FEDERICO REYES HEROLES / REFORMA
Por momentos fue la reina de las llamadas ciencias sociales. La inclinación por la base empírica le daba una gran ventaja frente a la mezcla de filosofía y deontología invadida de mera especulación. No trataba de convencer sobre el "deber ser" sino sobre la evolución de eso que llamamos sociedad, de cómo el entorno, la economía y por supuesto la cultura, incidían en los hechos. La escuela estadounidense iba a la cabeza, pero muy de cerca venían los franceses y los italianos. Algo ocurrió en el camino y la reina fue destronada. Hoy la matriculación en esa carrera es muy baja; la disciplina ha caído en el olvido. Me refiero a la sociología.
Pero las disciplinas también sufren por la moda sin que necesariamente hayan perdido validez. Hay muchas explicaciones de lo que hoy nos ocurre (la nueva xenofobia) que sólo surgen de allí. El pasado Censo de Población y el más reciente informe de Coneval sobre la pobreza, están plagados de información apasionante sobre los cambios sociológicos de México. Ocupados en las muertes cotidianas y ahora la sucesión presidencial, no reparamos en esos cambios profundos y sin retorno. Va desde abajo. La llamada transición demográfica ha sido bastante radical. Mientras en 1970 nuestro país era símbolo de alto crecimiento demográfico, en el 2010 podríamos estar cruzando un peligroso umbral: el nivel de reemplazo. La tasa de fecundidad -el número de hijos por mujer en edad fértil- ha descendido abruptamente. Hace cuarenta años el país duplicaba su población en promedio en dos décadas. Hoy, de seguir por donde vamos podríamos tener decrecimiento en veinte años. Ojo, el decrecimiento es un fenómeno asociado con el desarrollo. Rusia, Japón, España, Italia, por citar los más conocidos, son países con severos problemas de decrecimiento. Son muchas las implicaciones: escasez de brazos jóvenes para la planta productiva y sostenimiento del sistema de pensiones las más evidentes; también un incremento en el gasto en salud. Hay más.
El bono demográfico nos traerá en los próximos veinte años alrededor de veinte millones de nuevos aportantes a la economía. Pero el final de esa película está en el horizonte. Después vendrá el envejecimiento. Increíble, pero para allá vamos. Es curioso -o quizá después de España e Italia no tanto- que se trate de otro país católico. Por cierto el Censo muestra una caída de esa fe que perdió cuatro puntos porcentuales en una década para situarse en poco menos del 84%. Sin embargo, algo que no se ha modificado de 2000 a 2010 son los embarazos de adolescente que rebasan los 300 mil al año. En la última década el asunto salió de la agenda, me refiero a la información dirigida a ese segmento. Es muy grave. Parece recuperarse.
Otro dato llamativo es el ascenso de los hogares encabezados por mujeres, casi uno de cada cuatro. Se trata de un rasgo de las sociedades desarrolladas, pero también retrata el posible impacto de la migración masculina a Estados Unidos. Las uniones libres se duplicaron en una sola década. De 1990 a 2010 la edad promedio de los mexicanos pasó de 19 años a 26. Las primeras uniones, matrimonios y uniones libres se dan hoy a mayor edad. La probabilidad de éxito aumenta y el conservadurismo potencial también. La sociología nos diría que la responsabilidad familiar, sostener un hogar, los hijos, provocan otra lectura de la vida. Importa adquirir una vivienda y equiparla, importa la estabilidad en el trabajo, para obtener un crédito, importan las prestaciones, en particular la salud, etc.
La formación de clases medias urbanas -fenómeno hoy de moda gracias al provocador libro de los dos Luises, De La Calle y Rubio- se retrata en el equipamiento de los hogares: electricidad, refrigerador, lavadora, teléfono, computadora, etc. El ingreso no ha aumentado (Coneval), pero el género de vida de decenas de millones de mexicanos hoy es otro. A pesar de todo México se mueve.
A veces no vemos lo evidente. De 194 naciones México pertenece ya al grupo de las cuarenta que menos dependen de la agricultura, incluidos Hong Kong, Singapur, Kuwait o Luxemburgo que no son estados-nación tradicionales. México sigue dividido en entidades muy rezagadas como Oaxaca, Guerrero o Chiapas en el sur y las más prósperas en el norte. La sentencia de Humboldt sobre la desigualdad poco ha cambiado.
¿Cómo explicarlo? No es difícil, basta con revisar el absurdo sistema fiscal que tenemos, defendido a muerte por los legisladores que se autodenominan progresistas, para tener explicaciones: subsidiamos los energéticos con cuatro veces más recursos públicos al año de los que necesitaríamos para llevar -de una vez por todas- una computadora a cada pupitre o escritorio de los estudiantes mexicanos. Pronostico: la desigualdad continuará con el agravante informático.
Pero los cambios sociales no son meras consecuencias. El cambio en el comportamiento social es, en sí mismo, el arma más poderosa de transformación que conocemos. Ahí está el gran olvido.
Por momentos fue la reina de las llamadas ciencias sociales. La inclinación por la base empírica le daba una gran ventaja frente a la mezcla de filosofía y deontología invadida de mera especulación. No trataba de convencer sobre el "deber ser" sino sobre la evolución de eso que llamamos sociedad, de cómo el entorno, la economía y por supuesto la cultura, incidían en los hechos. La escuela estadounidense iba a la cabeza, pero muy de cerca venían los franceses y los italianos. Algo ocurrió en el camino y la reina fue destronada. Hoy la matriculación en esa carrera es muy baja; la disciplina ha caído en el olvido. Me refiero a la sociología.
Pero las disciplinas también sufren por la moda sin que necesariamente hayan perdido validez. Hay muchas explicaciones de lo que hoy nos ocurre (la nueva xenofobia) que sólo surgen de allí. El pasado Censo de Población y el más reciente informe de Coneval sobre la pobreza, están plagados de información apasionante sobre los cambios sociológicos de México. Ocupados en las muertes cotidianas y ahora la sucesión presidencial, no reparamos en esos cambios profundos y sin retorno. Va desde abajo. La llamada transición demográfica ha sido bastante radical. Mientras en 1970 nuestro país era símbolo de alto crecimiento demográfico, en el 2010 podríamos estar cruzando un peligroso umbral: el nivel de reemplazo. La tasa de fecundidad -el número de hijos por mujer en edad fértil- ha descendido abruptamente. Hace cuarenta años el país duplicaba su población en promedio en dos décadas. Hoy, de seguir por donde vamos podríamos tener decrecimiento en veinte años. Ojo, el decrecimiento es un fenómeno asociado con el desarrollo. Rusia, Japón, España, Italia, por citar los más conocidos, son países con severos problemas de decrecimiento. Son muchas las implicaciones: escasez de brazos jóvenes para la planta productiva y sostenimiento del sistema de pensiones las más evidentes; también un incremento en el gasto en salud. Hay más.
El bono demográfico nos traerá en los próximos veinte años alrededor de veinte millones de nuevos aportantes a la economía. Pero el final de esa película está en el horizonte. Después vendrá el envejecimiento. Increíble, pero para allá vamos. Es curioso -o quizá después de España e Italia no tanto- que se trate de otro país católico. Por cierto el Censo muestra una caída de esa fe que perdió cuatro puntos porcentuales en una década para situarse en poco menos del 84%. Sin embargo, algo que no se ha modificado de 2000 a 2010 son los embarazos de adolescente que rebasan los 300 mil al año. En la última década el asunto salió de la agenda, me refiero a la información dirigida a ese segmento. Es muy grave. Parece recuperarse.
Otro dato llamativo es el ascenso de los hogares encabezados por mujeres, casi uno de cada cuatro. Se trata de un rasgo de las sociedades desarrolladas, pero también retrata el posible impacto de la migración masculina a Estados Unidos. Las uniones libres se duplicaron en una sola década. De 1990 a 2010 la edad promedio de los mexicanos pasó de 19 años a 26. Las primeras uniones, matrimonios y uniones libres se dan hoy a mayor edad. La probabilidad de éxito aumenta y el conservadurismo potencial también. La sociología nos diría que la responsabilidad familiar, sostener un hogar, los hijos, provocan otra lectura de la vida. Importa adquirir una vivienda y equiparla, importa la estabilidad en el trabajo, para obtener un crédito, importan las prestaciones, en particular la salud, etc.
La formación de clases medias urbanas -fenómeno hoy de moda gracias al provocador libro de los dos Luises, De La Calle y Rubio- se retrata en el equipamiento de los hogares: electricidad, refrigerador, lavadora, teléfono, computadora, etc. El ingreso no ha aumentado (Coneval), pero el género de vida de decenas de millones de mexicanos hoy es otro. A pesar de todo México se mueve.
A veces no vemos lo evidente. De 194 naciones México pertenece ya al grupo de las cuarenta que menos dependen de la agricultura, incluidos Hong Kong, Singapur, Kuwait o Luxemburgo que no son estados-nación tradicionales. México sigue dividido en entidades muy rezagadas como Oaxaca, Guerrero o Chiapas en el sur y las más prósperas en el norte. La sentencia de Humboldt sobre la desigualdad poco ha cambiado.
¿Cómo explicarlo? No es difícil, basta con revisar el absurdo sistema fiscal que tenemos, defendido a muerte por los legisladores que se autodenominan progresistas, para tener explicaciones: subsidiamos los energéticos con cuatro veces más recursos públicos al año de los que necesitaríamos para llevar -de una vez por todas- una computadora a cada pupitre o escritorio de los estudiantes mexicanos. Pronostico: la desigualdad continuará con el agravante informático.
Pero los cambios sociales no son meras consecuencias. El cambio en el comportamiento social es, en sí mismo, el arma más poderosa de transformación que conocemos. Ahí está el gran olvido.
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