El pasado 5 de julio The New York Times (NYT) destacó que la disminución reciente del flujo de migrantes mexicanos hacia Estados Unidos podría ser el resultado de una serie de cambios en la estructura demográfica junto con mejoras de tipo socio-económico y político en México, especialmente en los últimos 15 años. Lo anterior podría llevar a imprimir un carácter permanente a tal reducción de este flujo laboral, e incluso podríamos estar presenciando el fin de la emigración mexicana, al menos en las dimensiones y características que presentó desde los años 70.
A decir del profesor Douglas S. Massey en el artículo del NYT, la consolidación democrática en México, junto con un crecimiento económico modesto pero sostenido en los últimos 15 años, familias de menor tamaño y mayores oportunidades de educación, así como la violencia desatada en las ciudades fronterizas con Estados Unidos y las políticas anti inmigrantes en dicho país, podrían estar generando una serie de factores que en conjunto desincentivan la salida de mexicanos en busca del “sueño americano”.
De acuerdo con esta explicación, para muchos mexicanos resulta más interesante quedarse en el país que aventurarse de forma indocumentada en los Estados Unidos. Douglas S. Massey, quien es director del Mexican Migration Project en la Universidad de Princeton, sintetiza sus reflexiones de la siguiente manera: “Nadie quiere oírlo pero el flujo (de indocumentados mexicanos) se ha detenido. Por primera vez en 60 años el saldo neto migratorio se ha ido a cero, e incluso podría ser ligeramente negativo.” Esto es, según el prestigiado profesor Massey, podríamos estar ante el fin de la emigración mexicana.
Para apoyar su alegato, el artículo del NYT incluye entrevistas a familias jaliscienses, algunas cuyos integrantes han retornado de Estados Unidos, y efectivamente encuentran más interesante quedarse en México, ya sea para estudiar, trabajar o iniciar algún negocio, que padecer la recesión económica y el recrudecimiento de la política anti inmigratoria en el país vecino. Por cierto, el fenómeno de la migración de retorno en México también se ha reflejado, en el Censo de Población y Vivienda 2010, el cual da cuenta de aproximadamente un millón de mexicanos que hace cinco años vivían en Estados Unidos y ahora se ubican en territorio mexicano.
Pero aún tratando de respaldar la visión del profesor Massey, hay una serie de paradojas que hacen difícil asumirla de manera acrítica. En primer lugar, los datos disponibles sí muestran una disminución notable del número de procesos de repatriación de mexicanos por parte de la Patrulla Fronteriza, esto es que de más de un millón en el año 2000, pasaron a 469 mil en el 2010. Sin embargo, también se observa una tendencia similar desde el 2005 en cuanto al número de devoluciones de centroamericanos indocumentados de tránsito por México, detenidos por el Instituto Nacional de Migración (INM) o por la Patrulla Fronteriza.
Lo anterior indicaría que resultan más relevantes los factores externos (de recesión y el clima anti inmigrante en Estados Unidos, e incluso el clima de violencia en contra de los migrantes indocumentados de tránsito en México), que los avances socio-económicos y políticos internos de los países centroamericanos para explicar tal reducción en los flujos de sus nacionales indocumentados hacia los Estados Unidos. Y lo mismo puede estar ocurriendo en el desplazamiento de mexicanos al país del norte: esto es tienen más peso los factores externos comunes (la economía estadounidense) que los internos (desarrollo económico o falta de éste).
En segundo término, el estudio de Massey carece de una serie de indicadores necesarios para sustentar con mayor peso sus sospechas. Entre otros, no hace referencia a la caída de la competitividad de las empresas mexicanas, el cierre de las maquiladoras en la frontera norte, ni se apoya en algún tipo de mejoras en la productividad media de los sectores económicos del país. Sin lo anterior, no queda claro que las supuestas mejoras en la educación se estén reflejando en avances productivos sustanciales ni en más empleos en México y, por tanto, no sustenta el efecto de retención de la población que le atribuye Massey a esta variable.
Tampoco se analizan las tasas de subocupación, autoempleo, empleo precario o de tiempo parcial, al tiempo que para la medición de la pobreza se toma como referencia el PIB per cápita, en lugar del Índice de Desarrollo Humano (IDH), y se pasa por alto la inequitativa distribución del ingreso en México. Por otra parte, las entrevistas realizadas por los corresponsales del NYT en Jalisco reflejan un fenómeno reciente de retención de población que obedece no tanto al desarrollo económico en esa región, sino al muy documentado agotamiento de las reservas de migrantes en el centro-occidente de México.
En contraparte, los datos del Censo muestran que en los estados del centro y sur-sureste del país aún existen muchos migrantes potenciales.
En resumen, no hay bases suficientes para echar las campanas al vuelo y anunciar el fin de la emigración mexicana. La teoría económica y el sentido común indican que bastaría con alterar alguno de los componentes citados, especialmente la dinámica de la economía estadounidense, para que repuntara el flujo de migrantes de sur a norte. Otra vía sería mediante una reforma migratoria en Estados Unidos, aunque este escenario parece un tanto lejano ante el clima anti-inmigrante que prevalece en ese país.
*Profesor de la Universidad del Valle de México e Investigador del Centro de Estudios Migratorios del INM
A decir del profesor Douglas S. Massey en el artículo del NYT, la consolidación democrática en México, junto con un crecimiento económico modesto pero sostenido en los últimos 15 años, familias de menor tamaño y mayores oportunidades de educación, así como la violencia desatada en las ciudades fronterizas con Estados Unidos y las políticas anti inmigrantes en dicho país, podrían estar generando una serie de factores que en conjunto desincentivan la salida de mexicanos en busca del “sueño americano”.
De acuerdo con esta explicación, para muchos mexicanos resulta más interesante quedarse en el país que aventurarse de forma indocumentada en los Estados Unidos. Douglas S. Massey, quien es director del Mexican Migration Project en la Universidad de Princeton, sintetiza sus reflexiones de la siguiente manera: “Nadie quiere oírlo pero el flujo (de indocumentados mexicanos) se ha detenido. Por primera vez en 60 años el saldo neto migratorio se ha ido a cero, e incluso podría ser ligeramente negativo.” Esto es, según el prestigiado profesor Massey, podríamos estar ante el fin de la emigración mexicana.
Para apoyar su alegato, el artículo del NYT incluye entrevistas a familias jaliscienses, algunas cuyos integrantes han retornado de Estados Unidos, y efectivamente encuentran más interesante quedarse en México, ya sea para estudiar, trabajar o iniciar algún negocio, que padecer la recesión económica y el recrudecimiento de la política anti inmigratoria en el país vecino. Por cierto, el fenómeno de la migración de retorno en México también se ha reflejado, en el Censo de Población y Vivienda 2010, el cual da cuenta de aproximadamente un millón de mexicanos que hace cinco años vivían en Estados Unidos y ahora se ubican en territorio mexicano.
Pero aún tratando de respaldar la visión del profesor Massey, hay una serie de paradojas que hacen difícil asumirla de manera acrítica. En primer lugar, los datos disponibles sí muestran una disminución notable del número de procesos de repatriación de mexicanos por parte de la Patrulla Fronteriza, esto es que de más de un millón en el año 2000, pasaron a 469 mil en el 2010. Sin embargo, también se observa una tendencia similar desde el 2005 en cuanto al número de devoluciones de centroamericanos indocumentados de tránsito por México, detenidos por el Instituto Nacional de Migración (INM) o por la Patrulla Fronteriza.
Lo anterior indicaría que resultan más relevantes los factores externos (de recesión y el clima anti inmigrante en Estados Unidos, e incluso el clima de violencia en contra de los migrantes indocumentados de tránsito en México), que los avances socio-económicos y políticos internos de los países centroamericanos para explicar tal reducción en los flujos de sus nacionales indocumentados hacia los Estados Unidos. Y lo mismo puede estar ocurriendo en el desplazamiento de mexicanos al país del norte: esto es tienen más peso los factores externos comunes (la economía estadounidense) que los internos (desarrollo económico o falta de éste).
En segundo término, el estudio de Massey carece de una serie de indicadores necesarios para sustentar con mayor peso sus sospechas. Entre otros, no hace referencia a la caída de la competitividad de las empresas mexicanas, el cierre de las maquiladoras en la frontera norte, ni se apoya en algún tipo de mejoras en la productividad media de los sectores económicos del país. Sin lo anterior, no queda claro que las supuestas mejoras en la educación se estén reflejando en avances productivos sustanciales ni en más empleos en México y, por tanto, no sustenta el efecto de retención de la población que le atribuye Massey a esta variable.
Tampoco se analizan las tasas de subocupación, autoempleo, empleo precario o de tiempo parcial, al tiempo que para la medición de la pobreza se toma como referencia el PIB per cápita, en lugar del Índice de Desarrollo Humano (IDH), y se pasa por alto la inequitativa distribución del ingreso en México. Por otra parte, las entrevistas realizadas por los corresponsales del NYT en Jalisco reflejan un fenómeno reciente de retención de población que obedece no tanto al desarrollo económico en esa región, sino al muy documentado agotamiento de las reservas de migrantes en el centro-occidente de México.
En contraparte, los datos del Censo muestran que en los estados del centro y sur-sureste del país aún existen muchos migrantes potenciales.
En resumen, no hay bases suficientes para echar las campanas al vuelo y anunciar el fin de la emigración mexicana. La teoría económica y el sentido común indican que bastaría con alterar alguno de los componentes citados, especialmente la dinámica de la economía estadounidense, para que repuntara el flujo de migrantes de sur a norte. Otra vía sería mediante una reforma migratoria en Estados Unidos, aunque este escenario parece un tanto lejano ante el clima anti-inmigrante que prevalece en ese país.
*Profesor de la Universidad del Valle de México e Investigador del Centro de Estudios Migratorios del INM
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