Jorge Zepeda Paterson / El Universal
Entre más descripciones leo sobre los disturbios en Londres, más temo por México: cubrimos cabalmente todos los factores que han jugado en la revuelta juvenil inglesa. Peor aún, en México superamos en intensidad y en cantidad los ingredientes que hasta ahora se han señalado: ninis y falta de oportunidad para los jóvenes, bandas criminales, marginalidad, desprecio por la ley, violencia policiaca… y celulares. Y si a esto aunamos los antecedentes de violencia espontánea en pueblos y barrios, cada vez más proclives al linchamiento, incluso contra policías, tendríamos que preguntarnos si no estamos ante una bomba de tiempo.
Algunos (y enfatizo, sólo algunos) de estos factores se combinaron favorablemente en las revueltas árabes de estos meses, particularmente en Túnez y Egipto. La falta de oportunidad para los jóvenes, la exasperación frente al sistema, la reacción a la violencia policiaca y las nuevas redes sociales propiciaron la caída de regímenes autoritarios. Una mezcla virtuosa de algunos componentes de esta fórmula.
Y en Chile, con muchas variantes, algunos de estos ingredientes son reconocibles en las protestas que los estudiantes realizan para mejorar la educación superior. En España el movimiento de Los Indignados tomó las calles de manera pacífica para expresar, de otra manera, el mismo sentimiento: rechazo a una sociedad que no ofrece un futuro, que margina y de la cual desconfían profundamente.
Temo que la versión mexicana podría generar una mezcla más explosiva que inglesa. The Economist asegura que el fondo de la explicación se encuentra en la debacle moral de los jóvenes ingleses que han perdido la noción de lo que es correcto e incorrecto, en la desconfianza y el desprecio ante la ley y las policías, la falta de oportunidades y la descomposición social y familiar. Otros destacan el papel activo que en esta ocasión jugaron la bandas delincuenciales promoviendo el saqueo indiscriminado a través de mensajes directos de Blackberry (que permite enviar mensajes masivos sin costo a todos los contactos).
En muchos de estos factores México es cinta negra. El desprecio por la ley y la desconfianza hacia la policía es endémica. La corrupción e impunidad de los poderosos en todas las áreas de la vida social (desde un Mario Marín en el gobierno hasta un Onésimo Cepeda en la Iglesia) hacen de muchos jóvenes cínicos irremediables. ¿Cómo podría ser de otra manera si todos los días la sociedad les confirma que “el que no transa no avanza”? El resentimiento acumulado en la periferia de nuestras ciudades no es menor que en algunos barrios ingleses, pero sí es mayor la proporción de ninis con respecto al total de la población.
Y si David Cameron, el primer ministro británico, tiene razón al afirmar que la delincuencia fue decisiva en el crecimiento de esta revuelta, mas nos vale ir perdiendo el sueño. Las bandas juveniles inglesas son monjas comparadas con nuestros cárteles, capaces de controlar Tamaulipas, regentear el tráfico en Monterrey, imponer presidentes municipales y repartir degollados por medio país.
Según la Encuesta Nacional de la Juventud de 2005, la más reciente, 22% de la población entre 12 y 29 años no estudia ni trabaja, son casi siete millones. ¿Cómo explicarle a tantos jóvenes que no tienen sitio en la sociedad que no hay educación ni empleo? ¿Cómo decirles que no caben en esta casa, en el mundo? ¿Qué se supone que harán con esa realidad?
Y por comunicación digital no paramos. Pocos tienen un Blackberry pero casi todos un celular. Seis millones de jóvenes no rumiarán solos la exclusión propiciada por el modelo económico gracias a las redes sociales. Hasta ahora, en México los “exabruptos” han sido aislados y contenidos localmente. Los linchamientos se han dado en la periferia y remiten al resentimiento de las comunidades frente a la autoridad, más que a un problema de ninis. Por otra parte, las frecuentes marchas en la capital no han derivado en confrontaciones lamentables con la policía. Tampoco hay, por fortuna, una tradición de pillaje y destrucción como efecto colateral de tales marchas.
Mas todo indica que estamos expuestos a la eventualidad de un chispazo desafortunado. La descomposición social, la exasperación y la falta de oportunidades, constituyen un pajar en busca de cerillo. Esta pradera puede incendiarse. La tentación de evitar el chispazo puede conducirnos a fortalecer policías y a endurecer controles en la red. Mejor sería preguntarnos cómo desmontar el pajar tan grande y abandonado en que están convertidos nuestros jóvenes.
Economista y sociólogo
Entre más descripciones leo sobre los disturbios en Londres, más temo por México: cubrimos cabalmente todos los factores que han jugado en la revuelta juvenil inglesa. Peor aún, en México superamos en intensidad y en cantidad los ingredientes que hasta ahora se han señalado: ninis y falta de oportunidad para los jóvenes, bandas criminales, marginalidad, desprecio por la ley, violencia policiaca… y celulares. Y si a esto aunamos los antecedentes de violencia espontánea en pueblos y barrios, cada vez más proclives al linchamiento, incluso contra policías, tendríamos que preguntarnos si no estamos ante una bomba de tiempo.
Algunos (y enfatizo, sólo algunos) de estos factores se combinaron favorablemente en las revueltas árabes de estos meses, particularmente en Túnez y Egipto. La falta de oportunidad para los jóvenes, la exasperación frente al sistema, la reacción a la violencia policiaca y las nuevas redes sociales propiciaron la caída de regímenes autoritarios. Una mezcla virtuosa de algunos componentes de esta fórmula.
Y en Chile, con muchas variantes, algunos de estos ingredientes son reconocibles en las protestas que los estudiantes realizan para mejorar la educación superior. En España el movimiento de Los Indignados tomó las calles de manera pacífica para expresar, de otra manera, el mismo sentimiento: rechazo a una sociedad que no ofrece un futuro, que margina y de la cual desconfían profundamente.
Temo que la versión mexicana podría generar una mezcla más explosiva que inglesa. The Economist asegura que el fondo de la explicación se encuentra en la debacle moral de los jóvenes ingleses que han perdido la noción de lo que es correcto e incorrecto, en la desconfianza y el desprecio ante la ley y las policías, la falta de oportunidades y la descomposición social y familiar. Otros destacan el papel activo que en esta ocasión jugaron la bandas delincuenciales promoviendo el saqueo indiscriminado a través de mensajes directos de Blackberry (que permite enviar mensajes masivos sin costo a todos los contactos).
En muchos de estos factores México es cinta negra. El desprecio por la ley y la desconfianza hacia la policía es endémica. La corrupción e impunidad de los poderosos en todas las áreas de la vida social (desde un Mario Marín en el gobierno hasta un Onésimo Cepeda en la Iglesia) hacen de muchos jóvenes cínicos irremediables. ¿Cómo podría ser de otra manera si todos los días la sociedad les confirma que “el que no transa no avanza”? El resentimiento acumulado en la periferia de nuestras ciudades no es menor que en algunos barrios ingleses, pero sí es mayor la proporción de ninis con respecto al total de la población.
Y si David Cameron, el primer ministro británico, tiene razón al afirmar que la delincuencia fue decisiva en el crecimiento de esta revuelta, mas nos vale ir perdiendo el sueño. Las bandas juveniles inglesas son monjas comparadas con nuestros cárteles, capaces de controlar Tamaulipas, regentear el tráfico en Monterrey, imponer presidentes municipales y repartir degollados por medio país.
Según la Encuesta Nacional de la Juventud de 2005, la más reciente, 22% de la población entre 12 y 29 años no estudia ni trabaja, son casi siete millones. ¿Cómo explicarle a tantos jóvenes que no tienen sitio en la sociedad que no hay educación ni empleo? ¿Cómo decirles que no caben en esta casa, en el mundo? ¿Qué se supone que harán con esa realidad?
Y por comunicación digital no paramos. Pocos tienen un Blackberry pero casi todos un celular. Seis millones de jóvenes no rumiarán solos la exclusión propiciada por el modelo económico gracias a las redes sociales. Hasta ahora, en México los “exabruptos” han sido aislados y contenidos localmente. Los linchamientos se han dado en la periferia y remiten al resentimiento de las comunidades frente a la autoridad, más que a un problema de ninis. Por otra parte, las frecuentes marchas en la capital no han derivado en confrontaciones lamentables con la policía. Tampoco hay, por fortuna, una tradición de pillaje y destrucción como efecto colateral de tales marchas.
Mas todo indica que estamos expuestos a la eventualidad de un chispazo desafortunado. La descomposición social, la exasperación y la falta de oportunidades, constituyen un pajar en busca de cerillo. Esta pradera puede incendiarse. La tentación de evitar el chispazo puede conducirnos a fortalecer policías y a endurecer controles en la red. Mejor sería preguntarnos cómo desmontar el pajar tan grande y abandonado en que están convertidos nuestros jóvenes.
Economista y sociólogo
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