Salvador García Soto / 24 Horas
El Diario sin Límites
Un mexicano en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue una buena noticia para casi todos en México, que celebraron que Emilio Álvarez Icaza, ex ombudsman capitalino, fuera nombrado Secretario Ejecutivo de esa instancia continental; para casi todos, porque para Felipe Calderón la noticia no fue tan buena y más bien se vuelve preocupación para el Presidente que, a escasos cuatro meses de su salida del gobierno, un crítico de su política de seguridad, que dejará más de 60 mil muertos al final del sexenio, haya llegado a esa posición.
Porque
aunque no lo diga en público, es un hecho que para el futuro presidente
saliente un tema que será complicado, una vez que deje el poder, es el de la
violencia durante su gobierno. A las decenas de miles de muertos, se suman
miles familias afectadas por asesinatos, desapariciones y heridos, que serán
saldo de una guerra en la que las bajas civiles y la afectación a la sociedad
que minimizada mucho tiempo por la administración calderonista que llegó a
considerar “daños colaterales” y “costos necesarios” a las víctimas de la
población civil.
No es
difícil pensar que a la Corte Interamericana de Derechos Humanos podrían llegar
denuncias contra el gobierno mexicano por los crímenes contra civiles cometidos
en los últimos seis años, ya sea por detractores políticos de Calderón o por
organizaciones civiles que han denunciado en este periodo los abusos y los
excesos cometidos en esta guerra contra el narcotráfico por las mismas fuerzas
federales bajo el mando del Presidente. Basta recordar que ya el 25 de
noviembre de 2011 un grupo de activistas mexicanos presentaron denuncia en su
contra por crímenes de lessa humanidad en la Corte Penal Internacional
de La Haya.
Una
muestra clara de que el tema preocupa en Los Pinos es la decisión que tomó
Calderón de asumir la defensa jurídica del Ernesto Zedillo, al solicitarle al
gobierno de Estados Unidos, en noviembre de 2011, mediante una nota diplomática
oficial “inmunidad” para el ex presidente mexicano, quien fue demandado en una
corte federal en Hartford, Connecticut, por la masacre de 45 indígenas
tzotziles ocurrida en 1997 en la comunidad de Acteal en Chiapas.
Tan
inusual fue la petición que hizo Calderón a través de la Secretaría de
Relaciones Exteriores, que el Senado de la República le pidió a la Cancillería,
con un punto de acuerdo en febrero pasado, que les explique “los
argumentos y el sustento jurídico” en el que se basó la intervención oficial
del gobierno mexicano en este caso contra el ex presidente, pues no existe
antecedente jurídico o histórico en el que nuestro país haya solicitado
“inmunidad” contra ningún ex presidente de la República. De hecho, entre los
senadores aún esperan respuesta a esa petición que sorprendió al Congreso.
Pero el
silencio de la SRE sobre las razones que tuvo para pedir la inmunidad para el
ex presidente no sólo ha sido para los congresistas; el 20 de marzo pasado la
Cancillería informó, ante una solicitud de información de la periodista Carmen
Aristegui, que pidió vía la ley de transparencia, la misma nota diplomática,
que esa nota se reservaba por los próximos 12 años, por considerar que su
difusión “podría dañar la relación bilateral entre México y Estados Unidos”.
¿Qué
tiene que ocultar la canciller Patricia Espinosa y su jefe el Presidente sobre
esa polémica petición de inmunidad? ¿Acaso no están seguros del sustento
jurídico y constitucional de tal petición? Tanto hermetismo abona a la idea de
que Calderón está utilizando el caso de Zedillo y su defensa, no por afinidad o
simpatía con el ex mandatario, sino porque busca con esto sentar un precedente
jurídico que en el futuro inmediato pueda servirle a él mismo con la figura de
la “inmunidad” de un ex presidente, en caso de que llegara a verse envuelto en
denuncias similares, ya sea ante gobiernos de otros países o en organismos
internacionales de derechos humanos.
La
pregunta es si con esta acción, inédita en la historia del gobierno mexicano,
Felipe Calderón busca, a través del caso Zedillo, sentar un precedente de
“inmunidad” o más bien de “impunidad”.
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