Orlando Delgado Selley / Proceso
Luego de muchos meses de sostener que la crisis de deuda soberana se daba solamente en los países de la llamada periferia europea, esta semana los grandes inversionistas atacaron Italia. La inestabilidad está llegando a niveles insospechados y pone en riesgo la moneda única europea: el euro.
Cuando este ataque de los llamados mercados financieros se extendió a Italia y volvió a golpear a España pareció que, por fin, los gobernantes europeos estaban decididos a tomar medidas fuertes. Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, parecía haberlos convencido que era importante que se tomaran decisiones antes de que hubiera noticias que complicaran el ya de por sí difícil panorama. Los gobernantes de la zona del euro decidieron no reunirse esta semana y postergarla hasta finales de la próxima.
De nuevo, como en el rescate griego de mayo de 2010, cuando la decisión de apoyar las finanzas públicas de ese país con 120 mil millones de euros tardó casi cuatro meses en tomarse, ahora frente al ataque especulativo los desacuerdos pesan más que las necesidades de acción. A la canciller alemana Angela Merkel y al presidente francés Nicolás Sarkozy les pareció que el informe sobre las pruebas de esfuerzo a los mayores bancos europeos, aunque seguramente complicara el escenario, reforzaría la necesidad de llegar a acuerdos de largo plazo, aunque ello tenga un costo enorme para las finanzas italianas y españolas, y siga debilitándose al propio euro.
La disputa central entre los gobernantes europeos de la zona del euro sigue siendo la participación de los acreedores privados en el segundo paquete de rescate griego. El áspero debate entre participación voluntaria u obligatoria de los bancos tenedores de la deuda griega, enfrenta nuevas dificultades por el anuncio de las calificadoras de que casi cualquier participación privada en el rescate será considerada una reestructuración y, en consecuencia, rebajará el grado de inversión de los bonos griegos. En esta disputa ha aparecido una importante voz discordante, la de Gordon Brown, exprimer ministro británico.
Brown, en un artículo publicado en diarios de Londres, París, Madrid, Berlín, Roma, Lisboa y Dublín, entre otros, critica la lentitud de los gobernantes europeos para decidir. Recuerda lo que Winston Churchill escribió a propósito de la posición de los gobernantes europeos en los momentos del ascenso de Hitler.
Churchill les describió como “decididos a ser indecisos, inflexibles en su deriva, sólidos en su fluidez y omnipotentes en su impotencia”. Con esa durísima entrada crítica que les coloca como causantes finales de una posible tragedia europea, Brown discute el enfoque con el que ha enfrentado la crisis actual en Europa.
Los actuales gobernantes europeos piensan que se trata de calamidades nacionales de Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia. Con este enfoque equivocado, cuando por fin llegan a acuerdos luego de varias reuniones, toman decisiones igualmente equivocadas. Europa, en realidad, no enfrenta problemas locales explicados por malos gobiernos, aunque existan, ni por exceso de vacaciones o falta de disciplina. Toda Europa está enfrentando una crisis que se expresa en tres frentes: el bancario, el fiscal, y el del crecimiento y el empleo. Son tres caras de un problema, no tres problemas.
Si se intenta resolver uno de ellos, como se ha mostrado con Grecia al forzar un plan para contener el déficit fiscal y la deuda pública, se está afectando el crecimiento y la generación de empleo y, por tanto, la posibilidad de que Grecia cumpla con los compromisos contraídos en materia fiscal, afectando drásticamente a su población. Diseñado el plan de ajuste e instrumentado sin contemplaciones, Grecia no ha podido cumplir con lo pactado en materia fiscal. La caída de la actividad económica ha disminuido la captación tributaria, lo que junto con un elevadísimo costo de sus emisiones de bonos, ha llevado a que Grecia se encuentre en prácticamente en un estado de insolvencia.
El planteamiento de Gordon Brown es que es urgente un plan europeo integral que atienda las tres caras de la crisis. Reestructurando y capitalizando los bancos, impulsando el crecimiento y la creación de empleo y generando las fuentes para que las finanzas públicas nacionales se corrijan de fondo. Resolver la crisis ineludiblemente obliga a avanzar en la coordinación de la política fiscal y monetaria que conduciría a un nivel superior en la integración europea. Esta coordinación no se propondría solamente ajustar las cuentas nacionales a los requerimientos europeos, sino la aplicación de una estrategia que promueva el crecimiento económico en una sociedad preocupada por la igualdad.
La propuesta proveniente de un ciudadano de un país de la Unión que se negó a participar en la moneda única pudiera desestimarse. Sin embargo, la decisión de responder a la crisis con una propuesta de mayor integración, en momentos en los que han crecido los nacionalismos y las críticas a la idea de la Unión, constituyen la posibilidad de incorporar a los británicos y recuperar el sueño de una Europa unida, sólida, dinámica e igualitaria.
De no hacerlo, lo que ocurrirá es que Europa vivirá una década con un elevadísimo nivel de desempleo, con un malestar social creciente ante gobiernos que decidieron castigar a grandes grupos sociales protegiendo a los grandes banqueros. Lo que está en juego es mucho. Aunque resulte difícil, todavía puede evitarse la catástrofe europea.
Luego de muchos meses de sostener que la crisis de deuda soberana se daba solamente en los países de la llamada periferia europea, esta semana los grandes inversionistas atacaron Italia. La inestabilidad está llegando a niveles insospechados y pone en riesgo la moneda única europea: el euro.
Cuando este ataque de los llamados mercados financieros se extendió a Italia y volvió a golpear a España pareció que, por fin, los gobernantes europeos estaban decididos a tomar medidas fuertes. Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, parecía haberlos convencido que era importante que se tomaran decisiones antes de que hubiera noticias que complicaran el ya de por sí difícil panorama. Los gobernantes de la zona del euro decidieron no reunirse esta semana y postergarla hasta finales de la próxima.
De nuevo, como en el rescate griego de mayo de 2010, cuando la decisión de apoyar las finanzas públicas de ese país con 120 mil millones de euros tardó casi cuatro meses en tomarse, ahora frente al ataque especulativo los desacuerdos pesan más que las necesidades de acción. A la canciller alemana Angela Merkel y al presidente francés Nicolás Sarkozy les pareció que el informe sobre las pruebas de esfuerzo a los mayores bancos europeos, aunque seguramente complicara el escenario, reforzaría la necesidad de llegar a acuerdos de largo plazo, aunque ello tenga un costo enorme para las finanzas italianas y españolas, y siga debilitándose al propio euro.
La disputa central entre los gobernantes europeos de la zona del euro sigue siendo la participación de los acreedores privados en el segundo paquete de rescate griego. El áspero debate entre participación voluntaria u obligatoria de los bancos tenedores de la deuda griega, enfrenta nuevas dificultades por el anuncio de las calificadoras de que casi cualquier participación privada en el rescate será considerada una reestructuración y, en consecuencia, rebajará el grado de inversión de los bonos griegos. En esta disputa ha aparecido una importante voz discordante, la de Gordon Brown, exprimer ministro británico.
Brown, en un artículo publicado en diarios de Londres, París, Madrid, Berlín, Roma, Lisboa y Dublín, entre otros, critica la lentitud de los gobernantes europeos para decidir. Recuerda lo que Winston Churchill escribió a propósito de la posición de los gobernantes europeos en los momentos del ascenso de Hitler.
Churchill les describió como “decididos a ser indecisos, inflexibles en su deriva, sólidos en su fluidez y omnipotentes en su impotencia”. Con esa durísima entrada crítica que les coloca como causantes finales de una posible tragedia europea, Brown discute el enfoque con el que ha enfrentado la crisis actual en Europa.
Los actuales gobernantes europeos piensan que se trata de calamidades nacionales de Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia. Con este enfoque equivocado, cuando por fin llegan a acuerdos luego de varias reuniones, toman decisiones igualmente equivocadas. Europa, en realidad, no enfrenta problemas locales explicados por malos gobiernos, aunque existan, ni por exceso de vacaciones o falta de disciplina. Toda Europa está enfrentando una crisis que se expresa en tres frentes: el bancario, el fiscal, y el del crecimiento y el empleo. Son tres caras de un problema, no tres problemas.
Si se intenta resolver uno de ellos, como se ha mostrado con Grecia al forzar un plan para contener el déficit fiscal y la deuda pública, se está afectando el crecimiento y la generación de empleo y, por tanto, la posibilidad de que Grecia cumpla con los compromisos contraídos en materia fiscal, afectando drásticamente a su población. Diseñado el plan de ajuste e instrumentado sin contemplaciones, Grecia no ha podido cumplir con lo pactado en materia fiscal. La caída de la actividad económica ha disminuido la captación tributaria, lo que junto con un elevadísimo costo de sus emisiones de bonos, ha llevado a que Grecia se encuentre en prácticamente en un estado de insolvencia.
El planteamiento de Gordon Brown es que es urgente un plan europeo integral que atienda las tres caras de la crisis. Reestructurando y capitalizando los bancos, impulsando el crecimiento y la creación de empleo y generando las fuentes para que las finanzas públicas nacionales se corrijan de fondo. Resolver la crisis ineludiblemente obliga a avanzar en la coordinación de la política fiscal y monetaria que conduciría a un nivel superior en la integración europea. Esta coordinación no se propondría solamente ajustar las cuentas nacionales a los requerimientos europeos, sino la aplicación de una estrategia que promueva el crecimiento económico en una sociedad preocupada por la igualdad.
La propuesta proveniente de un ciudadano de un país de la Unión que se negó a participar en la moneda única pudiera desestimarse. Sin embargo, la decisión de responder a la crisis con una propuesta de mayor integración, en momentos en los que han crecido los nacionalismos y las críticas a la idea de la Unión, constituyen la posibilidad de incorporar a los británicos y recuperar el sueño de una Europa unida, sólida, dinámica e igualitaria.
De no hacerlo, lo que ocurrirá es que Europa vivirá una década con un elevadísimo nivel de desempleo, con un malestar social creciente ante gobiernos que decidieron castigar a grandes grupos sociales protegiendo a los grandes banqueros. Lo que está en juego es mucho. Aunque resulte difícil, todavía puede evitarse la catástrofe europea.
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