Enrique Campos Suárez / El Economista
Antes de su autonomía en 1992, el instituto central era una oficina más de la Secretaría de Hacienda.
El valor de la autonomía del Banco de México debería ir mucho más allá de sus actuales funciones. En los años previos a la independencia de la que ahora goza era claro que el instituto emisor era una oficina más de Hacienda y por lo tanto de la Presidencia. Las finanzas se manejaban desde Los Pinos, confesaba algún expresidente.
La información clave del Banxico era secreto de Estado. Tanto, que el nivel de reservas internacionales se conocía sólo en dos ocasiones al año. Era la nota financiera más destacada en cada una de esas ocasiones. Bajo ese esquema de dependencia, estaba muy bien tener esa especie de subsecretaría de control inflacionario.
Pero en las épocas autónomas del banco central, el horizonte de opciones para el banco debería ser más amplio.
De entrada, la iniciativa de transparentar la información de la toma de decisiones, hasta el punto de conocer las minutas de la Junta de Gobierno, es muy buena. Claro que la amenaza de publicar su contenido podría cohibir la facilidad de palabra de sus integrantes. Sobre todo porque fuera de las paredes del banco se podría utilizar con fines meramente políticos.
Como sea, mientras más información haya disponible, mientras más transparencia, siempre será mejor. Pero Banxico da para mucho más.
Actualmente la misión de esta institución es proveer a la economía de moneda nacional. Tiene por objetivo central procurar la estabilidad de compra de esa moneda, o sea controlar las presiones inflacionarias.
Además de procurar que funcione adecuadamente el sistema financiero y el sistema de pagos. La discusión eterna entre el autónomo Banco de México y la dependencia del gobierno federal que se encarga de las finanzas públicas ha sido el papel del que cuida la inflación en el crecimiento.
Los pleitos entre Ortiz y Fox y Gil Díaz fueron de antología. Tanto como las diferencias de percepción entre Calderón y el exgobernador del instituto central. La más reciente de esas diferencias se dio con los pronunciamientos de Calderón acerca de la negativa del Banco que comandaba Ortiz Martínez para bajar las tasas de interés en momentos en que la economía necesitaba dinero más accesible para superar la recesión.
Al final del año pasado, la inflación estuvo muy cerca de 3%, pero la contracción económica rondó 7 por ciento. Parece que en ésa, Calderón tenía la razón.
Hoy el Banxico tiene una composición más afín al Presidente de la República. Tres de los cinco integrantes de la junta de gobierno fueron propuestos por el Ejecutivo. Pero eso no significa, para nada, obediencia a los dictados del Mandatario.
Porque la ley es clara: Banco de México dedícate a controlar la inflación. Si se incluyera entre sus atribuciones procurar el crecimiento económico, tendría que encontrar el equilibrio entre las políticas monetarias de control de la inflación y las políticas de promoción económica.
Muchos bancos centrales tienen esa doble función, porque son parte del eje financiero de sus países. Por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos, que tiene entre sus obligaciones: llevar a cabo la regulación bancaria, mantener la estabilidad del sistema financiero para evitar riesgos sistémicos y dar respaldo financiero al sistema de pagos.
Claro que la función central de la Fed es conducir la política monetaria a través de influir en las condiciones crediticias. Pero aquí viene el matiz que marca la diferencia: para perseguir la máxima estabilidad laboral, la estabilidad de precios y mantener las tasas de interés estables.
Si el Banco de México asumiera algunas de las funciones que hoy están a cargo de la Secretaría de Hacienda, ampliaría el número de responsables en la toma de decisiones. Ése es un buen punto.
Pero también, podría tomar decisiones con mayor independencia de la administración en turno.
Porque sus integrantes pueden deberle la nominación a un presidente, pero no dependen de su voluntad para permanecer en el cargo. Son funcionarios del sector financiero que fueron designados por el Ejecutivo y ratificados por el Legislativo.
Por eso, ahora que proponen los legisladores dotar de más atribuciones al banco central, no se equivocarían en ello.
Podrían darle la obligación al Banxico de cuidar que no suba la inflación, claro. Pero también de cuidar que sus medidas de control de los precios procuren que la economía crezca.
Antes de su autonomía en 1992, el instituto central era una oficina más de la Secretaría de Hacienda.
El valor de la autonomía del Banco de México debería ir mucho más allá de sus actuales funciones. En los años previos a la independencia de la que ahora goza era claro que el instituto emisor era una oficina más de Hacienda y por lo tanto de la Presidencia. Las finanzas se manejaban desde Los Pinos, confesaba algún expresidente.
La información clave del Banxico era secreto de Estado. Tanto, que el nivel de reservas internacionales se conocía sólo en dos ocasiones al año. Era la nota financiera más destacada en cada una de esas ocasiones. Bajo ese esquema de dependencia, estaba muy bien tener esa especie de subsecretaría de control inflacionario.
Pero en las épocas autónomas del banco central, el horizonte de opciones para el banco debería ser más amplio.
De entrada, la iniciativa de transparentar la información de la toma de decisiones, hasta el punto de conocer las minutas de la Junta de Gobierno, es muy buena. Claro que la amenaza de publicar su contenido podría cohibir la facilidad de palabra de sus integrantes. Sobre todo porque fuera de las paredes del banco se podría utilizar con fines meramente políticos.
Como sea, mientras más información haya disponible, mientras más transparencia, siempre será mejor. Pero Banxico da para mucho más.
Actualmente la misión de esta institución es proveer a la economía de moneda nacional. Tiene por objetivo central procurar la estabilidad de compra de esa moneda, o sea controlar las presiones inflacionarias.
Además de procurar que funcione adecuadamente el sistema financiero y el sistema de pagos. La discusión eterna entre el autónomo Banco de México y la dependencia del gobierno federal que se encarga de las finanzas públicas ha sido el papel del que cuida la inflación en el crecimiento.
Los pleitos entre Ortiz y Fox y Gil Díaz fueron de antología. Tanto como las diferencias de percepción entre Calderón y el exgobernador del instituto central. La más reciente de esas diferencias se dio con los pronunciamientos de Calderón acerca de la negativa del Banco que comandaba Ortiz Martínez para bajar las tasas de interés en momentos en que la economía necesitaba dinero más accesible para superar la recesión.
Al final del año pasado, la inflación estuvo muy cerca de 3%, pero la contracción económica rondó 7 por ciento. Parece que en ésa, Calderón tenía la razón.
Hoy el Banxico tiene una composición más afín al Presidente de la República. Tres de los cinco integrantes de la junta de gobierno fueron propuestos por el Ejecutivo. Pero eso no significa, para nada, obediencia a los dictados del Mandatario.
Porque la ley es clara: Banco de México dedícate a controlar la inflación. Si se incluyera entre sus atribuciones procurar el crecimiento económico, tendría que encontrar el equilibrio entre las políticas monetarias de control de la inflación y las políticas de promoción económica.
Muchos bancos centrales tienen esa doble función, porque son parte del eje financiero de sus países. Por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos, que tiene entre sus obligaciones: llevar a cabo la regulación bancaria, mantener la estabilidad del sistema financiero para evitar riesgos sistémicos y dar respaldo financiero al sistema de pagos.
Claro que la función central de la Fed es conducir la política monetaria a través de influir en las condiciones crediticias. Pero aquí viene el matiz que marca la diferencia: para perseguir la máxima estabilidad laboral, la estabilidad de precios y mantener las tasas de interés estables.
Si el Banco de México asumiera algunas de las funciones que hoy están a cargo de la Secretaría de Hacienda, ampliaría el número de responsables en la toma de decisiones. Ése es un buen punto.
Pero también, podría tomar decisiones con mayor independencia de la administración en turno.
Porque sus integrantes pueden deberle la nominación a un presidente, pero no dependen de su voluntad para permanecer en el cargo. Son funcionarios del sector financiero que fueron designados por el Ejecutivo y ratificados por el Legislativo.
Por eso, ahora que proponen los legisladores dotar de más atribuciones al banco central, no se equivocarían en ello.
Podrían darle la obligación al Banxico de cuidar que no suba la inflación, claro. Pero también de cuidar que sus medidas de control de los precios procuren que la economía crezca.
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