El Gobierno del PP recorta el gasto público y las
prestaciones, pero no consigue reducir el déficit. Y confunde a sus socios
europeos con un Plan de Estabilidad inexplicable, que compromete la
credibilidad de España
Calculan que el ajuste del
déficit es de 9,2 puntos del PIB hasta 2014, pero solo hay que bajar 7,1 puntos
La explicación es que el ajuste
está inflado; supone 50.000 millones, pero se necesitan 78.000
Jesús Mota / El País
Siete
meses de gestión del Gobierno de Mariano Rajoy han conducido irremisiblemente a
la economía española a un rescate bancario, que los ciudadanos pagan por
anticipado con unas estrictas condiciones de política económica impuestas por
la famosa troika (Comisión Europea más Banco Central Europeo más Fondo
Monetario Internacional) y a una probabilidad muy elevada de que la propia
deuda soberana necesite otro rescate del Fondo de Estabilidad Financiera, a
cambio de nuevos y dolorosos ajustes sobre las espaldas de los ciudadanos en
educación, sanidad y bienestar social. Por más que se disfrace, es un fracaso
objetivo para un equipo político que se cansó de decir a los votantes que sabía
lo que tenía que hacer “porque ya lo había hecho antes”, que el Gobierno de
Rodríguez Zapatero era el responsable de la situación de inestabilidad de la
deuda y de la recesión y que, ya constituido en Gobierno de la nación, seguía
repitiendo que “haremos lo que hay que hacer”. Como si los españoles de
cualquier orientación política no tuvieran ya muy claro que ni saben “lo que
hay que hacer” ni tendrían la capacidad política para hacerlo en caso de que lo
supieran.
Poco a
poco, el discurso del presidente del Gobierno y de los muecines que
vocean las consignas económicas del día ha ido virando hacia una mansa
resignación y descaradas acusaciones a las instituciones europeas. El nuevo
estribillo, construido para ocultar el fracaso estrepitoso de sus decisiones
macroeconómicas y financieras, es una exculpación: “Hemos hecho lo que había
que hacer y ahora le toca a Europa”, proclamado por todos sus ministros, desde
el casi siempre desairado Guindos (los hechos nunca acompañan sus
interpretaciones) hasta el locuaz García Margallo, sin olvidar al volátil
Montoro, otra personalidad reñida con una realidad que siempre está fuera de su
alcance.
Pero, incluso aunque se diera por buena la política
económica que pretende aplicar el Gobierno, aceptación que podría discutirse
por muchas razones, la primera parte de la proposición “hemos hecho lo que
había que hacer y ahora le toca a Europa” es falsa. Sería más exacto decir que
han hecho lo contrario de lo que había que hacer; y esta incapacidad para
entender la naturaleza de esta crisis, mezcla encadenada de inestabilidad
financiera provocada por la desconfianza universal en los activos bancarios y
de una recesión profunda, es la que ha provocado el pasmo de las autoridades
europeas (“la crisis de Bankia se ha gestionado de la peor manera posible”, aseguró
Draghi) y ha forzado la intervención directa de Bruselas en la política
económica española por manifiesta incompetencia del Ejecutivo. No merece la
pena volver sobre la cadena de mentiras de los candidatos del PP (“no subiremos
los impuestos”, “no se tocará el IVA”, “Bankia necesita una capitalización de
4.000 millones”, “los hombres de negro no vendrán a España”) porque ya son
moneda de cambio corriente en los cantares del pueblo llano sobre el presidente
y su equipo económico. Pero sí parece oportuno explicar que los ajustes
presupuestarios que esgrime el Gobierno como prueba del “hemos hecho lo que
había que hacer” son un decorado de cartón piedra, una retahíla de medidas
confusas y mal cuantificadas que dañan el bienestar pero no cumplen con el objetivo
de corrección del déficit impuesto por Europa y admitido por el Gobierno como
pieza fundamental de su estrategia.
Para
demostrarlo bastará con prestar atención al Plan Bienal de Estabilidad
presentado el viernes 3 de agosto, donde se detalla la política de ajuste
fiscal que pretende reducir el déficit público al 2,8% del PIB en 2014 (es
decir, a cero en términos de déficit estructural). Según el plan, el Gobierno
ejecutará un ajuste total de 102.149 millones hasta 2014, de los cuales 13.118
millones se aplicarían en 2012, otros 38.596 millones en 2013 y, en fin, 50.075
millones en 2014. La primera inconsecuencia grave salta a la vista. El Gobierno
anuncia un ajuste que equivale al 9,3% del PIB, pero resulta que el déficit solo
ha de reducirse desde el 8,9% al 2,8% del PIB, es decir, el 7,1% del PIB. Esta
confusión interesada, que puede interpretarse como la sobreactuación típica de
los Gobiernos del PP, se explica porque el balance real del ajuste no es de
102.149 millones, sino ostensiblemente inferior. O las cuentas están mal hechas
o Rajoy ha vuelto a la vieja política de ahuecar las plumas, con el objetivo
—difícil de conseguir— de sorprender en Bruselas, en Berlín y en Fráncfort.
Veamos
cuál es la cuantía real del ajuste propuesto en el Plan Bienal. En 2012 se
adoptan medidas que recortan el déficit (o, si se quiere, aumentan el
superávit) en 13.118 millones. Y lo hacen de forma permanente, algo que es
importante puntualizar. El ajuste cuantificado en 2013 será de 25.838 millones
(y no 38.256 millones, como asegura el Gobierno, porque no descuenta para el
año próximo el recorte efectuado en 2012) y el ajuste real de 2014 será de
11.119 millones, y no los 50.075 millones que se apuntan Guindos y Montoro por
el sencillo procedimiento de no descontar los aplicados en 2012 y 2013. Dicho
de otra forma, el Gobierno cuenta dos veces los ajustes de cada año y llega así
a cantidades fabulosas, para regocijo de inversores y economistas. El ajuste
total entre 2012 y 2014, correctamente calculado, siempre según las medidas que
aparecen en el Plan Bienal, es de 50.075 millones.
Con este ajuste real de 50.075 millones, ¿se
conseguirá el objetivo de déficit comprometido con Bruselas? Pues no. Un
castizo diría que el Gobierno ha hecho mal las cuentas por el derecho y por el
revés, de forma que es muy difícil interpretar lo que dice y lo que hace. El
déficit público en 2011 se situó en el 8,9% del PIB; aproximadamente 1,8 puntos
de ese 8,9% pueden atribuirse a la situación cíclica de la economía, claramente
recesiva. El déficit estructural el año pasado sería pues del 7,1%. Un cálculo
prudente, considerando las (sobreestimadas) medidas de ajuste fiscal del
Gobierno, llegaría a la conclusión de que este año el déficit cíclico subirá
hasta el 2,5%, en 2013 llegará al 3% y en 2014, de acuerdo con la mejora
prevista de la economía, bajará hasta el 2,8%. Que es exactamente el objetivo
de déficit exigido por la troika, todo él de carácter cíclico y, por tanto, con
un déficit estructural igual a cero. Ahora bien, el esfuerzo fiscal necesario
para bajar el déficit estructural desde el 7,1% del PIB a cero sería de 78.100
millones. Como el ajuste del Gobierno, bien contado, apenas sobrepasa los
50.000 millones, resulta que la sociedad española tiene que afrontar
aproximadamente otro ajuste (adicional al que ya ha presentado el Gobierno) de
otros 28.000 millones aproximadamente. Este es tan solo un análisis
macroeconómico; la revisión de las cuentas anuales produce la misma sensación
de desquiciamiento y sumas al buen tuntún.
Estamos
en un universo de locos: ajustes mal cuantificados, exageraciones hiperbólicas
de austeridad y, no obstante, incapacidad total para cumplir con los objetivos
de estabilidad; cuentas de vidrio exhibidas como diamantes y sonajeros
agitándose a todas horas (“¡Europa es culpable!”). De este plan confuso,
inexplicable e inexplicado, depende buena parte de la confianza de Europa y de
los inversores en la economía española. Visto lo anterior, habrá que darla por
perdida. El segundo examen que determinará la credibilidad española ante un
rescate de la deuda está en la transposición a la norma española de las
condiciones del Memorandum of Understanding del rescate bancario, que
amenaza con convertirse en otro fracaso político. Todavía no han explicado
Rajoy o Guindos que el dinero europeo para salvar las entidades nacionalizadas
o descapitalizadas solo se aportará a cambio de que los accionistas y
acreedores (bonistas, tenedores de preferentes) acepten las pérdidas que
correspondan.
Los
romanos llamaban Callipide al emperador Tiberio. Decían que, como el personaje
del aforismo griego, siempre estaba corriendo y nunca avanzaba. Rajoy es el
Callipide contemporáneo, siempre recortando la sanidad o la educación y con un
déficit público que no baja del 8%; autor de planes de ajuste acelerados y
superpuestos que no se sabe si se aplican o se olvidan. Ninguna de sus reformas
(tiende a considerar sus recortes indiscriminados como grandes cambios estructurales)
ha servido para gran cosa. Incluso la reforma laboral amenaza con perderse en
un océano de litigiosidad. El presidente prometió una “política económica como
Dios manda”, pero ha servido una política económica “a la buena de Dios.”
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