Julio Anguita / elEconomista.es
Ante la rebaja en la calificación de los bonos de Estados Unidos que anunció hace unos días la agencia de calificación crediticia Standard&Poor's, el vicepresidente de una reputada agencia norteamericana de asuntos cambiarios, llamada Tempus Consulting, se ha preguntado con estupefacción: "¿Dónde vas a poner tu dinero ahora?"
La pregunta bien pudiera habérsela hecho un habitual de los casinos de la ciudad de Las Vegas ante la evidencia de que entre todos los juegos que tiene ante sí, ya no hay ninguno que le garantice ni la más mínima probabilidad de ganar. Es fácil de colegir que el frustrado jugador arremeta a continuación contra los ingenieros y diseñadores de los nuevos artilugios de azar y, en última instancia, contra los empresarios y dueños de los garitos. Pero es el caso, y siguiendo con el símil que al ludópata compulsivo no se le pasa, ni por asomo, la idea de dejar de jugar.
Los políticos de todas las latitudes ideológicas, los economistas con anteojeras de subjetivismos apriorísticos y gran parte de la opinión publicada han hecho de su quehacer diario una queja, un lamento, cuando no exculpación, de sus responsabilidades en las decisiones inapelables de los mercados, en su codicia, en su intemperancia.
Desde hace años repiten la misma salmodia: confianza, competitividad, desregulación, privatización, etc. Desde hace años siguen construyendo, legislando, pactando, negociando, aprobando y exaltando esas máquinas tragaperras llamadas mercados.
Son ellos quienes han renunciado filosóficamente, teóricamente y políticamente a diseñar, poner en marcha y dirigir instrumentos económicos que desarrollando las leyes de funcionamiento de la economía estén al servicio de los objetivos de desarrollo social y humano que ellos consagran en los documentos y declaraciones oficiales.
Ni siquiera les es aplicable la comparación con el doctor Frankenstein, a quien el monstruo se le escapó de su control. No es este el caso, aquí los monstruos son ellos mismos.
Julio Anguita es ex Coordinador General de IU.
Ante la rebaja en la calificación de los bonos de Estados Unidos que anunció hace unos días la agencia de calificación crediticia Standard&Poor's, el vicepresidente de una reputada agencia norteamericana de asuntos cambiarios, llamada Tempus Consulting, se ha preguntado con estupefacción: "¿Dónde vas a poner tu dinero ahora?"
La pregunta bien pudiera habérsela hecho un habitual de los casinos de la ciudad de Las Vegas ante la evidencia de que entre todos los juegos que tiene ante sí, ya no hay ninguno que le garantice ni la más mínima probabilidad de ganar. Es fácil de colegir que el frustrado jugador arremeta a continuación contra los ingenieros y diseñadores de los nuevos artilugios de azar y, en última instancia, contra los empresarios y dueños de los garitos. Pero es el caso, y siguiendo con el símil que al ludópata compulsivo no se le pasa, ni por asomo, la idea de dejar de jugar.
Los políticos de todas las latitudes ideológicas, los economistas con anteojeras de subjetivismos apriorísticos y gran parte de la opinión publicada han hecho de su quehacer diario una queja, un lamento, cuando no exculpación, de sus responsabilidades en las decisiones inapelables de los mercados, en su codicia, en su intemperancia.
Desde hace años repiten la misma salmodia: confianza, competitividad, desregulación, privatización, etc. Desde hace años siguen construyendo, legislando, pactando, negociando, aprobando y exaltando esas máquinas tragaperras llamadas mercados.
Son ellos quienes han renunciado filosóficamente, teóricamente y políticamente a diseñar, poner en marcha y dirigir instrumentos económicos que desarrollando las leyes de funcionamiento de la economía estén al servicio de los objetivos de desarrollo social y humano que ellos consagran en los documentos y declaraciones oficiales.
Ni siquiera les es aplicable la comparación con el doctor Frankenstein, a quien el monstruo se le escapó de su control. No es este el caso, aquí los monstruos son ellos mismos.
Julio Anguita es ex Coordinador General de IU.
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