. Eso que los economistas llamaban en una época las formas de reproducción de la fuerza de trabajo. Finalmente eso es lo que estructura una sociedad y la hace menos o más decente.
La balanza, por supuesto, no se equilibra por su propio mecanismo. Ya estuvo bueno de creer en máquinas que se regulan solas para entender a la sociedad, por si la actual crisis económica e intelectual no fuese suficiente. Dicha balanza se inclina porque los intereses no son coincidentes. Eso es lo que apunta ahora directamente al gobierno, ver qué tanto quiere y puede inclinar la balanza.

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