La Cámara de Representantes aprueba la reforma sanitaria que los demócratas perseguían desde 1945 y que había ocupado al completo la agenda de la Casa Blanca
El dirigente podrá tener ahora mayor protagonismo en política exterior
Obama aceptó las condiciones de los antiabortistas para ganar su voto
ANTONIO CAÑO -EL PAÍS
El dirigente podrá tener ahora mayor protagonismo en política exterior
Obama aceptó las condiciones de los antiabortistas para ganar su voto
ANTONIO CAÑO -EL PAÍS
El presidente en ejercicio de la Cámara de Representantes, David Obey, golpeó el mazo a las 22.45 (03.45, hora peninsular española) para anunciar que la ley que reforma el sistema de salud de Estados Unidos había sido aprobada por 219 votos contra 212 en contra. En el Despacho Oval, rodeado de sus colaboradores, Barack Obama vivió el momento como la campanada de gloria que justifica todas las crueldades de la política. El éxito final de Obama no está asegurado con este voto, pero la perpetuación de su presidencia sí.
El mazazo puso fin a una jornada memorable para la sociedad norteamericana, tanto por el dramatismo y la emoción que la precedieron como por las monumentales consecuencias que la sucederán.
Alrededor de 32 millones de personas sin seguro podrán ahora disponer de uno con subvenciones del Estado. Acabará la tiranía de las aseguradoras, que imponían reglas y precios abusivos. El Gobierno ayudará a las pequeñas empresas que no pueden ahora ofrecer un seguro a sus trabajadores y castigará a las grandes compañías que no lo hagan. Revisará las relaciones con médicos y hospitales. Se garantizará la atención a niños y jóvenes sin trabajo.
El mazazo anunciaba, en resumen, un paso gigantesco hacia una mayor justicia social y, simbólicamente, un duro golpe para el movimiento conservador, que ha utilizado todos los medios imaginables para hacer descarrilar este proyecto. La mayoría demócrata se decidió finalmente a dar este paso pese a las insistentes advertencias de la oposición (y de algunas encuestas) de que pueden pagarlo en las próximas elecciones. Un acuerdo, a última hora de la noche, con una decena de demócratas contrarios al aborto, liderados por el congresista Bart Stupak -Obama firmará una orden presidencial garantizando que no se usarán fondos públicos para esas intervenciones-, aseguró los votos que se requerían para dar luz verde a la ley.
Junto a esta legislación se votaba anoche un paquete de enmiendas que se introducirán en el texto después de que la próxima semana lo apruebe el Senado. Los republicanos pueden aún retrasar el proceso en esa Cámara, pero no pueden impedir ya la aplicación de la ley, que sólo queda pendiente de la firma del presidente.
Con esta victoria, se inicia una nueva presidencia de Obama. Concluido el largo y agotador proceso para la aprobación de esta reforma, el presidente norteamericano es un hombre nuevo. Cumplida una misión en la que ha consumido todas las energías hasta la fecha, ahora tiene la oportunidad de encarar otras ambiciosas metas domésticas (la reforma energética, el cambio de modelo educativo, una ley de inmigración, etcétera) y un mayor protagonismo en la política internacional.
Pocos presidentes han tenido una oportunidad tan clara de reinventarse a lo largo de su mandato porque pocos presidentes se han visto ante un acontecimiento de la magnitud de éste. Es el equivalente al 11-S de George Bush, que convirtió a un político centrista en un fanático neocon.
Este 21-M no marcará la transformación de Obama en una versión desconocida de sí mismo. Más probablemente, para lo que servirá es para hacer de un candidato increíble, un presidente de verdad.
Meses antes de las elecciones de 2008, Obama admitió en una entrevista que nadie estudia para ser presidente, que ése es un oficio que sólo se aprende ejerciéndolo. Obama ha actuado como un amateur durante buena parte del tiempo transcurrido en la Casa Blanca. Un aficionado con buenas intenciones y buenas ideas, voluntarioso y seguro de sí mismo, pero con evidente falta de oficio. Sin la mano de una experimentada profesional de los bajos fondos de Washington como Nancy Pelosi, el sueño de la reforma sanitaria hubiera muerto hace tiempo.
Por otra parte, ésta es la sociedad de los sueños imposibles. Sin la visión que Obama ha proyectado y sin la urgencia que él se autoimpuso al convertir la reforma sanitaria en la prioridad de su presidencia, este proyecto hubiera caído en el mismo agujero negro que absorbió los de otros presidentes anteriores.
Obama ha aprendido a lo largo de este debate varias cosas que le serán útiles en el tiempo por venir. Por ejemplo, la soledad del presidente. Obama ha comprobado que ningún miembro del Congreso, aun los más allegados dentro de su propio partido, va a jugarse su carrera para salvar la del presidente. Hasta que, a finales de febrero, Obama no asumió la plena responsabilidad de la reforma sanitaria, la negociación no empezó a avanzar seriamente.
Obama ha aprendido también que el bipartidismo es un hermoso concepto de difícil ejecución. Los republicanos vieron desde el verano pasado que la reforma sanitaria podía ser el talón de Aquiles de esta presidencia y le atacaron sin piedad. Ayer mismo, el líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, John Boehner, advirtió que "esta guerra no ha terminado".
El sábado en el Capitolio, Obama hizo quizá su mejor apelación a la reforma sanitaria desde el ángulo ideológico: "Estamos orgullosos de nuestro individualismo y de nuestra libertad, pero también sentimos como una comunidad que está dispuesta a ayudar a los más vulnerables, a los necesitados, a los que no han tenido suerte, para hacerles un hueco entre la clase media".
El mazazo puso fin a una jornada memorable para la sociedad norteamericana, tanto por el dramatismo y la emoción que la precedieron como por las monumentales consecuencias que la sucederán.
Alrededor de 32 millones de personas sin seguro podrán ahora disponer de uno con subvenciones del Estado. Acabará la tiranía de las aseguradoras, que imponían reglas y precios abusivos. El Gobierno ayudará a las pequeñas empresas que no pueden ahora ofrecer un seguro a sus trabajadores y castigará a las grandes compañías que no lo hagan. Revisará las relaciones con médicos y hospitales. Se garantizará la atención a niños y jóvenes sin trabajo.
El mazazo anunciaba, en resumen, un paso gigantesco hacia una mayor justicia social y, simbólicamente, un duro golpe para el movimiento conservador, que ha utilizado todos los medios imaginables para hacer descarrilar este proyecto. La mayoría demócrata se decidió finalmente a dar este paso pese a las insistentes advertencias de la oposición (y de algunas encuestas) de que pueden pagarlo en las próximas elecciones. Un acuerdo, a última hora de la noche, con una decena de demócratas contrarios al aborto, liderados por el congresista Bart Stupak -Obama firmará una orden presidencial garantizando que no se usarán fondos públicos para esas intervenciones-, aseguró los votos que se requerían para dar luz verde a la ley.
Junto a esta legislación se votaba anoche un paquete de enmiendas que se introducirán en el texto después de que la próxima semana lo apruebe el Senado. Los republicanos pueden aún retrasar el proceso en esa Cámara, pero no pueden impedir ya la aplicación de la ley, que sólo queda pendiente de la firma del presidente.
Con esta victoria, se inicia una nueva presidencia de Obama. Concluido el largo y agotador proceso para la aprobación de esta reforma, el presidente norteamericano es un hombre nuevo. Cumplida una misión en la que ha consumido todas las energías hasta la fecha, ahora tiene la oportunidad de encarar otras ambiciosas metas domésticas (la reforma energética, el cambio de modelo educativo, una ley de inmigración, etcétera) y un mayor protagonismo en la política internacional.
Pocos presidentes han tenido una oportunidad tan clara de reinventarse a lo largo de su mandato porque pocos presidentes se han visto ante un acontecimiento de la magnitud de éste. Es el equivalente al 11-S de George Bush, que convirtió a un político centrista en un fanático neocon.
Este 21-M no marcará la transformación de Obama en una versión desconocida de sí mismo. Más probablemente, para lo que servirá es para hacer de un candidato increíble, un presidente de verdad.
Meses antes de las elecciones de 2008, Obama admitió en una entrevista que nadie estudia para ser presidente, que ése es un oficio que sólo se aprende ejerciéndolo. Obama ha actuado como un amateur durante buena parte del tiempo transcurrido en la Casa Blanca. Un aficionado con buenas intenciones y buenas ideas, voluntarioso y seguro de sí mismo, pero con evidente falta de oficio. Sin la mano de una experimentada profesional de los bajos fondos de Washington como Nancy Pelosi, el sueño de la reforma sanitaria hubiera muerto hace tiempo.
Por otra parte, ésta es la sociedad de los sueños imposibles. Sin la visión que Obama ha proyectado y sin la urgencia que él se autoimpuso al convertir la reforma sanitaria en la prioridad de su presidencia, este proyecto hubiera caído en el mismo agujero negro que absorbió los de otros presidentes anteriores.
Obama ha aprendido a lo largo de este debate varias cosas que le serán útiles en el tiempo por venir. Por ejemplo, la soledad del presidente. Obama ha comprobado que ningún miembro del Congreso, aun los más allegados dentro de su propio partido, va a jugarse su carrera para salvar la del presidente. Hasta que, a finales de febrero, Obama no asumió la plena responsabilidad de la reforma sanitaria, la negociación no empezó a avanzar seriamente.
Obama ha aprendido también que el bipartidismo es un hermoso concepto de difícil ejecución. Los republicanos vieron desde el verano pasado que la reforma sanitaria podía ser el talón de Aquiles de esta presidencia y le atacaron sin piedad. Ayer mismo, el líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, John Boehner, advirtió que "esta guerra no ha terminado".
El sábado en el Capitolio, Obama hizo quizá su mejor apelación a la reforma sanitaria desde el ángulo ideológico: "Estamos orgullosos de nuestro individualismo y de nuestra libertad, pero también sentimos como una comunidad que está dispuesta a ayudar a los más vulnerables, a los necesitados, a los que no han tenido suerte, para hacerles un hueco entre la clase media".
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