La UE debe contrarestar la crisis de la deuda con un presupuesto común que no sea tan ridículo
XAVIER VIDAL-FOLCH / EL PAÍS
Washington está contra las cuerdas de su propio déficit, al borde de una suspensión de pagos en la que nadie cree, pero que a casi todos hace temblar. Al pensamiento débil europeo, que siempre se autoflagela, le servirá de lenitivo percatarse de que el proceso de decisión en la otra gran democracia madura, los EE UU, es al menos tan inverosímil, pesado, contradictorio e ineficaz como el de la UE.
Pero en EE UU la vorágine tiene mayor justificación cuantitativa. La Reserva Federal ha inyectado liquidez casi infinita al sistema. En los tres últimos años su balance ha pasado de un billón de dólares a casi tres, de los que un 55%, 1,6 billones, se han destinado a compras de deuda pública. A comparar con los poco más de 85.000 millones de euros destinados por el BCE a comprar bonos griegos, irlandeses y portugueses: ¡y algunos aún le critican por heterodoxo!
La diferencia de tamaño del compromiso para contrarrestar la tormenta es pues abismal. EE UU ha dedicado a estabilizar su mercado de deuda del orden de 14 veces más que Europa. Si además recordamos la facilidad con la que Washington le dio a la maquinilla de imprimir dinero para rescatar a sus bancos y para estimular a su economía en los inicios de la Gran Recesión, lo que estableció un sólido cortocircuito contra el avance de la crisis, es normal que a los europeos se les haga la boca agua. Y eso que EE UU bordea estos días el abismo...
Ahora el Fondo de Rescate Europeo sustituirá al BCE en esta tarea de comprar deuda periférica. Se han ampliado y flexibilizado sus funciones, aunque siempre bajo la tutela del Banco Central y la regla de la unanimidad de los Gobiernos-patronos del euro. Mientras que Washington no exhibe más límites a la emisión de liquidez que la voluntad de Ben Bernanke, el trío Bruselas-Luxemburgo-Fráncfort se ha autoimpuesto restricciones severas. Al cabo, la de los 440.000 millones de euros efectivos garantizados por los Estados de la eurozona.
El esquema podría ser distinto, más ambicioso, y más eficiente, si en vez de fiarse a la voluntad intergubernamental (y al derecho de veto) de esos 17 de la eurozona, derivase del presupuesto comunitario. Muchos han pedido la emisión de eurobonos, un Tesoro común. E incluso un Ministerio de Hacienda europeo, como reclama, ¡bienvenido!, Jean-Claude Trichet desde principios de junio.
Pero ese Ministerio de Hacienda debería dedicarse a gestionar un presupuesto que no fuera raquítico, pues de lo contrario, más vale no evidenciar el ridículo. Y el actual lo es: poco más de 120.000 millones anuales, apenas el 1% del PIB europeo. Mientras que el presupuesto federal de los EE UU supera el 20% de su PIB.
Peor aún que lo irrisorio de su cuantía, el drama del presupuesto europeo es el de su orientación. Como la política de rescate financiero de los Estados miembros periféricos no es fundamentalmente comunitaria sino intergubernamental, el presupuesto común no le dedica más partidas que aquellas que trata de rascar en las noches de insomnio de las no utilizadas para otros fines. Una vergüenza.
La Comisión ha presentado recientemente las líneas maestras del paquete presupuestario septenal, las "perspectivas financieras" 2014-2020. Desde el punto de vista de la distribución del gasto, son, efectivamente, hirientes: el gasto agrícola todavía totalizará el 33% del presupuesto en 2020, para el 39,3% en 2013, seguido de la cohesión, con un 35,7%.
Basta ya de esta broma. La agricultura representa solo un 4% del PIB de la UE y un 8% del empleo. ¿Tiene mayor interés estratégico que la competitividad de la industria y los servicios? ¿Es más relevante que la necesaria estabilidad financiera y monetaria?
Washington está contra las cuerdas de su propio déficit, al borde de una suspensión de pagos en la que nadie cree, pero que a casi todos hace temblar. Al pensamiento débil europeo, que siempre se autoflagela, le servirá de lenitivo percatarse de que el proceso de decisión en la otra gran democracia madura, los EE UU, es al menos tan inverosímil, pesado, contradictorio e ineficaz como el de la UE.
Pero en EE UU la vorágine tiene mayor justificación cuantitativa. La Reserva Federal ha inyectado liquidez casi infinita al sistema. En los tres últimos años su balance ha pasado de un billón de dólares a casi tres, de los que un 55%, 1,6 billones, se han destinado a compras de deuda pública. A comparar con los poco más de 85.000 millones de euros destinados por el BCE a comprar bonos griegos, irlandeses y portugueses: ¡y algunos aún le critican por heterodoxo!
La diferencia de tamaño del compromiso para contrarrestar la tormenta es pues abismal. EE UU ha dedicado a estabilizar su mercado de deuda del orden de 14 veces más que Europa. Si además recordamos la facilidad con la que Washington le dio a la maquinilla de imprimir dinero para rescatar a sus bancos y para estimular a su economía en los inicios de la Gran Recesión, lo que estableció un sólido cortocircuito contra el avance de la crisis, es normal que a los europeos se les haga la boca agua. Y eso que EE UU bordea estos días el abismo...
Ahora el Fondo de Rescate Europeo sustituirá al BCE en esta tarea de comprar deuda periférica. Se han ampliado y flexibilizado sus funciones, aunque siempre bajo la tutela del Banco Central y la regla de la unanimidad de los Gobiernos-patronos del euro. Mientras que Washington no exhibe más límites a la emisión de liquidez que la voluntad de Ben Bernanke, el trío Bruselas-Luxemburgo-Fráncfort se ha autoimpuesto restricciones severas. Al cabo, la de los 440.000 millones de euros efectivos garantizados por los Estados de la eurozona.
El esquema podría ser distinto, más ambicioso, y más eficiente, si en vez de fiarse a la voluntad intergubernamental (y al derecho de veto) de esos 17 de la eurozona, derivase del presupuesto comunitario. Muchos han pedido la emisión de eurobonos, un Tesoro común. E incluso un Ministerio de Hacienda europeo, como reclama, ¡bienvenido!, Jean-Claude Trichet desde principios de junio.
Pero ese Ministerio de Hacienda debería dedicarse a gestionar un presupuesto que no fuera raquítico, pues de lo contrario, más vale no evidenciar el ridículo. Y el actual lo es: poco más de 120.000 millones anuales, apenas el 1% del PIB europeo. Mientras que el presupuesto federal de los EE UU supera el 20% de su PIB.
Peor aún que lo irrisorio de su cuantía, el drama del presupuesto europeo es el de su orientación. Como la política de rescate financiero de los Estados miembros periféricos no es fundamentalmente comunitaria sino intergubernamental, el presupuesto común no le dedica más partidas que aquellas que trata de rascar en las noches de insomnio de las no utilizadas para otros fines. Una vergüenza.
La Comisión ha presentado recientemente las líneas maestras del paquete presupuestario septenal, las "perspectivas financieras" 2014-2020. Desde el punto de vista de la distribución del gasto, son, efectivamente, hirientes: el gasto agrícola todavía totalizará el 33% del presupuesto en 2020, para el 39,3% en 2013, seguido de la cohesión, con un 35,7%.
Basta ya de esta broma. La agricultura representa solo un 4% del PIB de la UE y un 8% del empleo. ¿Tiene mayor interés estratégico que la competitividad de la industria y los servicios? ¿Es más relevante que la necesaria estabilidad financiera y monetaria?
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