*José Luis Calva-El Universal
En una profunda reflexión sobre el presente y futuro de México, el brillante historiador de la Revolución Mexicana, John Womack, señaló hace un par de meses: “Sería de ciegos ocultar lo obvio: que el México contemporáneo exige una reorganización política profunda y responsable; reorganización que comporta una limpia de todos los extremos del nudo, y no de uno solo”. “Mi respeto infinito por la capacidad de los mexicanos para transformar en beneficio de la mayoría sus momentos de crisis” (La Jornada, 21/XI/09). Este es ciertamente nuestro reto.
En el ámbito económico, México cumplió 27 años de haber sido convertido en un enorme laboratorio de experimentación neoliberal, de manera que la tecnocracia gobernante —que mantiene el timón de la economía sin alternancia, aunque haya cambiado el partido en el gobierno— ha dispuesto de tiempo más que suficiente para poner a prueba las bondades de su modelo económico.
Pero como reza el proverbio bíblico: “Por sus obras los conoceréis”. Durante los 27 años de aplicación del modelo neoliberal —basado en la liberalización del comercio exterior, del sistema financiero y la inversión extranjera; la supresión o severa reducción de políticas de fomento económico general y sectorial; la “disciplina” monetaria y fiscal a ultranza, que cercena la función contracíclica de políticas macroeconómicas—, el Producto Interno Bruto de México apenas ha crecido a una tasa media de 2.1% anual durante el periodo 1983-2009, de modo que el PIB per cápita sólo ha crecido a una tasa de 0.4% anual (sin considerar a los mexicanos emigrados al extranjero por falta de empleos en nuestro país; si los incluimos, el crecimiento del PIB per cápita apenas ha sido de 0.1% anual). La inversión fija bruta sólo ha crecido a una tasa media de 1.9% anual; y los salarios mínimos han perdido 71.3% de su poder de compra.
Estos resultados no avalan las supuestas bondades del modelo neoliberal, de modo que la complacencia sólo puede explicarse por la ignorancia, la soberbia o el egoísmo desenfrenado de unos cuantos beneficiarios del modelo.
El modelo económico precedente al neoliberal —basado en una economía de mercado con relevante (pero prudente, excepto a partir de los años 70) intervencionismo del Estado como promotor activo del desarrollo económico mediante políticas fiscales y monetarias contracíclicas y múltiples instrumentos de fomento sectorial; como regulador del comercio exterior y de los mercados internos de bienes y servicios (incluidos los bancarios); como inversionista en áreas estratégicas y como promotor del bienestar social—, el Producto Interno Bruto de México se incrementó a una tasa media de 6.1% anual durante el periodo 1934-1982, de manera que el PIB per cápita creció (no obstante el elevado crecimiento demográfico) a una tasa media de 3.2% anual. Además, la inversión fija bruta se incrementó a una tasa media de 8.3% anual; y el poder de compra de los salarios mínimos se incrementó 96.9%.
Como en cualquier experimento de laboratorio, los resultados empíricos negativos del modelo neoliberal deberían asumirse como criterio de la verdad, poniendo fin al experimento.
Por el contrario, si México se mantiene aferrado al neoliberalismo económico continuará la trayectoria decadente que ha padecido durante el periodo de la aplicación de la estrategia neoliberal. En 1982, México ocupaba el octavo lugar entre las mayores economías del planeta; en 2007 había descendido al decimosegundo lugar. Por su PIB per cápita —siempre en paridad de poder adquisitivo (PPA)—, México ocupaba en 1982 el lugar 43 entre las 80 economías con mayor PIB per cápita del planeta; en 2000 había caído al lugar 51; y en 2007 cayó hasta el lugar 61.
En un escenario prospectivo distinto, si México se atreve a sacudirse los dogmas del Consenso de Washington, diseñado endógenamente su propia estrategia de desarrollo e inserción eficiente en la economía global, es perfectamente factible —como lo muestran las evidencias empíricas internacionales de las economías exitosas (herejes al Consenso de Washington), así como nuestra propia experiencia histórica— que nuestra nación reencuentre el camino del crecimiento económico acelerado y sostenido, por lo menos a una tasa media similar a la observada bajo el modelo económico precedente al neoliberal (6.1% anual durante el periodo 1934-1982). En este escenario, México sería en 2040 la sexta economía del planeta; y por su PIB per cápita ocuparía el lugar 23.
La clave consiste en atreverse a cambiar, cancelando el experimento neoliberal. De otro modo, la historia de nuestro pasado reciente —casi tres décadas perdidas para el desarrollo— será el espejo de nuestro futuro.
*Investigador del IIE de la UNAM
En una profunda reflexión sobre el presente y futuro de México, el brillante historiador de la Revolución Mexicana, John Womack, señaló hace un par de meses: “Sería de ciegos ocultar lo obvio: que el México contemporáneo exige una reorganización política profunda y responsable; reorganización que comporta una limpia de todos los extremos del nudo, y no de uno solo”. “Mi respeto infinito por la capacidad de los mexicanos para transformar en beneficio de la mayoría sus momentos de crisis” (La Jornada, 21/XI/09). Este es ciertamente nuestro reto.
En el ámbito económico, México cumplió 27 años de haber sido convertido en un enorme laboratorio de experimentación neoliberal, de manera que la tecnocracia gobernante —que mantiene el timón de la economía sin alternancia, aunque haya cambiado el partido en el gobierno— ha dispuesto de tiempo más que suficiente para poner a prueba las bondades de su modelo económico.
Pero como reza el proverbio bíblico: “Por sus obras los conoceréis”. Durante los 27 años de aplicación del modelo neoliberal —basado en la liberalización del comercio exterior, del sistema financiero y la inversión extranjera; la supresión o severa reducción de políticas de fomento económico general y sectorial; la “disciplina” monetaria y fiscal a ultranza, que cercena la función contracíclica de políticas macroeconómicas—, el Producto Interno Bruto de México apenas ha crecido a una tasa media de 2.1% anual durante el periodo 1983-2009, de modo que el PIB per cápita sólo ha crecido a una tasa de 0.4% anual (sin considerar a los mexicanos emigrados al extranjero por falta de empleos en nuestro país; si los incluimos, el crecimiento del PIB per cápita apenas ha sido de 0.1% anual). La inversión fija bruta sólo ha crecido a una tasa media de 1.9% anual; y los salarios mínimos han perdido 71.3% de su poder de compra.
Estos resultados no avalan las supuestas bondades del modelo neoliberal, de modo que la complacencia sólo puede explicarse por la ignorancia, la soberbia o el egoísmo desenfrenado de unos cuantos beneficiarios del modelo.
El modelo económico precedente al neoliberal —basado en una economía de mercado con relevante (pero prudente, excepto a partir de los años 70) intervencionismo del Estado como promotor activo del desarrollo económico mediante políticas fiscales y monetarias contracíclicas y múltiples instrumentos de fomento sectorial; como regulador del comercio exterior y de los mercados internos de bienes y servicios (incluidos los bancarios); como inversionista en áreas estratégicas y como promotor del bienestar social—, el Producto Interno Bruto de México se incrementó a una tasa media de 6.1% anual durante el periodo 1934-1982, de manera que el PIB per cápita creció (no obstante el elevado crecimiento demográfico) a una tasa media de 3.2% anual. Además, la inversión fija bruta se incrementó a una tasa media de 8.3% anual; y el poder de compra de los salarios mínimos se incrementó 96.9%.
Como en cualquier experimento de laboratorio, los resultados empíricos negativos del modelo neoliberal deberían asumirse como criterio de la verdad, poniendo fin al experimento.
Por el contrario, si México se mantiene aferrado al neoliberalismo económico continuará la trayectoria decadente que ha padecido durante el periodo de la aplicación de la estrategia neoliberal. En 1982, México ocupaba el octavo lugar entre las mayores economías del planeta; en 2007 había descendido al decimosegundo lugar. Por su PIB per cápita —siempre en paridad de poder adquisitivo (PPA)—, México ocupaba en 1982 el lugar 43 entre las 80 economías con mayor PIB per cápita del planeta; en 2000 había caído al lugar 51; y en 2007 cayó hasta el lugar 61.
En un escenario prospectivo distinto, si México se atreve a sacudirse los dogmas del Consenso de Washington, diseñado endógenamente su propia estrategia de desarrollo e inserción eficiente en la economía global, es perfectamente factible —como lo muestran las evidencias empíricas internacionales de las economías exitosas (herejes al Consenso de Washington), así como nuestra propia experiencia histórica— que nuestra nación reencuentre el camino del crecimiento económico acelerado y sostenido, por lo menos a una tasa media similar a la observada bajo el modelo económico precedente al neoliberal (6.1% anual durante el periodo 1934-1982). En este escenario, México sería en 2040 la sexta economía del planeta; y por su PIB per cápita ocuparía el lugar 23.
La clave consiste en atreverse a cambiar, cancelando el experimento neoliberal. De otro modo, la historia de nuestro pasado reciente —casi tres décadas perdidas para el desarrollo— será el espejo de nuestro futuro.
*Investigador del IIE de la UNAM
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